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- rdf:value = " El señor JULIET.-
Señor Presidente, hace más de cuatro años, poco antes de iniciarse los experimentos franceses con artefactos nucleares en el Pacífico Sur, la Comisión de Relaciones Exteriores de esta Corporación celebró importantes sesiones destinadas a precisar las graves proyecciones que para el país y el mundo tiene su ejecución.
Tan serios fueron los antecedentes que técnicos y científicos proporcionaron en ella, que unánimemente se calificó de inconveniente y desastroso -yo agregaría monstruoso- este tipo de experimentos. Se dieron a conocer casos de tal dramatismo, que difícilmente podríamos olvidarlos quienes participamos en aquellas memorables sesiones.
Los horribles sufrimientos de las víctimas de la radiactividad nos impulsaron, con mayor fuerza, para protestar por este atentado.
No faltaron quienes, en aquella oportunidad, consideraran que la Comisión de Relaciones Exteriores había exagerado el margen de sus atribuciones, o había tratado asuntos que podían, en cierto modo, inquietar a la opinión pública. Quienes participamos en esas reuniones tuvimos plena conciencia de que era nuestro deber tomar conocimiento pleno de los alcances y consecuencias que podían reportar las experiencias atómicas que el Gobierno francés realizaba en el Pacífico.
Durante todo este tiempo, desde nuestro estudio hasta hoy, los Gobiernos americanos colindantes con el océano Pacífico han permanecido indiferentes, con una indolencia suicida, frente a la pertinaz acción del Gobierno francés de continuar efectuando sus experiencias atómicas. No me extraña la actitud de los Gobiernos americanos, ya que parece como de sus destinos permanecer tan separados de los grandes lineamientos de nuestro continente y de las aspiraciones del hombre americano.
Durante este mismo lapso, dichos Gobiernos, y entre ellos el nuestro, se han limitado a realizar una labor diplomática estéril. Las notas de advertencia o de protesta que han elevado ante el Gobierno francés han resultado ineficaces. Permanecemos en el mismo estado de inquietud de hace cuatro años, sin contribuir a que se paralicen las experiencias atómicas y, con ello, a impedir las graves consecuencias que pueden reportar a la humanidad.
Hace cuatro años, el Ministro de Relaciones Exteriores expresaba que su Ministerio "se ha preocupado de mantener las relaciones internacionales y la necesaria coordinación de todos los servicios dependientes del Ministerio y del Presidente de la República, como la Comisión de Energía Nuclear, para llevar adelante todo estudio o investigación sobre la materia y la participación de Chile en conferencias especializadas, como la de desnuclearización en América Latina, que se efectúa en estos momentos en Méjico". Y agregaba que en esa conferencia celebrada en Méjico "algunos países latinoamericanos, entre ellos Chile, propusieron hace dos años un tratado de desnuclearización de América Latina, que consistía en crear un compromiso jurídico entre los países latinoamericanos para que ninguno de ellos produjera, adquiriera o almacenara artefactos nucleares de uso bélico".
Pero lo más grave es que, a pesar del conocimiento que tenemos del peligro inminente que nos amenaza, contemplamos con imperdonable conformidad la realización de los experimentos franceses en el atolón de Mururoa, a menos de siete mil kilómetros de Santiago y, lo que es peor, con una poderosa corriente de aire hacia la Isla de Pascua y al norte del país, a una velocidad media de doscientos kilómetros por hora.
El Gobierno francés, en reiteradas declaraciones oficiales, ha expresado que la realización de su programa nuclear no significa riesgo alguno para nuestros pueblos ni para el resto del mundo.
¿Por qué, entonces, no ejecuta sus experimentos en los mares adyacentes a su territorio? Nada tampoco nos ha dicho ese Gobierno en cuanto a la forma como podrá responder del daño que pueda producirse sobre las generaciones por nacer, o si en su imperturbable actitud nos considera como pueblos constituidos por hombres aptos para experimentos físicos.
Sabe el Gobierno francés que hace años pretendió hacer las mismas experiencias en el continente africano, y que algo hizo sobre el particular. Allí encontró la repulsa total de todos los Gobiernos, los que unidos representaron no una expresión científica concluyente o definitiva respecto a un posible daño humano, económico o social, sino la hipótesis de que era muy probable que las experiencias nucleares contribuyeran a producir en el hombre alteraciones biológicas de irreparables consecuencias, y, en sus territorios, transformaciones que podrían variar sustancialmente los medios de vida y los recursos económicos de que disponen.
Así fue como no efectuó sus experiencias en el Africa y decidió realizarlas en el Océano Pacífico.
Sabe también el Gobierno francés que las experiencias que hoy día realiza podrían efectuarse, quizás con mejores y más amplios resultados, en laboratorios, sin poner en peligro al hombre y a la tierra que este hombre habita.
Sabe también el Gobierno francés que las dos potencias más grandes del mundo, Estados Unidos y Rusia, que sobrellevan múltiples diferencias internacionales, sin embargo se unieron, en un tratado multilateral, para proscribir las experiencias nucleares e invitaron a todos los países del mundo a suscribir su acuerdo. Sólo se han abstenido en este propósito internacional China y Francia, lo que desde ya nos está significando que todos los pueblos de la tierra repudian las experiencias nucleares y contribuyen, con las firmas de sus gobernantes, a que ellas no se realicen en nuestro planeta.
Sabe el Gobierno francés que las experiencias ya adquiridas por Estados Unidos y Rusia, en los numerosos experimentos que realizaron en Bikini o en territorio ruso, han sido entregadas por los hombres de ciencia de sus países, o por otros hombres de ciencia interesados en las mismas materias. Si el Gobierno francés insiste en sus propósitos, no es más que una actitud inmodesta, de posición internacional de gran potencia, que no se aviene con la grandeza de la historia de Francia, que ha iluminado al mundo y que a los hombres de todo el orbe ha entregado rutas para su perfeccionamiento y para la convivencia con los demás pueblos y con los demás hombres. Todos los seres de la tierra hemos admirado a Francia y a sus hombres por lo mucho que han dado a la humanidad; pero hoy, por lo menos yo, repruebo con vehemencia la actitud indiferente con que en la actualidad realiza experiencias que probablemente habrán de reportar consecuencias irreparables y que habremos de lamentar en algunos años más.
Ocupo, pues, la tribuna que me ha dado el pueblo ante el Senado de Chile para alzar mi voz en contra de los experimentos atómicos en el Océano Pacífico. Desde aquí llamo a la reflexión al Gobierno francés para que ponga término a su acción; pero, en todo caso, invito al Gobierno chileno a elevar nuevamente su más enérgica protesta por esta acción tan lesiva para el hombre, y le pido que en ella haga ver al Gobierno francés que nosotros, los chilenos, miramos los propósitos que se llevan a efecto en Mururoa como una agresión a nuestro continente y a sus hombres, como una agresión a Chile y a los chilenos.
Llevamos, repito, más de cuatro años de silencio, que puedo estimar culpable. Las esporádicas y muy débiles reclamaciones nuestras han pasado inadvertidas, y no han merecido una respuesta satisfactoria. Pareciera que fuimos vencidos cuando no prosperó en la 52ª Conferencia Interparlamentaria Mundial de Belgrado el Proyecto de Acuerdo presentado por la Delegación chilena tendiente a impedir que Francia continuara desarrollando sus experimentos nucleares; o cuando tampoco prosperaron las muchas otras convenciones suscritas por Chile en tal sentido; o cuando el intercambio de notas oficiales entre los respectivos Gobiernos no surtió efecto; o cuando las intervenciones personales del Jefe del Estado o de nuestras representaciones diplomáticas fracasaron.
¿Desesperanza? ¿Conformidad, acaso?
Ni las conclusiones científicas ni las actitudes de los demás pueblos del mundo han logrado hacer recapacitar al Gobierno francés. De nada han servido los acuerdos reiterados de suspender las explosiones que contribuyan a aumentar las perniciosas consecuencias que la humanidad ha estado soportando por esta causa. Pero nosotros ¿no podemos adoptar una posición viril y enérgica como el continente africano? ¿Somos pueblos sin destino?
Inquietud ante continuación del programa nuclear.
Se ha renovado la campaña de repudio a estas prácticas nucleares desde el momento en que se conoció la decisión de Francia de continuarlas en el Pacífico Sur. Mayor ha sido la alarma provocada a raíz de la catástrofe que azotó a una extensa y poblada región del Perú.
Se niega enfáticamente que dichos experimentos tengan alguna influencia en los movimientos sísmicos, pero quedan flotando graves interrogantes y peligros ciertos que reclaman y exigen toda nuestra preocupación.
No se trata sólo de mantener la paz entre los pueblos, sino, por sobre todas las cosas, de evitar graves daños genéticos y mentales, que en las futuras generaciones pueden alcanzar caracteres pavorosos. En suma, se trata de luchar por la preservación dé la especie humana, víctima de desatadas ambiciones de poderío, de un genocidio del que no podríamos ser cómplices ni encubridores.
Por eso, ayer y ahora, elevamos nuestro clamor y la más enérgica protesta ante la persistente actitud del Gobierno francés, que, impedido, como he dicho, de ejecutar su programa en Africa del Sur, instaló su polígono de pruebas nucleares en esta parte del hemisferio, sin reparar en los daños que causa a nuestros pueblos.
Alarmante incremento de la radiactividad ambiental.
Los efectos de la radiactividad sobre los países del Pacífico, en el caso de los experimentos franceses, dependen, entre otros factores, de la altura a que se efectúe la experiencia, de las corrientes atmosféricas y de la magnitud de la explosión.
Según los informes de los asesores técnicos de la Comisión Nacional de Energía Nuclear, una explosión bajo la troposfera tiene un radio destructor de mil kilómetros de alcance; pero si se realiza en ella misma, los vientos y corrientes atmosféricas extienden la contaminación por todo el orbe.
El doctor Eduardo Cruz Coke, Presidente de la Comisión de Energía Nuclear, en aquella época recordaba, entre otras interesantes informaciones que proporcionó a la Comisión de Relaciones Exteriores en las sesiones a que aludí, que en las ex-periencias en Bikini, realizadas en 1954 por los Estados Unidos de América, se estableció el alcance de los rayos alfa, beta y gama, que, aun cuando no exceda de mil kilómetros, deja la interrogante respecto de otras partículas y rayos que se descubran más adelante y que extiendan sus efectos a mayor distancia.
La propagación de la radiactividad proveniente de esa experiencia, por los vientos alisios en cuanto a su alcance local, y por los troposféricos, en forma global, la hizo abarcar todo el hemisferio, según nos hizo ver el Comandante de Escuadrilla don Sergio Bravo Flores, Asesor de la Comisión de Energía Nuclear.
Agregaba, además, que por procesos meteorológicos desconocidos, en la alta atmósfera existe un intercambio de masas de aire y corrientes aéreas que hace que las partículas del hemisferio norte pasen al hemisferio sur.
Para medir la importancia de esta magnitud de radiación, el Profesor Efraín Friedmann, uno de los pocos científicos nuestros que han sido invitados a participar en los estudios que sobre el particular se han realizado en el mundo, decía que debe tomarse en cuenta que, además de las explosiones nucleares efectuadas deliberadamente por el hombre, existen radiaciones naturales provenientes de varios elementos entre los cuales nos desenvolvemos. De ahí, puntualizaba, la importancia moral que significa aumentar en algún porcentaje la radiación natural por medio de explosiones atómicas.
El efecto de la radiación se mide por la dosis total que se recibe y por el tiempo y la intensidad con que actúa. Por eso, una radiación muy intensa puede, por un tiempo breve, provocar daños pequeños, pero actuará por toda una generación. No podría hablarse exactamente de porcentaje cuando se trata de radiaciones de esa naturaleza, precisamente por la transitoriedad del fenómeno; pero un hecho de este tipo produce alteraciones en la vida normal de la población y cierto grado de pánico.
Por su parte, el profesor Jorge Zamudio Cristi, físico nuclear de la facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, expresaba que las bombas sobre un megatón producen energía suficiente para alcanzar con substancias radiactivas la estratosfera en una proporción importante, de manera que las experiencias francesas alcanzarían dicha altura con seguridad y se proyectarían, eventualmente, también a nuestro continente. A pesar, agregaba, de la confianza que tengamos en que se detonará en condiciones meteorológicas favorables, no se puede hacer nada frente al aumento de substancias radiactivas hasta esa altura, desde donde se repartirá a todo el orbe.
El profesor José Tohá, biofísico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, al referirse a la dosis mínima de radiactividad, manifestó que experimentos realizados de acuerdo con el programa de la Universidad de Michigan prueban que con radiaciones de energía muy pequeñas, menores que aquellas que constituyen una unión química, es posible producir alteraciones moleculares, como por ejemplo en una molécula ribonucleosa, que es una proteína celular. El daño se produce por el efecto de sumación de dos energías que independientemente podrían ser ineficientes para producirlo, lo que demuestra que toda radiación es dañina.
Respecto de la distancia estimada como segura, expresó que no le parecía entendióle referirse a una eventual área de seguridad y a otra de peligro a partir de cierto número de kilómetros de distancia del punto de la detonación. Al efecto, citó un artículo del sabio y Premio Nobel, Linus Pauling, que se refiere específicamente al carbono 14.
Producida la explosión de una bomba, habrá en el aire neutrones, una reacción de neutrón-nitrógeno que va a traducirse en la formación de cierta cantidad de carbono 14, perfectamente medible dada la intensidad conocida de una explosión. Este carbono tiene una vida media de cinco mil años, más o menos. De ninguna manera puede decirse que desaparezca la radiactividad o que siquiera se reduzca a la mitad, porque las corrientes atmosféricas se encargarán de que la radiactividad que contienen se distribuya entre los diversos factores humanos en una proporción que pudiera estimarse en un tercio a la atmósfera y dos tercios al océano. Es perfectamente posible entonces el análisis del doctor Pauling, para suponer que el efecto del carbono durará tanto cuanto dure la radiactividad que contenga.
Don Enrico Stuardo, de la Sección Dosimetría de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, afirmó que, desde el punto de vista científico, ha de tenerse presente que cualquiera que fuera la altitud a que la explosión nuclear se efectúe, los daños serán enormes.
La revista "Newsweek", en septiembre de 1956, publicó un croquis en el que se observa cómo la explosión de las islas Marshall provocó una lluvia radiactiva que alcanzó por el este hasta Nueva York y Terranova, y por el oeste, hasta la zona norrodesiana. Es decir, se extendió a sectores que están entre sí a distancias mucho mayores de las que nos separan de cualquiera de las experiencias francesas en el Pacífico.
No es necesario agregar mayores antecedentes para comprender todo el inmenso significado de estas explosiones que aumentan los peligros de la radiactividad ambiental.
Contaminación de los alimentos.
El daño no se producirá tanto a través del agua que beberemos o del aire que respiraremos, sino por la cantidad de partículas desconocidas y radiactivas que ingeriremos ; por ejemplo, a través de las verduras o la leche y de los peces y demás organismos recogidos del mar, según expresaba el profesor Zamudio, al referirse a tales partículas desconocidas y radiactivas, altamente inestables y sin probabilidades ciertas de que lleguen directamente a las zonas habitadas, atravesando las distancias que las separan del centro de la explosión. No existe, agrega, medida alguna que nos resguarde de la radiactividad, salvo la de que las detonaciones de artefactos nucleares no se produzcan.
La posibilidad es que ocurran precipitaciones radiactivas de carácter transitorio en las proximidades geográficas de la explosión, que tienen la particularidad de ser más intensas, con daños que obligan a suspender el consumo de productos agrícolas. Así sucedió, por ejemplo, con una explosión atómica subterránea en los Estados Unidos, que ocasionó daños de esta índole cuando una falla de la corteza terrestre produjo contaminación de elementos radiactivos de carácter transitorio, lo cual obligó a las autoridades a tomar medidas preventivas de abstención de consumos habituales por la población, tales como la leche.
Además, se tiene la experiencia de Bikini, realizada por los Estados Unidos de América en 1954. En esa oportunidad, un pesquero japonés que no fue interceptado por los buques que ejercían vigilancia en el área, fue alcanzado por sustancias radiactivas producidas por la explosión, lo que trajo como consecuencia la muerte de uno de sus tripulantes y el tratamiento intensivo a que debió someterse a los demás, a fin de que recuperaran la salud. Ahí quedó claramente establecido el alcance de los rayos alfa, beta y gama, el que no excede de los mil kilómetros. Pero la gran incógnita es determinar si otras partículas y rayos que se descubran mañana, extienden sus efectos a mayor distancia.
De lo expuesto se desprende la imposibilidad de contrarrestar con los medios de que dispone hasta ahora la ciencia, la radiactividad que se transmite por múltiples caminos, especialmente por aquellos alimentos extraídos del mar y que consecuencialmente afectan en mayor medida a poblaciones como las nuestras. La cordillera misma aumenta el peligro para nuestra zona al producir precipitaciones radiactivas locales tres a cinco veces superiores a las de zonas extendidas, como la planicie argentina o el Atlántico sur.
Funestas consecuencias económicas.
Incontables son los perjuicios de orden económico que la radiactividad trae consigo. Afecta, entre otros, a la suerte de las especies marinas, su flora y fauna en general.
Al efecto, podemos citar el caso de las anchovetas que existen en la zona norte del país. De acuerdo con los estudios de corrientes marinas en el Pacífico, esas especies no migran entre la zona de la explosión y zona central del Pacífico y las costas de Chile. Como no existen en la región de la Polinesia, no es posible pensar que especies marinas contaminadas de la zona de la explosión aparezcan en las costas nacionales: son las corrientes marinas, al igual que los vientos, las que pueden transportar desechos radiactivos. De acuerdo con los conocimientos generales, estas corrientes, luego de recorrer cinco mil a seis mil kilómetros, en un tiempo estimado por los franceses en un año y medio -pero que según nuestros datos puede ser de tres a seis meses-, podrían traer productos radiactivos a esta zona. Es imposible, con los actuales conocimientos, cuantificar la importancia de ese arrastre. Hay muchos factores desconocidos, como el caudal de las corrientes cálidas que se mezclan con la corriente de Humboldt, y muchos otros más, como los fenómenos de concentración. Se ha observado que estos últimos se manifiestan, por razones biológicas, en los productos radiactivos, en las plantas, seres microscópicos, plancton y especies marinas. Hay plantas marinas que concentran cien y mil veces la dilución natural de los productos radiactivos.
Largo sería enumerar los múltiples trastornos económicos provocados por las detonaciones de artefactos nucleares; pero, en todo caso, es fácil comprender su enorme influencia en este orden.
Trágicas consecuencias biológicas para la humanidad.
El drama humano que en el aspecto biológico crea la radiactividad sobrepasa los límites del peligro y provoca el horror de la tragedia que ya empezó con las primeras detonaciones de artefactos nucleares. Allí está Nagasaki, donde siguen aún muriendo las víctimas de las explosiones y donde -óigase bien- de cada siete recién nacidos en los últimos años, uno es anormal; cifra aterradora, que necesariamente nos obliga a adoptar actitudes enérgicas contra estas prácticas homicidas.
Respecto de este punto, de la mayor importancia es la opinión del profesor Gustavo Hoecker, especialmente cuando se refiere al problema genético.
Las observaciones del eminente científico nos causaron una extraordinaria impresión. Nos dijo que el peligro de la radiación es muy poco aparente para el lego en la materia, porque, por una parte, sus efectos son estadísticos, difíciles de medir y, por otra, porque son permanentes. La base del problema consiste en que los seres vivos son lo que son porque reciben y mantienen dentro de sí mismos, y a través de las generaciones "mensajes", término que se usa en genética y que traduce exactamente la idea. Cuando un ser vivo es concebido, los padres contribuyen con una célula, y en ella existe un "mensaje" que está dado por substancias químicas de alta organización, cuyas palabras, traducidas en forma simbólica, están escritas en lenguaje químico, y organizadas en moléculas muy grandes, que se autoduplican. Es decir, cada vez que se crea un nuevo gameto para un nuevo ser vivo, se crea sobre la base de la reproducción de este "mensaje", que es el resultado de la selección natural, trabajando millones de años. Cualquiera modificación del material hereditario es perjudicial si ocurre al azar, sin que hasta el momento existan medios seguros para impedir este daño.
La energía nuclear, al pasar a través de las moléculas, abre un camino que va a destruir una parte del "mensaje", de tal manera que la probabilidad de daño es directamente proporcional a la cantidad de radiaciones que se apliquen. El daño que se produce en el hombre se traduce en que el individuo afectado, si sobrevive, deberá ser tratado por el resto de su vida, y, como es un "mensaje" que se auto-copia y transmite, si se copia equivocado, se sigue transmitiendo equivocado. Estas copias equivocadas, que afectan a la adaptación del individuo, en definitiva, se eliminan.
Y repito la pregunta del profesor Hoecker: "¿Cuánto durará antes de ser eliminado el material dañado en el organismo, o sea, en cuántas generaciones se va a eliminar el material hereditario?". "Saber la respuesta" -explica él- "depende de si este factor hereditario es dominante o recesivo. Si es dominante, inmediatamente se hará presente el daño, y la humanidad tendrá que tomar la decisión de eliminar o no al individuo tarado".
Existe otro tipo de daño que no se evidencia sino cuando se juntan dos células sexuales que tienen el mismo tipo de herencia, lo que se designa con el nombre de factores recesivos.
Cualquiera de nosotros está expuesto a que nuestros hijos los porten y señalen características aberrantes.
Estos factores recesivos se transmiten de generación en generación, eliminándose una pequeña fracción cada vez. Nadie conoce los factores recesivos que uno porta. Aparecen estos factores con una frecuencia proporcional a la cantidad de personas que los tienen en su material genético." Estos factores recesivos, esta carga, demora en eliminarse una enorme cantidad de generaciones.
El principio establecido en convenciones internacionales de genetistas es que no se debe por motivo alguno aumentar esta carga genética, por ser contraria a la especie humana.
Se sabe además, por experimentos y observaciones, que la cantidad de mutaciones aumenta en proporción directa a la cantidad de radiación que existe.
Marcha de silencio en el Perú.
Todos conocemos la noticia que nos trajo el cable a principios de este mes de julio, en el que se da cuenta de la reacción de las madres peruanas, que realizarán una "Marcha del Silencio" en Lima, hasta la Embajada de Francia, a fin de que se suspendan las pruebas nucleares que se realizan en el Pacífico.
La marcha, que se efectuará el 14 de julio, constituirá la condenación más emocionante, y revela toda la inmensa pena que aflige no solamente a las madres de Lima, sino a todos los seres humanos. Esas madres, vestidas de riguroso luto, habrán de golpear la conciencia de quienes en forma desaprensiva desconocen las fibras más sensibles que golpean a la humanidad.
Es de esperar que, apoyadas por el Movimiento Mundial de Madres, con sede en París, sean oídas como una súplica necesaria para atravesar la roca impenetrable que cubre la actitud del Gobierno francés.
El Senado de Chile y su responsabilidad ante la historia.
Este recinto, que guarda celosamente sus tradiciones democráticas; respetable por el prestigio alcanzado a lo largo de una existencia ininterrumpida de más de ciento cincuenta años; que ha sido testigo de las actitudes humanitarias de los más ilustres personajes que han sido sus miembros, debe estremecerse ahora al oír estas palabras de duro repudio a la acción de la noble Francia; hacia una nación a la que hemos estado ligados por firmes y sinceros lazos de amistad; a una nación que nos proporcionó un valioso aporte humano en todas las ramas del saber, cuyos descendientes son compatriotas nuestros y comparten nuestra inquietud.
Señores Senadores, ni las heroicas madres peruanas, ni las abnegadas madres de nuestra patria, ni las madres del mundo podrán estar solas en esta lucha mientras el Senado chileno sepa cumplir con su deber, como siempre lo ha hecho.
De pie, con la fuerza que nos da la razón, en nombre de la humanidad, rechazamos enérgicamente la continuación de las experiencias nucleares francesas, expresando todo el repudio del pueblo chileno.
Nuestros antecesores en este Parlamento, uno de los más antiguos del mundo, de vida democrática y continuada, nos alientan con el recuerdo de su acción para defender el porvenir de las futuras generaciones chilenas.
Es cuanto quería decir.
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