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El señor ALLAMAND.-
Señora Presidenta , al escuchar la intervención del Honorable señor Montes , uno se da cuenta de que pocas veces una buena intención tuvo tan mala materialización.
¡Quién podría estar en contra de que la política tenga más contenido y de que se aleje del marketing y el populismo!
El punto es ver si la norma propuesta va en esa dirección o hace exactamente lo contrario.
Diversos Senadores han señalado que esta disposición, tal como está establecida, impide la construcción de programas en democracia. No olvidemos que las campañas van generando, en parte, instancias donde la gente es convocada a efectuar aportes programáticos.
Con este artículo 6º ter se dice: "Ahora las precandidaturas partirán con todo resuelto". Y ello no es así, más allá de lo que argumente mi estimado amigo el Senador Montes .
Además, el proyecto tampoco establece una forma de rectificar el programa original. En efecto, se plantea inicialmente un A, B, C, D, y nada se puede corregir durante el curso de la campaña.
O sea, doblemente absurdo: no es posible elaborar participativamente un programa presidencial y, si existe un error inicial en su formulación, no se puede rectificar.
Por otra parte, el colega Harboe -por su intermedio, señora Presidenta- hizo ver que no tenemos la accountability-por así decirlo- del voto programático.
Si ustedes revisan las democracias que funcionan con tal sistema, verán la infinidad de problemas que genera. Porque una cosa es que un candidato se comprometa a hacer algo y otra distinta es que no cuente con la mayoría parlamentaria para cumplir.
¿Cumple o no? ¿Es responsable o no? ¿Basta con enviar un proyecto o no?
Tal planteamiento provoca muchos problemas, incluso con relación al marketing.
Me pregunto: ¿quién va a resolver cuando el programa es de verdad y cuando no?
Yo podría escribir las siguientes líneas programáticas:
"¡Voy a aumentar el crecimiento!
"¡Voy a aumentar el empleo!
"¡Voy a reducir a cero la delincuencia!
"¡Voy a terminar con la desigualdad!".
Son frases genéricas, puros lugares comunes.
¡Se cumple el requisito, pues, señora Presidenta!
¿Quién en el Servicio Electoral dirá que no es un programa?
¡Fíjese en el absurdo en el que estamos cayendo! Y a partir de ahí, se producirá discusión.
Los programas no van a ser participativos. Los programas no se van a poder corregir. Los programas no se podrán comparar. Por tanto, lejos de avanzar hacia los contenidos, iremos exactamente en la dirección opuesta.
Esta es una mala solución a un problema de fondo. Si queremos darle contenido a la política, esta no es la herramienta adecuada.
Además, noto cierta desconfianza de parte de quienes promueven la proposición en análisis con relación al funcionamiento normal de las democracias contemporáneas.
Si hoy en día un candidato presidencial no presenta un programa, el primer ataque lo recibirá de los medios de comunicación, de los tuiteros, de las redes sociales, de los otros postulantes. Tal reacción es mucho más potente que la declaración formal de haber presentado un papel, que, como acabo de señalar, puede incluir contenidos completamente insuficientes.
Señora Presidenta , considerando loable el propósito del artículo propuesto, la forma de aterrizarlo es inconveniente, y nos va a generar muchos más problemas que ventajas.
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