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El señor LAVANDERO .-
Señor Presidente , en la despedida y homenaje a un gran hombre, quiero recordar no sólo sus cualidades intelectuales y de gran legislador, sino también sus dotes de líder espiritual y moral durante los últimos cincuenta años.
Con su muerte, Chile pierde un pedazo de su historia y a un gran conductor del fundamento espiritual y valórico con que se impregnó, lleno de fortaleza, el pensamiento político de nuestra historia democrática y del mundo humanista y cristiano, hecho verbo en Maritain, Peguy , Bloy y otros.
Él perteneció en Chile a una de las dos vertientes del bien común orientador, en esta gran revolución humanista, junto a Jaime Larraín , Eduardo Cruz Coke , Rafael Luis Gumucio , Bernardo Leighton, Manuel Garretón , Tomás Reyes , Eduardo Frei , Ignacio Palma , Radomiro Tomic , Jaime Castillo y muchos otros que vinieron después. Unos, nacidos de la aristocracia conservadora rebelde, y otros, de la clase media ilustrada; pero todos fueron los guías que, al amparo y al alero de las doctrinas sociales de la Iglesia, contribuyeron a formar el soporte ideológico que empujó a varias generaciones a difundir en caminos, plazas y ciudades, a lo largo de Chile, las esperanzas en un futuro mejor.
Eso es parte de lo que hemos perdido con Rafael Agustín Gumucio.
En su memoria, quisiera relatar un pequeño y casi ignorado incidente de la historia política chilena, pero que a mí me tocó vivir muy a fondo. Y lo hago para destacar la importancia del devenir en la política de nuestro país. Para que la historia de nuestra patria no se reescriba con omisión de algunos incidentes políticos importantes y para que se pueda juzgar lo que tuvimos que hacer para lograr la democracia que tenemos.
En los años anteriores a 1958, la aristocracia del dinero y de las familias -liberales y conservadores, en grupos que mantuvieron en el país al margen del acontecer político a grandes masas de opinión ciudadana- se mantenía y sobrevivía en el Poder por la influencia y el dinero, lo que le permitía ocupar la mayor parte de los cargos en los tres Poderes del Estado.
El cohecho era una de las herramientas importantes que se utilizaba par evitar que las grandes mayorías iniciaran su larga trayectoria en pos de la justicia social.
Corrían los finales de la década de los 50 cuando iniciamos una tarea de convencimiento entre los políticos de la época. Yo, ajeno a la Democracia Cristiana, pero con las ideas humanistas de un nacionalismo popular. En esas condiciones impulsamos la tarea de propiciar un cambio en la sociedad chilena y en ella participaron figuras como los Diputados Enríquez , Acevedo , Von Mühlenbrock y Rafael Agustín Gumucio . Logramos cristalizar las ideas que dieron el tremendo y fundamental paso para el nacimiento del Bloque de Saneamiento Democrático, con la cédula única y la derogación de la llamada "Ley Maldita", entre otras.
Una nueva mayoría se impuso para llevar adelante las más grandes reformas políticas que permitieron enormes avances sociales para el pueblo chileno. Entre ellos figuró, como un líder, el entonces Diputado democratacristiano Rafael Agustín Gumucio .
Muchas otras historias podrán relatarse -y otros podrán hacerlo mejor que yo- para destacar la impresionante figura que, llena de pasión inteligencia y bondad, siempre rodeó la vida pública y privada de "Rafa" o de "Rafita", como lo apodaban sus más cercanos.
Y aun así no tuvo una vida fácil en el terreno compartimentado y egoísta de los círculos políticos chilenos, a pesar de la claridad de su pensamiento; seguramente, porque jamás fue un oportunista ni un ansioso de la publicidad.
Cuando -para sus años- llegó tardíamente del exilio, con un enorme cansancio, curvando sus espaldas por los años vividos lejos de su patria, de sus raíces y de su entorno, logré convencerlo de integrar el directorio de un diario de trinchera en la recuperación democrática, el "Fortín Mapocho". Asumió con alegría y entusiasmo tal tarea. Sus enormes ojeras y sus ojos vivaces y bondadosos, guiaron una pluma irónica y valiente, apoyando sin desmayo la lucha siempre peligrosa de quienes se yerguen en contra de los grandes intereses que siempre comprometen las oprobiosas dictaduras.
Para mí, más que un simple miembro del directorio de "Fortín Mapocho", fue un amigo, un amigo confiable lleno de cariño y apoyo en la soledad de una lucha brutal, en momentos de grandes vacilaciones en las lides de aquel entonces y de hoy.
Su generosidad le hizo prologar un libro mío, escrito casi en forma clandestina: "Una alternativa democrática y pluralista".
Poco antes de morir le había relatado el contenido de un nuevo libro que está por aparecer en los próximos meses, que cuenta algo del PRODEN y algo del diario "Fortín Mapocho", titulado "La gran aventura: de los 80 a los 90". Prologaba esta obra literaria cuando llegó anticipadamente su partida. Me sentí muy desconsolado en esos momentos.
Hoy quisiera que sobreviviese no sólo su recuerdo, sino su generoso pensamiento, enraizado en el humanismo cristiano. Tantas tareas asumidas en conjunto -ayer y hoy- deberían servirnos de luz para el sueño que él mantuvo con vehemencia hasta el día de su muerte: reunir el pensamiento de todos aquellos que, con un sentido progresista, creen en los valores de la solidaridad, la justicia social y la participación.
Aquellos que lo conocimos, aquellos que lo escuchamos, aquellos que lo seguimos en toda o parte de su vida, en estas horas de crisis de valores en el mundo occidental y, por cierto, en Chile, tenemos la obligación de agruparnos bajo las banderas que fluyen del gran pensamiento humanista y cristiano.
Su cauce, al fin de su vida, la Izquierda Cristiana, hoy precursora junto a otros, o más adelante que otros, de este pensamiento, debería servirnos para ampliar nuestra visión de la sociedad que queremos.
Levantemos con fuerza nuestras banderas comunes, heredadas de nuestros padres históricos, y subamos la áspera colina como hermanos. Ellas ya están en la mitad de la falda; encumbrémoslas un poco más, hasta que nosotros, u otros más jóvenes, las puedan clavar en la cumbre visionaria de un mundo mejor, de una sociedad más justa y buena.
Ése es el gran legado que deja al espíritu de esta nación una figura como Rafael Agustín Gumucio .
Hago llegar mi solidaridad y afecto a su cónyuge, hijos, al Senador señor Ominami , su yerno, a sus familiares y al mundo de la Izquierda Cristiana.
He dicho.
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