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- rdf:value = " El señor MUÑOZ BARRA, don Roberto (Vicepresidente).- Ofrezco la palabra en el tiempo del Comité Demócrata Cristiano.
El señor CASTILLA- Pido la palabra.
El señor MUÑOZ BARRA, don Roberto (Vicepresidente).- Tiene la palabra Su Señoría.
El señor CASTILLA.- Señor Presidente, hace ocho años, exactamente el 10 de agosto de 1965, por mandato de mi Partido y en esta misma Sala, levanté mi voz para rendir aquí en la Cámara de Diputados de Chile un póstumo homenaje a las miles de víctimas de las explosiones atómicas de Nagasaki e Hiroshima.
En aquella ocasión no hablé para referirme a un mero episodio histórico con afán conmemorativo de lo que esa tragedia había significado para la humanidad. Tampoco lo hice para referirme a las hazañas bélicas de quienes habían cambiado radicalmente el sentido y la concepción tradicional de la guerra, ni para alabar los supuesto científicos que se esgrimieron para hacer estallar la bomba atómica y poner término a una contienda estéril, inútil e injustificada.
La tarde del 10 de agosto de 1965 hablé recordando lo que ocurrió a la vida, a todo lo que ere vida en Hiroshima y Nagasaki y recogiendo de las huellas del lamento de un campesino, del gemido de una mujer o del llanto de un niño japonés que era vida, a pesar de lo cruento de la guerra, quise testimoniar nuestra lucha permanente e incesante por detener el instinto belicista entre grandes y pequeñas naciones de la tierra.
Esa tarde, como epilogo de lo que Nagasaki e Hiroshima dejaban en la estela da la historia hablé por la paz mundial. Era la expresión de una reflexión profunda sobre los acontecimientos de 1945 en el Japón, la qua esa tarde me llevó a sostener la necesidad de poner atajo a la loca carrera armamentista en que están empeñadas las grandes potencias y las pequeñas naciones de la tierra, para que desapareciera la diabólica aureola de fórmulas belicistas que recorrían la faz de la tierra de un confín a otro, con su secuela de destrucción y muerte, y para que cesaran las absurdas e inútiles experiencias atómicas en que se empañaban las grandes naciones sin destino valedero para los millones de seres humanos que hambrientos y en condiciones subhumanas de vida veían como en nombre de la ciencia y el progreso de la humanidad, mientras ellos se morían, se gastaban millones de dólares en experimentos que ayudaban a hacer más rápida su agonía y más imposible su existencia.
El 6 y 9 de agosto de 1945 Japón fue sacudido, en medio de la guerra que libraba con los Estados Unidos, por la explosión de dos bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El 15 de agosto de ese mismo año con su voz sutil y temblorosa, el Emperador Hiro Hito declaraba a su pueblo, es imposible prolongar la resistencia, soportar lo insoportable y, casi llorando, lo que ningún japonés jamás había escuchado o daba a conocer la rendición de su Patria.
La guerra había terminado y comenzaba la dura paz de los derrotados. Mil trescientos sesenta y cuatro días había durado una contienda cruenta, dura y amarga, tres millones de japoneses yacían bajo las ruinas de las ciudades y en los dilatados campos de batalla de todo el Asia, el hasha maki, una cinta de lino blanco, símbolo del espíritu de sacrificio por la patria, teñido de rojo en largas jornadas y batallas se había teñido de gris en Hiroshima y en Nagasaki, como símbolo de la era atómica que se iniciaba.
Tal vez la humanidad no podrá conocer jamás toda la verdad de lo que aconteció en Hiroshima y Nagasaki, pero con lo que los pueblos de la tierra saben e intuyen basta. Hace ya veintiocho años que sucedieron las más horribles tragedias para ambas ciudades, pero aún persisten el efecto de una decisión y las consecuencias de una acción bélica son miles las conciencias que fueron testigos de una visión apocalíptica que se negaron a creer y comprender.
Japón, al promediar el año 1945 estaba en el preludio de su derrota total y su resistencia había llegado al límite máximo. Pero a pesar de ello, se seguía defendiendo con honor coraje y valentía. Para evitar los desembarcos de las fuerzas norteamericanas, su pueblo había sido armado con las cañas de bambú de puntas afiladas y a modo de lanza, las que, por extraña paradoja del destino, no llegarían a usarse jamás en la lucha que los japoneses pensaban que librarían con sus adversarios.
Después de Hiroshima y Nagasaki, los japoneses comprendieron, con la fuerza de su sabiduría oriental y el brillo de su Sol Naciente, que estaban de rodillas. ¡Frente a la bomba atómica no tenían otra cosa que ofrecer, sino las cañas de bambú!
Si para los Estados Unidos el día del ataque japonés a Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, había sido el Día de la Infamia, para los japoneses y la humanidad, los días 6 y 9 de agosto de 1945 habían sido los Días de la Muerte.
Nada explica el paso dado y la fuerza usada en contra de un pueblo indefenso agotado, con su capital semi destruido, sin aviación y sin marina, aislado del resto del mundo y con una masa hambrienta, con miles de heridos y enfermos, sin viviendas y con familias destruidas y separadas.
Las sangrientas batallas libradas a lo largo de la guerra, habían debilitado las ansias imperiales del Japón y lo conducían por el peldaño de una lenta agonía. Las batallas se sucedían sin tregua, sin descanso, y los japoneses retrocedían cada vez más Guadalcanal Islas Midway, Islas Salomón, Buna y Tarawa al promediar 1945, habían significado para el Japón una dura y amarga derrota. Sólo en Leyte había dejado en el campo de batalla a 68 mil de sus hombres y a 300 mil familiares de ellos esperando ansiosos su retorno que nunca acontecería.
Japón había iniciado su heroica resistencia al avance arrollador de las fuerzas militares norteamericanas el 21 de octubre de 1944 lanzando una desesperada ofensiva, la de los Kamizake. Seis aviones Zero, con el distintivo del Sol Levante, dirigidos por los primeros pilotos suicidas, se habían arrojado sobre el acorazado americano Missouri y lo habían despedazado. Desde ese día dirá posteriormente la historia los mejores pilotos del Japón, poseídos de un extraño sentido del honor patrio y absolutamente conscientes de lo que hacían, se matarán en las cubiertas de las naves de guerra de los Estados Unidos, tratando de detener el avance.
El 19 de febrero de 1945 se realiza el desembarco en lwo Jima la isla clave en el sistema defensivo japonés, con cerca de 5 mil marinos que frente a los cañones japoneses que no cesan su fuego sobre ellos, se enclavan en las playas hasta que, el 23 de febrero, izan la bandera de la victoria. La batalla en una isla de apenas 36 kilómetros cuadrados sella la derrota final del Japón. Ahora será el suelo japonés el que se tapizará de cadáveres y la inexorable ola de destrucción y muerte se confundirá con la miseria, el hambre y las trágicas y sombrías muecas de dolor y congoja de un pueblo obstinado en resistir hasta el final.
Al llegar los primeros días de junio de 1945, el suelo japonés es escenario de la furia de la guerra Okinawa es el último baluarte que habrá de caer, antes de lanzarse a las playas del Japón la ofensiva final. Sin la menor resistencia, 183 mil hombres de la Décima Armada de los Estados Unidos desembarcan en Okinawa, después de haber golpeado sus costas con más de 70 mil bombas en pocas horas.
Okinawa sella la decisión final de los Estados Unidos es necesario la bomba atómica. Este argumento para liquidar la resistencia japonesa, corre desde los Cuarteles generales al Pentágono y del Pentágono a Washington.
El comandante del presidio de 102 mil hombres en Okinawa, General Ushijma, había dejado avanzar a los marinos norteamericanos, y cuando estos no se lo esperaban, había desencadenado un contraataque infernal. La batalla duraría tres meses, y a pesar de sus carros armados y del alto potencial de fuego de sus miles de soldados, los Estados Unidos sólo lograría avanzar 300 a 400 metros al día. Casa por casa, los japoneses resisten y luchan, antes que entregarse, se dejan matar. La muerte de 130 mil japoneses parece no creerse. Un extraño y controvertible sentido del honor patrio, tiende su manto de muerte en Okinawa El General Ushijma, el 21 de junio de 1945, comunica a Tokio su derrota, brinda por el Emperador, y, luego de ver por última vez el campo de batalla, se hace el harakiri.
"Si la resistencia ha sido tan terrible en Okinawa. ¿Qué sucederá cuando los “Marines" desembarquen en las costas japonesas? ¿Tendrán que conquistar esas tierras casa por casa, metro por metro y cadáver tras cadáver?", se preguntan los corresponsales de guerra, confundidos y aturdidos por lo que sus ojos habían visto en Okinawa. Pero la pregunta no es sólo de ellos, también lo es de los círculos militares de los Estados Unidos.
El problema se plantea ampliamente en Washington, y, por último, se toma la decisión suprema para evitar muertes americanas, también japonesas dice Elle Di Ci Torino Leumanns en su obra Paulo Tahashi Nagai, se lanzará la bomba atómica. Se calcula que dos bombas atómicas producirán 400.000 muertos. Y agrega los bombardeos masivos y la conquista del Japón, playa por playa, producirán, en cambio 250 mil muertos americanos y no menos de 2 millones de japoneses.
Las duras derrotas del Imperio del Sol Levante, llegarían a su término en Hiroshima y Nagasaki. Después de Okinawa, para Japón comenzaban los Días de la Muerte, como escribiría, más tarde, ese gran apóstol católico japonés, profesor universitario, sobreviviente de Nagasaki, quien, escribiera Las Campanas de Nagasaki.
La visión de Hiroshima aún persiste. Los pocos que sobrevivieron nunca la olvidarán. Recuerdan ese día que era un 6 de agosto y que exactamente a las 8.15 horas un poderoso B—29, una de las super fortalezas volantes, sobrevolando los cielos de la ciudad se había perfilado hacia el horizonte, y repentinamente todo había quedado blanco, mucho más blanco que el arroz que cocinaban, un blanco que no habían visto jamás y que con fuerza demoniaca lo impulsaba hacia otras piezas fuera de la casa o hacia las calles en que todo se confundía en ese blanco que no habían visto jamás.
Había comenzado una nueva era en la historia de la humanidad y se había iniciado arrancando de raíz lo que era vida, tornando grisáceo lo que era color, llagando miserablemente las fases que eran belleza y tullendo los miembros que eran movimiento. Una ciudad destruida gemía de dolor y desesperación. Más de 150 mil muertos era el saldo que la ciencia aportaba a la guerra y con el cual se iniciaba una nueva era en la historia de la humanidad.
En el primer aniversario de la bomba atómica entre las ruinas de la catedral, ese santo japonés, Paulo Tahashi Nagai, habló a los sobrevivientes, a las autoridades, a los soldados americanos presentes, recordando las víctimas, entre las cuales estaba su mujer, su amada Midori. Dijo Nagai "Sabemos ahora que la bomba atómica que destruyó Urakami estaba destinada a otra ciudad. El piloto fue obligado a cambiar la ruta a causa de la poca visibilidad y parece que el piloto había querido desenganchar la bomba sobre las zonas de las fábricas de guerra, pero las nubes y el viento le impidieron observar bien, y la bomba estalló sobre la catedral, en el barrio cristiano, el único barrio cristiano en el Japón. Si todo esto corresponde a la verdad, Urakami fue inmolada como Cristo, cordero sin mancha, expiación del odio ciego que ha diezmado a la humanidad en esta terrible guerra mundial.
"El 9 de agosto, la inmensa hoguera de la ciudad y de la catedral consagrada a la Virgen, la hoguera en la que perecieron ocho mil católicos, rompía las tinieblas de la guerra y saludaba el alba radiosa de la Paz".
"Felices aquellos que reposan en Dios, los cordero inocentes que fueron inmolados por la Paz. Para nosotros queda la herencia de las ruinas, de los campos desolados, de los queridos perdidos. Pero desde nuestro país vencido, desde las cenizas de nuestra ciudad, elevemos finalmente la mirada al cielo y para los muertos y para los vivos, llegue finalmente la paz duradera sobre toda la tierra".
La paz rogada por Nagai no ha llegado. En 1949, la Unión Soviética inicia sus experiencias atómicas haciendo estallar su primer artefacto, en 1952 lo hace Gran Bretaña, en 1960 Francia, en 1964 China Popular. El mundo no ve detenerse la loca carrera de unos u otros por superar sus arsenales atómicos con nuevas armas y nuevas experiencias.
Hiroshima y Nagasaki parece que nada han significado para la humanidad. Dicen que en el Museo de Hiroshima muchas veces está escrito en el libro de visitantes "It won't happen" "No volverá a suceder".
Esta tarde, recordamos a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki cuando las costas del Pacifico continúan siendo amenazadas por los efectos de las experiencias francesas en el atolón de Mururoa. En nombre de la ciencia y, por supuesto, de la defensa y de la seguridad nacionales. Francia no trepida en desconocer la increíble, dramática y dolorosa experiencia de Japón.
El señor MUÑOZ BARRA, don Roberto (Vicepresidente).- Señor Diputado, ¿me permite?
Ha llegado a su término el tiempo correspondiente al Comité Demócrata Cristiano.
El señor CASTILLA.- ¿Me concede medio minuto el Comité Nacional?
El señor MUÑOZ BARRA, don Roberto (Vicepresidente).- No hay quórum para solicitar un acuerdo.
El señor CASTILLA.- No, se lo pido al Comité Nacional.
El señor MUÑOZ BARRA, don Roberto (Vicepresidente).- El turno siguiente corresponde al Comité Nacional.
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