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- rdf:value = " El señor ALLENDE.-
Señor Presidente, el Partido Socialista votará contra el informe de la Comisión que declara inconstitucional el proyecto destinado a establecer relaciones comerciales y culturales con Cuba, y que primitivamente alcanzaba también las diplomáticas.
Nuestra posición coincide con la base del informe de la Comisión de Legislación en el sentido de que al declarar un presidente de Comisiones que un proyecto es inconstitucional, la Sala debe conocer esa resolución y puede modificar tal criterio.
Para nosotros, el problema de fondo va más allá, e incluso ha sido planteado en parte en la extensa discusión reglamentaria habida aquí. Los socialistas sostenemos que Chile debe tener relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los países del mundo; y en el caso concreto de Cuba, nuestras voces se han alzado persistente y permanentemente. Desde el primer minuto en que un cerco internacional organizado y planificado pretendió aplastar el derecho de Cuba para hacer su revolución, señalamos en este recinto la actitud de docilidad, el silencio complaciente, culpable y cobarde de los gobiernos latinoamericanos, que callaron ante reiterados atropellos y permitieron, por la sola voluntad del Departamento de Estado, el boicoteo y el cerco contra Cuba, contrariando claras disposiciones de la Carta de la Organización de Estados Americanos. Señalamos hasta la saciedad que, indiscutiblemente; todo ese proceso reiterado tenía un solo objetivo: impedir que Cuba tuviera el Gobierno que sus mayorías nacionales habían acordado.
Muchos argumentan que no puede invocarse esta excepción en un país donde en los últimos años no ha habido elecciones; pero nadie desconoce que Cuba ha sido y es todavía un pueblo en armas, obligado a ello por la agresión cotidiana y permanente y que, por lo tanto, no sólo con la expresión de su voluntad, aunque no manifestada en el voto, sino por su decisión de lucha, con las armas en la mano, el pueblo cubano y su mayoría han respaldado a su revolución y a sus líderes.
En este recinto, en la tribuna pública, en los pocos diarios a que tenemos acceso, el Partido Socialista, a lo largo de loa años de la revolución cubana, ha ido insistiendo sobre lo que representa y significa toda una acción metódica, orgánica y planificada -repito-, destinada a cercar a Cuba. Muchas veces hicimos ver aquí lo que significaba la tentativa de bombardeos de sus industrias, de quemar sus cañaverales; lo que implicaba que diariamente se utilizara toda clase de procedimientos, hasta permitir que desde las costas de Estados Unidos salieran los contrarrevolucionarios.
En síntesis, se intervino en forma directa: cooperando, ayudando, financiando, preparando la contrarrevolución, cuya expresión más clara y evidente fue la invasión de Playa Jirón. Producido este último hecho, los gobiernos latinoamericanos, aquellos que dócilmente dicen estar obligados a acatar las resoluciones adoptadas por los dos tercios de los países signatarios de la Carta de la OEA, olvidaron los compromisos que esa misma Carta establece en el sentido de denunciar e impedir la agresión de un país de este continente por cualquiera otra nación. En el caso concreto de Estados Unidos, que también forma parte de la Organización de Estados Americanos, ningún gobierno, gobernante ni político de Derecha o de Centro levantó su voz para acusarlo de estos hechos. Por lo contrario, América Latina supo, con 48 horas de anticipación, de una gran maniobra política -para algunos tenía cierto contenido; para otros, no-: la Alianza para el Progreso.
Antes de Playa Jirón, la Alianza para el Progreso se presentaba como la gran panacea para los problemas de América
Latina, como la solución indiscutible para nuestra brutal realidad de países explotados y oprimidos, como una manera de neutralizar la posibilidad de reacción de los gobernantes y de las naciones.
En el momento oportuno, señalamos que Playa Jirón representaba la voluntad armada de contrarrevolucionarios apoyados por el Departamento de Estado, financiados y pertrechados para, por las armas, impedir la voluntad de un pueblo que quería construir un país distinto.
Dijimos también, en su oportunidad, que la Alianza para el Progreso era la nueva forma que investía una gran maniobra política destinada a hacer creer en un espejismo nuevo, en una ilusión nueva que, sobre la base de plantear la necesidad del desarrollo económico de América Latina e insinuar algunos cambios estructurales, requería del esfuerzo interno, con un apoyo económico menguado de parte de Norteamérica.
Playa Jirón fracasó, y esa es la demostración más evidente del apoyo del pueblo cubano a su revolución. Playa Jirón ha sido la derrota más clara, evidente y contundente de la traición fomentada y apoyada desde fuera.
Si hay un hecho penoso en la historia contemporánea, es el de que un hombre con perfiles distintos, como fue Kennedy, haya debido asumir la responsabilidad moral de un suceso que, históricamente -todos lo sabemos-, fue preparado por el Gobierno anterior: el del señor Eisen-hower. Incluso así quedó en evidencia en las Naciones Unidas, mediante las palabras de un hombre que también, por su jerarquía intelectual, merece respeto: el señor Stevenson, quien negó rotundamente la participación de Estados Unidos en Playa Jirón, y después, frente a la realidad de los hechos y sobre todo ante las palabras del propio Kennedy, debió reconocer, con su silencio, que Norteamérica había participado, empujado, preparado y realizado gran parte de lo sucedido allí.
Por eso, la derrota de los contrarrevolucionarios no sólo significó el fracaso de los mercenarios -por lo demás, fue poco lo que pagaron, porque algunos se rindieron y otros entregaron su vida por su actitud antipatriótica-, sino que fue la primera y gran derrota del imperialismo americano.
Sin embargo, los resquicios de la diplomacia, la forma como se entienden determinados compromisos, la manera de distorsionar las claras obligaciones de respeto a la autodeterminación y a la no intervención, fueron escalonándose permanentemente hasta terminar con la resolución de la Organización de Estados Americanos, que impuso, como aquí se ha dicho y reiterado, la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba, sobre la base del acuerdo de los dos tercios de los signatarios que aceptaron esta maniobra política. Empleo estas palabras porque tal actitud no merece otra acepción.
Todos sabemos -lo recordó el Honorable señor Teitelboim- cómo fue necesario comprar al más abyecto de los dictadores, Duvalier, de Haití, para obtener con su voto, la feble mayoría que obligaba a otros países a aceptar esa determinación contraria a los intereses de América Latina e injusta contra una nación que no había agredido a nadie y ejercía legítimo derecho a su autodeterminación.
Por eso también, persistentemente, ya que esta determinación del Gobierno de Chile fue -adoptada en 1963 ó 1964, la campaña del Movimiento Popular señaló lo que ella significaba, e hicimos ver que en la propia declaración del PresidenteAlessandri, implícitamente, estaba el reconocimiento de la presión a que había sido sometido y en la cual ese Mandatario deploraba tener que adoptar una actitud que, según él, estaba obligado a tomar en virtud de compromisos internacionales.
De ahí que, en esta ocasión, nosotros volvamos a plantear el problema de fondo, de lo cual debe hacerse eco el Gobierno del Presidente Frei. Podemos decir que, como quedó de manifiesto en la campaña electoral, la inmensa mayoría de los chilenos rechazan cuanto implique impedir que, libremente, los países puedan determinar, aun cuando deban someterse a compromisos o acuerdos internacionales, su derecho a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con todos los países del mundo y, en el caso que nos ocupa, específicamente con Cuba.
Ello es tanto más importante cuanto que Méjico, por ejemplo, ha mantenido y mantiene relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con ese país, con lo cual ha demostrado independencia y no sometimiento a las presiones, a las amenazas o a los ofrecimientos subalternos o descarados, en resguardo de principios e ideas, y en obedecimiento a puntos de vista internacionales que tienen vigencia permanente. Y, en el caso de Chile, por afinidad, por lo que significa, por la conciencia de nuestro pueblo, por los padecimientos que ha sufrido y sigue sufriendo a causa de la penetración y de la explotación imperialista, es para nosotros una obligación mayor todavía levantar nuestra voz para que el Gobierno del señor Frei comprenda que existe un gran anhelo y que él puede restablecer los vínculos diplomáticos, comerciales y culturales con Cuba.
En diversas visitas que he hecho a Cuba, he tenido oportunidad de conversar con los gobernantes de esa nación. Puedo decir que, frente al Gobierno del señor Frei, hubo de parte de Fidel Castro una actitud expectante, y que la agresión- verbal -ni siquiera la agresión verbal- no nació del Gobierno del Presidente Dorticós ni del Primer MinistroFidel Castro. Puedo hacer presente, una vez más, que son dos cosas muy distintas el análisis político de un gobierno o del apoyo que tiene en el proceso revolucionario de un país, y el ataque enconado en el orden personal. Tal como se hizo presente ayer, puedo destacar, además, cuál ha sido el criterio de los chilenos que han viajado a Cuba en varios eventos y que, con el espíritu sereno y el sentido nacional y patriótico que
nos caracteriza, sentimos a Chile en la distancia, pero, al mismo tiempo, hemos ejercido el derecho de apreciar lo que son la realidad de un gobierno y el proceso de desarrollo y lucha de los pueblos latinoamericanos.
En Chile, nadie puede señalar un incumplimiento de parte de Cuba ni una sola actitud dolosa de ese país, contraria al respeto por las relaciones internacionales, mientras las hubo en los campos diplomático, comercial y cultural. Ha sido al revés: Chile fue favorecido extraordinariamente en las relaciones comerciales con Cuba. Me correspondió la satisfacción de exponer ante el Senado los acuerdos -yo participé en ellos- que, en función de un interés latinoamericano, de Cuba y de Chile, permitieron sencillamente intensificar el comercio entre ambos países en momentos difíciles para ambos; y cómo, durante dos años y medio, el movimiento obtenido por estos acuerdos, ascendente a unos catorce o dieciséis millones de dólares, significó la posibilidad de colocar muchos productos chilenos que no tenían otro mercado y adquirir azúcar a un precio legítimo y justo, cuando la política de Estados Unidos, al eliminar la cuota azucarera que compraba en Cuba, cercana a los tres millones de toneladas, hizo que el resto de la producción la tomaran los países latinoamericanos, obligándolos a elevar sus costos, especialmente a los países que obligatoriamente tenían que comprar debido a la carencia de niveles de producción ante las necesidades del consumo interno. En tales circunstancias, Chile pudo ahorrar cientos de millones de pesos en una operación legítima y conveniente. Fue tan clara y conveniente que, al ser planteada por un hombre de Oposición durante la Administración del señor Alessandri, tuvo que ser aceptada y hacerse realidad por medio de los organismos oficiales del propio Gobierno.
¡Para qué hablar de las relaciones culturales! Bien sabemos que los hombres de mayor jerarquía intelectual de Cuba, con prescindencia de sus convicciones revolucionarias en América Latina, siempre han distinguido a Chile y a su pueblo con afecto y cariño.
Por lo expuesto, constituye para nosotros verdadera obligación insistir en lo que reiteradamente hemos dicho y planteado ante la faz del país con claridad meridiana; vale decir, que, en este caso como en otros, se advierte la presión brutal que ejerce el Departamento de Estado, por intermedio de organismos internacionales, tales como la OEA, que nunca ha tenido dignidad ni independencia, que es un organismo servil, lisa y llanamente entregado, hasta el punto de haberse convertido en un verdadero Ministerio de Colonias de Estados Unidos de Norteamérica, en lugar de ser una organización libre de los países que buscan su legítimo derecho para trazar sus destinos conforme a las aspiraciones de la voluntad mayoritaria de sus pueblos y en defensa de sus intereses.
No nos causa extrañeza, par lo tanto, la campaña insidiosa, mantenida y reiterada, que comenzó con acuerdos unilaterales contra Cuba, que se expresó en el apoyo a la invasión, que se ha mantenido mediante el cerco internacional y que ha implicado la presión, ejercida por todos los medios, respecto de los países capitalistas de Europa que comercian con Cuba, para que no lo hagan. Así se ha procedido, entre otras naciones, contra España e Inglaterra. Funcionarios de esos países han revelado la presión norteamericana tendiente a impedir que Cuba siga recibiendo implementos indispensables para su desarrollo. La economía entera de este país estuvo vinculada al comercio con Estados Unidos.
¡Cómo no expresar nuestra sorpresa cuando, más allá de los acuerdos del pasado Gobierno, el del señor Alessandri, la actual Administración del señor Frei, ha dictado un decreto que prohíbe inclusive comerciar en alimentos y medicinas con Cuba! Ello, indiscutiblemente, significa ahondar más y más en la actitud de prensión contra el pueblo de Cuba para impedirle jalonar, con sacrificio, su propio destino.
Por eso, nos parece justo plantear, en estos instantes, el problema en la profundidad que tiene y vincular lo que sucede en Chile con los acontecimientos de otros países, en escala internacional. Porque Cuba sigue siendo el pretexto para tratar de unificar y fortalecer toda una acción reaccionaria contra el movimiento popular y la lucha emancipadora de nuestros pueblos. Desde hace seis meses a esta parte, hemos visto que se señala a Cuba como la promotora de cuanto sucede en nuestro Continente, con el ánimo de llevar al convencimiento de que la voluntad de algunos hombres de determinado país puede hacer posibles actitudes revolucionarias de otros pueblos. Pero los cubanos han dicho que la revolución no se exporta ni nace en un país por la voluntad de algunos hombres de otros países, sino que obedece a condiciones objetivas y a la toma de conciencia o condiciones subjetivas que permiten el estallido revolucionario. América Latina, como continente, posee condiciones objetivas muy claras que señalan e incrementan brutalmente nuestro sometimiento. ¡240 millones de latinoamericanos; 150 millones de analfabetos o de semianalfabetos! ¿Por culpa de quién ? Por culpa del régimen, del sistema de explotación a que nos sometimos. ¡240 millones de latinoamericanos; 70 millones de analfabetos absolutos! ¡ 240 millones de latinoamericanos; 80 millones de subalimenta-dos! O sea, miseria fisiológica, moral y espiritual de esos 80 millones de latinoamericanos.
América Latina marca una etapa increíble a esta altura de la civilización. Yo dudaba que fueran ciertas las cifras que leí en el trabajo de un brillante periodista uruguayo, quien señalaba, entre otras cosas, que en nuestro Continente 40 millones de latinoamericanos ni siquiera conocen la moneda, en esta etapa del siglo XX.
Pero eso es cierto. He buscado la posibilidad de comprobar estas cifras. Pienso que no son exorbitantes, aunque, a primera vista, puedan parecer exageradas. Ellas corresponden a la realidad. Agréguese a lo dicho que en el año 2.000, el Continente Latinoamericano tendrá 680 millones de habitantes, o más. La explosión demográfica de nuestros países significa un crecimiento que excede los niveles más altos de otros continentes, porque es consustancial, en la defensa biológica de los pueblos, que donde hay alta mortalidad infantil, haya alta natalidad, como compensación.
En nuestro continente, cada cinco segundos, nace un nuevo ciudadano. En él viven 3.800.000 cesantes, y faltan 14 millones de viviendas, porque ni un solo gobierno ha construido lo necesario para contrarrestar siquiera el aumento vegetativo de la población. ¿Cuál será el destino de este continente si no hay amplios y profundos cambios estructurales ? El ansia de justicia, rebeldía y protesta contra el hambre, la miseria, los sufrimientos y los tugurios que pueblan nuestros países, ¿obedecerá a la voluntad de unos cuantos hombres o a la realidad brutal que señala que este continente, dentro de los marcos de la situación actual, no puede avanzar?
Hemos dicho que la cooperación internacional es una farsa brutal; que, tanto antes como después de la Alianza para el Progreso, las cifras se mantienen como índice clarísimo de que es más lo que sale de nuestro continente que lo que entra en él como ayuda financiera. Puedo citar esas cifras de memoria. En el quinquenio 1955-1960, antes del programa de la Alianza para el Progreso, ingresaron en nuestro continente 11.400 millones de dólares, y salieron 11.000 millones, lo que daría un saldo de 400 millones de dólares; pero América Latina, en razón de las relaciones del intercambio, en dicho quinquenio perdió 9.000 millones de dólares. Son cifras de la CEPAL. En el quinqué-
nio 1961-1966, en plena vigencia de ¡a Alianza para el Progreso, ingresaron a América Latina 6.800 millones de dólares y salieron 8.200 millones, y las pérdidas por las relaciones de intercambio fueron de 12.000 millones de dólares.
Cabe preguntar cuál será el futuro de nuestro continente y de sus pueblos ante esta realidad. ¿Podría acallarse con la persecución y la metralla esta brutal y justa protesta? No, señores Senadores. Es absurdo imaginar, entonces, que toda esta campaña desatada contra Cuba, después de la Conferencia Tricontinental y de la reunión de OLAS, pudiera tener asidero en la conciencia de los hombres que conocen la realidad de nuestros pueblos. De ahí que, una vez más, desde este recinto, con pasión, dignidad y entereza, el Partido Socialista, en defensa de la soberanía y de la independencia de Chile, reclama del Jefe del Estado que reanude las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con Cuba, país que señala a América Latina cuanto es capaz de construir internamente y hasta qué punto puede hacerse respetar en el exterior cuando existe unidad efectiva entre gobernantes y gobernados y, más aún, cuando la revolución la sienten y la hacen los propios cubanos.
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