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- rdf:value = " El señor FERRANDO.-
Señor Presidente, la verdad es que, después de escuchar el análisis político tan importante, documentado y claro que hizo el Honorable señor Aylwin sobre la situación a mi juicio tan amarga que vive Chile, casi parece ofensa abordar un problema regional.
Sin embargo, el país es el país, y tiene que seguir viviendo. Y, al igual que la vida, la nación la constituyen las cosas grandes y las pequeñas. Y muchas veces la suma de estas cosas pequeñas contribuye a la formación de algo que adquiere grandes proporciones y despierta interés.
En la sesión de esta tarde, el Senado aprobó unánimemente un proyecto de ley que presentó en la Cámara el Diputado señor Sergio Merino esa rama del Congreso también lo acogió mediante el cual se ordena a la Industria Azucarera Nacional Sociedad Anónima (IANSA) otorgar, en el plazo de dos años, los recursos y los medios necesarios para construir en la provincia de Cautín una planta refinadora de azúcar de remolacha. Y deseo referirme a esta materia precisamente en el día en que el Senado ratificó la iniciativa en referencia.
Cuando en 1939 se creó la Corporación de Fomento de la Producción, investigando en la primera etapa, en momentos en que todavía se hallaba en pañales lo que podría ser y lo que ha llegado a ser hoy día la CORFO, los técnicos que empezaron a estudiar el desenvolvimiento económico de Chile en forma organizada pensaron que para producir un movimiento de desarrollo industrial en nuestro país era indispensable sentar algunas bases, y naturalmente que a ellas les dieron prioridad en cuanto a los estudios y realizaciones. Entre dichas bases estaba la de dotar a Chile de cuanto fuera necesario para crear una actividad industrial. Y se intensificaron la búsqueda del petróleo y la formación de entidades destinadas a producir energía hidroeléctrica; se estimó imposible pensar en una nación industrial si no había hierro. Y así surgieron los tres primeros grandes pilares de la Corporación de Fomento de la Producción: CAP, ENAP y ENDESA.
Siguiendo sus investigaciones, los técnicos pensaron que en la agricultura chilena había un vacío bastante grande, y que era posible y necesario llenar a través de un mecanismo que fuera no sólo un capítulo de nuestra economía agraria, sino que también liberara a la nación, secundariamente, de incurrir en gastos de divisas para adquirir un producto tan necesario como el azúcar.
Así, desde la partida nació la industria azucarera nacional, a sabiendas de que una industria cuyo único objeto era solucionar el problema del azúcar para el consumo a través de la explotación de la remolacha, era antieconómica. Era más fácil importar el azúcar de caña desde Perú, Ecuador, Cuba, etcétera.
Pero, ¿por qué los técnicos, conscientes de aquello, estimaron conveniente impulsar el desarrollo de la industria azucarera? Porque significaba introducir un cultivo nuevo en la rotativa de la explotación de los productos de la tierra, y esto ya era un factor muy importante. Además, ello significaba incorporar gran cantidad de mano de obra al trabajo agrícola, ocupando al pequeño productor, al pequeño agricultor, y al campesino en una labor remunerativa; y posibilitaba también aprovechar durante el invierno, cuando los pastos escasean, la hoja y la coseta como alimento para el ganado vacuno, a fin de evitarle perder el peso adquirido durante el verano.
Eso era lo que justificaba fundamentalmente la creación de dicha actividad industrial.
Cuando el conjunto de ingenieros encargados por la CORFO de estudiar lo relacionado con la instalación de una industria azucarera en Chile recorrió todo el país para determinar dónde podía iniciarse el proceso, resolvió comenzarlo en la provincia de Cautín. Y el Ministro de Agricultura del Presidente Ibáñez don Alejandro Hales fue quien llegó a un campo todavía existe vecino a la ciudad de Temuco, que pertenecía a lo que entonces se llamaba El Confín, a señalar el terreno donde se construiría la primera planta azucarera nacional y a colocar, en un acto solemne, la primera piedra de la industria y del edificio respectivo. Ahí están el campo demarcado, la primera piedra enterrada y una esperanza que hoy renace gracias al esfuerzo del Diputado señor Sergio Merino, a quien me complace felicitar hoy día desde el Senado de la República por el proyecto que el Poder Legislativo despachó unánimemente, tanto en las Comisiones como en las Salas de ambas ramas del Congreso.
Reitero lo atinente a ese consenso, pues espero que no sea simplemente una expresión para el público de quienes ocupan las diversas bancas de este hemiciclo, pensando en que el señor Presidente de la República, haciendo gala de su habitual actitud de decir hoy una cosa y mañana otra distinta, luego de apoyar lo que dicen sus representantes en la Cámara y en el Senado para ganar la voluntad popular, nos envíe un veto del tamaño del Parlamento para negarnos aquello a que tenemos derecho desde que se inició el estudio de esta materia.
Para la provincia de Cautín, la creación de una planta refinadora de azúcar de remolacha es una necesidad económica, humana.
Se habla mucho del amor que la gente de Gobierno tiene al pequeño campesino, y sobre todo al mapuche de esa región. ¡Ah, los queremos tanto: son el ejemplo de nuestra raza; son toda nuestra tradición y nuestro orgullo! Pero ello se dice sólo de los labios para afuera, porque se sientan en aquellos a quienes alaban y de quienes se glorían, cuando llega el momento de satisfacer sus necesidades; se olvidan por completo de ellos. Les sirven para llenarse de orgullo Lautaro, Galvarino u otro, a quienes tal vez sólo conocen porque alguien les dijo que en la historia criolla de Chile hubo personajes de esa índole, pero sin tener idea de lo que significaron en la formación de nuestra nacionalidad.
Precisamente para ellos y por ellos levanto mi voz en esta tribuna.
Quienes producen hoy día la remolacha azucarera de la provincia de Cautín saben dónde va a parar el resultado de su esfuerzo en este país tan bien organizado y dirigido: las primeras toneladas de la producción del mes de mayo, fueron enviadas mediante el ferrocarril nuestro, desde la estación de Metrenco a la de Llanquihue, porque la planta de Llanquihue, como también lo saben Sus Señorías, tiene mayor capacidad de producción remolachera que aquella zona. Entonces, se les dice: Vayan para allá. Y como aquella planta ya se satisfizo, aun queda producción remolachera y Los Angeles ya tiene suficiente, se ordena a los productores de remolacha que vayan desde Metrenco a la planta de Linares. Y todo esto como consecuencia de no haberse construido la planta productora de azúcar de remolacha que debió haber sido la primera en levantarse en Chile.
¿Significan estas palabras mías que esté defendiendo los intereses de los grandes productores o de los propietarios de los grandes predios, en circunstancias de que grandes predios ya no quedan? ¡No, señores Senadores! La encuesta hecha recientemente por la IANSA en torno de este problema nos indica que, en promedio, los productores no tienen más allá de una hectárea de siembra de esta planta, porque se trata de un trabajo que, fuera de ser bien remunerado, es delicado y requiere de mucha mano de obra. De ahí que las faenas respectivas sean realizadas por los grupos familiares en conjunto. ¿Quiénes realizan esta labor? De entre las 84 personas a las cuales se encuesto, 76 son mapuches y 8 no lo son.
Sé que estas palabras que pronuncio con entusiasmo y calor están relacionadas con un problema que es pequeño, tal vez, si se lo compara con el tema de verdadero interés nacional planteado por el Honorable señor Aylwin. Sin embargo, ellas tienen atinencia con lo que constituye el gran problema económico de la zona que represento.
Espero que lo que hoy ha ratificado esta Sala, sobre la base del proyecto aprobado por la Cámara, sirva para que la Industria Azucarera Nacional se desarrolle en Cautín y pueda ser realidad.
Muchas veces he pensado que si en esa provincia se hubiera invertido un 5% del total de lo gastado en la provincia de Concepción después de 1939 y como consecuencias del terremoto que destruyó esa zona desde luego, no condeno que se haya hecho tal inversión, otra sería la suerte de la zona central de La Frontera.
Ya tendré oportunidad de analizar los problemas de esa región en la próxima legislatura extraordinaria. Quiero referirme a La Frontera y hablar de su historia para empezar a despertar una opinión nacional que me parece necesaria, pues estamos muy próximos a celebrar el centenario de la incorporación de todo ese territorio a la unidad nacional. No se trata del centenario de la fundación de una ciudad o de algo semejante, sino del proceso de integración del país, que en aquel entonces estaba dividido.
Cautín ha sido siempre una región de gran empuje propio, capaz de imponerse cuando todas las puertas se le cierran. Después de haber sido la señalada para construir en ella la primera planta industrial de azúcar en el país, ésta se levantó en Los Angeles. Luego, y sucesivamente, se construyeron las plantas de Llanquihue, de Linares, de Cocharcas y de Rapaco, en Valdivia, y últimamente la de Curicó. Y la verdad es que no sabemos si efectivamente, y por la voluntad realizadora de este gran Gobierno, se construirá la que corresponde a Temuco, en la provincia de Cautín.
Pues bien, los hijos de la zona que represento en este Senado, comprendiendo esa necesidad, empezaron a juntar dinero y valores para formar una sociedad que explotara la industria azucarera. Y cuando ya hace ocho años lograron reunir una suma aproximada al millón de escudos, se presentaron ante las autoridades correspondientes, con la inocencia propia del provinciano, para decir: Tenemos esto. Lo único que recibieron como respuesta fue una sonrisa maliciosa y las palabras del caso: ¡Pero están locos. Si con eso no se hace nada! No obstante, la gente siguió juntando dinero para montar la industria, Cautín es una provincia que se ha estado construyendo sola. Por eso, yo pediría al Gobierno que mostrara qué se realiza allí de importancia que no sea la destrucción de la provincia, con el beneplácito del Ejecutivo. Porque si se habla de la destrucción de la agricultura y de la tierra en esa región, no podemos negar que ella se hizo con el beneplácito del Gobierno, que a veces entregó, mediante contratos bastante dudosos desde el punto de vista moral, la explotación y la destrucción de las araucarias, dejando tal vez, como único recuerdo de esa riqueza nacional, la figura de este árbol legendario en las estampillas y en los cuadros coloniales. Más todavía, la araucaria es una riqueza que no sólo desaparece, sino que su extinción produce el, cáncer de la tierra, pues ésta pierde todo su poder germinativo sin aquélla.
Repito: lo que se ha hecho es destruir. Nada de lo que pueda representar una labor de envergadura dentro del progreso general, ha sido ajeno a una lucha tenaz y constante de los habitantes de la zona.
¡Cuánto me costó convencer a los gobernantes de la época de que era conveniente instalar una planta lechera en Pitrufquén! Pues bien, después de mucho considerarlo, los técnicos de la CORFO lo reconocieron. Logré convencerlos y lo han hecho. La planta lechera de Pitrufquén, donde no se producía ni un litro de leche, el año recién pasado recogió 20 millones de litros. ¡Esfuerzo propio!
Por eso, reclamamos que el Estado, mediante esta ley que acaba de despacharse, haga alguna vez una inversión como la que la provincia de Cautín se merece. Es preciso que el Estado le tienda la mano efectivamente y que sus dirigentes no lloren lágrimas de mujer cuando se enfrentan al pueblo y les echan la culpa a los demás por lo que no fueron capaces de realizar como hombres.
Todos sabemos cómo los hombres de Gobierno hablan respecto de los indígenas y de la preocupación que tienen por ellos. No obstante, les niegan la posibilidad de trabajo. Se anuncia ahora que mañana se promulgará la ley que despachó este Parlamento y que legisla sobre la raza aborigen, en cuya redacción me cupo importante participación, al igual que en la defensa de los legítimos derechos de los araucanos. Es posible que allí nuevamente se los reúna y se les hable del interés que los actuales gobernantes tienen por los mapuches. Sin embargo, junto pon promulgarse dicha legislación, es también seguro que se enviará otra iniciativa para modificar aquélla, porque en el curso de la tramitación de la anterior el Gobierno no tuvo el tiempo necesario para manifestar su opinión.
Estoy consciente de que en Chile gozamos de libertad de expresión; pero yo, cómo ciudadano, como representante de esa provincia y como Senador chileno me da vergüenza decirlo, pero es preciso hacerlo, quiero manifestar mi anhelo de que alguna vez, entre aquellos que deben tener oídos para oír y ojos para ver, haya alguien que oiga y vea lo que está ocurriendo a su alrededor en el país que gobiernan y procure hacerse digno del puesto que está desempeñando.
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