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- rdf:value = " El señor HAMILTON.-
Insisto en mi creencia de que para la opinión pública no tiene ningún interés el conocer mis bienes. Pero éstos no son otros que los que cualquier abogado, con mediano éxito en el desempeño de su profesión, puede adquirir durante catorce años intensos de su
ejercicio; no sólo en empresas importantes, en algunas de las cuales fui abogado, sino que trabajando desde el Servicio de Asistencia Judicial, dependiente del Colegio de Abogados, y atendiendo directamente a personas que no disponían de los recursos necesarios para defenderse ante la justicia.
Todos mis bienes figuran en mi declaración de impuesto al patrimonio. Me daría vergüenza hablar de ellos en el Senado, porque son muy modestos, tales como un automóvil Peugeot; como un sitio que tuve que vender después de la elección, para pagar algunas deudas de la campaña; como la casa en que actualmente vivo, y a la que me tuve que cambiar durante la época que estuve en el Gobierno. Por en eso sí tiene razón el Honorable señor Ibáñez: en el ejercicio de la función pública, quienes no somos ricos, los que no tenemos empresas que nos amparen, en realidad nos deterioramos económicamente. A mi juicio, el ejercicio de la función pública es incompatible con la profesión y absolutamente con la gestión de negocios privados importantes.
De manera que el Honorable señor Ibáñez no saca nada con hablar de mis riquezas, porque aun cuando escarbe hasta la otra vida, no va a encontrar bienes en cantidad suficiente como para decir que tengo fortuna.
Me halagaría mucho poder trabajar con el crédito, porque con el prestigio que me ha dado el Honorable señor Ibáñez al calificarme como hombre inmensamente rico -ironía que raya en el ridículo-, podría tal vez tener acceso al crédito y desarrollar muchos negocios. Yo no estoy dedicado a ellos, ni lo he estado nunca. Antes ejercí mi profesión, y ahora, la política.
Emplazo al Honorable señor Ibáñez a que mencione un solo negocio al cual yo esté vinculado. Otra cosa es que, dentro del sistema capitalista, haya sido empleado, abogado o dependiente de varias empresas. Claro, pues todos los que vivimos en este sistema económico debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.
En lo que sí tiene razón es que durante la época en que me he desempeñado en la política, he tenido que renunciar a mucho en el aspecto económico. Sólo en el primer año -lo citaré a manera de ejemplo, Honorable señor Ibáñez -de mi desempeño como Subsecretario del Interior debí cancelar, en materia de impuestos, una suma cercana a la que el Fisco me pagaba como remuneración mensual. Y Su Señoría no necesita ser muy inteligente ni muy hábil para los negocios, para calcular que ello significó que durante ese año mi patrimonio se viera disminuido, porque yo necesitaba vivir y dar de comer a los míos.
Nada más, señor Presidente.
"
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