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Señor Presidente, tercio en este debate después de haber escuchado las expresiones de los Senadores de Oposición.
Considero que el articulado de este proyecto, al cual prestaré mi aprobación en general, contiene aberraciones inmensas.
Surge de antemano, antes de entrar a su conocimiento, una premisa muy simple; ¿quién es el culpable en Chile, y en Latinoamérica en general, de la situación irregular del niño? Naturalmente, no lo es el niño. Es éste un problema socioeconómico, como señaló esta tarde, con frases maestras a mi manera de entender, mi distinguido colega Tomás Chadwick. Mientras no se resuelva ese problema, seguirán existiendo más y más niños en situación irregular. Y el problema socioeconómico nacional no se resuelve, naturalmente, ni con reajustes enanos ni con estadísticas falseadas. Porque si hay algo difícil de engañar es al estómago, a la anatomía y fisiología humanas, que reclaman, por sobre todas las cosas, calorías para el organismo.
Esto ha sido expresado, en forma magistral, por el sociólogo, médico, escritor e incluso fue candidato al premio Nobel, Josué de Castro, en su obra "La Geografía del Hambre".
Seguiremos dándonos vueltas en el círculo vicioso del enfermo, sin tomar en cuenta la enfermedad, que es la que está aquejando a la sociedad. Para nadie es misterio que un menor abandonado, un menor irregular, no genera su anomalía. Es la sociedad la que vive en forma irregular, la que genéricamente no se ajusta a la regla. El niño no es irregular en su medio, porque es su "norma", su "vida" vagar, igual que su padre cuando no encuentra trabajo; porque es su regla pasar hambre, igual que sus padres, que apenas tienen para poder comer; porque es su norma vestirse de andrajos, igual que sus padres cesantes o semicesantes; porque es su regla beber, robar o prostituirse, pues a veces están tan abandonados o viciosos como lo están sus padres.
Por eso, rechazo terminantemente el término irregular, a menos de que se hable de "hijos de una sociedad o de un medio que es irregular".
La regla normal en una mediocracia es, por lo menos, tener buen salario, buen vestuario, buena alimentación, habitación y derecho a la cultura. Si esto no existe en determinado medio, es natural que sea la sociedad la irregular, y no el niño.
Para nosotros los pediatras, esto es perfectamente claro y constituye una verdad casi de Perogrullo.
Por eso, en el proyecto se han considerado, circunstancialmente, diversos personajes y organismos: al médico, al sociólogo, al carabinero, al profesor, a la visitadora, al Presidente de la República, a los contadores y a una enorme burocracia que pueda embarcarse en esta Arca de Noé; los administradores, los jueces, los consejeros, los auxiliares, las casas, los departamentos, los policías; y por ahí, metidos en medio de toda esta gama, los organismos que, como expresaba el Honorable señor Chadwick, deberían ser los verdaderos rectores en esta iniciativa: el Ministerio de Salud, por intermedio de su Servicio Nacional, y el magisterio; o sea, quienes se preocupan de la salud mental del niño.
Seguiremos curando las consecuencias de un mal -la técnica del "Mejoral" para un dolor de muelas-, cuando, en realidad, lo que se necesita en Chile, en nuestra América Latina actual, es poder extraer la muela podrida.
Sabemos que las descripciones de criminalidad infantil, de perversión y prostitución son escalofriantes. Podemos hacerlas cualesquiera de nosotros, los hombres que nos hayamos adentrado en los tugurios proletarios, en especial los maestros, y, más particularmente aún, los médicos. Los casos aumentan cada día. Los niños perversos de hoy, en un régimen capitalista, tienen que ser, fatalmente, los adultos delincuentes de mañana. ¡Y la sociedad se lava las manos, como se las lava permanentemente cuando, frente a un pelotón de fusileros, manda a uno de estos hombres al otro mundo!
Ya pasaron esos tiempos en que se hablaba de herencia alcohólica o sifilítica para clasificar a los niños en normales o inadaptados. Ahora se habla, frontalmente, de ambiente social, de analfabetismo, de pobreza o indigencia, que son, precisamente, los factores que generan este tipo de irregularidades, de falta de la regla de la normalidad mínima.
La influencia del cine, de la cual tanto se habla, prospera en una clase social diferente, en la que va al cine, en la que puede pagar su entrada, que es relativamente cara.
Se habla de la revista pornográfica, pero se olvida de cómo van a alcanzar a leer esa revista, o la tira cómica, literatura con la cual la política norteamericana, está infectando a nuestra juventud y a nuestros niños. Estas influencias no prosperan en las clases paupérrimas.
Todos conocemos los derechos del niño. Ellos fueron proclamados en la Convención de Ginebra, el año 1923, pero siguen siendo letra muerta para la mayoría de los legisladores de estos países subdesarrollados. Aquí se sigue protegiendo al niño mediante la "caridad", mientras lo que el niño y sus padres realmente reclaman es justicia social. Las damas caritativas que les lanzan un mendrugo hacen filas - y esto lo hemos visto en las épocas electorales, o, mejor dicho, electoreras- en organizaciones como el Rotary Club, entidad que, con gran desparpajo, dice: "Vamos a celebrar la Semana del Niño", como si los niños, en un año entero, pudieran disponer sólo de una semana para obtener un poco más de leche, un mendrugo más o vestir mejor.
Insisto: éste no es problema del niño. Es la premisa central de esta discusión; es problema de familia. Tampoco es problema de internados, como propiciaba un presbítero cuando fue consultado en la Comisión.
Al niño no debe encerrársele. ¿Acaso no sabemos que el niño es como un pequeño animalito, como un pájaro al cual no puede enjaularse, sino integrarlo a la familia? Lo otro es castigarlo por una acción penal que no ha cometido.
Si es imposible que el padre, como sucede en muchos casos, pueda regenerarse, y el niño no pueda, sencillamente, adaptarse a él, existen otros hogares que gustosos y moralmente le pueden servir para su formación. Es mucho más humano volver al antiguo sistema de la colocación familiar de que hablaba la política alemana, y del cual han hecho muy buen uso los ingleses.
Naturalmente, prestaremos nuestra aprobación a este proyecto sobre protección ocupando ahora los menores, y requisición de menores en su acepción general, un departamento especial para mantener- pero en su enfoque particular tomaremos los apresados? en cuenta lo que han expresado Senadores de Oposición. Al respecto, concuerdo con las críticas formuladas por mis Honorables colegas señores Ahumada y Gonzáles Madariaga.
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