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- rdf:value = " El señor JEREZ.-
Señor Presidente:
Intervengo en nombre de la Izquierda Cristiana y del Honorable señor Gumucio.
El otorgamiento del Premio Nobel a Pablo Neruda, de esa distinción universal, que más allá de las omisiones o errores que pudieran opacar su historia, tiene la irradiación que sobrepasa las fronteras, ha tenido, sin duda, la singular virtud de hacer que todos nosotros, hijos de una tierra de grandes poetas, hayamos vivido esa emoción que sólo se siente cuando el triunfo es algo íntimamente nuestro, cuando constituye un patrimonio espiritual de aquellos seres, hijos, padres, hermanos, compañeros, cuyo destino la vida misma fundió con los nuestros.
"Pablo Neruda: Premio Nobel". Esta noticia suscitó una reacción unánime de satisfacción, cuando no de franco júbilo, no sólo entre los escritores, artistas e intelectuales más sobresalientes de nuestros días, sino en miles de hombres de los cinco continentes, que han visto a la Academia Sueca coronar las palabras del poeta que, en una u otra lengua, han llegado al alma de los hombres de todas las latitudes.
Por su evidencia, parecería lugar común reconocer que la obra literaria de Pablo Neruda no se extiende en una zona, en una región, en un país o en un continente de imágenes, ideas, sentimientos y vivencias de la imaginación creadora, sino que, por su variedad y riqueza, abarca la dimensión de un mundo. En un rincón de ese mundo de la obra poética del gran vate chileno, encontrábamos tantas veces en nuestra adolescencia o en el recuerdo nostálgico de otros tiempos, en la lectura de aquellas páginas de los "Veinte Poemas de Amor" o de "Crepusculario", el solaz de aquellos versos de pureza no igualada en el idioma; el reflejo de muchos sentimientos, estados de ánimo que sólo el artista fue capaz de traducir en los signos del lenguaje interior de la poesía.
Las obras que Pablo Neruda escribió en su juventud habrían bastado, sin duda, para situarlo en primer plano en la constelación de los grandes poetas de nuestro tiempo. En "Residencia en la Tierra" había expuesto, con originalidad y dramatismo no conocidos el conflicto del ser individual en la confrontación de sus ilusiones con la tragedia de la vida cotidiana, expresada en imágenes que extraían de los objetos de rutina una belleza hasta entonces inadvertida para la percepción del hombre común.
La angustia profunda, auténtica, del hombre separado de los demás hombres por un mundo que amenaza descomponerse, en un sinnúmero de objetos que lo tiranizan, lo asaltan y lo hieren, es la que Neruda traspone en "Residencia en la Tierra":
"No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas vacilante, extendido, tiritando del sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
"No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo, solo, de bodega con muertos, aterido, muriéndome de pena."
Aún desde su altura estética, la creación nerudiana de los años 30, la que trajo una verdadera revolución literaria en las letras de la poesía moderna, no trascendía les límites del drama existencial de cada individuo: permanecía en la órbita cerrada del ser y de su propia proyección en el desarrollo humano.
"Contemplándolos ahora" -dirá Neruda años más tarde- "considero dañinos los poemas de "Residencia en la Tierra". Estos poemas no deben ser leídos por la juventud de nuestros países. Son poemas que están empapados de un pesimismo y angustia atroces. No ayudan a vivir, ayudan a morir. Si examinamos la angustia -no la angustia pedante de los snobismos, sino la otra, la auténtica, la humana-, vemos que es la alienación que hace el capitalismo de las mentalidades que pueden serle hostiles en la lucha de clases."
Este juicio, sin embargo, sólo puede ser comprendido a partir del itinerario de Neruda; pero éste sólo puede ser explicado a partir de su experiencia del mundo.
Esta experiencia del mundo -en nombre de la cual el poeta puede condenar el sentido, de uno de sus libros más enormes- se llamó la guerra de España:
"Y una mañana todo estaba ardiendo, y una mañana las hogueras, salían de la tierra devorando seres, y desde entonces fuego, pólvora desde entonces y desde entonces sangre."
Pablo Neruda fue sorprendido por esta guerra, que sólo por licencia retórica se llamó civil, cuando servía el Consulado General de Chile en Madrid, en medio del reconocimiento fraterno, literario e intelectual de los mayores escritores de España, los mismos que, en 1935, habían suscrito el Homenaje a Pablo Neruda, para expresar públicamente su admiración por una obra que, según los firmantes, "sin disputa constituye una de las más auténticas realidades de la lengua española". Firmaban, entre otros, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Miguel Hernández y Leopoldo Panero.
La guerra española, con toda su carga de crímenes y de heroísmo, devolvió a Neruda el sentido épico de la vida. Un pueblo real, alegre e iracundo, un pueblo padre de pueblos, luchando noche y día, le devuelve la confianza en la vida, la esperanza en el hombre, la fe en el mundo. En su largo poema "Explico algunas cosas", recogido luego en "España en el corazón. Himno a las Glorias del Pueblo en la Guerra", Neruda dará razón de este cambio fundamental de su vida y de su obra.
Y llegó el día en que Pablo Neruda conoció la Ciudad Sagrada de los Incas, y ante la visión de la obra ciclópea, enclavada en un paisaje de alucinación, no enmudeció empequeñecido como cualquier mortal lo hubiera hecho; su genio creador, su sensibilidad mágica hizo nacer en las palabras una ciudad tan alta en grandeza como aquella construida en la piedra esa "arquitectura de águilas perdidas", que sus ojos habían contemplado.
Con "Alturas de Macchu Picchu" Neruda iniciaba la nueva epopeya de América.
Otros contemporáneos, historiadores, escritores o poetas habían exaltado los grandes monumentos, la belleza de las construcciones de piedra o el misterio de los laberintos y sus signos secretos. Neruda venía a mostrarnos, junto a la inmensidad de aquella obra que desafiaban las edades, una historia más importante: la vida de todos y de cada uno de aquellos hermanos nuestros de pasados siglos que habían levantado con sus manos esa ciudad de sueño en la montaña perdida.
Neruda cantaba al hombre, a sus luchas, a sus sufrimientos y a su heroísmo:
"Piedra en la piedra,
el hombre, ¿Dónde estuvo?
"A través del confuso esplendor, a través de la noche de piedra,
déjame hundir la mano,
y deja que en mí palpite, como un ave mil
[años prisionera, el viejo corazón del olvidado".
"Yo vengo a hablar por vuestra boca
[muerta".
Pocas veces, muy pocas quizás en la historia del pensamiento, en la vida de quienes aportaron al desarrollo del espíritu de un verdadero humanismo lo más radical de su fuerza creadora, había alcanzado la voz de un solo hombre, la palabra dramática de un poeta salido de la cuna misma del pueblo, la altura, la dimensión, la profundidad universal contenida en cada página del poema de Macchu Picchu.
Al hacer suya la lucha de esos ignorados hombres de nuestro continente, al trasladar en el carro de las fervientes palabras de su canto la gesta de quienes con su sacrificio construyeron una cultura clásica en América, Neruda encarnaba en sus poemas, esa fidelidad al alma popular, a la protesta y al inconformismo en contra de un sistema de explotación y de injusticia, en el cual el ser humano era siempre pospuesto ante el oro y el renombre de los poderosos.
Después de Macchu Picchu, Neruda escribió el "Canto General", gran crónica, ardiente bandera de las luchas de los hijos de un continente que parecía dormido, pero que en el fondo se estremecía en su afán de salir a la luz de una nueva civilización. En el "Canto General", desfilaron los araucanos y los toltecas, los aymaraes y los indios chibchas. Vibraron en sus páginas las batallas de Bolívar, el sacrificio de Atahualpa, los combates revolunarios de Emiliano Zapata o la lucha antiimperialista de Sandino.
Mientras la tranquila lección del maestro, la página equilibrada del erudito, la monografía del historiador nos habían entregado retratos fríos, imágenes estáticas y muchas veces desfiguradas de los hombres y los acontecimientos, de la historia de nuestros pueblos, las crónicas del poeta insigne nos han mostrado en su "Canto General" otra dimensión de esas vidas y de esos hechos.
En ellas, Lautaro no es un personaje obscuro que emerge casualmente de las selvas de Arauco y bebe la ciencia gue rrera de sus adversarios. En esas páginas, se dice:
"Elástico y azul fue nuestro padre, fue su primera edad solo silencio, su adolescencia fue dominio, su juventud fue un viento dirigido se paró como una larga lanza,
ejecutó las pruebas del guanaco,
vivió en las madrigueras de la nieve, se amamantó de primavera fría".
Y en las palabras del poeta, el galope guerrillero de Manuel Rodríguez queda grabado para siempre, porque:
"Puede ser un obispo,
puede y no puede,
puede ser solo el viento,
sobre la nieve."
El patriotismo en su más elevada expresión, el amor profundo y vital a nuestra tierra, a sus hombres, desborda en los poemas que Neruda ha dedicado a ensalzar a este país nuestro que el llamara: "Largo pétalo de viento y nieve... "
"Patria mi patria,
vuelvo hacia ti la sangre,
pero te pido, como a la madre, el niño,
lleno de llanto,
Acoge esta guitarra ciega y esta frente perdida... "
La obra poética de Neruda ha sido construida, pues, desde el pueblo, con el pueblo y para el pueblo, como lo fue también la obra de nuestro otro Premio Nobel, Gabriela Mistral. Y la aproximación entre ambos poetas no es formal ni fortuita: corresponde a la profunda proximidad espiritual que siempre existió entre ellos, aun cuando Gabriela llevaba en sus poemas el sello indeleble del áspero paisaje del Valle de Elqui; y Neruda, el rumor de las lluvias del Sur, de esas goteras, que según decía, fueron el piano de su infancia.
Poco después de recibir el Premio Nobel, entrevistada por una revista inglesa, decía Gabriela Mistral: "Si el Premio Nobel ha sido un honor para mi país, siento que no se le haya dado a Neruda, que es nuestro más gran creador".
Por su parte, el Premio Nobel, que hoy celebra un país alborozado, dedicaba a la autora de "Desolación" estas palabras de saludo en 1954: "Llegas Gabriela, amada hija de estos yuyos, de estas olas, de este viento gigante. Todos te recibimos con alegría. Nadie olvidará tus cantos a los espinos, a las nieves de Chile. Eres chilena. Nadie olvidará tus estrofas a los pies descalzos de nuestros niños. Perteneces al pueblo."
Pareciera que una fuerza subterránea como la que también produce cataclismos, diera al chileno, al hombre del desierto, al leñador de la montaña o al silencioso labrador de los trigales del Sur, esa vena poética, ese don de traducir en un lenguaje de metáforas y sueños, su inquietud, su fe o su desesperanza en la vida, una atmósfera, donde el paisaje tantas veces hostil, vuelve al hombre taciturno, ha engendrado espíritus y voces de gigantes de la poesía como Neruda y Gabriela Mistral; o como Vicente Huidobro, descubridor de nuevos caminos de la literatura, prosista del poema que dio al idioma español desconocidos destellos de gracia y de humor en su obra sobre Cid Campeador; o como ese profeta viviente de nuestro tiempo, Pablo de Rokha, cuyo vigor vital y amor a lo entrañable de la tierra, palpitaba en frases encendidas con esa misma pasión de los personajes bíblicos.
Al celebrar al poeta que como nadie ha expresado en sus cantos y en sus versos esa hermosa batalla de cada hombre americano, de todos los que viven y laboran en las tierras de este mundo difícil, este homenaje es también el tributo a los mineros de Chile, a los pescadores, al artesano de los pueblos escondidos en el valle, a esos trabajadores que desde el silenció anónimo han hablado a través de las palabras del poeta, como si ellos respondieran al llamado formulado por Pablo Neruda desde la ciudad de piedra: "Sube a nacer conmigo, hermano, dame la mano, desde la profunda zona de tu dolor diseminado". ..
Los poetas son también los grandes creadores de la humanidad y los profetas y ejecutores de la grandeza del corazón humano. Son ellos quienes obran para su ennoblecimiento en profundidad y belleza, y pueden, en casos eximios, crear el alma y el lenguaje de su pueblo, como Homero cantó ya al nacer los ideales de la antigua Hélade y fue la cuna en que maduraron la nobleza, el arte y el pensamiento de los griegos; como Goethe hizo el corazón alemán, y Dante, el estro y la toscana lengua de Italia; como Cervantes, con España, y Shakespeare, con Inglaterra.
Estos son los poetas que, por sobre todos los tiempos, convierten a todos los hombres en la humana familia que algún día, de acuerdo a sus cantos y a sus esperanzas, enfrentará unida el supremo destino de pastorear y colmar la tierra en términos de conciencia y de voluntad superior, que haga de nuestro planeta la flor estelar efectiva que los pioneros del espacio empiezan a redescubrir en la inmensidad de nuestro firmamento. Es decir, en los grandes cantores se anticipa la culminación de un misterio del espíritu que todavía, por ser grande, ambigua e inmadura nuestra conciencia, no conseguimos comprender, salvo en la medida en que a ellos los vamos conociendo y en ellos nos identificamos.
En este horizonte miramos la poesía, la lucha y la grandeza de Neruda.
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