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- rdf:value = " El señor CASTRO.-
Señor Presidente, Honorable Senado:
Cavilé largo tiempo sobre la conveniencia de improvisar o de leer este homenaje. Me parecía que decir algunas palabras respecto de un maestro de la estatura intelectual de Moisés Mussa, tal vez, hacía necesario escribir una pieza oratoria. En el silencio de los anaqueles, se tala mejor el concepto y quizás llega la imagen más feliz y adecuada. Pero, por último, me incliné por la improvisación, teniendo en' cuenta la sencillez, que, a mi juicio, es uno de los sellos característicos de la personalidad del hombre al cual homenajeamos hoy día y al que tributarán su admiración los profesores y alumnos del más alto plantel universitario, la próxima semana, y a quien conocerán y oirán el sábado venidero los modestos estudiantes de la escuela pública Nº 1 de Rancagua, que tendrán oportunidad de escuchar, ya de labios del personaje central, las mismas palabras que como profesor primario dictara en ese plantel, recién egresado de la Escuela Normal.
Moisés Mussa; para quienes no lo conocen, es un hombre que ha recorrido muchos países del mundo llevando la lámpara de su talento, el resultado de la cosecha de sus lecturas; en fin, ese material tan abstracto y sólido a la vez, producto de la ilustración y la sensibilidad espiritual.
Durante cincuenta años ha diseminado el producto de esos trasiegos. Se me ocurre que resulta saludable hablar de él cuando entera medio siglo de labor y todavía continúa en actividad, en instantes en que en este país pareciera que toda la gente está nerviosa por acogerse a la brevedad al retiro prematuro.
Mussa, siendo ya acreedor al descanso por tanta labor cumplida, continúa en la Universidad Técnica, en ese instituto, en el otro, en ese centro, en el de más allá, ilustrando a las nuevas generaciones y, lo que es mucho más importante, y por eso me entusiasma el homenaje -también vale la pena traerlo a colación cuando se habla de la reforma universitaria y de la modificación de los estatutos que reglan nuestra educación-, trasmitiendo su mensaje con una actitud que penetra en el pueblo y hace sentir solidario al modesto muchacho, al hombre de la calle. Ojalá quienes estudian las reformas universitarias, cojan en la personalidad de Moisés Mussa el material necesario para crear las condiciones, con el objeto de que los nuevos profesionales chilenos, bajando de las viejas torres de cristal, sean capaces de traspasar su capacidad, su cultura
y su talento con la sencillez que permita no sentirse inferior a quien empieza a caminar por las largas huellas de los libros y del estudio.
Quizás este homenaje a Moisés Mussa podría transformarse también en un homenaje a la colonia árabe y, especialmente, a los sirios llegados a nuestro país.
Su padre, don David Mussa, tenía una pequeña tienda en el barrio de mi pueblo, donde yo me estrellé con los crepúsculos, corriendo tras un volantín imposible. El señor Mussa era un sirio que llegó a Chile a comienzos de siglo, procedente de un pueblo llamado Darati. Instaló su negocio con sacrificio y esfuerzo y comenzó a educar a sus hijos. Moisés Mussa fue a esa escuelita pública que mencioné hace un momento y compartió con el compañero de banco las agujas de hielo del invierno. Luego de superar todos los cursos, llegó a la Normal y, una vez recibido, regresó a la misma escuela como maestro, para poder financiar sus estudios universitarios.
El padre de Mussa, entonces, es parte de ese sector del pueblo sirio que ha sufrido invasión tras invasión y que a principios del siglo, gimiendo bajo el yugo del imperio otomano, tal vez para evitar ser carne de cañón en los lugares de vanguardia de la conflagración primera, tomó el barco para atravesar los océanos y navegar durante meses. Llegó a Argentina y, después, a lomo de mula, cruzó hacia la incertidumbre de un país ubicado en el último rincón del mapa.
Esos sirios se incorporaron a nuestro progreso: no vinieron a amasar fortuna para luego llevarla al exterior. Sus descendientes, uno profesor, el otro médico, el de más allá, abogado, arquitecto, ingeniero, pasaron a ser piezas vitales en nuestras transformaciones, en nuestro devenir nacional. Cuando regresan al pueblo de sus antepasados, Darati, o a otros lugares de Siria, hablan de Chile. De aquí llevan una mentalidad rejuvenecida, pero los de allá, con su sabiduría de siglos, tampoco han sido remisos al progreso y a las rebeldías.
En este momento, los pueblos árabes, viniendo desde el atraso en que los sumió el colonialismo, se levantan para poner dique a la acción del imperialismo en aquellas zonas. Con su coraje, con su acción combativa, y sobre todo por la identificación con las ideas nuevas, dan ejemplo a la humanidad y a los demás pueblos y los mueven a luchar por su destino y por su liberación económica.
El Honorable señor Aniceto Rodríguez recorrió Siria hace algunos días y, al regresar, volcó sus impresiones en una conferencia que ha sido publicada en un folleto. Me place comprobar que haya tenido un amplio enfoque para apreciar lo que los sirios están haciendo en aquella tierra difícil, y el acierto demostrado al ilustrarnos con el resultado de esas experiencias.
Pareciera que Siria y todos los pueblos árabes son muy viejos; pero, por obra y gracia de la sabiduría que cogieron, tal vez del devenir de la humanidad, permanecen eternamente jóvenes.
Cierta vez, en un acto celebrado en un teatro de Santiago, yo dije que "al viejo Nilo le están enseñando a leer". Efectivamente, un poco por el Nilo, un poco por el Eufrates, en fin, por aquellas corrientes que atraviesan los viejos templos sagrados, navegan las nuevas ideas de que se nutren los hombres y combatientes de los pueblos árabes. Y si bien es cierto que el llamado del muecín desde los minaretes de las mezquitas está viejo, está cargado de tiempo, no lo es menos que, precisamente, el ensamble de las culturas ha permitido a los árabes transformar el llamado de madrugada del muecín, ya no en una arenga para continuar defendiendo viejas concepciones, sino, sencillamente, para despertar ahora en su corazón la necesidad de tranquear definitivamente hacia su liberación política y económica.
En mi pueblo, en Rancagua, los apellidos sirios están entroncados a las actividades principales del pueblo. Son hijos de aquellos sirios que llegaron a comienzos de siglos y los he tenido por compañeros en el colegio, tal vez en el campo deportivo o en la reunión social. Ahí están los Bitar, los Yarad, los Anich y los Cumsille; en fin, tantos de ellos. Son camaradas de toda la vida; compartieron cada una de nuestras inquietudes. Seguramente un poco mayor, Moisés Mussa vino en el tiempo en que la ciudad era una pequeña aldehuela, y en el único tranvía, que como un diamante fino atravesaba la ciudad cortando el cristal de la siesta pueblerina, fue a las aulas y se ilustró. Luego, con sus estudios en la universidad y en el exterior, terminó no sólo por prestigiar al país de sus antepasados, sino que por último echó su cuarto a espadas de talento por el pueblo mío, que también es el de su infancia.
Muchos de los presentes saben que Moisés Mussa maceró el espíritu en la Escuela Normal y en la universidad, como también en muchos otros centros donde, en silencio, anónimamente, se está trabajando el pensamiento. Por eso, cuando ha cumplido cincuenta años de docencia puede tener la altura de espíritu necesaria no sólo para exhibir vitalidad y continuar en el trabajo, sino también la modestia y sencillez que sólo es propia de los espíritus selectos.
Ruego enviar una nota a este hombre ejemplar, que con su esfuerzo fue a doctorarse en la asignatura de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, y al que luego, en atención a sus relevantes méritos, se le confirmó su título en universidades de Estados Unidos. En dicha comunicación debemos hacerle ver que su existencia, si bien sencilla y modesta, no ha pasado inadvertida para esta Corporación; que Chile está agradecido de él y de sus antepasados; que los chilenos no tenemos mala memoria, y que la gratitud es una buena moneda, que en un momento dado podemos echar a correr en el cristal del espíritu, en la explanada de las emociones.
Termino, señor Presidente, agradeciendo a Moisés Mussa como rancagüino, como chileno y como ex alumno de la Escuela Nº 1, el haber hecho llegar tan alto el intelecto de mi pueblo y el nombre de mi patria.
He dicho.
El señor AGUIRRE DOOLAN.-
Muy bien.
El señor LUENGO (Vicepresidente).-
Si le parece a la Sala, se enviará la nota en los términos señalados por el Honorable señor Castro.
"