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- rdf:value = " El señor REYES.-
Señor Presidente, Honorable Senado:
Me correspondió el real privilegio de recibir la colaboración directa y constante de quien fuera nuestro Edecán: el Coronel don Raúl Letelier Letelier. Desde entonces aquilaté sus condiciones humanas, sus rasgos de soldado, su eficiencia funcionaría, el calor de su amistad.
Ahora, en nombre de los Senadores democratacristianos, con tristeza, rindo homenaje a su memoria.
Fácil parece, pero qué difícil es ser en verdad humilde y sencillo; dar consejo sin rozar siquiera la sensibilidad de quien lo recibe; pesar con criterio las circunstancias conflictivas y actuar con prudencia frente a ellas; decir no, sin herir, o sí, sin halagar. Para todo ello se requiera, más que otras cualidades, tener un alma transparente. ¡Nuestro Edecán la poseía!
Soldado, mandaba sin arrogancia, porque aprendió a obedecer con discernimiento y ejemplar voluntad.
Siempre se distinguió. La Escuela Militar, el Regimiento de Ingenieros y Telecomunicaciones, la Academia de Guerra, el Cuartel General del Ejército, la Subsecretaría o la Misión en Washington, fueron testigos de su vocación por las armas. Igual eficiencia demostró cuando le cupo actuar como Profesor de Táctica o Consejero de la Caja de Previsión de las Fuerzas Armadas.
Desde el 8 de mayo de 1962, el Coronel Letelier era Edecán del Senado. Había su-r cedido a los Coroneles Gaete y Pamplona, designados en virtud de la ley Nº 4.254, del 20 de enero de 1928, en la cual por primera vez se menciona el cargo de Edecan dentro de la planta del Congreso Nacional. Hasta entonces, tradicionalmente, tales funciones eran mantenidas y financiadas cada año en la ley de Presupuestos.
Peculiar tarea la del Edecán, guardián de esta casa, encargado del ceremonial, jefe administrativo de numeroso personal, servidor sin distingo de todos los miembros de esta Corporación. Llegó hasta aquí precisamente para hacerse cargo de la ceremonia de un 21 de mayo en el Salón de Honor; y con su guerrera puesta, súbitamente, nos ha dejado, recién cumplida su misión, después de celebrarse el último Congreso Pleno.
Sus afanes entre nosotros terminaron, y terminaron bien. Queda para mí, y seguramente más para otros, hablar de ese resquicio de sol, del que se goza mayormente mientras menos éste se prodiga: rememorar su amistad. Era abierta, desinteresada, leal, plena de afecto ofrecida en la comunidad de su familia, a la que tanto quiso y a la que nosotros acompañamos de corazón.
Me parece estar sintiendo un reproche, si pudiera decirse, una mirada silenciosa, reflejo de una modestia herida. Por eso, en silencio, el lenguaje del que ahora él participa, surja finalmente de nosotros un recuerdo o una oración.
"
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