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El señor SALAS (Vicepresidente).-
En el tiempo de Renovación Nacional, tiene la palabra el honorable diputado Osvaldo Palma por cuatro minutos.
El señor PALMA.-
Señor Presidente , parece increíble que a esta edad -no altura- de la civilización humana estemos discutiendo votar la guerra o la paz; algo tan grave y peligroso, que debiera estar meridianamente claro, más aun si se trata de la guerra en un pueblo muy lejano y distinto de nosotros, al que sólo nos ligan intereses económicos.
Lo más importante, que muchos parecen olvidar, es que se trata de un pueblo con personas. ¡Sí, personas: niños, mujeres, jóvenes, hombres, ancianos! Personas como nosotros, a las que sí nos ligan relaciones de humanidad.
¿Quién en esta Sala estaría de acuerdo en que al otro lado del mundo, otros, voten por una guerra en contra de Chile si tuviéramos problemas similares? Sin duda alguna, ¡nunca, jamás, se debe optar por la guerra! Jamás. Más aún por una guerra en otro país, donde no sólo van a ser dañados o morirán los líderes -causa aparente de los problemas-, sino también miles o quizás millones de niños, mujeres y ancianos ajenos e inocentes a estos problemas y en lo cual se gastarán muchos millones de dólares, más de los que se gastarían en solucionar los verdaderos problemas de esos pueblos.
Y más increíble aún es escuchar o leer argumentos muy pobres; pobres en cuanto a humanidad, de muchas personas e instituciones que pretenden que se debe decidir el voto de Chile en relación con la conveniencia mayor o menor para el país; que todo debe ser considerado en función de las relaciones económicas y políticas; que seremos mejor considerados por Estados Unidos en futuros tratados si somos sus cómplices en la futura matanza de miles de niños inocentes. ¡Quizás así nos vendan aviones con armas! Nos tratan como a niños porque actuamos como niños. ¡Esto no puede ser! La civilización se sustenta en las personas, como fin y principio; como fin y principio inamovibles, en todas las personas, independientemente de su importancia política o económica.
Todo esto pasa sólo por el mayor valor del petróleo, nada más. Que el terrorismo o no; que un mal jefe de gobierno, que un dictador sanguinario. ¡Nada! Todo eso es secundario. Importa sólo el valor económico. Hay peores gobernantes, muchos dictadores más sanguinarios y más terroristas en muchos otros lugares del mundo, y nada de guerra. Se institucionaliza el cinismo y la hipocresía. Con esto también se sienta un muy mal precedente, pues se acaban organizaciones internacionales que deben ser importantes, las que serán difíciles de recuperar. Si ellas pierden su poder, comienza a institucionalizarse “la ley del más fuerte”.
Los poderosos gobiernan. Los poderosos deciden qué hacer: la guerra o la paz. Y los poderosos deciden quién o qué es malo. Incluso, hoy es bueno lo mismo que ayer fue malo, y viceversa. Nos cambian hasta las definiciones de bueno y malo a su antojo y conveniencia. Es un error frecuente de políticos occidentales creer que todos los problemas de los pueblos se solucionan eliminando a los dictadores. No se mejoran las enfermedades solucionando sólo los síntomas. Es imposible cambiar culturas ancestrales, mentalidades y sentimientos, credos de personas producto de siglos de vidas, con odios, luchas y amores que generan maneras de ser, en días o semanas. Esta es una manera muy simplista de pensar, muy común en occidente.
En estas guerras de tan fácil decisión, la salida es tan difícil, como fácil la entrada, y lo que costó sólo semanas decidir, puede costar decenas de años terminarlo.
Saddam Hussein es una excepción a los tiempos. Opone una guerra convencional a una fuerza evidentemente más poderosa que la suya. El poder de esta misma gran fuerza se ve disminuida ante el terrorismo. El poder ya no radica sólo en la fuerza mayor, sino en una persona aislada con un simple celular, un computador, explosivos o productos químicos, lo que se transforma en un gran peligro para la sociedad, a la cual coloca de rodillas e inutiliza todas las fuerzas.
Los descontentos y la violencia son frutos de las injusticias, de la desigualdad de oportunidades, de las inequidades. No puede haber seguridad en el mundo con todos sus problemas satisfechos y felices, y, a su lado, en el otro extremo, gente con todo pendiente, viendo a sus hijos agonizar y morir de hambre.
El señor SALAS ( Vicepresidente ).-
Tiempo, señor diputado .
El señor PALMA.-
Termino, señor Presidente.
No por el hecho de estar lejos y de ver estas caras tristes podemos permitirnos estos excesos de crueldad. El verdadero problema no es Saddam Hussein. Esta amenaza de guerra es una muestra clara de la debilidad del poder de las grandes potencias y, más aún, la debilidad de nuestras organizaciones internacionales.
De cualquier modo, debemos decir “no a la guerra”; ella es admisible sólo y exclusivamente como condición última e inevitable. Sí a exigencias razonables, permanentes y en plazos también razonables: la vida humana debe obligar siempre el respeto mayor de todos los seres humanos.
He dicho.
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