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El señor ESPINOSA, don Marcos (Vicepresidente).-
En el tiempo del Comité de la Democracia Cristiana, tiene la palabra el diputado señor René Saffirio .
El señor SAFFIRIO.-
Señor Presidente, lamento la presencia en la Sala de tan solo 41 diputados, de un total de 120, mientras se debate el futuro de los trabajadores y del movimiento sindical de nuestro país.
Soy integrante de la Comisión de Trabajo de esta Corporación y he sido, desde su origen, parte del debate de esta denominada “reforma laboral”. Digo que estamos ante una reforma laboral entre comillas porque todos sabemos que en realidad no se trata de una reforma, sino de una pequeña modificación al Código del Trabajo, que salió de una forma de la Cámara y regresó del Senado con cambios sustanciales.
En efecto, en la cámara revisora se le introdujeron 40 transformaciones sustanciales y 72 cambios que el Ejecutivo ha calificado, por sí y ante sí, como formales, a partir de indicaciones de algunos senadores y del propio gobierno, que, paradójicamente, impulsó los términos originales del proyecto, conforme a una promesa de campaña de la Presidenta de la República.
Lo que denominaron reforma laboral y que aprobamos en esta Sala se centró, fundamentalmente, en cambios al Código del Trabajo que tienen que ver con modificaciones a los mecanismos de negociación colectiva y con el fortalecimiento de la organización sindical, para abordar las dificultades de una relación desequilibrada con los empleadores, marcada por los abusos, las injusticias y reiteradas persecuciones, los despidos y las prácticas antisindicales, que han transformado el código que estamos modificando en un cuerpo legal que no cumple con los estándares mínimos de protección de los trabajadores, no obstante que el derecho laboral es la única herramienta que permite equilibrar un vínculo contractual que, por su propia naturaleza, es inicuo y desequilibrado.
No es casual que nuestro país esté entre los que presentan las mayores desigualdades sociales, expresadas en la más aberrante brecha entre los grupos de mayores y menores ingresos.
Soy abogado y ejercí durante años en materia laboral. Podría haber destinado estos minutos a referirme a cada uno de los artículos modificados por el Senado; sin embargo, acogiendo el llamado de su señoría, pondré énfasis en los aspectos políticos que constituyen el entorno de este debate, aunque, al parecer, hay que habituarse a que nadie escuche en este hemiciclo.
No tenemos excusas para dar la espalda a los trabajadores; de los 120 diputados y diputadas que integran esta Corporación, más del 50 por ciento no tiene excusas para hacerlo.
Los grupos conservadores, atendiendo las presiones ejercidas por los dueños del dinero, harán su trabajo. No se les puede condenar por ello, ya que son lo que son: tributarios de los grupos de poder que mantienen a millones de chilenos en la pobreza y que justifican todas las malas prácticas laborales que subyacen en el origen de este proyecto. No se puede esperar más de ellos y votarán a favor de los cambios del Senado, diluyendo lo que anteriormente aprobara la Cámara y reduciendo a escombros esta iniciativa legal.
Sin embargo, y aun sin los votos de ese sector, representado aquí por la UDI y Renovación Nacional, los partidos de la Nueva Mayoría y algunos independientes tenemos los votos suficientes para reiterar nuestras convicciones, a pesar de las presiones del empresariado, y rechazar lo resuelto por el Senado. Pero para que eso ocurra en la práctica se requiere coraje y voluntad.
Algunos sectores, denominados o autodenominados “progresistas”, han manifestado su conformidad con los cambios del Senado; otros -espero que muy pocos- aplicarán la tristemente célebre frase del exministro Francisco Vidal , quien dijo que la izquierda, para financiarse, debe cerrar los ojos y extender la mano. Sin embargo -y para ser justo-, no estaríamos en este debate si algunos senadores de mi propio partido, los señores Andrés Zaldívar , Manuel Antonio Matta y Patricio e Ignacio Walker , no hubieran presentado las indicaciones que provocaron el cambio, con el respaldo del propio gobierno.
No hay justificación alguna para aprobar lo resuelto por el Senado; hacerlo significaría traicionar a los trabajadores, a quienes prometimos un país diferente, sin abusos, en el que disminuiría gradualmente el abismo que separa esos dos Chile irreconocibles entre sí, lo que a veces nos lleva a pensar que no es irracional poner en tela de juicio nuestra propia viabilidad como país, al mantener tanta injusticia social acumulada por ya demasiadas décadas.
Por eso, vale la pena preguntarse dónde, cuándo y por qué perdimos el norte. ¿Los partidos de izquierda olvidaron su cuna? ¿Acaso olvidaron el orgullo de haber nacido en el crisol, donde se fundieron el dolor de la pobreza y la tristeza de la marginación con los rostros de sus dirigentes sindicales perseguidos y asesinados? ¿O solo son recuerdos para ganar votos y justificar su existencia? ¡No puedo ni quiero creer que olvidarán todo lo que son para satisfacer la voracidad de los abusadores de siempre!
Por último, señor Presidente, permítame dirigirme a los diputados de mi propia bancada, los de la Democracia Cristiana.
Hace sesenta años nacimos a la vida política para romper con el conservadurismo de la sociedad chilena y enfrentar el materialismo en un mundo bipolar dividido por dos guerras mundiales y por una eterna y aún -a veces- presente guerra fría. A pesar de ello, pudimos emerger como una alternativa humanista y laica para enfrentar los inaceptables abusos en contra de una mayoría discriminada de hombres y mujeres pobres, cuyos rostros son imposibles de olvidar.
¡Había que hacer algo! ¡Así nació la Democracia Cristiana, mi partido! Surgió como una alternativa a los abusos que padecían los trabajadores. Fuimos una fuerza importante que brilló con luz propia, que hizo historia a partir de sus propias convicciones, que no tuvo necesidad de apagar la luz del otro para brillar por sí misma.
A esa Democracia Cristiana le hablo. Los invito a observarse hoy y ver cómo, bajo la infaltable amenaza del desempleo, la disminución del crecimiento y la inflación, nuestros sueños y nuestra razón de ser son abandonados de modo injustificable. Siguen en mi retina esos rostros, que para mí, hijo de una región pobre, como la de La Araucanía, se expresan en el recuerdo de hombres, mujeres, niños y niñas campesinos, peones descalzos, protegidos solo con un trozo de neumático por zapatos, amarrados con dos tiras de cuero regaladas por el patrón.
Pocos de esos habitantes logramos sortear los miles de barreras impuestas por nuestra condición social y llegar a Santiago para estudiar y conseguir ser profesionales.
Han pasado ya 45 años desde que comencé ese camino y mi región continúa navegando entre el racismo, la pobreza y la desidia del Estado.
Y aquí estamos, agazapadamente haciendo un nuevo favor a los dueños del dinero, creando conceptos extraños, como “condiciones especiales de trabajo”, “pactos sobre sistemas excepcionales de jornada de trabajo y descanso”, “negociación colectiva pacífica”, “prácticas desleales de los trabajadores” o “adecuaciones necesarias”, a las que llamo “rompehuelgas necesarios”.
Puedo, entonces, repetir algunas preguntas, aunque solo profundicen mi preocupación y dolor: ¿Dónde, cuándo y por qué perdimos el horizonte? ¿Quién o qué pudo hacer de nosotros subordinados de un sistema construido a partir del dolor y del abuso?
Criticamos la codicia de los grandes grupos económicos sin darnos cuenta de que si aprobamos la propuesta del Senado, serán los mismos que se beneficiarán de ella, además de que deberán pasar muchos años antes de poder incorporar cambios sustantivos a nuestra legislación laboral.
El señor ANDRADE (Presidente).-
Ha concluido su tiempo, señor diputado.
El señor SAFFIRIO.-
Señor Presidente, voy a ocupar un minuto más del tiempo de mi bancada.
Señor Presidente, no quiero ser parte de esta comedia; me niego a ser uno más del circo. Voy a rechazar la totalidad de los cambios incorporados por el Senado a lo que ya aprobó la Cámara. Lo hago por una razón de justicia con los trabajadores de mi país y para hacer respetar mi dignidad de legislador, que no olvida ni su cuna ni su origen.
Ojalá nadie en la Sala se atreva a decir que no existen injusticias sociales que rectificar en nuestro país; y esta es la oportunidad que tiene la Cámara hacerlo, para lo que debe enviar todas las modificaciones del Senado a comisión mixta.
He dicho.
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