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- rdf:value = " El señor CASTRO.-
Señor Presidente, quisiera improvisar algunas frases para adherir al hermoso homenaje que el Senado rinde en la tarde de hoy a la memoria de Marta Brunet.
Deseo iniciar mi discurso felicitando a los señores Senadores representantes de Ñuble por haber auspiciado esta sesión.
Si bien no he traído un trabajo serio para leerlo aquí, me he sentido cogido por ese milagro que produce la prosa de ios señores Senadores, el que traslada a sus carillas el prodigio de la literatura. En los discursos de mis Honorables colegas me ha parecido encontrar, mejor y más que antes, la personalidad de la Brunet.
Estuve con ella sólo compartiendo una taza de té, en Buenos Aires, cuando ella representaba a nuestro país en esa capital. La oí charlar; disfruté de su cordialidad, y ya no volví a saber de ella sino a través de sus libros. Por eso, esta tarde he tenido la oportunidad de dominar mejor su presencia. Y, no sé por qué, en especial cuando algunos señores Senadores han recordado que esta mujer era el trasunto del paisaje de su zona, de aquella ventisca crepuscular del Chillán Viejo, he hecho una relación entre esta existencia y aquel quieto vaso de vino tinto que una noche consumí en un pueblo de Ñuble, a solas, meditando, acompañando la merienda. Era un vaso que no crepitaba; por supuesto, el vino era de aquella zona, y constituyó mi primer encuentro con el producto de sus viñedos. Me di cuenta de que ese vino se despeñaba, conductos adentro, quietamente, sin producir estridencias, sí- no que el sortilegio, el agrado, la fiesta de acelerar un tanto los pensamientos y la imaginación, pero siempre invitando a estar quieto, a comer el pan del silencio, a trasegar recuerdos y construir proyectos. Me di cuenta de que ese vino provenía de aquella tierra de migajón grueso, de la amplitud de aquel paisaje y de sus hombres.
Marta Brunet deja una producción artística que prestigia a la literatura chilena y - por qué no decirlo- a la española; pero de ello la autora ni se da cuenta en sus libros; ella no lo pretendió, y se me ocurre que si hubiera conocido aquella cita que trajo a colación el Honorable señor Aguirre Doolan, la de ese crítico que estimó la producción literaria de Marta Brunet superior a la de Proust, a ella le habría desagradado mucho.
Marta Brunet creó una exposición nueva en la literatura chilena, y eso es suficiente. Y lo realizó, ya digo, sin pretensiones ni estridencias, hasta conquistar un lugar en nuestras letras.
La literatura de este siglo, que va un poco cabeceando, usando una imagen poética, va dando cabezadas en los luceros, cuando parte de la oratoria sorprendente de un D'Halmar; que, después va a Mariano La- torre, para traer el paisaje completo, pero un poco árido; que más tarde se mete en la ciudad con Manuel Rojas y Nicomedes Guzmán, para que nos permita conocer el lenguaje del conventillo, esta literatura, en fin, que encumbra los pequeños volantines de la literatura popular, con "Hijuna", de Carlos Sepúlveda Leyton, esta literatura - digo- difiere de la de Marta Brunet, porque ella le pone personaje, le incorpora vida y sangre al paisaje. Con ella viene el hombre de Ñuble o de otros campos, y también la mujer viene a este panorama criollo y nuestro, ya con voz; le ha salido frase al paisaje, ha crecido la estrofa del canto al río que se iba en busca del mar, sin tener una expresión en el libro. Y paulatinamente, entonces, ella ya no sólo pasa a ser estudiada en los liceos: obtiene el Premio Nacional de Literatura, y lo que es más, rebasa las fronteras y ha de morir precisamente cuando en aquellas tierras de Edelmira Agostini y de la Storni, en aquellas tierras que también saben de teatro y de novela, se la llamaba para incorporarla a la Academia de las Letras. Ha dejado de existir allí, quietamente, expresando su condición de escritora chilena, americana y españolísima, sin pretenderlo. Nadie le consultó jamás si ella querría morir exactamente cuando la incorporaban a la Academia de un país de gran cultura. ¡Cómo no desearlo cualquiera de nosotros ¡Qué bello es morir en esas circunstancias! Pero ella murió leyendo, sin estridencias, sin pretender espectacularidad, repasando su mensaje de mujer de este continente a las generaciones venideras.
Nosotros, los chilenos, tenemos ei dolor de poseer a la Gabriela Mistral. La Mistral nos hiere en los flancos, y si del corazón se trata, en el corazón nos hiere, porque cada verso suyo nos traspasa. Y si deambulamos por otros continentes, siempre llevaremos a nuestra vera a la Mistral, porque - lo digo de la Mistral - estamos hablando de mujeres en nuestra literatura.
Alguna vez habremos de decir también que nos persigue, todavía existiendo, el prestigio de la Bombal, a quien ha nombrado el Honorable señor Pablo. Junto a ellas, evidentemente, hay que agregar a Marta Brunet, no como en el caso de la Mistral para disfrutar y sufrir con el recuerdo del amado muerto o de la piadosa oración para el Dios que le llevó aquel varón en el que ella había acuñado sus mejores monedas de emoción. Hay que agregar, digo a la Brunet, no ya para atravesar esa niebla, la última niebla, transparente, abstracta pero no menos conmovedora de la Bombal. Hay que agregar a la Brunet para que, sencillamente, como el paisaje de Chillán, como el desarrollo de nuestra nacionalidad, ella continúe tranqueando por la literatura española.
Pienso que escasos exponentes de nuestra creación artística representan, en su manera de ser, en su vida, lo que Chile ha sido y es. Por eso, cuando mis Honorables colegas han trazado la semblaza de Marta Brunet, y a través de ella nos describieron su paisaje, el de su infancia y el de su adolescencia, yo recuerdo el quieto vino de aquella noche en ese pueblo de Ñuble. Y esta tarde, con marcada emoción, con sentimiento y gratitud de chileno, vuelvo a consumir aquella quieta copa para que en mi corazón también se quede durmiendo permanentemente el bello recuerdo de Marta Brunet.
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