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    • rdf:value = " El señor PALMA.- Señor Presidente, en el ámbito intelectual de 1930, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile hubo, sin duda alguna, un grupo de maestros de extraordinaria categoría, que imprimieron a esa institución un valor y prestigio que la destacó en el continente. De cada tres de sus estudiantes de la época, uno era extranjero. Vale la pena recordar algunos nombres: Leonardo y Gustavo Lira, quien con posterioridad fue Rector de la Universidad y Ministro de Estado en varias oportunidades. Luis Adduard, quien, además de desempeñarse como gerente de la Corporación de Fomento, fue un interesante escritor y caricaturista. Juan Brücher, quien en su oportunidad inició todo el estudio geológico del país, y ha dejado libros que en esa especialidad son definitivos. Walter Müller, Eduardo Aguirre y Francisco Javier Domínguez, este último destacado maestro en Hidráulica, contratado por varias universidades internacionales. También Jorge Alessandri, que en esa época era un maestro joven y brillante en la Escuela. Pero, sin duda alguna, entre todos ellos sobresalió uno que, por su vasta cultura y verdadera condición de humanista, imprimió su sello en el ambiente de ese tiempo. Este hombre se llamó Ramón Salas Edwards y fue no sólo un maestro, sino también un científico que elaboró teorías como la del Escurrimiento Crítico, que hoy día ha dado la vuelta al mundo y es aceptada en todas las universidades como manera de enseñar aspectos fundamentales de la especialidad. Todos ellos crearon un ambiente en el cual no sólo se podía apreciar los conocimientos técnicos, sino también desarrollar aquellos que el propio Salas Edwards definió de modo bastante curioso: "Estamos aquí en la Escuela de Ingeniería" -solía decirnos en clase- "porque aquí se está verdaderamente aprendiendo el humanismo." Y la verdad es que en este tiempo es necesario conocer un poco de las ciencias exactas, de los procesos profundos de la naturaleza, para interpretar el mundo, para entender cómo se desarrollan también otros procesos en el orden social, los cuales, ciertamente, tienen mucha relación con la vida misma. Entre los alumnos que en aquellos años cursaron la universidad, estaba Camilo Pérez de Arce Plummer. Era un hombre de vigorosa personalidad, ágil, de una rapidez intelectual extraordinaria y, tal vez, uno de los más brillantes alumnos de su período, pues en su oportunidad recibió el premio "Marcos Orrego" que el Instituto de Ingenieros de Chile otorgaba, como lo hace hasta el día de hoy, al más destacado alumno de su promoción. Camilo Pérez de Arce, poseedor de una formación intelectual destacada y de un talento matemático que lo distinguía sobre el resto de las personas con las cuales convivió, era, además, de una condición humana extraordinariamente compleja y completa. Preocupado profundamente por los problemas de su tiempo, participó como dirigente universitario en cada una de las etapas bastante tumultuosas que el país vivió en esa época. Fue dirigente de los alumnos de su Escuela. Más tarde, de la Federación de Estudiantes. Y siguiendo una especie de trayectoria casi inevitable se incorporó a los movimientos políticos juveniles de su tiempo y llegó a ser secretario general de la Falange, cuando esta colectividad afrontó precisamente sus momentos más difíciles. Y ese hábil matemático, que adquirió la capacidad de ordenar las ideas dentro del ámbito universitario que he descrito, no sólo tuvo inquietud por los problemas políticos, sociales y juveniles, sino que también vivió intensamente una preocupación por los procesos intelectuales, artísticos, literarios, que lo llevaron a transformarse, con el correr del tiempo, en un escritor distinguido y brillante. Algunos de sus libros constituyen, hasta hoy día, interesantísimos ejemplos de lo que puede ser una producción literaria original. Recuerdo haber leído, en su época, uno llamado "Este poderoso reloj", donde él hace un juego del hombre con el tiempo, que realmente daba y da tema para muchísimas consideraciones. Escribió novelas históricas, como "La plaza de las cuatro calles". Dramas como "Raza de bronce". Y, especialmente, empleó esa combinación curiosísima de talento matemático y capacidad literaria para escribir numerosas e interesantísimas novelas policiales, las cuales, como suele suceder en este país, no encontraron el ámbito literario adecuado, porque también aquí se aplica aquella frase que ya hace algún tiempo escribió Larra: "Hay países en que no se lee porque no se escribe, y hay países en que no se escribe porque no se lee." Esta especialidad literaria de Pérez de Arce y su variada y curiosa formación -matemática y humanista- lo transformaban en una especie de Conan Doyle chileno, que, sin embargo, publicó casi todas sus obras de carácter policial en Argentina, y con el seudónimo -naturalmente inglés- de James Erhard, porque de esa manera, como Doyle, como Chesterton, parecía auténtico. Fueron numerosas decenas las ediciones que se vendieron en todos los países de habla hispana, y logró, en la República Argentina especialmente, y en España, renombre que en Chile se desconocía. Y lo más llamativo de todo esto es que Camilo Pérez de Arce unía a su talento creador y literario una "bonhomía" y un sentido del humor que lo hacían mirar sus propias obras con verdadero escepticismo. Recuerdo que, hablando de una de esas novelas, cuya edición alcanzó muchos miles de ejemplares, decía que el único comentario del editor fue considerar extraordinariamente interesante y bien llevado el tema, ¡pero muy mala su traducción! Este cuadro pinta al personaje que se miraba a sí mismo. Se analizaba y sabía cuáles eran las dimensiones de su carácter y de su personalidad. Que se expresó en todos los campos y que llegó, en casi todos ellos, a destacarse. Porque si como literato fue un prolífico autor, muy leído, como periodista de "El Mercurio" de Santiago fue durante años el redactor de todos los artículos editoriales relacionados con los procesos y problemas técnicos del país. Y en los últimos años, después de su regreso de Europa, donde permaneció algún tiempo como Embajador de Chile, escribió crónicas sobre problemas internacionales. Además de tales atributos, y para realzar la calidad del personaje que recién acaba de irse, vale la pena señalar que este mismo hombre, de una vida interior tan intensa, tuvo una capacidad organizadora y empresarial notable. Simultanéate con sus afanes literarios, fue Presidente de la Cámara Chilena de la Construcción, Presidente de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile. Como proyectista, realizó algunos de los más interesantes estudios relacionados con las transformaciones del Santiago actual. Fue la suya una vida plena, y a su multifacética personalidad lo acompañó siempre el éxito, porque siempre supo ser sencillo, que es la condición de los sabios. Para nosotros resulta doloroso que, cuando estaba en plena madurez, ennoblecido con el bagaje de la experiencia, de la autocrítica, de la capacidad de producir, la naturaleza imprevista se lo haya llevado. Seguramente, se ha ido con gran tranquilidad y ánimo sereno, porque este hombre, tan completo en su vida privada, vivió un poco a la manera bíblica: vio cómo se realizaban profecías concebidas en su juventud, que tanto han cambiado a Chile, y se fue sabiendo que más y más esperanzas se abren para el hombre, en favor del cual siempre trabajó. Tuvo además la satisfacción de formar una familia que, siguiendo la línea de su sangre, está dando y dará destacados frutos para el espíritu. Concluyo mis palabras solicitando, en nombre del Partido Demócrata Cristiano, en el cual militó toda su vida, que se envíen a su familia nuestras condolencias. El señor LUENGO (Presidente accidental).- En nombre del Partido Demócrata Cristiano, se enviarán condolencias a la familia del señor Camilo Pérez de Arce. "
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