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El señor SABAG.-
Señor Presidente, quiero en esta ocasión, en que tratamos de manera especial el problema de la pobreza en nuestro país, endémico como lacerante a la conciencia de todos los hombres, referirme a una situación contingente sobre la materia, acaecida hace muy pocos días.
Desde todos los sectores de la vida nacional han surgido, en los pasados días, pronunciamientos y comentarios relativos a la declaración del Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, Monseñor Carlos González Cruchaga, que entregara con ocasión del Primer Congreso Latinoamericano de Doctrina Social de la Iglesia.
Por lo controvertida y neurálgica, la referida declaración despertó las más diversas reacciones y respuestas: desde el Gobierno, los partidos políticos, organismos gremiales y empresariales; y desde editoriales y profusión de informaciones de la prensa nacional. Y esas inquietudes han sido expresión de las posiciones ideológicas y prismas de cada cual, acomodados, naturalmente, a sus particulares intereses y estrategias.
El contenido más polémico de Monseñor Carlos González dice relación con "los escasos resultados obtenidos por el Gobierno en su acción para superar los problemas socioeconómicos del país".
"A pesar de su honesto esfuerzo por lograrlo, sus resultados no están llegando a los sectores más necesitados", manifestó el prelado. Y agregó que "los pobres de Chile siguen exactamente igual que antes y, en algunos lugares, peor".
Duras, francas, y relativamente ajustadas a la verdad las afirmaciones de Monseñor, que si bien antes que él habían sido emitidas en forma parecida por personeros de otros sectores, especialmente políticos de oposición, tanto de Derecha e Izquierda como los aún afiebrados comunistas chilenos y sus naturales adláteres en contubérnica simbiosis, no habían tenido esas afirmaciones, repito, el eco ni cobertura alcanzados por el Obispo González Cruchaga. Es explicable. Siempre ha sido así.
La Iglesia, a través de sus representantes, por su fuerza y ascendencia moral e irradiación espiritual, es escuchada por todos, creyentes y no creyentes. Y sus declaraciones, consejos y directivas tienen, por lo general, gran trascendencia.
¡Y qué bueno que así sea! Como en esta ocasión. Porque más allá de toda sospecha la ciudadanía sabe y tiene natural percepción de que la voz de la Iglesia es creíble y auténtica; y que los representa a todos, sean o no fieles creyentes de su credo católico. Aunque en ocasiones las posturas de la Iglesia en alguna materia contingente, por su condición también humana sean discutibles para muchos.
Aludíamos a la relatividad de las afirmaciones del señor Obispo González, porque desde el Gobierno, a través de inmediatas réplicas de los ministros de Planificación, Sergio Molina, y de Economía, Carlos Ominami y de otros personeros del Ejecutivo, se aclaró en forma objetiva al prelado y a la ciudadanía que "entre 1990 y 1991 se beneficiaron cinco millones de personas con los reajustes de las asignaciones familiares, ingresos mínimos, pensiones asistenciales y subsidio único familiar que, porcentualmente, superaron la evolución del nivel de precios" (de artículos de primera necesidad).
Además dijeron los ministros que "a lo anterior debe sumarse las medidas directas de beneficio a los más pobres, como repactaciones a deudores hipotecarios o de servicios públicos, que alcanzaron a más de 600 mil personas".
Subrayaron también "que todos los medios estadísticos han confirmado que el ingreso del 20 por ciento más pobre de la población aumentó más que el de los otros estratos sociales".
Igualmente enumeraron la ampliación de otros beneficios, "como los programas de alimentación escolar; la cobertura preescolar; la entrega de textos y útiles escolares; el mejoramiento físico de 1.400 escuelas, y la mayor construcción de viviendas sociales".
Por su parte, el Subsecretario de Mideplan, Álvaro García, sintetizó todo este esfuerzo diciendo que "el gasto social ha crecido casi 30 por ciento en lo que va del actual Gobierno; y aumentará más de 43 por ciento en 1992".
A la luz de estas precisiones es evidente que la declaración de Monseñor González Cruchaga que comentamos adoleció de la necesaria objetividad y templanza para impedir el aprovechamiento politiqueramente majadero de los sectores no afectos al Gobierno del Presidente Aylwin, cuyos órganos de expresión más representativos "pasquinescamente" coinciden entre sí para magnificar demagógicamente toda opinión, crítica u observación de algún personero de relevancia pública, especialmente cuando se trata de alguien tan jerárquicamente representativo, oído y respetado, como en este caso el Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile.
Sin embargo, debo dejar establecida en esta Honorable Cámara, de la manera más tajante, la total e indudable legitimidad de las palabras del señor Obispo; porque, aunque parezca contradictorio con lo expresado anteriormente, las señaladas declaraciones apuntan también a reflexiones tan justas, certeras, adecuadas y oportunas, sobre la evidente incongruencia o contrasentido entre la triste y deficitaria situación de los sectores más deprimidos de la población, que él denuncia, y los "discursos que aquí escuchamos sobre que el país está muy bien y que a cada momento vienen las alabanzas del exterior... ¡Hasta el Presidente norteamericano George Bush dice que Chile es un modelo extraordinario!...
Y añade el Obispo que "por justificadas que sean las alabanzas al sistema macroeconómico, se requiere una mejor distribución de los bienes para que sus beneficios alcancen a todos los sectores del país".
Sin embargo, señor Presidente y estimados colegas, tan indiscutible enunciado fue soslayado astutamente por los sectores' claramente aludidos por el aserto obispal, aunque dijeron que "se debe dudar de no atribuir los problemas descritos al sistema de economía de mercado como tal, ya que está probado que éste es el mejor medio para crear riqueza y, por ende, para eliminar la pobreza".
Lo anterior es la expresión más o menos "elegante" del manido, liberal y tan antiguo sistema del "chorreo", que, para nosotros, es la réplica de la figura tan gráfica que hizo Cristo del egoísmo, avaricia e insensibilidad humana que narra en el Nuevo Testamento el evangelista Lucas, Cap. 16, vers. 19con la parábola "del hombre rico que permitía bondadosamente que el pobre y llagado Lázaro se alimentara con las "migajas" que caían de su mesa harta de manjares.
Tal vez es muy severo el símil, pero se puede aplicar; y los pobres de Chile y toda la tierra lo entienden y lo dan por ajustado a la realidad que ellos viven y sufren y han vivido y sufrido sus antepasados por lustros, décadas y centurias, desde que los ideólogos y padres de los sistemas económicos capitalistas Jeremy Bentham, Adam Smith y David Ricardo concibieron el capitalismo como la fase natural de las relaciones sociales, fundando de hecho el liberalismo económico e imponiendo el "laissez faire", es decir el "dejar hacer y dejar pasar" como el motor del progreso económico y causa de la riqueza de las naciones.
Desde hace más de 200 años los pobres del mundo están esperando que sea verdad lo del "chorreo", porque por dos mil años han sobrevivido con las "migajas"...
... Y Juan Pablo II dijo en Chile que "los pobres no pueden esperar más", y que había que hacer "la economía de la solidaridad", que se funda en la caridad, en el amor y la justicia.
Yo sostengo que, además, es indispensable una gran revolución. La que nunca se ha hecho: la revolución en la conciencia de los poderosos. Y en esa revolución, todos debemos participar.
Sólo así, quizás, se podrá revertir el anatema evangélico de la "aguja y el camello".
He dicho.
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