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El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg ( Presidente ).-
En el tiempo del Comité Socialista, tiene la palabra el Diputado señor Jaime Estévez.
El señor ESTÉVEZ.-
Señor Presidente , honorable Sala, quiero pedir, en primer lugar, que me acompañen a escuchar una cinta magnética que, pienso, resume trágicamente la marca que Pinochet ha puesto sobre una etapa ya demasiado larga de la historia de nuestro país:
“-Carvajal: Atención puesto 1, puesto 1, puesto 1, a puesto 5, 5. Adelante. Cambio.
Patricio necesito hablar con Augusto. Adelante. Cambio.
Puesto 1 (Pinochet): Conforme.
-Pinochet: Augusto escuchando, Augusto escuchando.
Voz en off: Comunicación interna entre el general Augusto Pinochet y el almirante Patricio Carvajal .
-Carvajal: Allende está en La Moneda.
-Pinochet: Entonces, hay que estar listo para actuar sobre él. Más vale matar la perra; se acaba la leva, señor.
-Carvajal: Exacto.
Están ofreciendo parlamentar.
-Pinochet: Rendición incondicional. Nada de parlamentar. Rendición incondicional.
-Carvajal: Bien, conforme. Rendición incondicional. Se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos...
-Pinochet: La vida y su integridad física, y en seguida, se le va a despachar para otra parte.
-Carvajal: Conforme. O sea, ¿se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país?
-Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país; pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.
-Carvajal: Conforme.”
Señor Presidente , la grabación de la conversación entre el general Pinochet y el almirante Carvajal , hecha por radioaficionados, culmina cuando Pinochet le dice: “Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país; pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.” Y luego, la risotada.
Eso marca lo que ha sido y es Pinochet: la violencia; nada de parlamentar, rendición incondicional; la falsedad, el engaño, lo que se nos quiere presentar a veces como astucia, pero no es otra cosa que el desconocimiento de la palabra empeñada y el desprecio por la vida.
Fueron 17 largos años de ejercicio de la dictadura. Es tan natural que ahora tengamos todavía una sesión tensa, convulsionada. El general Pinochet está asociado al dolor, a la muerte, al sufrimiento, a que gran parte del país se haya sentido y se sienta amenazado, humillado. ¿Cómo esperar que pueda pretender asumir una senaduría vitalicia en el Senado sin que haya una reacción de irritación, de molestia, de confrontación?
Se nos dice “Olvidemos”. Puede ser la única salida posible; pero nos deja, como dice Marco Antonio de la Parra en su reciente libro “Desmemorias”, sin historia, sin peso; vaporosos, tenues, traslúcidos. Es extraño oír a tanto parlamentario de Derecha, a tanto ex funcionario del gobierno militar, repetir que miremos hacia adelante, que dejemos el pasado y, al mismo tiempo, quejarse de la levedad de las cosas, de la moral hecha añicos y de un país sin sustancia.
El juicio de la historia ha sido y es, en nuestra opinión, categórico sobre Pinochet. Él rompió la Constitución de 1925, que juró respetar; derrocó al Presidente , a quien le juró obediencia. El golpe militar era evitable. No vamos a aceptar jamás la idea de que era un curso inevitable de las cosas. El país estaba tensionado; sin duda, estaban dificultados los caminos democráticos. Es conocido que el Presidente Allende resolvió, como lo anunció públicamente, convocar a un plebiscito para dirimir la situación política. El general Pinochet aceleró el golpe de Estado para evitar este camino, forzando lo que buscaba y deseaba hacer. Para dar el golpe, hubo primero que dar un golpe previo en el seno del Ejército; por cierto, el asesinato del general Schneider , Comandante en Jefe del Ejército ; luego, un golpe con el derrocamiento del general Prats , y la salida de los mandos de los generales Pickering y Sepúlveda . El general Prats fue asesinado más tarde en Buenos Aires por un comando, como se sabe hoy, de la Dina, bajo el mandato de Pinochet. Dos comandantes en jefe asesinados por la Derecha para imponer en Chile un golpe de Estado.
El golpe, que era evitable, no tenía tampoco que ser necesariamente de la crueldad que fue. La decisión de bombardear La Moneda fue absolutamente innecesaria, que muestra, sin embargo, la crueldad y la implacable voluntad de someter al país por el terror, bombardeando el símbolo de la democracia, con el Presidente constitucional de la República en su interior.
Pinochet nunca deseó restablecer la democracia en el país. Lo dijo ya en 1975: “Moriré yo, morirá mi sucesor, y no habrá elecciones en Chile.” Ésa fue su voluntad, pero no la pudo imponer, porque fue derrotado por nosotros, por la sociedad chilena.
Aceptó la Constitución de 1980 presionado por las circunstancias, pero en el convencimiento de que el plebiscito de 1988 era sólo un mero artificio para prolongar su mandato hasta el año pasado.
Derrotado en el plebiscito, en una hipótesis que no previó, en la soberbia absoluta de pensar que tenía un respaldo popular, que, claro, se lo fabricaban, pero que era inexistente, se ha encastillado en el Ejército, confundiendo el papel de una institución de la patria, como es el Ejército, con sus intereses personales.
Efectivamente, durante estos años no ha intervenido en política contingente -no faltaba más; hay un Presidente constitucional de la República -, salvo cuando sus intereses personales han sido puestos en jaque.
Como era de esperar, a poco de iniciado el gobierno de Aylwin, como era natural, surgieron evidencias de irregularidades o negocios con apariencias fraudulentas que involucraban a familiares directos del general Pinochet. Los cheques emitidos por el Ejército de Chile a su hijo por la compra de una empresa de armas -uno de los cuales, de 1 millón de dólares-, se justificó como una comisión pagada por la compra de esa empresa; a su hija Lucía se la denunció por comisiones obligatorias del Instituto de Seguros del Estado por alrededor de 25 millones de pesos, y a su yerno, Julio Ponce , acusado de haberse adjudicado Soquimich en un precio vil.
Cuando estos hechos fueron planteados y la Cámara de Diputados los analizó en diciembre de 1990; Pinochet ordenó un acuartelamiento del Ejército, lo que se denominó posteriormente “Ejercicio de enlace”; fue una clara, abierta y franca amenaza a la democracia.
Puestos en un dilema histórico, por cierto nosotros, que somos gobierno del país y, por lo tanto, tenemos la responsabilidad de pacificar a Chile, gestionar y asegurar la democracia, tomamos la opción prudente, que en ese momento era inevitable. Pero debo ser muy claro en señalar que la tensión cívico-militar con este acuartelamiento no se debió a los derechos humanos, a las relaciones cívico-militares, a la política económica del país, sino única y exclusivamente a que el general Pinochet se sintió amenazado en sus intereses personales y familiares. Lo mismo se repitió un poco más tarde en la denominada operación “Boinazo”.
Es decir, el juicio de la historia es claro y categórico para condenar al general Pinochet por anteponer sus intereses como persona a los del Ejército y a los de la patria; para condenarlo en su gestión política con una obra tan sólida y dura de recordar como fue el informe de la Comisión Rettig, la cual reunió a juristas y personalidades de distintos ámbitos del país, quienes analizaron lo que había ocurrido con las violaciones de los derechos humanos durante el período de Pinochet y dieron un juicio indesmentible y categórico, condenando la violencia, la muerte, la tortura, el terror.
Al mismo tiempo, se ha querido crear en el plano económico social, el mito de que Pinochet habría construido una nueva sociedad económica en Chile. Esto es falso. El gobierno de Pinochet hizo sufrir mucho a la gente, quienes recuerdan hasta hoy el Pem, el Pojh y las humillaciones a que fueron sometidas en este terreno.
El juicio de la historia es categórico y no depende de mayorías o minorías en el Parlamento, que, por cierto, las hay; pero hoy él continúa ejerciendo un papel negativo respecto de la consolidación democrática de Chile.
Por lo tanto, es natural que estemos preocupados ante la prolongación de esta sombra para la consolidación de nuestro país, para el camino que buscamos. Sin embargo, no hay que desesperarse. Hay que seguir trabajando como lo hemos hecho hasta hoy, con serenidad y firmeza, en la defensa de las instituciones, en el recuerdo del pasado, no para resucitarlo o revivirlo, sino que para construir la sociedad del futuro en sólidas bases y evitar que esos hechos se repitan.
Nuestra responsabilidad, como parlamentarios, como servidores públicos, es unir a la Patria, no sobre la base del olvido, sino que en la generosa oportunidad de la reconciliación a quienes busquen la justicia, la paz y la verdad.
He dicho.
-Aplausos.
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