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Frente a este proyecto, que suprime el bachillerato como requisito de ingreso a las escuelas universitarias de la Universidad de Chile, de la Universidad Técnica o de las reconocidas por el Estado, nosotros quisiéramos decir, para comenzar, que esta supresión, si bien necesaria y justificada, no constituye en absoluto la solución de los problemas relacionados con el ingreso a los planteles de enseñanza superior.
Lo decimos de inmediato y de manera enfática, porque se han cifrado esperanzas desmedidas en que el fin inminente de esta prueba significará el acceso a la universidad de todos los egresados de la enseñanza media. Por desgracia, no será así.
Mito y realidad.
Para muchas personas, el bachillerato es sinónimo de la puerta cerrada que impide el acceso a la universidad, y su eliminación les llega a parecer, entonces, como su apertura de par en par, como la gran ampliación de posibilidades, como la muerte de ese dragón devorador que impedía el acceso a la ciudadela universitaria y cuya eliminación permitiría ahora una entrada libre, irrestricta, mucho más ancha y generosa.
No hay nada de ello. Se trata de una vasta y difundida ilusión, que no traerá sino grandes decepciones, especialmente en el mes de marzo de 1967 y en todos los meses de marzo de los años venideros, mientras no se resuelva la situación. Este problema está haciendo crisis, porque este año decenas de miles de muchachos quedaron fuera de la universidad. No desearía en manera alguna hacerme cómplice ante el país en la fabricación de esta quimera. La supresión del bachillerato eliminará un examen anacrónico que significa, es verdad, desde el punto de vista psicológico, una especie de tormento para decenas de miles de muchachos, pero esta prueba será reemplazada por otras guillotinas instaladas también a las puertas de la universidad.
De manera, pues, que el resultado será el mismo. Lo cierto es que el bachillerato ha constituido una mera fase en un proceso de freno, de limitación del ingreso de la juventud estudiantil a las universidades. Ha sido un mecanismo que, al margen de las finalidades que se hayan tenido en vista cuando se lo creó, servía de instrumento a un propósito restrictivo en cuanto al acceso a los estudios superiores, lo que se ha denominado la fijación de un "numeras clausus", de una cuota de ingreso.
La cuota universitaria.
La universidad no tiene posibilidades materiales para aceptar en sus aulas a todos los egresados del liceo que quieren ingresar a ella y, entonces, les fija una cuota, sin tomar exactamente en cuenta las capacidades y malgastando, desde el punto de vista del capital cultural, algo de lo mejor que tiene el país.
Prevemos -por desgracia, así será- que el papel restrictivo y eliminatorio desempeñado hasta hoy por el bachillerato será transferido a otro mecanismo el proceso excluyente, ya establecido, por lo demás, en cada escuela universitaria, que es el examen de ingreso. Pero esta vez cumplirá, además de su propia faena eliminatoria, la que, en este sentido, ha cumplido hasta hoy el bachillerato. De manera que su mortandad académica se duplicará respecto de la actual. En otras palabras, una barrera o guillotina de dos fases, se habrá convertido en una barrera de una sola fase. Pero el alcance de su eficacia restrictiva no disminuirá, sino que aumentará. Es lo que, ante una pregunta nuestra, contestó, en la Comisión, el Secretario General de la Universidad de Chile. En efecto, respondió que, según los cálculos de la Universidad, el próximo año quedarían fuera de ella más estudiantes secundarios de los que quedaron excluidos en 1966.
Por lo tanto, el problema consiste en que habrá una capacidad prefijada y limitada de las universidades, en nivel muy inferior al de la masa estudiantil egresada de la enseñanza media. No hay ni habrá en este orden mayores posibilidades para la juventud chilena, a menos de adoptar medidas heroicas, como las estamos solicitando, y realizar cambios verdaderamente revolucionarios en esta materia; a menos que efectivamente se destinen mayores recursos a las universidades estatales, con miras, en especial, a aumentar su cuerpo docente; a menos de abrir paso una estructura social que cree las condiciones propicias para un desarrollo más amplio de la educación superior, en consonancia con las tareas y posibilidades, conforme a un ritmo dinámico de crecimiento económico del país.
Un cambio más formal que real.
No estimamos posible que estas perspectivas por ahora puedan materializarse en ciento por ciento. Diré, con toda franqueza, que hemos advertido en las autoridades universitarias a las cuales escuchamos, un sentimiento que considero verdaderamente de autocomplacencia: las universidades han hecho mucho, según ellas, todo cuanto han podido; pero, pese a este esfuerzo ímprobo, es cada vez mayor el número de estudiantes que quedan excluidos de la universidad.
A nuestro modo de pensar, el problema estriba tanto en otorgar mayores recursos como en introducir un cambio profundo que rompa decididamente los factores de empobrecimiento del país, de retraso social y económico de Chile, para que las universidades puedan dar cabida al doble de los estudiantes que actualmente atienden. Este es, en buena parte, un problema de recursos; pero lo es también de dirección de las inversiones estatales, de tal modo que la universidad y la educación toda constituyan, según lo ordena la Carta Fundamental, atención preferente del Estado.
Sabemos que lo anterior no es fácilmente obtenible, pues los fondos son es casos. Sin embargo, los contornos del problema se reducirían si se destinaran de preferencia estos recursos a favor de la educación y, del mismo modo, si se echara mano de fondos que, hasta el momento, son intocables, punto menos que sagrados. Los hemos individualizados y enumerado muchas veces. Hay riquezas que no se aprovechan, y, mientras tanto, el país está sometido a una continua sangría. Sus mejores energías, desde el punto de vista económico, se van al extranjero, y aquí la gente queda analfabeta o privada del liceo y de la universidad. ¡Y no hablemos de los que quedan sin casa, sin trabajo y excluidos de los beneficios inherentes a otros derechos humanos elementales !
Por lo expresado, no queremos embarcarnos en la difusión de esta atmósfera artificial que puede llevar a muchos a pensar que la supresión del bachillerato pondrá fin no sólo a la angustia, sino al problema mismo y permitirá iniciar una nueva época, en dicha materia. No. Se trata, sencillamente, de un cambio de forma. En el fondo, los cosas seguirán igual que ahora.
El problema se hará agudo.
Estimamos que todo niño, todo joven, todo hombre tiene derecho a estudiar, a desarrollarse integralmente en los diversos niveles de la instrucción a que su capacidad intelectual le permita llegar. No pretendemos que todos entren a la universidad, ni que todos ingresen a las carreras más difíciles y complejas; pero sí estimamos que todo chileno tiene derecho a una preparación que le permita desarrollar al máximo sus 'posibilidades y convertirse en ciudadano productivo.
Esta convicción no nos exime, sin embargo, del deber de luchar para reducir por lo menos las proporciones del drama de la juventud frustrada que quiere estudiar y no puede hacerlo.
Este año, todos lo sabemos, el problema adquirió caracteres pavorosos: 26.693 muchachos no pudieron ingresar a las universidades, ni tampoco han podido comenzar a trabajar -existe un elevado nivel de cesantía- y no se les ha ofrecido otro camino para adquirir algún tipo de calificación, porque el liceo no los prepara para asumir un papel útil en la sociedad.
De no incrementarse la capacidad de las universidades estatales, el próximo año, el problema será mucho peor. En efecto, el número de egresados de la enseñanza media debe aumentar a un ritmo de su crecimiento. Estamos viviendo una época en el mundo en que se expanden la educación primaria y también la educación media. A ello deberá agregarse, como es humanamente comprensible, el contingente que provenga de los rechazados en 1966 y aun personas que, por carecer de bachillerato o por haber obtenido puntaje insuficiente, no hayan ingresado en años anteriores.
Parte crítica de un conjunto que hace agua.
En estas circunstancias -repito-, la supresión del bachillerato viene a constituir un cambio meramente formal. Siguen en pie los problemas que generan la restricción al ingreso a la universidad. Mantiene plena vigencia la necesidad del aumento del presupuesto universitario; la urgencia de aprovechar al máximo la capacidad instalada de las escuelas universitarias, desde las aulas hasta las bibliotecas; el imperativo de continuar con los planes de diversificación de la instrucción superior, y la creación de carreras de nivel intermedio, materia en la cual la Universidad de Chile ha realizado un gran esfuerzo, aunque no todavía suficiente.
Es indudable que el problema del ingreso a la universidad posee una relación muy estrecha con todos los problemas que afectan al sistema educacional del país. Por eso -y así lo dice el informe de la Comisión- "al estudiar este proyecto nos encontramos abocados a un problema de fondo, cual es que no se trata en este caso de la simple supresión de una prueba, sino de la revisión total del sistema educacional de Chile".
La verdad es que actualmente la educación media no sólo no habilita al estudiante para el desempeño de un trabajo de cierta calificación, sino que ni siquiera lo capacita para elegir un camino en lo que se refiere a su futura incorporación al trabajo, al quehacer de la sociedad. De ahí que aquélla se produce por las circunstancias más variadas, y generalmente ajenas a las que deberían determinarla: capacidad, aptitud, gusto personal, posibilidades de progreso y perfeccionamiento en determinado campo laboral.
El drama en el grado primario.
En efecto, una gran cantidad de estudiantes se retira tanto de la escuela primaria como de la secundaria, debido a la necesidad ineludible de contribuir en cualquier forma a la mantención del hogar. La escuela primaria vive la deserción de multitud de muchachos en la más tierna edad, que son abocados a la necesidad de ganar algún dinero para llevarlo al hogar mísero. Esta va, como sabemos, desde modalidades de semimendicidad, como el canto en los "micros", el cuidado de autos en lugares en que suelen concentrarse vehículos, hasta trabajos auxiliares en fábricas, talleres, hoteles y restaurantes. En Chile se sigue explotando el trabajo infantil, y cada uno de estos niños está faltando a la escuela. Esta gran masa de niños se incorpora a la vida y al trabajo entre los 7 y los 12 años, no sólo sin calificación alguna -muchos de ellos son analfabetos o semianalfabetos-, sino también sin conciencia clara del cambio de sus existencias. Pasan de la infancia a una adultez prematura, en que la miseria es la constante más previsible. Sabemos que el abandono escolar en el actual nivel primario es de 67,7% ; es decir, dos tercios de los niños
que ingresan a la escuela primaria desertan. También conocemos el hecho de que, de cada cien desertores, 52 son analfabetos o semianalfabetos.
El factor socio-económico, la pobreza extrema, contribuye pues a configurar el primer gran factor de abandono de los estudios y de la incorporación obligada y precoz al trabajo. Sin duda, es el predominante, en un porcentaje de casi ciento por ciento, en el nivel primario.
Crisis en la educación media.
En la etapa de la educación media, comienzan a sumarse a aquél otros factores, aunque en proporción mucho menor. De acuerdo con datos del Instituto de Sociología de la Universidad de Chile, sabemos que el grado de supervivencia en el primer año de enseñanza media es: entre cien niños que ingresan, 13,9% son de extracción modesta -¡sólo 13,9% de los niños modestos que ingresan al liceo termina el primer año!-; en cambio, lo termina el 32,1% de los de situación económica mediana, y 73,3% del sector acomodado. O sea, la pobreza no sólo persigue al niño en la escuela primaria, sino que lo sigue persiguiendo en el liceo.
Estudio oportuno de vocaciones.
La educación media general no cumple, tampoco, la función de preparación y orientación para la futura actividad laboral. De ahí que se produzca una desadaptación, al menos inicial, en elevado número de jóvenes, que dejan sus estudios secundarios, y que a lo largo de los seis años de liceo, no fueron educados para trabajar en actividad determinada, sino para seguir estudiando. De ahí también que cierto número de los estudiantes que golpean las puertas de la universidad, lo hacen carentes de una idea medianamente clara del carácter, exigencias y perspectivas de la carrera que aspiran a seguir -porque tampoco en el liceo se estudia racional y científicamente la vocación individual de cada uno de los estudiantes-
y aun de sus propias aptitudes y posibilidades de estudio, con resultados satisfactorios. Es, pues, indudable que se dan casos de muchachos que ingresan a la universidad, estudian una carrera dos o tres años, para abandonarla después y tratar de seguir otra, porque esa carrera no era para ellos, porque se habían equivocado de vocación. Esto, los liceos pueden, en gran parte, remediarlo mediante un estudio serio y a largo plazo de la hoja personal de cada alumno.
El abandono en que se tiene al liceo.
Pero el fenómeno aludido, consecuencia de una educación secundaria que no logra superar los marcos de un enciplopedismo teórico; del abandono en que se encuentra esta educación secundaria; de lo mal pagados que están los profesores; de la necesidad que tienen de hacer un trabajo excesivo en horas; del hecho de que muchos cursos secundarios no tengan profesor durante largos períodos; de que gran parte de ellos no están titulados; todo esto -digo-, no puede dar pábulo para concluir que el número de jóvenes que aspiran a cursar estudios superiores es excesivo. Tampoco es justo hacer pagar a esos muchachos el hecho de que no hayan aprendido bastante en el liceo, porque, en gran medida, no es culpa de ellos.
No es necesario repetir aquí en detalle las cifras que sobre esta materia se han dado a conocer. Pero sí es menester recalcar que ellas demuestran la exigüidad del número de universitarios con relación al volumen total de población del país. Sabemos, también, que un esfuerzo serio por elevar el ritmo de desarrollo económico del país implica una expansión de la educación superior, profesional y técnica, a un nivel que significaría aumentar la cantidad de nuestros estudiantes universitarios, a alrededor de 80 mil.
El bachillerato, herramienta de un sistema de exclusión.
En el informe de la Comisión se recoge,
en síntesis, el criterio que se formó -como lo recordó aquí el Honorable señor Ferrando- el Consejo Universitario de la Universidad de Chile, después del estudio que del problema realizó una comisión "ad-hoc", en el sentido de que el bachillerato, tal como está concebido en la actualidad, debe ser suprimido, por tratarse de una prueba superfina -en realidad superviviente de una etapa anterior en que la supervigilancia de la educación secundaria estaba a cargo de la universidad, situación que ya no existe hace cerca de 40 años-, que sólo contribuye a complicar el proceso educativo, de manera que resulta odiosa y hasta absurda para vastos sectores de la opinión pública.
Tal es, en verdad, el criterio generalizado en quienes, por un concepto u otro, están preocupados del problema educacional. Ha existido prácticamente, desde el año 1964, consenso un��nime en el sentido de suprimir definitivamente el bachillerato.
De partida, existe en el bachillerato un problema de sistema, que constituye una fuente de dificultades. Esto lo hemos visto. Era una prueba para alumnos que nunca habían estado en la universidad y se los sometía, sin criterio, a exigencias de calificación diversa.
No estamos defendiendo el bachillerato, pero sí fijando la mirada sobre lo que viene después. El Honorable señor Ferrando dijo que éste es otro problema. A mi juicio, es el mismo problema, en una segunda fase. Es el gran problema.
Supervivencia postiza.
Pero podemos decir, "A rey muerto" -el bachillerato- "rey puesto". El "rey puesto" ya existe; es el examen de ingreso a la universidad, pero duplicado en cuanto a su poder de exterminio sobre los aspirantes a ingresar a la universidad. Así, pues, el problema existe y muy hondo.
El bachillerato, en rigor, es una especie de grado fantasma, tal como está concedido en Chile. No constituye, como se ha dicho, una prueba de selección. A su sombra se ha constituido también una especie de pequeño ejército anónimo y público de profitadores, de luchadores con la "neurosis" del estudiante y la angustia familiar.
Los padres, en el natural afán de asegurar un buen resultado para sus hijos, afrontan muchas veces gastos cuantiosos, pagan dinero que no tienen en profesores particulares; en textos; en cursos de organismos creados especialmente; en supuestas academias; en repasos colectivos; en entidades que les prometen, como las "meicas" o los magos, la absoluta seguridad de que el hijo saldrá bien en el bachillerato.
Se trata de una especulación inescrupulosa que también asentó sus reales en este campo, aprovechando los comprensibles anhelos de estudiantes y de padres de familia. También hemos visto que la corrupción ha llegado tan lejos que, incluso, ha permitido violar el secreto universitario para revelar los cuestionarios. En ciertos casos comprobados por una comisión designada por la propia universidad, dicha corruptela ha permitido a algunos alumnos conocer de antemano las preguntas.
Comprendo que este problema está vinculado a todo el plan de reforma educacional, y no me parece sea éste el momento oportuno para analizarlo, pero estimo -quiero ratificar mi idea- que no es posible resolverlo ni aplicar con éxito ese plan, si no se realiza una modificación profunda en el país, en todos los aspectos: en el proceso económico, en su conformación social, sin lo cual realmente no sería posible que la educación esté al alcance de todos.
Cambiar la situación del profesorado.
Nosotros creemos también que, tanto para la universidad como para los grados primarios, secundarios y técnico especial, hay que acordarse mucho más del profesorado.
Estos servidores públicos, que son el alma y la condición "sine qua non" para que pueda haber un cambio educacional, siguen vegetando, en nuestro país, en niveles incompatibles con la dignidad mínima de sus funciones. Se necesitan más profesores, en todas las ramas; y más profesores que no vivan una situación económica que, a veces, linda con la miseria, con una miseria de cuello blanco que deben disimular a toda costa, con una miseria que debe paliarse con el expediente de las clases extraordinarias. No puede exigirse eficiencia en el liceo, antesala de la universidad, o en la escuela primaria, cuando los horarios no son de 36 horas semanales, lo que ya es exagerado e incompatible con el estudio individual y la superación del maestro, sino de 40 ó 45 horas, con clases particulares los sábados y domingos, con viajes a toda carrera de una "micro" a otra, para ir de un liceo a un colegio y de éste a otro liceo.
La situación económica del maestro chileno no es mala: es pésima. Estamos practicando no sólo una superexplotación del obrero, sino también una superexplotación del profesor. Las 36 horas semanales de clase significan 60, 65 o más horas de trabajo, porque las lecciones deben prepararse, revisarse las tareas y las pruebas, y los controles corregirse y avalarse.
El doble o triple del profesor.
Es necesario asistir a reuniones de conseje, a sesiones con los centros de padres y apoderados, a reuniones de trabajo por asignaturas o grupos de materias; es menester asesorar a los organismos deportivos, literarios, recreativos, que funcionan en el establecimiento. Y todo esto debe hacerlo el profesor fuera de las horas de clases.
Por otra parte, es indispensable que el maestro estudie, que siga cursos de perfeccionamiento y se mantenga en actitud constante de superación a que lo obligan el desarrollo veloz de la ciencia y la técnica modernas, el progreso de los medios de difusión cultural de la humanidad, y también para responder en forma satisfactoria a las inquietudes crecientes de los niños y adolescentes con quienes debe trabajar. Y después de esas "quinientas horas semanales" de que habla Nicanor Parra, el maestro debe intentar conseguir algunos medios complementarios de financiamiento, pues su remuneración no le permite mantener el nivel de decoro mínimo que exige su labor. Es posible encontrar profesores que venden libros y otros objetos en las calles, que trabajan un taxibús los fines de semana o en la noche y al día siguiente van de mañana a la escuela o al liceo, y que, además, hacen clases particulares el sábado en la tarde o el domingo, o después de las horas habituales de labores.
Remedio de fondo.
¿Cuánto gana un maestro secundario? Como promedio, alrededor de 450 escudos mensuales. Y 50% de los profesores, unos 25 mil, gana el vital o poco más. Para ser concretos, pensemos en la presentación personal, en el vestuario, que el maestro está obligado a cuidar, sin perjuicio de que también debe comer y, del mismo modo, alimentar y educar a sus hijos, porque también tiene una familia.
Por tales razones, estimamos que el problema del bachillerato es una especie de gran fachada; que será descorrido, retirado, sólo y simplemente, el telón primero de una situación que tiene fondo dramático.
Ahora bien, el remedio a este fondo dramático es el cambio en el país, la posibilidad, el apremio, la urgencia impostergable de una tranformación económica que permita, efectivamente, pasar de las palabras a los hechos, de la ficción a la realidad; de la retórica de la letra constitucional o legal, consagrando que todos los chilenos tienen derecho a estudiar, al hecho concreto del estudio permitido por la vida y por la situación económica de cada familia y por el estado mismo de la enseñanza y del personal docente.
Pero éste no es sólo un problema nuestro, sino de todo el continente. Así, en estos momentos la CEPAL está reunida en Buenos Aires tratando el problema de la educación. En un grupo de seis países de América Latina, el analfabetismo representa 65,6%.
Tanto analfabeto después de siglo y medio de república.
Yo me pregunto ¿qué han hecho los gobernantes de América Latina en ciento cincuenta años de vida independiente si, al cabo de siglo y medio, 65 por ciento de la población de estos países es analfabeta? La verdad es que ellos no merecen la gratitud de la historia y, si pudiera haber una sanción retrospectiva, merecerían el desprecio, porque han sido gobernantes indignos y pésimos. Si al cabo de siglo y medio, 65% de los habitantes de dichos países sigue sin saber leer ni escribir, quiere decir que los gobernantes fueron desastrosos. El porcentaje más bajo es el 23% en un grupo de siete países, que representan la quinta parte de la población de Sudamérica. El personal titulado alcanza sólo a 60% de los maestros primarios y a 30% de los secundarios.
Chile está dentro de esta categoría de siete naciones que han dado un paso adelante. Pero un paso mucho mayor y trascendental que el nuestro lo ha dado la República de Cuba, que en este terreno ha experimentado notables avances, sobre todo erradicando totalmente el analfabetismo.
Según 1a Comisión Económica para América Latina, en este continente falta medio millón de profesores; y para 1980 deberá existir el doble del actual número de profesionales sudamericanos, es decir, la cifra debería elevarse de 660 mil a 1 millón 200 mil.
Un lenguaje de ruptura.
La apertura del ingreso a todas las ranas maneras, pues la opinión pública pue-dos criterios de selección, y el establecímiento de carreras cortas y de menos costo, constituyen algunas de las recomendaciones que sugiere la CEPAL para hacer-frente a esta demanda, que en Chile debe atenderse, desde luego, de manera urgente. No pretendemos que todos terminen la carrera universitaria superior, pero sí pedimos que todo ciudadano chileno, incluso aquel que sólo cursa la educación primaria, tenga no sólo una conciencia del país, del mundo, de la vida, sino también una enseñanza profesional que le permita incorporarse al mercado del trabajo con una especialización determinada, con los conocimientos de una técnica que lo convierta, al menos en obrero calificado.
Estimamos que es nuestra obligación hablar con lenguaje que rompa un poco las buenas maneras, de otro modo la opinión pública puede adormecerse en la bella materia, en la impresión ilusa de que, con la supresión del bachillerato, todos sus hijos podrán entrar a la universidad. Lo que se sabe, positivamente, es que las universidades no tienen capacidad de respuesta total a la demanda de opción para seguir estudios superiores de nuestra juventud. El número de postulantes que se presentaron, en 1966, a los siete establecimientos de instrucción universitaria del país fue de 44.600. De ellos resultaron aceptados 17.907, es decir, 40,1 por ciento. El resto, o sea 26.693 jóvenes -repito-, quedó fuera de la universidad. Y estos 26.693 estudiantes chilenos se vieron enfrentados no sólo a la imposibilidad de estudiar, sino también a la de trabajar, pues constituyen contingente humano, sin calificación especial, que, lisa y llanamente, se suma al ejército de cesantes que engendra el sistema social vigente.
Los excluidos.
Si entramos a analizar las cifras globales mencionadas, comprobamos que los porcentajes menores de aceptación se produjeron, precisamente, en la Universidad Técnica Federico Santa María, es decir, en un establecimiento que imparte instrucción relacionada en forma más directa con el proceso económico.
En efecto, la sección universitaria de la Técnica Santa María aceptó el 16,9% de los postulantes; la Escuela Diurna de Artes y Oficios "José Miguel Carrera" otorgó el pase a sólo 5,2% de los candidatos, y la Escuela Nocturna para Obreros recibió el 22,2% de quienes acudieron a solicitar matrícula.
El porcentaje mayor de ingreso se produjo en la Universidad Austral, aunque sobre un número absoluto de postulantes bastante limitado: de 421 fueron admitidos 343, es decir, 81,4%.
En la Universidad de Chile el porcentaje de aceptados fue semejante al total del resto del país: 41,3%, o sea, 8.597 sobre un total de 20.778 aspirantes.
La Universidad Técnica del Estado aceptó 51,9% de los postulantes al grado superior, y 30,6% de los que se presentaron a los cursos de enseñanza anexa oficio.
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