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El hecho es que los diarios así han informado, y celebro que el señor Senador no esté conforme con lo que la prensa dice porque me encontrará razón, y plena, cuando yo analice lo que ésta ha expresado de mí, seguramente con los mismos antecedentes con que califica, traduce gráficamente y fotografía lo que llama trincheras.
Pero hoy el país ha sido notificado -y por lo tanto debo insistir en que esta sesión aparece baladí e insustancial- de que estamos en vísperas de una crisis institucional si el Congreso, vale decir, clara, rotunda y categóricamente, el Senado, insiste en su política frente a los reajustes. Esto sí que es grave. Esto sí que es importante. Por lo tanto, tengo la obligación de presentar excusas al país y al propio Senado por ocupar un tiempo quizás algo amplio en esto que ha sido tan criticado, desde tantos ángulos y en forma tan aviesa, artera y cobarde.
Relato circunstanciado de los hechos.
Honorable Senado, voy a hacer un relato muy circunstanciado, inicialmente. Pero deseo que sepan Sus Señorías que empezaré por hacer referencia a la campaña publicitaria, periodística y radial, para destacar el objetivo político de esa campaña; y que, por último, haré presente mi punto de vista sobre cómo entiendo las repercusiones de ella en el ámbito del Senado.
Relato circunstanciado. El sábado 17 de febrero apareció en la prensa del país una denuncia del Gobierno boliviano: la de que cinco guerrilleros atravesarían la frontera o la habían atravesado. Ante este hecho de extraordinaria importancia nacional e internacional, llamé por teléfono, a su casa, al señor Ministro del Interiordon Bernardo Leighton -tuve derecho a hacerlo, por la dilatada amistad que con él me une, cordial, a veces, no cordial, otras- y le pedí que conversáramos en el Ministerio. Accedió y concurrí, a pesar de que me dijo que entregaría el Ministerio, el lunes, al señor Edmundo Pérez. Expresé a Bernardo Leighton que entendía que la presencia de los guerrilleros procedentes de Bolivia era, para el Gobierno de Chile, no una brasa, sino una hoguera en las manos, y que quería, en lo que pudiera, ayudarlo, siempre que el Gobierno me dijera, por su intermedio, cuál sería su actitud. Bernardo Leighton no demoró un minuto en responderme que el Gobierno respetaría la vida, la dignidad de estos hombres, y que las leyes chilenas serían aplicadas con rigor. Me agregó que no cabía asilo político. Le repliqué que cabía, sí, refugio político. Estuvimos de acuerdo, y en tal sentido hice declaraciones al salir: di a conocer cuál iba a ser la actitud del Ejecutivo y que yo, implacable opositor de la Democracia Cristiana en el Gobierno, la reconocía justa.
El domingo, día 18, viajé al norte. ¿Por qué lo hice, señores Senadores? Porque tenía una gran inquietud. Imaginaba lo que podía ocurrir. He sido Senador por Tarapacá y Antofagasta; conozco la frontera chileno-boliviana y sé dónde están los retenes de nuestros Carabineros. Y sé, con más claridad que otros hombres, porque soy médico, el fenómeno que tiene que producirse en gente que, durante ocho meses o más, ha estado viviendo en cuevas, hambrienta, deambulando de un punto a otro, sometida a persecución despiadada, y que ve en el uniforme a un enemigo mortal. Por eso, me preocupaba profundamente, en primer término, el posible encuentro entre esos guerrilleros, que no sabía si entraban armados, y los Carabineros chilenos, por muy claras que fueran las instrucciones que el Ministro dijo que impartiría.
Fui al norte, no -como se informó- a inspeccionar de qué manera se cumplían las instrucciones del Gobierno, pues cuando conversé con el Gobernador de Arica, el General de Carabineros de Antofagasta, que estaba allí, y el Prefecto de Arica, supe que el Gobierno no había dado todavía ninguna clase de instrucción. Mi gran preocupación fue la que se supiera, en Tarapacá y Antofagasta -mucho más en Tarapacá- cuál era el ánimo del Gobierno. Después de hablar con las autoridades, de comprobar su buen espíritu, de ver que se habían tomado las medidas de precaución necesarias y de que estaban listos los altavoces para anunciar a los guerrilleros que se hallaban en tierra chilena; con posterioridad -digo-, me reuní con el Movimiento Popular y lo insté a que se desplazara a la zona fronteriza para estar allí presente y ayudar. Solicité unos minutos en la radio y por este medio pedí a la gente que informara cuál era la actitud del Movimiento Popular y del Gobierno de Chile. Y el boliviano Quincayo, guía de los tres guerrilleros cubanos y compañero del otro boliviano, me dijo que, mientras estaban escondidos, habían oído la radio de Arica transmitir esas informaciones; que para ellos resultó extraordinariamente significativo ese hecho y que los tranquilizó en gran parte sobre la actitud que Chile -no sólo el Gobierno- iba a tener respecto de sus personas.
Colaboración honesta al Gobierno.
Por eso estimé útil mi viaje. Era un paso más dentro de una honesta colaboración al Ejecutivo, que estaba en una buena línea y que perseguía un objetivo esencial y único: defender esas vidas y darles la tradicional hospitalidad de Chile.
Me vine de inmediato, porque el martes 20 de febrero se realizaba un acto público, auspiciado por el Comité de Solidaridad con Vietnam, en el que participamos los Senadores señores Exequiel González Madariaga, Volodia Teitelboim y el que habla. Estaba anunciada la presencia del Presidente de la Federación de Estudiantes, quien a última hora no concurrió. Es útil destacar cómo Senadores de distintas bancas, pero que representaban la mayoría del país y del Senado, condenamos en esa ocasión, acre, dura e implacablemente, la política genocida del Gobierno de Johnson, y señalamos que Vietnam es tan sólo el eslabón de la gran tragedia a que la humanidad está sometida por la actitud del imperialismo, y fundamentalmente la de su guardián internacional: Estados Unidos.
¡Cuántas veces lo hemos dicho en esta Sala! Y el mundo entero ha oído las palabras de gobernantes, no de países socialistas, sino de naciones capitalistas de Europa, y hasta la palabra -de acento humano distinto, por su contenido filosófico- del Papa, que han condenado la brutalidad de Johnson en Vietnam.
En esa oportunidad, en vista de las documentadas intervenciones de mis colegas los Honorables señores González Madariaga y Teitelboim, hice escasas referencias a Vietnam, pero planteé, con conciencia de chileno, el problema de los guerrilleros, y advertí el dilema que se presentaba: o era una provocación hacia Chile, o era una verdad. La provocación podía resultar, de hecho, aun siendo ciertas las declaraciones del Gobierno boliviano, porque entre la frontera y nuestros primeros retenes hay treinta, cuarenta o cincuenta kilómetros de distancia, y podían producirse, en esa zona tan poco poblada, atentados en contra de los guerrilleros. Y habría sido muy difícil que se nos creyera en el mundo entero si, más tarde, hubiéramos proclamado que nuestros Carabineros no tenían responsabilidad en tales encuentros.
Refugio político a los guerrilleros, obligación de Chile.
Sostuve después que Chile tenía una obligación e hice presente que ésas habían sido las palabras del Gobierno: dar refugio político a los guerrilleros. Más que eso: dije que era nuestra obligación proporcionarles los documentos necesarios para que pudieran abandonar el país con la seguridad requerida, ya que la responsabilidad de Chile no termina en nuestras propias fronteras. De acuerdo con nuestras prácticas y doctrinas, frente al pueblo, sin tapujos, planteé la verdad o, por lo menos, nuestros razonamientos. Y el tiempo nos ha dado la razón, porque, aunque de manera diversa, Bolivia ha provocado a Chile, cuando calló, cuando dejó pasar cinco días sin utilizar los recursos legales que le hubieran permitido pedir la extradición. ¡Y después ha lanzado su acusación contra Chile en la Organización de Estados Americanos!
Tenía razón, señor Presidente. Me congratulo de haberlo advertido al país, al pueblo.
El miércoles 21 de febrero hablé muy brevemente con Edmundo Pérez. Puedo llamarlo así: lo conozco desde hace muchos años. Creo que somos amigos. Le dije: "Me extraña la declaración de Leighton. Lo expliqué ayer. Se lo explico a usted de nuevo. Yo no fui al norte a inspeccionar. Fui a colaborar". Me contestó que me encontraba razón y que así lo había interpretado. Y nada más. Quedamos de acuerdo en una cosa: en que éste era un problema nacional, y en que yo lo ayudaría y apoyaría en cuanto sostuviera esta línea. Le afirmé estar seguro de que el movimiento popular así lo haría y que creía honestamente que el Gobierno quería salvar esas vidas. Nos separamos. Habíamos conversado tres minutos, en la puerta del Senado.
El jueves 22 de febrero hablé de nuevo, en la mañana, con el Ministro. Le dije que, según antecedentes que tenía del norte, las cosas se precipitaban y que me gustaría conversar con él. Me citó para las seis de la tarde. Le expresé: "Creo que va a ser tarde". Me citó entonces para las tres, e insistí en mi creencia de que los hechos se presentarían antes. Me llamó cuando faltaba un cuarto para las dos de la tarde, para decirme: "Senador Allende, es usted el segundo hombre de Chile a quien se lo digo" y me dio aviso de que los guerrilleros se habían entregado.
Esa misma tarde concurrí, junto con los Honorables señores Teitelboim y Luengo y el Diputado señor Cademártori, a conversar con el Ministro del Interior, a quien expresamos nuestro pensamiento e inquietud.
Incluso, al ser informados por el propio señor Pérez Zujovic de que el Gobierno dejaría a los guerrilleros en el norte -lo recordará perfectamente el Honorable señor Teitelboim-, fue el Senador que habla quien le dijo: "Ministro, no; tráigalos a Santiago. Creo que es mucho más conveniente que estén aquí. Usted debe saber que no deseamos provocar trastornos políticos con estos hechos. Aquí está el comando de los partidos populares; aquí están las mayores posibilidades del Gobierno; en el norte pueden producirse determinadas circunstancias que escapan al control directo nuestro".
Posteriormente, nos separamos. Vine al Senado, y me informé de que el DiputadoMario Palestro, compañero nuestro, estaba en Iquique. Lo llamé por teléfono y le pregunté: "¿Qué pasa allá en estos momentos?". Me contestó: "Hay grandes manifestaciones que caminan hacia la Base Los Cóndores, porque ahí están los guerrilleros; queremos conversar con ellos". Le dije: "Palestro, no estimule estas cosas. Sé que usted es suficientemente responsable; que no haya ninguna marcha hacia Los Cóndores, porque cualquier hecho que pueda producirse va contra Chile y los guerrilleros. Y me comprometo a que el Ministro del Interior autorice a los parlamentarios para conversar con los guerrilleros en la Base Los Cóndores; pero tranquilice usted al pueblo de Iquique".
¿A quién se lo pedí? A Palestro. Y éste lo comprendió perfectamente. Y si digo "a Palestro" con cierto dejo de ironía, no es contra él, sino contra la imagen que se ha construido de ese parlamentario. Por lo tanto, mi actitud fue de honradez para con la Corporación, lo que no pueden desconocer los señores Senadores. Y no actué como Presidente del Senado, sino como hombre del movimiento popular.
El viernes 23 de febrero concurrimos una vez más a conversar con el Ministro del Interior, en esta oportunidad, acompañados por el SenadorLuis Corvalán. Volvimos a formularle diversas argumentaciones y, sobre todo, a preguntarle cómo, qué día, cuándo se irían los guerrilleros.
En seguida, manifestamos al señor Pérez Zujovic nuestro deseo de conversar con ellos. Su respuesta textual fue: "Sí, a la 1 de la tarde ustedes podrán hacerlo, y me agradaría que sólo asistieran quienes vinieron ayer y hoy día".
Inexplicable "conferencia de prensa".
A la hora convenida nos hicimos presentes en el cuartel general de Investigaciones. Entramos en la oficina del Director. Ahí estaban también el Honorable señor Chadwick y el Diputado Patricio Hurtado. Cuando el Director de ese servicio me vio, dijo: "Tengo órdenes del Gobierno de que ustedes conversen con los guerrilleros". Luego tocó el timbre para llamar a su secretario, a quien pidió que nos hiciera pasar a la sala de conferencias. Caminamos hacia allá, y al entrar en ella nos encontramos con los cinco guerrilleros sentados en una banqueta y con cerca de 70 periodistas, aparte los respectivos fotógrafos con sus cámaras. Pasamos, les dimos la mano y, sin concierto previo, quienes fuimos en representación del movimiento popular, vale decir del FRAP -Albino Barra Villalobos, Adonis Sepúlveda, el Honorable señor Teitelboim, la DiputadaGladys Marín y el Senador que habla-, nos retiramos.
¿Por qué adoptamos esa actitud? Porque el propio Gobierno nos había dicho que no quería que se establecieran contactos con los guerrilleros, y, sin embargo, en el Cuartel de Investigaciones nos encontramos con una verdadera "conferencia de prensa". No era conveniente que parlamentarios estuviéramos allí presenciando una especie de interrogatorio, en el curso del cual podría hasta pretenderse confrontar con nosotros respuestas de los guerrilleros. Estimamos que ese hecho era inconveniente, y de inmediato nos retiramos a la sala del Director, a quien expresamos: "Esto no es lo convenido, lo conversado; nos sorprende". El nos respondió: "Cometí un error; pondré término a la conferencia de prensa": Yo le agregué: "¡Vayase con cuidado! Que no se diga después que yo lo he exigido".
Transcurridos diez minutos, los guerrilleros acudieron a la sala del Director. Junto con el Honorable señor Teitelboim y los dirigentes del FRAP, conversamos con ellos durante dos minutos -¡dos minutos, señores Senadores!-, para decirles que el movimiento popular y el Gobierno - ¡óiganlo bien, Honorables colegas!- estaban empeñados en que llegaran sin dificultades a su patria o al país donde ellos quisieran. Y por respeto a estos hombres, considerando el trauma físico y emocional que soportaban, no les formulamos ninguna pregunta más. Además, cumplimos el compromiso moral contraído con el Gobierno.
Cuando llegué al Senado, llamé por teléfono al Ministro del Interior y le dije: "Se ha producido un hecho insólito, extraño, y nos hemos negado a estar presentes en la conferencia de prensa". Anoto esto porque escapa totalmente a nuestra influencia. El señor Pérez Zujovic contestó: "Es un error. En fin, si usted quiere, señor Senador, en la tarde de hoy podrá conversar con los guerrilleros el tiempo que desee". Le di las gracias.
Supe que en la tarde se procuraron facilidades extraordinarias al diario "La Nación", a la revista "Ercilla" y no sé a qué otra publicación más. Llamé al Ministro -estoy hablando del día viernes-, quien me manifestó que los guerrilleros abandonarían el país el martes. Le expresé que no conversaría con ellos sino el sábado en la mañana.
Comunicaciones con Cuba.
Mientras me encontraba en el Senado, un funcionario responsable del Gobierno me llamó telefónicamente para plantearme si yo podía ayudar a la seguridad del viaje de los guerrilleros. ¿Qué se me pidió? Que cablegrafiara a Cuba, a fin de que recabara de Suiza el otorgamiento de visas ordinarias, pues se habían concedido sólo de tránsito por Checoslovaquia, por siete días. Se me argumentó que, por no haber visas de término, no era improbable que en una escala del itinerario de los aviones, los guerrilleros pudieran ser rechazados o desalojados.
Y aquí está mi primera intervención ante el Gobierno de Cuba: puse un cable, copia del cual tengo a la mano.
Como seguramente la lectura de todos los cables que obran en mi poder dilataría mucho mis observaciones, solicito que, en definitiva, todos aquellos documentos a que aluda sean incorporados en la parte. pertinente de mi intervención.
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