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El señor CHADWICK (Vicepresidente).-
Tiene la palabra la Diputada señora Mariana Aylwin.
La señora AYLWIN (doña Mariana).-
Señor Presidente , en estos días, la Corte Suprema debe dictar sentencia en el caso del horrible crimen del niño Víctor Zamorano Jones , cometido en su casa del barrio Lo Curro, en Santiago. Es posible que confirme la pena de muerte para el asesino Cupertino Andaur , ya solicitada por la Corte de Apelaciones. Si así fuera, la Corte Suprema estaría tomando una decisión soberana, plenamente legítima y ajustada a nuestro estado de derecho, que permite la pena de muerte para casos tan graves como el asesinato de Lo Curro.
Sin embargo, a muchos chilenos, entre los cuales me cuento, esa decisión violenta nuestras conciencias. Sé que la mayoría en nuestro país aún apoya la pena de muerte, como lo revelan las encuestas, y que, incluso, no es popular defender la vida de un criminal. No obstante, aun cuando hay quienes injustamente califican a quienes tenemos una posición condescendiente con la delincuencia, creo que es mi deber, como parlamentaria, luchar por la abolición de una ley que a mi juicio es un vestigio de barbarie y plantear los fundamentos de esta visión.
Sabido es que la Iglesia Católica ha sostenido la legitimidad de la pena de muerte. Eso tiene mucho peso en nuestro país y es un argumento para admitirla; pero, quiero señalar que, por primera vez en ocho siglos, un pontífice se manifestó sobre el tema: Juan Pablo II . En su Encíclica Evangelium Vitae, en 1995, dijo lo siguiente: “La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo, salvo en casos de absoluta necesidad; es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo.”
Sobre la base de esta argumentación, que admite la pena de muerte, me pregunto: ¿Es de absoluta necesidad para la defensa de la sociedad chilena matar al señor Andaur? Quiero usar bien las palabras. No estamos hablando de la muerte de una persona, sino de su eliminación, de matarla. ¿Cuál es la grave amenaza que pesa sobre los chilenos que exige matar a este criminal? ¿No es posible defender la seguridad de ellos de otra manera? Una segunda reflexión se refiere a la responsabilidad que nos cabe, como sociedad, en la ocurrencia de hechos tan graves y crueles como el asesinato del niño Zamorano Jones .
Deseo señalar que de los 57 reos condenados a la pena de muerte bajo el imperio de nuestra legislación, que la permite, salvo excepciones, siempre se ha tratado de personas tan marginales como Andaur, a las cuales la sociedad no les ha brindado ni acogida ni amor ni oportunidades. En este caso, el inculpado fue un niño golpeado por sus padres, que perteneció a una familia destruida, que a los 9 años fue detenido por primera vez y que desde los 16 años ha pasado 14 de ellos en la cárcel, donde ha sido violado y se ha reforzado su carácter violento y de delincuente.
Me pregunto, ¿qué pasa con nuestra sociedad? ¿No vamos a asumir ninguna responsabilidad al permitir que seres humanos, hijos de Dios, de igual dignidad que todos nosotros, terminen convertidos en lo que se transformó Andaur? Hoy, el Estado, en representación de la sociedad, puede decidir eliminarlo. ¿No es aquello una demostración del fracaso nuestro, de la sociedad y del Estado chileno?
La tercera reflexión apunta a que quienes defienden la mantención de la pena de muerte, lo hacen bajo el argumento de que ella es una sanción ejemplificadora que tendrá un efecto disuasivo del delito y, por lo tanto, significará menos delincuencia y más seguridad para los chilenos. Yo no creo en este argumento. De hecho, la humanidad, a lo largo de su historia, ha cometido atrocidades para erradicar los delitos: cortar las manos para disuadir del robo; la lapidación de las mujeres adúlteras. La tortura y la hoguera se han usado no sólo para castigar delitos, sino también para perseguir ideas. Sin embargo, la propia historia demuestra que el mal, que está en la naturaleza humana, no se corrige con la crueldad y que ésta no ha servido para erradicar el mal ni ninguna idea. Pero, aun cuando pudiéramos admitir que la pena de muerte es un castigo que contribuye a disminuir la delincuencia, creo que el argumento no es válido para justificarla. El motivo es muy simple: nunca el fin puede justificar los medios, y no tiene más valor evitar la delincuencia que la vida de una persona.
Otras consideraciones que deberemos tener en cuenta se refieren a la subjetividad con que inevitablemente se contamina la justicia. Al respecto, me surgen dos preguntas.
La primera: ¿Todos los casos de crímenes tan horrorosos como éste son sancionados con igual rigor? ¿No habrá otros similares no sucedidos en Lo Curro, sino en La Pintana, por ejemplo, que no aparecen ante la opinión pública y, por lo tanto, sus juicios y sus condenas pasan inadvertidos?
La segunda pregunta es si la muerte de Andaur será una exigencia de la justicia o una reacción legítima de ira. ¿Estamos haciendo justicia o se trata de una venganza, derivada de la natural reacción frente a un crimen tan aberrante?
Por último, no puedo dejar de hacer una relación entre la pena de muerte y el caso de los embriones congelados -que ha impactado a la opinión pública-, y de señalar la paradoja en que se ve envuelta la humanidad: Por un lado, la inteligencia del ser humano llega al límite al crear vida humana fuera del vientre materno y mantenerla congelada por varios años. Sin embargo, llega un momento en que no sabe qué hacer con su creación, e, incluso, se ve entrampado en su propia burocracia y ni siquiera puede alterar los plazos de una ley que obliga a terminar con esa vida congelada. Por cierto, todo es muy pulcro, indoloro, inodoro, invisible. También puede llegar a serlo la pena de muerte, ejecutada a través de una simple inyección, o la eutanasia, o el aborto, practicado al ingerir una píldora.
Sin embargo, cada vez hay mayor conciencia respecto de que todo ello conlleva la muerte de una vida humana: germen de vida, cuando ella es embrión; vida en desarrollo, cuando está en el vientre materno; vida en plenitud, en el caso de un condenado a muerte; vida en su término, en el caso de la eutanasia. Un signo positivo es la reacción que ello suscita en distintos sectores que han adquirido esa conciencia. Estoy segura de que, a la larga, quienes defienden la dignidad de la vida humana en toda circunstancia terminarán por sensibilizar a toda la humanidad, tal como antes lo hicieron aquellos que lucharon contra la esclavitud o la tortura, que por siglos fueron consideradas legítimas y que hoy, felizmente, repugnan la conciencia universal.
He dicho.
El señor PÉREZ ( don Ramón ) ( Presidente accidental ).-
En el tiempo del Comité Demócrata Cristiano, ofrezco la palabra.
Ofrezco la palabra.
"