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- rdf:value = " El señor AYLWIN (Presidente).-
... y de los Comités Demócrata Cristiano, Comunista, Nacional y demás que adhieran a la petición, de conformidad al Reglamento.
Tiene la palabra el Honorable señor Ferrando.
El señor FERRANDO.-
Señor Presidente, con justa razón el pueblo de Israel celebra un año más de su independencia y de la constitución del nuevo Estado israelí en el territorio palestino. Tal hecho ocurrió en la medianoche, entre el o y el 6 del mes de Iyar del año 5.708 de la era mosaica.
Tiene razón para celebrar el acontecimiento, pues lo esperaron durante miles de años. Y siempre, al conmemorar determinadas festividades de sus tradiciones religiosas, los israelíes esparcidos a través del mundo, en cualquiera latitud o nación, se saludaban con una esperanza: El próximo año, en Jerusalén. Su himno nacional tiene una estrofa que expresa ese profundo anhelo:
Mientras en lo profundo del corazón
palpita un alma judía
y, vueltos hacia el Oriente,
los ojos atisben Sión,
no se habrá perdido nuestra esperanza,
la esperanza milenaria,
de ser un pueblo libre en nuestra tierra,
en la tierra de Sión y Jerusalén.
El origen de este pueblo se remonta a épocas muy distantes, anteriores a la era cristiana. Abraham, viviendo en la tierra de Ur, de Caldea, y creyente en un solo Dios, recibe en un momento dado la inspiración para librarse del politeísmo, de trasladarse con su gente a otros lugares, donde su Dios le promete hacerlo cabeza de un pueblo cuyos descendientes serán incontables y tan numerosos como las estrellas del cielo o las arenas del mar. Y con la intensidad de ese pensamiento, parte de esa región de Caldea a la tierra que le prometen: la tradicional y antigua Canaán, donde tendrá nacimiento un grupo humano extraordinariamente curioso y particular entre todo el conjunto de los grupos humanos que forman una nación: el pueblo de Israel.
Hay una época patriarcal, en la cual recordamos los nombres de Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos se trasladan a Egipto, donde permanecen un tiempo, para después, encabezados por los jueces, volver a la tierra prometida, para conquistarla. Después de someterla, establecen la reyecía: Saúl, David, que conquista el territorio y la ciudad de Jerusalén, designada como capital del reino. Le sucede su hijo Salomón, quien construirá el primer templo a Jehová. Y los judíos, de pueblo nómade, se transforman en pueblo sedentario.
En el desarrollo de su historia monárquica, deben sufrir las consecuencias de diversas conquistas: de los asirios, de los babilonios, de los persas, de los griegos de Alejandro Magno, de los romanos. Y en el primer siglo de la era cristiana, allá por el año 70, siendo emperador Vespasiano y, posteriormente, Tito, son violentamente sometidos en una reacción nacionalista.
Luego, en el año 137, se produce la gran dispersión, que en la tradición hebrea se ha llamado la Diáspora. Se esparcen por el mundo, no se les permite regresar a su patria. No pueden constituir un grupo establecido. Sin embargo, algunos permanecen cerca de Jerusalén, pero la mayor parte se encuentra diseminada en todos los puntos de la Tierra. Su peregrinaje por el Occidente es de siglos, trágico, duro, con violentas persecuciones. En las ciudades hay barrios especiales para el pueblo judío. ¡Y, cosa curiosa, viven casi dos mil años en esas condiciones: sin patria, sin autoridad, sin ley, mezclados en todas las naciones!
Sin embargo, a pesar del largo tiempo hecho único en la historia de la humanidad, conservan sus características de raza y de pueblo: se mantienen unidos, fieles a sus viejas tradiciones, principalmente religiosas. Y en la Tora, en la ley, en la tradición mosaica, en la Biblia, en el espíritu de ese libro inmortal, encuentran el vínculo que les permite permanecer unidos, para despertar un día como nación.
Pasa el tiempo, y a fines del siglo pasado, Teodoro Herzl funda la organización sionista, en Basilea, con el propósito de llegar algún día a crear el Estado de Israel. Más tarde, en pleno desarrollo de la primera guerra mundial, en 1917, la declaración Balfour, formulada en Inglaterra, abre un horizonte al deseo de ese pueblo.
En 1922, la Liga de las Naciones establece un territorio de mandato, bajo la autoridad de Inglaterra. Y allí llegan a refugiarse muchos isráelistas más.
Finalmente, en 1948, bajo el patrocinio de las Naciones Unidas, se proclamó la creación del Estado de Israel, en esa noche, para ellos solemne, del 14 de mayo de nuestro calendario. En ese momento, la comunidad judía estaba formada por 650 mil personas. Hoy, al conmemorar su vigésimo cuarto aniversario, cuenta con tres millones de israelistas, que pueblan el bullente Estado de Israel. De ellos, el 82,5% conforman la población urbana, y el 17,5%, la rural.
Señor Presidente, como dije, creo que entre los pueblos de la tierra, el judío constituye una excepción extraordinaria. Es un pueblo producto de su fe, de su esperanza, de sus valores espirituales, que parecieran estar desconectados de los hechos materiales que constituyen una nación, de una tierra, de una actividad determinada, de una casa.
Es un pueblo que vivió en la Tierra, y para con el cual, además, todo el Occidente tiene una deuda de gratitud muy grande. El Libro de los Libros, la Biblia, que es obra del pueblo judío, nos entrega una tradición moral que es base de la civilización cristiana. Así como en lo espiritual es la palabra de Jehová, a través de la Biblia, la que las orienta, en lo material, y también simbolizando algo del espíritu, está la expresión el próximo año en Jerusalén*. La Jerusalén material, la Jerusalén eterna.
El pueblo judío, reunido en Israel desde 1948 desde poco tiempo antes, pequeños grupos, realiza también otra actividad que para nosotros, como nación, es digna de tenerse presente. Los israelitas transforman el desierto en un jardín de producción agrícola extraordinaria, haciendo incluso que el principal ingreso de su economía esté basado en ese tipo de explotación. Un territorio desértico es convertido de nuevo por ellos en la tierra donde mana leche y miel, como era la antigua Canaán que ellos conquistaron.
La actividad agrícola de Israel ha dado origen a elementos muy curiosos, como lo es, por ejemplo, el kibbutz, que es la organización comunal colectiva gobernada por todos los que forman el núcleo que va a trabajar la tierra. Todos los bienes son propiedad común y el trabajo está organizado en forma colectiva. Los miembros de la colectividad aportan su labor y su talento y reciben, en cambio, vivienda, vestuario, alimento y servicios sociales.
Los judíos se dedican de manera fundamental a la agricultura, pero también crean, ya en este último tiempo, empresas industriales que les permiten transformar su riqueza agrícola en productos manufacturados y de alimentación. Actualmente en Israel hay 230 kibbutzin.
Pero también existe el trabajo en el moshav, que es un poblado cooperativo de pequeños granjeros, quienes realizan sus labores basados en los principios de la ayuda mutua y la igualdad de oportunidades. Cada uno aporta lo que tiene; posee su granja y cultiva ésta junto con su familia. Luego vende el producto de su trabajo por intermedio de la cooperativa, a través de la cual obtiene lo que necesita para su alimentación, para sus gastos y para la adquisición de maquinarias. En esta forma, el moshav realiza el trabajo de la unión en lo propio, laborando en común, para distribuirse los beneficios que tal sistema les produce. En la actualidad existen 349 moshavin.
Este país, que tiene las características señaladas, despierta en el año 1948 y surge en medio del concierto de las naciones. Se organiza republicanamente. Su primer Presidente, que es elegido por la Knéset (el Parlamento), fue el doctor Chaim Waitzman, y actualmente lo es, desde mayo de 1963, el doctor Shnuer Zalman Shazar, a quien nuestro país tuvo el honor de recibir hace ya algunos años.
La Knéset (el Parlamento), compuesto por 120 Diputados elegidos por sufragio universal, es la institución que en estos momentos deberíamos recordar en forma especial porque está de duelo, pues su Presidente, Reuven Barkatt, falleció hace pocos días.
Al Parlamento de Israel, a su Presidente, a su Primer Ministro Golda Meir, al Embajador Excelentísimo señor Moshe Tov, por intermedio mío, la Democracia Cristiana hace llegar un saludo en este día.
Esperamos que tanto a sus autoridades como a su pueblo, sumándonos a lo dicho por el Honorable señor Baltra, lleguen los saludos del Congreso chileno en un día tan fausto, y nuestros deseos de que puedan seguir celebrándolo durante mucho tiempo y entregando también a su pueblo y a la humanidad los progresos que ellos han sido capaces de crear.
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