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- rdf:value = " El señor GARCIA.-
En nombre de los parlamentarios nacionales, nos adherimos a este justo homenaje que se linde al gran artista Lucho Córdoba y a su muy digna esposa, Olvido Leguía.
Creo, señor Presidente, que no es fácil este homenaje; primero, porque es de cuerpo presente y, además, porque se le hace a un hombre con sentido del humor. De modo que trataré de ser lo más humilde, recordando incluso algunas anécdotas del propio Lucho Córdoba. Cuando alguien tenía únicamente estudios teóricos y no experiencia ni mayores conocimientos prácticos en cierto oficio, el actor homenajeado decía que eso era lo mismo que aprender a nadar por correspondencia. Evidentemente, en ese caso, por mucho que se estudie, cuando llega el momento de entrar en el mar puede ocurrir que tal intento concluya en un poco feliz ahogo.
Pero yo rindo con gusto este homenaje. Y lo hago como chileno, agradecido de todo lo que ha hecho Lucho Córdoba por nuestro país. Y lo hago, asimismo, como aficionado que ha tenido el solaz y agrado de asistir a sus funciones.
El historiador que quiera conocer las costumbres de Chile, sus Gobiernos y las actitudes políticas de nuestro país entre 1930 y 1955 deberá recurrir a las obras puestas en escena por Lucho Córdoba.
¡Qué temible opositor!, si es que lo era. ¡Qué terrible crítico de las costumbres políticas! ¡Qué terrible observador de las cosas en que muchas veces caemos los políticos!
Lucho Córdoba se encarnó en lo que es más típico del chileno: la crítica, un poco mordaz y alegre, de lo que hacen quienes dirigen el país. Y porque estaba tan incorporado a eso que constituye la médula y la raíz del chileno, fue que durante 25 ó 30 años asistían diariamente más de mil personas a su Teatro Imperio, lo que no logran hoy día las compañías, por mucho estudio que tengan sus integrantes, porque les falta eso que se llama la experiencia. Y ésta enseña que deben representarse obras que interesen medularmente al país, y no traer problemas del extranjero.
A mi juicio, una de las causas de la decadencia del teatro actual y de su poco público es -también según palabras de Lucho Córdoba- la falta de obras. Se ha traído material con propaganda política, no de alegre crítica, no de enseñanza, sino que de "concientización"; y esto el país lo sabe.
Quiero aprovechar esta oportunidad para señalar -a mi juicio, este homenaje debe extenderse al teatro nacional- que nadie conoce la cantidad increíble de compañías teatrales que han hecho esfuerzos desde muy antiguo para dar al pueblo la más sana y la mejor de las diversiones que puede tener. Hice una lista de ellas -espero no cometer el error de omitir algunas-, y puedo nombrar a la Sociedad de Autores Teatrales de Chile, que incluso edificó un teatro para representar sus obras; la Academia de Arte Dramático; el Instituto del Teatro, que antiguamente se llamó Teatro Experimental de la Universidad de Chile; el Teatro Experimental de la Universidad Católica; el ICTUS; la Sociedad de Arte Escénico; la Compañía Callejón; la de la Universidad Técnica del Estado, Teknos; los grupos separados del ITUCH, como la Compañía de los Duvauchelle; la de Américo Vargas; la de Silvia Piñeiro; la que fue de Susana Bouquet; la de Ana González.
Todas las personas y compañías que he mencionado han podido mantener, a través de la expresión teatral, la cultura chilena. Anteriormente no había habido oportunidad de destacar sus esfuerzos desde esta alta tribuna, ante nuestros conciudadanos.
Considero muy merecido este homenaje al teatro nacional, y que él se haga en la persona de Lucho Córdoba. No me voy a referir al gran ciudadano que es, pues mi distinguido colega y amigo el Honorable señor Pablo ya señaló los homenajes, condecoraciones y distinciones que ha recibido. Mencionaré otras cosas respecto de él.
Estudié su trayectoria y, por ejemplo, ¿sabe alguien cuántas obras ha estrenado Lucho Córdoba? Mil quinientas. ¿Saben Sus Señorías cuántas obras ha escrito? Cerca de cincuenta. De manera que estamos aquí en presencia de un gran autor, de un gran trabajador.
Además de otras cosas, yo diría que en sus obras no hay ponzoña ni maldad. Hay alegría. Y ello se debe tal vez a la forma como empezó a trabajar. Entiendo que sus primeras representaciones las hizo en Medellín, con la obra "María", de Jorge Isaacs. Parece que Lucho Córdoba se equivocó al subirse al caballo, y se subió al revés, debido a lo cual, en vez de la pena y el dramatismo que la representación debía inspirar, resultó una obra de una vena de lo más graciosa y divertida, lo que, tal vez, marcó a Lucho Córdoba su camino futuro.
Pero donde yo más lo celebré fue en su actuación en "La Venganza de Don Mendo", de Muñoz Seca. Lo gracioso que tenía es que, tratándose primitivamente de la obra de un autor dramático, quiso hacerse una adaptación que podríamos llamar melodramática, y ese argumento de Muñoz Seca resultó, en manos de Lucho Córdoba, la obra más graciosa que jamás se haya dado. Recuerdo que al final todos sus personajes quedaban muertos, y ello ocurría en medio de las carcajadas de todos los asistentes.
Quiero también destacar lo útil que era para nosotros los chilenos celebrar a un hombre valiente, con inspiración, como es Luis Garreaud, cualidades que hoy nos hacen falta para creer en el futuro de nuestro país.
En el año 30 existía una situación económica tanto o más grave que la actual y en esos instantes, cuando nadie hacía nada, fue cuando Lucho Córdoba empezó su labor como empresario teatral, para divertir a los chilenos. Me gustaría que se conocieran los nombres de las personas que trabajaron con él. Hice una lista que tal vez pueda adolecer de errores u omisiones, lo que lamentaría; pero, en todo caso, mi intención es que por lo menos, se conozcan algunas de ellas.
No nombraré a su señora esposa, doña Olvido Leguía, porque todo Chile sabe que lo acompaña desde un comienzo. Recordaré a Ester López, Andrea Ferrer, Ernestina Paredes, Amparito Landasta, Yoya Martínez, Américo Vargas, el actual autor y actor, Jorge Quevedo, Rodolfo Onetto, Rubén Darío Guevara y José Guixé, ya citado por mi estimado amigo el SenadorPablo. Estrenaron obras curiosas en ese tiempo: de Rodríguez Johnson, de Américo Vargas, de Rubén Darío Guevara, de Álvaro Puga Fischer y de Isidoro Basis. Fue el comienzo de una gran temporada que dio a nuestra ciudad de Santiago, y después a todo Chile, lo que en esos instantes necesitaba: optimismo y fe en el porvenir.
No quiero dejar de citar la generosidad de Lucho Córdoba al comenzar a funcionar un nuevo teatro que iba a ser su competidor: el Teatro Experimental de la Universidad de Chile. La primera función dada por éste se representó en el Teatro Imperio, cedido por Lucho Córdoba. Y, al respecto, como siempre sucede en el Senado, donde todos nos enmendamos y nos observamos, quisiera hacer un alcance a las palabras de mi amigo el Honorable señor Pablo: en esa oportunidad no se estrenó una obra de Pirandello, sino una de Cervantes: "La Guarda Cuidadosa". De modo que las visitas que en estos momentos nos honran podrán apreciar que los Senadores no sólo peleamos por cosas relacionadas con la política, sino que, otras veces, por cuestiones que son mucho más hondas y tal vez más importantes : la cultura y el arte de nuestro país.
Para terminar, quiero citar otros aspectos de este hombre bueno. El no necesitó recurrir a escenas excitantes para llenar su teatro; no necesitó recurrir a la cosa baja. Créanme los señores Senadores que he deplorado inmensamente que en una obra clásica, como "La Celestina", los empresarios hayan debido recurrir a presentar a todos los artistas desnudos, para ver si de esa manera podían llevar a algunas personas a ver teatro clásico. Prefiero lo otro: que gracias al arte se pueda conseguir espectadores en un teatro, y no buscar las formas más bajas del exhibicionismo y del erotismo para lograr atraer al público.
Lucho Córdoba ha sido un ejemplo en nuestro país, pues ha vivido lejos de los odios y de esto que yo llamo el buscar medios prohibidos para tratar de reunir un poco de gente. El buen arte no necesita recurrir a estos procedimientos. Tal vez ésta sea la oportunidad propicia para que, con la resonancia que un homenaje de esta especie tiene, podamos lograr que los autores teatrales busquen el buen camino: el camino de la risa sana, de la generosidad, de la fe en nuestro porvenir; y si así ocurriera, estoy cierto de que entonces no sólo habremos honrado esta tarde a un gran ciudadano y a una gran ciudadana, sino que también habremos contribuido en algo al prestigio de nuestro país y habremos alentado el desarrollo del arte.
Desde los tiempos de la Grecia antigua, los países se distinguían y eran importantes no sólo cuando celebraban a sus militares, a sus conquistadores y a sus políticos, sino cuando honraban a sus hombres de ciencia y a sus artistas.
Por eso, nosotros hemos adherido esta tarde al homenaje que se ha rendido a Lucho Córdoba y a su señora esposa.
He dicho.
"
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