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- rdf:value = " El señor ROSSI.-
Señor Presidente , creo que hace mucho tiempo que no había un tema en la agenda política que nos llevara a apasionarnos con tanta fuerza. Como nunca, hoy estamos enfrentados a un problema que no es precisamente de los que estamos acostumbrados a discutir en los últimos tiempos: dar un poco y recibir otro poco, negociar aquí y negociar allá; en esta ocasión, estamos frente a una clara cuestión de ética, de principios, de moral.
Si bien es cierto que, desde cualquier punto de vista, la violencia y la guerra serán siempre una tragedia, en algunas ocasiones también pueden transformarse en una oportunidad. Hoy día, más que nunca, es un deber ético pronunciarse respecto del conflicto bélico que divide a quienes tienen el poder en la tierra. Un ejemplo claro de ello es lo que ocurre en la Otan o en la propia Unión Europea, en los cuales hoy asoman claramente dos bloques con miradas radicalmente distintas del conflicto. Me refiero a la división producida en la cúpula del poder -también ha sucedido en Chile-, pues tengo el convencimiento de que el consenso en torno a la no guerra, como se ha expresado, es mayoritario a nivel de la sociedad civil. Hay un claro consenso del pueblo chileno y del mundo en torno a la paz, a la vida y al respeto de los derechos humanos.
Hablo de deber ético, pues el conflicto de Oriente, que más bien tiene ribetes de mundial, exige una definición mucho más allá de lo religioso, de lo político, de lo cultural. Es una declaración de principios con respecto al valor de la vida, el respeto a los derechos humanos y a la legítima autoridad de los organismos internacionales competentes en este tipo de materias. La ONU corre un grave riesgo si los Estados Unidos se desentienden de su autoridad y lanzan un ataque unilateral. Es un llamado a la conciencia de los seres humanos que comparten un mismo planeta.
Ahora bien, este deber no sólo es una obligación a tener opinión, sino también a actuar de manera coherente. Esto significa romper la inmovilidad que nos hace ser más egoístas, menos generosos y que nos lleva a perseguir menos fines altruistas. Sólo la sociedad civil puede generar el movimiento necesario para crear un país y un mundo más humano y solidario en tiempos de guerra; una guerra francamente abusiva, porque recordemos que Estados Unidos es más, militarmente, que los siete países que lo siguen, y, económicamente, es más que Japón , Francia y Alemania unidos. Además, podría ser una guerra oportunista y con motivaciones sumamente mezquinas.
Es más que nunca necesario que los seres humanos tomemos la bandera de la paz y les digamos a nuestros gobernantes que no somos necios y no les creemos a Bush ni a sus socios de la ocasión. Debemos gritar con fuerza que Chile es un país digno, que toma sus propias decisiones en materia de política internacional y que esas decisiones encuentran sus fundamentos en el derecho y en la legitimidad de una escala de valores que no se modifica o se adecua a asuntos comerciales u otras cuestiones cortoplacistas.
El tratado de libre comercio con Estados Unidos no puede ser a cualquier precio. No puede significar nuestra renuncia a la vocación pacifista y humanitaria que caracteriza y ha caracterizado siempre a nuestra patria. Ni menos aún puede dar respaldo político a una matanza cruel de, seguramente, más de medio millón de civiles iraquíes: mujeres, hombres, niños y ancianos que a pesar de estar a más de 20 mil kilómetros, son iguales que nuestros hombres, niños, mujeres y ancianos.
El doble estándar de los Estados Unidos, que se ha transformado en el “sheriff” del planeta, es tan obvio y evidente que sólo puede provocarme indignación escuchar las justificaciones de Bush, Blair o Powell.
Para Estados Unidos -y digamos las cosas por su nombre- nunca han sido prioridad los derechos humanos. Prueba de ello es su actuación indolente y muchas veces cómplice en una gran cantidad de conflictos en el mundo.
¿Qué ha hecho Estados Unidos por resolver la tragedia del pueblo palestino o para que Israel cumpla las resoluciones de las Naciones Unidas? ¿Cuánto demoró en intervenir en Yugoslavia y en los países africanos, donde los conflictos bélicos abundan, entre ellos los religiosos? ¿Qué ha dicho? Por si fuera poco, también están los casos de Nicaragua, El Salvador y el de nuestro propio país, donde ha intervenido de una manera brutal siempre defendiendo sus particulares intereses.
Es más, lo que más lamento es que Estados Unidos no ha aprendido nada de la historia. ¿Qué lección sacó de Hiroshima y Nagasaki, en donde murieron más de 200 mil personas? ¡Y qué decir de los 3 millones de víctimas civiles en Vietnam, donde no sólo mató sino que también torturó y violó los derechos humanos de cientos de miles de personas, además de que utilizó sustancias químicas, como el recordado agente naranja, cuyas consecuencias genéticas pueden ser vista aún en nuestros días! Porque recordemos que uno de los pocos países que ha utilizado agentes químicos y nucleares es, precisamente, Estados Unidos.
Seamos claros. Lo que hoy quiere Estados Unidos es establecer un nuevo orden mundial, unipolar, con un solo gran poder y el control absoluto del Oriente. Estados Unidos sabe que para Irak y para el mundo poco va a cambiar si Husseim es eliminado. ¿Quién viene después? Los chilenos no podemos ser cómplices de semejante inmoralidad. Los políticos debemos más que nunca actuar pensando en el futuro y no en consideraciones del momento. Debemos tratar por una vez -y esta es la gran oportunidad que tenemos- de representar fielmente a los chilenos y chilenas y todos juntos decir “no a la guerra; sí a la paz y sí a la vida”.
Ese debe ser el voto de Chile en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¡No valen los discursos ambiguos! Esta es una de las pocas veces en que hay una votación de verdad. Esta vez no hay margen para negociar y lo que está en juego es demasiado grande: la ética en la política.
Por ello, el Partido Socialista vota “no a la guerra; sí a la vida, sí a la justicia y sí a los derechos humanos”.
He dicho.
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