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- rdf:value = " El señor FUENTEALBA.-
Señor Presidente, estamos abocados en estos momentos al estudio de un proyecto de ley de facultades especiales destinado a proveer al Ejecutivo de herramientas para procurar la solución de problemas que afectan a las Fuerzas Armadas.
Por desgracia, esta iniciativa legal ha sido enviada al Congreso Nacional después de ocurrir los graves acontecimientos del 21 de octubre pasado, que llenaron de angustia el alma nacional e hicieron zozobrar el desenvolvimiento democrático del proceso renovador que estamos viviendo.
Aunque se ha afirmado a nosotros nos consta que es así que existían ya los estudios y el propósito de enviar los antecedentes al Parlamento y de cambiar los Altos Mandos de nuestras Fuerzas Armadas, el hecho es que, antes de que esos propósitos se concretaran, ha habido un movimiento dentro del Ejército que aparece ante la opinión pública como la causa inmediata de las iniciativas adoptadas.
Comencemos por reconocer que lo sucedido es malo para el país. Lo es porque debilita a los órganos de Gobierno, los cuales aparecen obrando tardíamente ante hechos consumados, que todos califican como presión ejercida indebidamente; lo es porque rompe una tradición de la Cual los chilenos nos enorgullecemos mucho; lo es porque desprestigia y llena de sospechas, justas o injustas, a nuestros institutos armados, a los cuales se les supone, fundada o infundadamente, toda clase de intenciones con relación al orden constituido ; lo es porque el precedente crea un riesgo para el desenvolvimiento del proceso democrático de cambios estructurales, los que deben ser consecuencia de la voluntad mayoritaria de la nación y hacerse con la participación preponderante del pueblo, y no por grupos o sectores que se arroguen, por sí y ante sí, una representatividad que nadie les ha conferido; lo es porque, en medio de la confusión y turbación subsiguientes a los hechos, no han faltado las voces de quienes están prestos para alentar la repetición de los mismos, con miras definitivas hacia el derrocamiento del régimen, ni las de aquellos que desean capitalizar para sí las simpatías de las Fuerzas Armadas con ánimo, naturalmente, de servirse de ellas y encaramarse sobre sus espaldas para alcanzar el Poder, seguros de que son incapaces de obtenerlo por las vías legales.
Nosotros creemos que esos acontecimientos deben ser estudiados con gran objetividad y ponderados en sus causas y consecuencias, no como hechos aislados, sino como manifestaciones muy concretas e inequívocas de fenómenos más amplios y profundos que se vienen sucediendo en este lejano rincón que, no por ser lejano geográficamente, deja de estar más próximo que muchos otros a los grandes hechos que ocurren en el mundo de hoy.
Los sucesos del Tacna obedecen a causas generales que son comunes a todos los movimientos que observamos en nuestro país; pero tienen también sus causas específicas, propias de las Fuerzas Armadas, que en parte los protagonizaron.
El proceso de cambios no respeta a nadie.
Se suele decir que "no hay regla que no tenga excepciones". Tal principio no vale para los procesos de cambio, según nuestra propia experiencia y la que recogemos en el exterior.
En efecto, ningún conglomerado humano, llámese nación, iglesia, universidad, partido político, gremio, institución civil o armada, empresa u organización de cualquiera clase, puede escapar de la influencia que sobre ellos ejerce la rebelión mundial en marcha contra las viejas estructuras del orden capitalista burgués, que ha hecho crisis y amenaza con derrumbarse.
Son inútiles los esfuerzos de quienes se empeñan en detener el caminar inexorable de los acontecimientos. La reacción de los conservadores del "status" no es suficiente para ello. La historia los desborda, y si tratan de atajar o desviar el proceso revolucionario, sucumbirán arrasados por los hechos.
El caso chileno.
Chile, siempre sensible y receptivo, atento para anidar y nutrir las inquietudes espirituales y para percibir las .explosiones que se producen en el mundo, no ha escapado a la regla general y, dentro de sus fronteras, se está desarrollando con ímpetu la lucha contra el orden vigente, aunque hasta ahora con características propias que lo han distinguido del curso seguido por ella en otras partes.
La historia no podrá dejar de consignar en sus páginas el desafío histórico que la Democracia Cristiana hizo al pretender realizar la sustitución del orden actual, preservando los valores fundamentales y básicos del régimen democrático, vale decir, los derechos esenciales de la persona humana y la expresión de la voluntad mayoritaria, libre y soberana del pueblo, manifestada en forma periódica.
Es éste un galardón del cual debemos enorgullecemos, pero es también, al mismo tiempo, el mayor obstáculo con que tropezamos. Porque nada habría impedido avanzar con mayor celeridad y emprender tareas más profundas, si al amparo de la libertad no se hubieran cobijado los intereses políticos y económicos de la reacción, la oligarquía y el imperialismo, y los egoísmos partidistas de los sectores de avanzada que, como el perro del hortelano, nada hacen ni dejan hacer a quienes tienen la responsabilidad de gobernar.
Mantener la democracia en lo que ella tiene de esencial es, entonces, un riesgo para el éxito del proceso de cambios, porque los sustentadores del capitalismo burgués y los que auspician regímenes dictatoriales o totalitarios usan el expediente del respeto a las ideas para procurar el fracaso de la tarea en desarrollo.
Los reiterados llamados que hemos hecho a quienes dirigen la Oposición han resultado inútiles. Cuando parecen ser escuchados, bajo la capa de las frases altisonantes impregnadas de un patriotismo falso y utilitario asoman las manos listas para recibir el precio que se cobra, que no es otro que la renuncia o el abandono del programa revolucionario o la entrega incondicional a los designios del adversario.
Por eso, recogiendo la lección de estos años, nuestros dirigentes han venido señalando desde hace algún tiempo que "la experiencia del Gobierno actual muestra claramente que los propósitos del programa en materia de redistribución de ingresos, expansión de beneficios sociales para los trabajadores y reforma agraria, llegaron sólo hasta donde el esquema tradicional, en el que los grupos oligarcas mantienen el poder, lo permitió"; y que, por lo tanto, sólo será posible continuar adelante si "se comienza por hacer realidad, como cosa previa, la participación del pueblo en la conducción del país".
En otras palabras, la coerción y la fuerza indispensables que, según la historia lo demuestra, han sido inherentes a todo proceso revolucionario, deben ser suplidas, en Chile, si queremos continuar avanzando en democracia, por una política de participación real, efectiva y no simplemente simbólica o de palabra, del pueblo organizado en el poder, en todas las gamas de la dirección del país; en lo económico, en lo social, en lo político y en lo cultural.
De ahí que nos felicitemos de que la Democracia Cristiana, cuyas ideas perduran más allá de nosotros mismos a pesar de nuestros errores, y cuya riqueza conceptual la habilita como instrumento eficaz para la transformación de Chile, haya comprendido que el signo definitivo de una nueva etapa democrática de Gobierno debe ser el de la participación del pueblo, hecha carne y hueso en las estructuras del poder.
Como militantes y parlamentarios esperamos que el programa en elaboración comprenda definiciones concretas, precisas y claras acerca de cómo se llevará a efecto esta participación, porque no queremos que nadie sea llamado a engaño ni que nuestras palabras corran riesgo alguno de quedar tan sólo en el papel.
Crisis de insatisfacción.
¿Están satisfechos los chilenos? ¿Se puede afirmar que ellos han alcanzado un grado tal de bienestar que, con raras excepciones, no es mucho más lo que tienen que pedir?
Por supuesto que no. Y en ninguna parte del mundo, ni aún en los países más ricos y poderosos de la tierra, se ha llegado a un grado tal de progreso que sus habitantes pudieran decir: "¡Sí, señor! ¡Nosotros estamos satisfechos! ¡No queremos más ni aspiramos a nada más!"
Podemos afirmar, por ello, que el ser humano vive en un permanente estado de insatisfacción, como consecuencia de que sus necesidades espirituales y materiales no tienen límites. Esto es lo normal, lo lógico, y ello lo estimula en su lucha cuotidiana por su constante mejoramiento físico y espiritual.
Pero hay un estado anormal de insatisfacción, en que el ser humano no alcanza siquiera a obtener lo más indispensable para su subsistencia. No tiene alimentos suficientes, carece de habitación, no recibe educación, sus ingresos no existen o son reducidos; en suma, vive en un estado de absoluta inferioridad. Su situación es verdaderamente trágica y se agrava mucho más si ese ser humano vive en un país donde está constantemente informado, gracias a los medios de comunicación y publicidad, de las formas de vida que hay en otros lugares de la tierra.
Algo de eso sucede en Chile. En nuestra condición de país en desarrollo, no hemos logrado todavía proporcionar bienestar adecuado a todos nuestros hermanos. Los Gobiernos derechistas y reaccionarios que aquí hubo durante tanto tiempo nos legaron millones y millones de hombres, mujeres y niños marginados de las ventajas de la civilización. ¡Cuántos campesinos, cuántos pobladores, cuántos niños sin tener qué comer ni dónde vivir, sin trabajo, sin educación, sin atención alguna de parte del Estado; víctimas, más que beneficiarios, de la "caridad cristiana" de los ricos, que adormecían sus conciencias entregando la migaja de sus sobrantes inutilizados!
La Democracia Cristiana no quiso hacer en Chile, ante esta situación de miseria y angustia, lo que en otras partes del mundo hicieron los países industriales o las naciones socialistas, que construyen su desarrollo económico sobre la base de limitar el consumo de sus habitantes.
Era demasiado crítica la situación en que vivía una gran muchedumbre de chilenos para prescindir de ello. El Gobierno tuvo que emprender con urgencia una tarea de desarrollo social en las ciudades y en los campos, a costa de grandes inversiones que debieron ser escatimadas a las tareas de aumento de la producción.
Por eso, es valedera la crítica que se hace a, este Gobierno, en el sentido de que no se atendió preferentemente a una política de inversiones reproductivas destinada a aumentar la riqueza y la producción del país. Pero esa crítica es también injusta, y quienes la hacen debieran expresar con toda franqueza si ellos estiman que no se debieron atender las poblaciones marginales, que no era necesario hacer en ellas obras de adelanto, calles, veredas, instalaciones de agua potable y alcantarillado, extracción de basuras, darles transportes, seguridad, educación y salubridad; que no era necesario sacar a sus habitantes de las pocilgas para trasladarlos a una habitación mejor, aunque insuficiente todavía; que no eran necesarias la promoción y la organización popular ; que ha sido un esfuerzo perdido atender al campesinado, hacer la reforma agraria, mejorar los salarios y las asignaciones familiares de los trabajadores del campo, promoverlos y organizarlos en cooperativas y sindicatos; que no era necesaria la reforma educacional, que comprende más matrículas, más maestros, más escuelas. En fin, ¿para qué seguir? Sobre ello debieran pronunciarse, y no callar.
Y si afirman que toda esa obra ha sido útil, necesaria, y que era urgente realizarla, que convengan en que Chile no tiene los recursos suficientes para emprender simultáneamente una .intensiva labor de desarrollo económico, a menos que concurra para ello un factor que sí puede suplir nuestra deficiencia: la solidaridad nacional para una política de desarrollo.
Reconozcamos, pues, que en Chile existe una crisis de insatisfacción, que no sólo alcanza a los sectores más modestos, sino también a los sectores de clase media y a grupos humanos como los de las Fuerzas Armadas, cuyos ingresos no tienen relación con su importancia ni con sus exigencias.
Pero no procuremos enfocar los problemas de quienquiera que sea como si se tratara de un sector desvinculado de la realidad nacional y ajeno a ella, porque el subdesarrollo económico afecta a todos, pero muy especialmente a los más pobres.
Crisis de solidaridad.
El camarada Presidente de la República, don Eduardo Frei Montalva, y el actual abanderado de la Democracia Cristiana, señor Tomic Romero, han llamado la atención en distintas ocasiones sobre un asunto de primordial importancia.
El señor Tomic, en su discurso del Caupolicán, el 30 de octubre, manifestó:
"Para que la revolución sea eficaz debe comprometer de un modo auténtico al pueblo trabajador y, además, a otros grupos realmente representativos del ser nacional. Necesita, por ejemplo, la integración creadora al esfuerzo revolucionario de las Fuerzas Armadas, que, por su alta motivación patriótica y su organización y disciplina, constituirán un aporte de valor excepcional para la realidad de la revolución y su imagen nacional e internacional; de la juventud y de las Universidades, que agrupan a miles de calificados conductores potenciales; de la mujer chilena de todos los estratos sociales, y muy especialmente ¡de la que participa en las organizaciones comunitarias de base; de aquellos sectores de las Iglesias Católica y Protestante, cada vez , más comprometidos y participantes en el esfuerzo liberador del pueblo; de las decenas de miles de educadores que, fuera de sus obligaciones estrictamente profesionales, podrían representar un valioso potencial multiplicador del esfuerzo revolucionario; de numerosos técnicos y profesionales y no pocos empresarios obligados hoy a jugar según las "reglas del juego" de la sociedad: capitalista, pero que están anímicamente disponibles para servir un gran esquema de transformación y cambio, aun al precio de sacrificar ventajas egoístas inmediatas". Y refiriéndose más adelante al programa de lucha contra la inflación, anotaba que "cinco años después, el Gobierno lucha en soledad y con gran esfuerzo, apenas para impedir la aceleración del fenómeno. ¿Por qué ? ¡Porque ese programa no encontró la sustentación popular que necesitaba! ¡Esta es la lección que hemos aprendido en estos cinco años! Sin los trabajadores, sin la comunidad, sin la participación popular, la batalla contra la inflación está perdida irremisiblemente". Tocando la misma cuerda, el Presidente Freí anotaba con gran exactitud: "La gran crisis de nuestro país, a pesar de la inflación y de los problemas, no es algo económico. Es un problema moral y político. . . Es la quiebra de la solidaridad nacional. Cada grupo no piensa más que en sí mismo".
¡Cómo saben esto quienes han ejercido cargos de Gobierno o dirigido organizaciones políticas! ¡Cómo lo sabemos los parlamentarios!
Teóricamente, todos los chilenos estamos de acuerdo en aceptar que, para dar solución adecuada a los problemas que aquejan al país, es necesario hacer sacrificios, pero llegado el momento de los "¿qué hubo?", nadie quiere que se toquen sus intereses, porque cada sector o grupo tiene buenos argumentos para probar que el suyo es postergado o se encuentra en tales condiciones de inferioridad que no debe ser afectado por medida alguna.
Irresponsabilidad partidista.
Por desgracia, los partidos políticos, sin excepción, proceden de un modo tal, que compiten entre ellos por ganar la buena voluntad, la simpatía o adhesión de los distintos sectores. Y para ese fin nada mejor que encontrarles razón a todos y auspiciar leyes o medidas conducentes a la satisfacción de sus reivindicaciones, aunque sean exageradas, absurdas o injustas.
Así, el mejor partido, o el mejor Senador o Diputado, es aquel que con mayor facilidad puede imaginar las soluciones más descabelladas proponiendo leyes que van a nutrir las gruesas colecciones en que se recopilan los más disparatados textos.
Cuando se piensa en el sinnúmero de intereses previsionales que existen en los diversos sectores de trabajadores del país, por ejemplo, parece realmente imposible la factibilidad de una reforma integral en este campo tan vital para la economía nacional.
Los políticos debemos tener la hombría de aceptar que precedemos irresponsablemente frente a la exigencia real y cada vez más urgente de lograr la solidaridad del pueblo para la gran obra de construcción de un Chile nuevo. Somos nosotros y nuestros partidos quienes alentamos la división entre los chilenos, al acoger sin discusión sus peticiones, a veces contradictorias con sus propios intereses. Es una fácil manera de ganar adeptos a costa del porvenir del país, a sabiendas de que una vez en el Poder no será posible cumplir, a menos que se quiera continuar ahondando el caos económico y social de la nación.
No hay solidaridad sin participación.
Estamos de acuerdo en que la solidaridad que echamos de menos no tendrá contenido ni sustento si ella no se funda en la participación del pueblo en todos los órdenes de la actividad nacional.
¿Por qué el pueblo va a aceptar sacrificios si está excluido de toda participación en la dirección de la economía, por ejemplo? ¿Por qué va a creer, si la experiencia le dice lo contrario, que esos sacrificios no van a redundar una vez más en beneficio de los sectores privilegiados del país? ¿Quién, sino él mismo, con su presencia activa en las discusiones, resoluciones y ejecuciones, puede garantizar mejor a la comunidad nacional de los trabajadores chilenos que efectivamente los planes por cumplirse redundarán en beneficio de todos y no de unos pocos?
Las respuestas a estos interrogantes surgen espontáneas. Solamente es posible exigir solidaridad cuando quien debe otorgarla sabe de antemano que es parte integrante de la comunidad, arriba y abajo, en la conducción y dirección y en el cumplimiento de los deberes y sacrificios que se imponen a todos.
El problema de las Fuerzas Armadas.
Porque pensamos que los miembros de nuestras Fuerzas Armadas son chilenos como todos, con iguales inquietudes e insatisfacciones, con idénticos anhelos y esperanzas, es que nos ha parecido que sus problemas deben ser considerados dentro del cuadro general del país y no tratados como si fueran asuntos desconectados de la realidad nacional.
Por la misma razón, creemos que es necesario hablar con absoluta franqueza en un plano de dignidad, sin caer en una suerte de "paterismo" que hemos estado observando en estos días.
Nos parece que tratar el problema en otra forma sonará a falso a los propios interesados, y es muy probable que ellos no aprecien, sino que desprecien, a quienes quieren, obsequiosamente, pasar por alto aspectos que deben ser discutidos y analizados.
Los sucesos de octubre.
Mucho se ha conjeturado en torno de los hechos ocurridos el 21 de octubre.
Hay quienes, con mucha vehemencia, se empeñan en sostener que no hubo allí indicio alguno de golpe de Estado. Otros, por el contrario, se esfuerzan en probar que lo ocurrido en el Tacna fue precisamente un golpe, que no llegó a concretarse.
Nos parece que en el desarrollo de los acontecimientos cabe distinguir dos etapas: una, la primera, que es de todos conocida; y otra, la segunda, que se supone, pero que no se conoce.
Si examinamos los hechos que conocemos y que conforman la primera etapa, debemos aceptar, objetivamente, que no constituyeron propiamente un golpe de Estado, puesto que el jefe máximo de los participantes y éstos mismos declararon, reiterada y públicamente, que no existía el menor propósito ni la más lejana intención de subvertir el orden constitucional; y proclamaron una y otra vez su lealtad al régimen y al Presidente de la República.
Por otra parte, es preciso reconocer que no hubo una acción real, de hecho, destinada a la toma del Poder, que desmienta las afirmaciones categóricas del General y de la oficialidad que intervinieron en los sucesos que analizamos.
Por lo tanto, objetivamente considerado el problema, deberemos aceptar que se trató de un movimiento destinado a obtener exclusivamente fines de orden militar interno.
Pero es indudable que el movimiento así surgido, por su propia dinámica interna, pudo desembocar fácilmente en un atentado contra el Poder constituido y degenerar en horas en una subversión armada franca y abierta.
¿Qué habría pasado, en efecto, si no se llega a una solución rápida del asunto? Es indudable que se habría desarrollado la segunda etapa, que, como digo, no se conoce, pero es fácil suponer que habría consistido lisa y llanamente en el golpe militar.
Es esta interpretación, por lo demás, la que justifica la acción escogida por el Gobierno frente a los acontecimientos. Si no había intención de golpe, si no había una acción conducente a la toma del Poder, si la rebelión tenía exclusivamente un móvil reivindicacionista interno, cabía parlamentar y evitar sucesos sangrientos, ya por el enfrentamiento militar o por la exacerbación de las masas populares.
Pero no por ello podemos dejar de manifestar que el hecho en sí es condenable y acusa una conducta irresponsable en quienes lo urdieron, aunque hayan tenido la más sana intención.
Causas específicas del movimiento militar.
Además de las causas comunes a todos los fenómenos sociales que ocurren en el día de hoy, hay algunas causas que dicen relación específica a las Fuerzas Armadas. Si ellas no son eliminadas, continuaremos viviendo en riesgo permanente de que los hechos vuelvan a repetirse.
Antes que nada, es preciso hacer constar que los problemas en cuestión vienen arrastrándose desde hace mucho tiempo, pero no porque otros Gobiernos anteriores no fueron capaces de abordarlos y darles respuesta adecuada, vamos a excusar al actual, estimulándolo para que tampoco haga nada y deje las cosas como están.
Es sabido que durante el período presidencial en vigencia se han hecho los mayores y más significativos esfuerzos por mejorar la condición económica, técnica y profesional de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, ello no ha sido suficiente, y nos tememos justificadamente que el proyecto sólo constituya una solución incompleta y parcial de las aspiraciones militares.
Los problemas de las Fuerzas Armadas no son tan sólo de orden económico. No es suficiente, por lo tanto, mejorar las remuneraciones de sus integrantes y después cruzarse de brazos.
A más de algún frivolo le hemos oído sostener lo contrario y afirmar, con bastante desaprensión, que todo es cuestión de pesos.
Sin duda, el problema de las remuneraciones es importante, pero no el único que provoca la inquietud de nuestros hombres de armas.
Se ha hablado mucho de frustración. ¿Existe ella realmente? La respuesta no puede sino ser afirmativa. Los oficiales, suboficiales y tropas son chilenos que se incorporaron a la carrera de las armas movidos por una vocación profunda para ejercer una profesión que eligieron entre muchas otras.
Pues bien, en la práctica, no pueden ejercer esa profesión, porque en las Fuerzas Armadas hay carencia de personal tanto militar como administrativo; porque la dotación de equipos y materiales es peligrosamente insuficiente; porque los mandos superiores tienen, al parecer, una estructura añeja y no son ejercidos conforme a las más modernas técnicas.
Por otra parte, los chilenos que eligieron esa profesión no están ajenos a las inquietudes del mundo de hoy y desean también participar en el proceso de cambios que vive el país.
La cuestión es buscar soluciones, sin desmedro ni daño para el papel fundamental que corresponde a las Fuerzas Armadas de mantener la soberanía nacional, de contribuir a la seguridad interna y externa de la nación y de ser las más celosas guardadoras del régimen democrático, a fin de que la voluntad del pueblo, libre, periódica y secretamente expresada, sea respetada por todos.
Es urgente e indispensable que se constituya, al más alto nivel, una Comisión que estudie a fondo estos problemas y el papel que corresponde desempeñar a las Fuerzas Armadas dentro de las nuevas estructuras en gestación. Su participación en el proceso de cambios, en los planes de desarrollo, en la educación y otros aspectos de la vida nacional, debe ser abordada en forma definitiva, sin lesionar en lo más mínimo su dignidad profesional.
Pasar por alto o prescindir de todos estos aspectos es dar una solución incompleta, de parche, que dejará latente la inquietud y el descontento y facilitará una nueva explosión de protesta, con grave, riesgo para la tranquilidad del país y del desarrollo democrático del proceso de cambios ya en marcha inexorable.
Por todas estas consideraciones, en la discusión general del proyecto, queremos expresar que le prestaremos nuestro apoyo entusiasta y, al mismo tiempo, solicitar del Gobierno su interés por solucionar los problemas de fondo que existen en nuestras Fuerzas Armadas.
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