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El señor SCARELLA.-
Pido la palabra.
El señor CAMPOS (Vicepresidente).-
Tiene la palabra Su Señoría.
El señor SCARELLA.-
Señor Presidente, al tratarse el nombramiento del Director del Servicio Nacional de Salud, el Honorable Senador don Salvador Allende y el señor Ministro de Salud, don Ramón Valdivieso, pronunciaron en el Senado de la República discursos de la mayor trascendencia que, como médico y parlamentario, no puedo eludir la obligación de comentar.
Como bien dijo el Ministro de Salud, el dramatismo que un hombre como Salvador Allende imprimió a sus palabras al exponer el problema de la salud en Chile da oportunidad para que el Congreso Nacional le dé la debida trascendencia que el asunto reviste.
La salud del pueblo y el drama que ella envuelve, generalmente pasa inadvertidos ante la gran opinión del país, salvo cuando acontecen hechos espectaculares, ya que el resto del problema sucumbe ante la indiferencia de los más y sólo se palpa en el dolor de quienes están relacionados con él directamente.
El señor Senador Salvador Allende, gran luchador por el mejoramiento de las condiciones de salubridad del país, lo que reconocemos, a pesar de nuestras profundas diferencias ideológicas, analizó en su discurso algunos de los- más trascendentales problemas que afectan a la defensa de la raza, la protección y amparo del hombre, que es obligación fundamental de los poderes públicos y del Gobierno. Manifestó su profunda y honda decepción, como hombre público, como ex Ministro de Estado, como ex Presidente del Colegio Médico y como participante, durante más de treinta años, en la legislación social chilena, por las condiciones sanitarias del país y muy especial, por la situación en que se encuentra el Servicio Nacional de Salud.
En la inquietud que ha existido a través de la historia de Chile, para dar solución a estos problemas, destacó la importante participación de los ex parlamentarios conservadores, Doctor ExequielGonzález Cortés y Eduardo Cruz-Coke, a quienes yo también rindo el merecido homenaje a que son acreedores por sus nobles iniciativas, demostrando así que esta preocupación se ha reflejado en todos los sectores políticos, cuando ha habido hombres capaces de comprender que una de las más importantes misiones del Estado es proteger la salud, que es el capital más grande que tiene un pueblo para afrontar su destino.
Cita el Senador Allende, numerosos indicadores que demuestran que a esta altura del siglo, hay un fracaso que el país no puede dejar de reconocer. Ahí está el caso de los 600 mil niños tarados o deficientes mentales, porque no tuvieron el alimento necesario o las proteínas suficientes, y yo agrego que muchos de ellos, en el parto, sufrieron un traumatismo que nuestras maternidades no pudieron evitar por falta de medios. Puedo añadir, también, la insuficiencia de los Hospitales en Chile para recibir y atender adecuadamente a los miles de enfermos cuya salud está resentida y que deberían ser restituidos al trabajo productivo, a la estabilidad emocional y a la felicidad de la familia.
Los que practicamos la medicina sabemos que la crisis hospitalaria del país es cierta y real y que la burocracia estatal es incapaz de poder solucionarla.
En suma, Salvador Allende reconoce lo que yo estoy planteando hoy día, y que en oportunidades anteriores he dado a conocer a esta Cámara: Dice Salvador Allende, en algunas partes de su discurso, que parte de esa responsabilidad le corresponde al cuerpo médico que estaría educado en un concepto de la medicina liberal e individualista. Esta afirmación me parece injusta, inexacta y contradictoria, ya que el propio Senador Allende, en el Senado de la República, el 17 de mayo de 1967, cuando se discutía la Ley de Medicina Curativa, expresó: “De allí que los médicos, lesionando sus propios intereses, patrocinaron las leyes esenciales, me refiero a la de seguros de enfermedades, a la que creó la atención médica: la ley 4.054. Después, estos mismos profesionales comprendieron que no podía otorgarse atención médica sólo al imponente, al hijo hasta los dos años de edad y a la mujer durante el parto, sino que era imperativo sembrarla en el grupo familiar”. Y creo que el Senador Allende tenía razón al decir esto. El cuerpo médico, el personal paramédico especializado, los trabajadores de la salud, han sido generosos y responsables al aportar a la sociedad su cuota de real sacrificio, mal remunerado pero constante y abnegado.
A mi juicio, el problema es diferente y contrario al enfoque que de él hace el Honorable señor Allende. En Chile, y repitiendo sus conceptos, hay un fracaso evidente del actual sistema de medicina social, que se manifiesta en los indicadores que él proporcionó y en otros, como lo demuestra el hecho de que, al cabo de 20 años de funcionamiento del Servicio Nacional de Salud, Chile exhibe la más alta mortalidad por tuberculosis en toda América, como lo revela el Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana de julio de 19-69. Estas estadísticas deben avergonzar a todos los chilenos y en especial a quienes tienen la responsabilidad de la salud en este país. Solicito que se inserte en la versión la estadística a que aludo, para que haya conciencia pública de ella, como también la que indica que Chile posee una de las más altas mortalidades en el mundo provenientes de la maternidad.
El señor CAMPOS (Vicepresidente).-
No hay quorum en la Sala, señor Diputado, para tomar el acuerdo.
El señor SCARELLA.-
La estadística dice que las defunciones por 100 mil habitantes en el período de 1967 fue en Chile de 39; en Perú, de 35. En cambio, en Paraguay, por ejemplo, es de 20; en Costa Rica, no alcanza a 10; en Trinidad Tobago, llega a 8. Nicaragua tiene 7, lo mismo que Estados Unidos de América y Canadá...
Podría entregar a -esta Cámara muchas cifras más; pero no dispongo de tiempo ni es mi ánimo cansarla con detalles de orden técnico.
La clave del problema está en que el sistema ha hecho crisis y debe irse a una reforma substancial de él. Todos los sistemas exclusivamente estatistas-, similares al nuestro, se burocratizan, se hacen insensibles y tergiversan el sentido profun* dámente humano que tuvo el legislador cuando los imaginó. Así sucede en Chile. Así acontece también en la Unión Soviética, donde en estos momentos se encara una reforma a su sistema de medicina social, que si bien es más efectivo que él nuestro, igualmente es burocrático y deshumanizado, como lo describe, en forma tan magistral, el insigne escritor soviético Alejandro Solyenitsin...
El señor GUASTAVINO.-
Pero si el doctor Viel dice otra cosa...
El señor SCARELLA.-
... en una dé sus últimas obras, y que yo tuve oportunidad de conocer al visitar múltiples establecimientos hospitalarios en mi reciente viaje a ese país. Allá también se está pensando en aplicar los conceptos de la reforma ideada por Liberman para dar incentivos y satisfacciones morales y económicas tanto a los que otorgan la salud como a los que la reciben.
En nuestros medios hospitalarios cunde, entre médicos y trabajadores de la salud, la decepción y el desencanto al no poder emplear adecuadamente la ciencia y la terapéutica, porque los medios son insuficientes o norque no llegan o porque llegan tarde..
El problema la subalimentación, que es responsable, en gran parte, de la patología nuestra y que crea esa dinámica que Allende llama: “a mayor miseria mayor enfermedad y a mayor enfermedad mayor miseria”, depende, fundamentalmente, de las condiciones económicas generales del país, que se han agravado en forma acelerada en los últimos años, ya que; el crecimiento de nuestra economía es inferior al crecimiento de la población, que alcanza al 2,3% anual, y que, a nuestro juicio, es la consecuencia de 30 años de estatización creciente que ha impedido el desarrollo de una economía moderna y sana.
Debemos ir, con presteza, a una reforma substancial de nuestros sistemas previsionales y de salud; debe crearse un seguro general de enfermedad. Hay que descentralizar los hospitales y suprimir el absurdo sistema que permite; que haya ciudadanos de primera clase y de segunda clase, en relación con la salud. Deben entregarse las múltiples funciones del Servicio Nacional de Salud a otros organismos y sólo dedicarlo a la medicina curativa y preventiva. No puede ser que la sociedad permita y mantenga, por una parte, un servicio impersonal funcionalizado, al extremo que cree desconfianza en los- usuarios por lo inadecuado de sus medios y por la frustración y amargura que provoca en los médicos y trabajadores de la salud y, por otra parte, hay que buscar un sistema más humano y más moderno, como es el que el enfermo pueda escoger libremente su médico y el establecimiento que crea más adecuado. Esto, sin dar un paso atrás en el derecho de todos los chilenos a tener una oportuna y eficaz atención médica.
Deberán también revocarse todos los planes de suplementación alimenticia a nuestras poblaciones escolares y pre-escolares, y acelerar, para este objeto, como el mismo señor Allende solicitó, el proyecto del DiputadoMonckeberg, sobre esta materia.
La triste realidad que expuso el Senador Allende contrasta con el optimismo que lo animaba cuando se discutía la ley que creó el Servicio Nacional de Salud y que lo llevó a decir, en la sesión 33 del 6 de septiembre de 1951: “La concepción de un servicio de este tipo representa, además, desde el punto de vista técnico, la satisfacción de los más caros anhelos del cuerpo médico chileno. Asimismo, representa, indiscutiblemente, economía en dinero, pues se evita la duplicidad de funciones, de dotaciones y habilitaciones. Permite también la realización de un plan de tipo nacional con una visión central, jerarquizando la importancia de los- problemas de nuestra patología social”. Hasta aquí las palabras del Senador Allende.
¡Qué lejos estaba el Senador Allende, en 1951, de creer que tendría que pronunciar, al cabo de 18 años, el crítico discurso al que hoy me estoy refiriendo! Sin embargo, creo que al pronunciarlo, el Senador Allende está coloborando con su prestigio y experiencia a terminar con una mala etapa de nuestra legislación social y médica. Reconocer los errores es una actitud generosa, sobre todo, en una persona como el Senador Allende, que creyó honestamente en la vía equivocada de la estatización y la burocratización, la que es incompatible con una actividad tan ligada al hombre y al espíritu, como es la medicina.
Solicito que mis palabras se envíen al Senado de la República para que sean transmitidas al Senador Allende.
El señor CAMPOS (Vicepresidente).-
Se enviarán las observaciones de Su Señoría al Senador señor Salvador Allende, como lo ha solicitado.
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