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- rdf:value = " El señor GUMUCIO.-
Señor Presidente:
Para felicidad de la humanidad, ya pasaron las épocas del oscurantismo intelectual, de los compartimientos cerrados del pensamiento, donde todo era considerado verdad o error. La lucha por una nueva sociedad más justa que la actual es llevada adelante y compartida por millones de seres que quieren cambios profundos de estructuras. La ciencia y la técnica proporcionan al hombre más y más medios para dominar la naturaleza. Valores humanos, sean cristianos o marxistas, impulsan a las grandes masas a un movimiento incontenible de justicia, igualdad y paz.
Este estado de avance y apertura, que a nosotros nos toca vivir y conocer y que al término de no muchos años traerá la auténtica liberación del hombre, se debe a la fuerza incontenible de ideas que se han abierto paso a través de heroicas luchas, pero principalmente gracias a la visionaria lucidez intelectual, decisión y valor de algunos grandes conductores de masas que se destacan nítidamente en la historia del siglo XX. Entre ellos, se encuentra Lenin, genio inspirador y ejecutor de una de las tres más grandes revoluciones que conoce la humanidad.
Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), ha pasado a la historia contemporánea como un símbolo de liberación proletaria. Se podrá compartir o no compartir la integridad del pensamiento leniniano; pero nadie podrá negar que en la heroica lucha de los trabajadores contra la opresión del sistema capitalista, la gravitación de Lenin, como conductor de los explotados contra los explotadores, ha sido determinante en todo un ciclo histórico. Como intelectual tuvo y tiene el mérito de haber desarrollado las abstracciones doctrinarias marxistas, aplicándolas con extraordinario éxito a la situación de su país y proyectándolas a una escala internacional que hoy se configura a través de los partidos comunistas del mundo entero. Los objetivos sociales del marxismo era necesario plasmarlos en fórmulas precisas y científicas para elaborar un programa de soluciones revolucionarías. Los trabajos y escritos de Lenin, sin duda, enriquecieron, precisamente por medio de un programa, la filosofía, la economía y el comunismo científico planteados por Marx en el plano de las abstracciones intelectuales.
Pero a decir verdad, para mí, que no soy marxista-leninista, lo que me apasiona en su personalidad es su don profético. Ese don que, como revolucionario, le permitió diseñar el porvenir, sin abandonar la visión real de los problemas del presente y la sujeción a las circunstancias locales en que una revolución debe desenvolverse, y que sé hacía presente a través de la proyección del desarrollo' histórico del capitalismo, del papel del imperialismo, de los problemas de un nuevo Estado y, en definitiva, de la visualización de una sociedad socialista.
Hay otro ángulo en la vida de Lenin que apasiona igualmente: su personalidad, que irradiaba fuerza y voluntad, llegando a veces a una frialdad que tocaba lo afectivo.
Todas esas condiciones respondían esencialmente a virtudes escasas en los grandes líderes: pureza, desinterés y modestia. El control que ejercía en el partido no necesitaba imponerlo por la fuerza: era la proyección lógica de un ejemplo viviente de generosidad y amor proletario. Sus resoluciones no eran el mandato duro de un dictador, sino el resultado del consenso del jefe con sus colaboradores.
Señor Presidente, el legado de Lenin es un hecho, y los hechos mandan en la historia.
Sea uno marxista o no, es un hecho que la doctrina de Marx polariza la vida política mundial. El Partido Comunista, se quiera o no, ejerce una influencia poderosa en grandes sectores de la clase obrera internacional.
Esos hechos, que emanan del legado de Lenin, hacen que, en estos momentos, para provocar un cambio en la sociedad actual, injusta y corrompida, sea necesario contar con el aporte marxista ya que es una doctrina que domina en la Izquierda mundial y que trabaja precisamente por ese cambio en la sociedad.
Por eso, muchos cristianos, o más bien quienes pretendemos serlo, que estamos contra el sistema vigente y deseamos su cambio, hacemos un esfuerzo serio por entender el marxismo, y muy especialmente por analizar con objetividad las obras de Lenin, que crearon una táctica correspondiente a una doctrina. No entraban ese esfuerzo los motes despectivos que gratuitamente se nos prodiga: ser "compañeros de ruta" del comunismo, porque creemos que no sólo es posible, sino necesaria, la concordancia cristiano-marxista para destruir el orden vigente. Sin la movilización de la masa trabajadora, sin su participación activa en el Poder, es una utopía el cambio. Y nosotros somos realistas y sabemos que una gran parte de esa masa de trabajadores adhiere a la doctrina marxista.
Estamos convencidos de que sin dogmatismos ni prejuicios que limiten la acción, serán valores cristianos y marxistas las grandes palancas que impulsen el desarrollo de la revolución. También estamos convencidos de que en el pasado los cristianos hicieron un falso análisis de la realidad histórica de los siglos XIX y XX. Apegados a valores y formas de vida que habían perecido, siguieron un largo y tortuoso camino que los conducía a la aceptación del fascismo.
La ceguera ante la injusticia reinante y la miseria obrera, hechos que constituyeron el mayor escándalo del siglo XX, al decir de un Pontífice, como la herejía espiritualista que sostenía que el diálogo se podía sólo realizar entre las almas, impidieron durante largo tiempo el entendimiento sobre puntos concretos y etapas limitadas entre el cristianismo y el marxismo.
Hoy todos los tabúes han caído destruidos, y en el mundo entero se produce una amplia confrontación doctrinaria que permite abrigar esperanzas de días mejores para la humanidad'. Y concretamente en Chile, a través del Movimiento de Unidad Popular, se pueden apreciar las inmensas posibilidades de la acción en común de sectores que coinciden en aspectos fundamentales, sin perjuicio de mantener diferencias ideológicas. Ninguna de las fuerzas que hoy trabajan en común pretende imponer a las otras una visión definitiva y última de la sociedad; pero todas coinciden en trabajar eficazmente por destruir el orden vigente.
El esfuerzo que hoy se realiza con éxito en Chile y en otras partes del mundo, no se habría podido llevar a cabo si un hombre como Lenin no hubiera tenido la gran visión de lo que significa la unidad y no hubiera diseñado un mundo dialéctico, capaz de sujetarse a las circunstancias en que la revolución puede darse en cada país.
Por eso en esta ocasión, en nombre del Movimiento de Acción Popular Unitaria, adhiero al homenaje que se rinde a una de las figuras más prominentes del siglo XX, saludando al Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y al Partido Comunista chileno, que celebran con justicia el centenario del nacimiento de Lenin.
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