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El señor TEITELBOIM.-
Señor Presidente :
En estos días se cumplieron 15 años de la gesta de la revolución cubana, que ha cambiado la historia de América y escrito el prólogo de una nueva fase de su desarrollo político y social.
En el Senado de Chile queremos, esta tarde, celebrar su origen, radicado en el asalto al Cuartel Moneada que un puñado de juventud, decidida a labrar un destino más alto para Cuba y América, realizó el
26 de julio de 1953 bajo la dirección de un joven llamado Fidel Castro.
Hoy día, a 15 años de esa aventura heroica, que pareció condenada irremisiblemente al fracaso definitivo, y a casi una década del establecimiento del régimen revolucionario en Cuba, podemos apreciar la; envergadura y magnitud del proceso social que se desarrolla en esa isla como una especie de anuncio de nuevos días para todo el continente.
El hecho de que en ese país se construya el socialismo; de que en un continente cuya espalda está marcada por los hierros candentes del imperialismo y las oligarquías nativas, se levanten, airosos y desafiantes, los contornos del régimen social más adelantado que conozca la humanidad, que hasta el año 1959 parecía destinado a florecer sólo en Europa y Asia, pero nunca para algunos bajo el cielo americano; el hecho de que hable en español, con el acento cantarino de la lengua de Martí, dice con elocuencia del significado que para nuestros pueblos encierra la hazaña precursora del Cuartel Moneada y de lo que hoy ocurre en la nación cubana.
Por ello, nosotros rendimos homenaje a esta efemérides y consideramos menester un estudio atento y comprensivo del fenómeno cubano. Posiblemente, ningún hecho de la historia americana del siglo XX ha sido objeto de mayor número de engaños y desfiguraciones, pero también resulta notorio, con la perspectiva que proporciona casi una década entera de experiencia, que ningún pueblo ha caminado tanto y tan rápidamente en América como el cubano en estos pocos años. Y en dicha marcha, en el ritmo y naturaleza de su avance, ha sido determinante la ruptura de los lazos de férrea sujeción al control norteamericano que ataban a Cuba a la miseria y a la negación de su ser nacional desde hacía medio siglo, y que, como pólipo absorbente y succionador, desde el primer instante de su vida libre de la coyunda española trató de desviar la trayectoria del proceso revolucionario, diluyendo su fuerza, haciendo descansar todo el peso de su esperanza en Ja idea de lograr, como tantas otras veces sucedió en la historia de otras tierras, que aquel cambio sólo fuera un trueque de hombres, un cambio de guardia en palacio, de nombres que se turnaban en el Poder para evaporarse luego como pompas de jabón las mil promesas innovadoras y mantener intactas las bases del poderío extranjero y del dominio oligárquico.
Ese fue el designio, la idea que los norteamericanos tuvieron "in mente" en el primer instante de la revolución cubana: un libertador más que se prosterna ante los dictados del Departamento de Estado, olvidando aquello que dijo en el fragor del combate. Se equivocaron redondamente, trágicamente para ellos.
El auténtico perfil.
Fueron una respuesta terca y una voluntad indomable de ruptura y transformación las que aceleraron, desde entonces, el ímpetu revolucionario de los cubanos, guiados por sus dirigentes y organizaciones políticas, aunándolos en una sola resolución heroica y abnegada, capaz de remontar líos peligros y superar a diario las dificultades, en un proceso sin paralelo en el continente que, mal que les pese a sus detractores, figura para siempre en el centro del proceso histórico que convulsiona y conmueve a los pueblos latinoamericanos.
Dejando de lado prejuicios anacrónicos o apreciaciones denigrantes, nadie puede discutir la trascendencia de las transformaciones revolucionarias que vive Cuba, ni tampoco su característico perfil, su particular sello nacional y el sentido y sabor peculiares que ha sabido imponer al proceso renovador del país.
En un artículo escrito con estilo y estremecimiento entrañables, el Secretario General del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, ha dicho, refiriéndose a su tercera visita a la isla:
"Cuba no es ni el ejemplo universal, paradigma de todas las revoluciones, ni la utopía pequeño burguesa. Es algo mucho más concreto: una auténtica revolución socialista, tan auténtica como cualquier otra, con rasgos específicos, muy particulares, con cédula propia. Una revolución socialista que viene precisamente, con sus originalidades, a confirmar la genial previsión de Lenin quien anunciaba hace muchos años la multiplicidad de formas que revestiría la marcha hacia el socialismo en los diversos puntos del planeta. Cuba confirma que si las revoluciones socialistas guardan una serie de rasgos comunes esenciales, poseen también trazos nacionales propios que las diferencian netamente.
"Si la marcha hacia el socialismo y el comunismo es una encarnizada lucha de clases, también es un largo e inacabado aprendizaje de aciertos, avances e incluso retrocesos. A menudo olvidamos que el Socialismo y el Comunismo son todavía -históricamente- movimientos o sociedades muy jóvenes. Al lado de los veinte siglos de Cristianismo, apenas si acabamos de nacer. Pensando así, yo iba a Cuba, como he ido a otros países socialistas, ni a inspeccionar ni a enseñar, sino a aprender y entender."
La euforia creadora.
En seguida, relata los cambios que advierte en La Habana donde el año 1960, a meses del triunfo de la revolución, cuando todavía se aprecian vestigios del pasado y "gentes que aún no querían creer lo que estaban mirando sus ojos y aguardaban entre confiadas e intranquilas que los "marines" vinieran de Guantánamo y Florida para terminar con el relajo". "Ahora La Haibana" -dice Carrillo- "es una ciudad de trabajadores en un país de trabajadores". El pueblo se dedica con ahínco a su labor y al estudio, con el arma en la mano, por si acaso el imperialismo intenta una aventura. Hay conciencia general de que el socialismo y el comunismo no se logran sin esfuerzo, que no caerá del cielo el nuevo régimen, sino que surgirá ladrillo a ladrillo, con sudor y conocimientos, por la faena tensa, valerosa y constante.
La alegría rotunda del espíritu nacional, la euforia vital y casi mágica con que el pueblo asume las tareas de la producción y la cultura, es un signo cabalísimo de que en Cuba surge una sociedad nueva, distinta y mejor. Millares de jóvenes trabajan en Isla de Pinos, llamada con razón la Isla de la Juventud; cientos de millares de trabajadores se movilizan a las labores agrícolas con la meta de hacer de Cuba un país de producción diversificada que, junto con llegar a los diez millones de toneladas de caña de azúcar, sea capaz de alimentar a su pueblo, un país ganadero, con una agricultura moderna y desarrollada. Pero no se olvida a la industria, para lo cual la electrificación se lleva adelante con vigor resuelto, en condiciones difíciles por la falta de fuentes naturales de energía de que sufre el país. Se instalan cadenas de frigoríficos, talleres y fábricas manufactureras. Y todo esto en un país que hasta el triunfo de la revolución no tenía propiamente industria, donde todo lo elaborado se compraba en el extranjero, salvo el azúcar, el tabaco y el cacao.
Quiebra del fatalismo geográfico.
Ese esfuerzo gigante recibe la ayuda sin regateos de los países del campo socialista, sobre todo de la Unión Soviética, cuyo, aporte ha sido fundamental para el desarrollo de la economía cubana y la consolidación de las conquistas revolucionarias. La solidaridad activa de los países socialistas, que tan ejemplarmente resalta con relación a Cuba, ofrece, por cierto, una perspectiva indispensable a los pueblos de América Latina en su lucha de liberación que contribuye a disipar el postulado -algunos quieren hacerlo aparecer como fatalidad inevitable- del destino o fatalidad geográfica, y como sentimiento de impotencia. La ayuda del mundo socialista debe ser claramente considerada, pues, por cualquier observador imparcial, como algo que puede llevar a la liberación y desarrollo independiente a cualquier país que opte por seguir el camino de la dignidad.
Ciertos enemigos de la revolución, impedidos ya de desconocer ciegamente los logros materiales y espirituales de Cuba, sostienen a menudo que este país ha trocado un yugo por otro, que ha salido de las llamas para caer en las brasas, que ha abandonado la órbita norteamericana para transformarse -según dicen- en un satélite soviético. Ese cargo gratuito, que viene de quienes nada hacen por combatir el sistema de despojo sistemático a manos del imperialismo yanqui, es desmentido sin cesar por la realidad. Es radicalmente distinto el carácter de la ayuda socialista del ordinario proceso de inversiones que hacen los países capitalistas poderosos en las naciones de menor desarrollo económico. No hay en el caso de la ayuda de los países socialistas, retiro de utilidades, saqueo ni esquilmamiento. Se orienta, por lo contrario, al desarrollo de las economías nacionales sin condiciones políticas ni tutelas ideológicas de ninguna especie.
Si aun naciones de muy distinto sistema social reciben asistencia de los países socialistas e incrementan sus vínculos comerciales y culturales con ellos, ¿cómo podría extrañar el volumen y amplitud de la ayuda soviética y de los demás países socialistas a Cuba, que es también una nación socialista empeñada en una transformación inmensa?
A punto de cumplir una década, la obra de la revolución se alza con su perfil más claro: está consolidada y muestra a los pueblos de América las ventajas del socialismo que, liberando al hombre de la explotación, y a las naciones del vasallaje, abre horizontes amplios para el progreso y avance en todos los planos de la vida.
Cuba y los católicos.
Sería arduo detallar los éxitos de la revolución cubana en los distintos campos, así como las alternativas de su proceso social, merecedores de un estudio en profundidad que escapa a los marcos de esta intervención.
En cambio, los testimonios de muchas personalidades que han visitado Cuba permiten formarse una idea del calado y dimensión de estas realizaciones. Algunos provienen de personas que, aun cuando son ajenas al marxismo, han sido capaces de apreciar sin anteojeras la verdadera situación que se ha ido creando a partir de 1959, año en que los revolucionarios victoriosos bajan de la Sierra, hacen su entrada a La Habana y toman en sus manos el poder.
Es significativo a este respecto un lúcido análisis que hace el profesor Eduardo Novoa en la revista "Mensaje", de marzo - abril de este año, acerca de "La situación religiosa en Cuba". Su autor, intelectual católico, catedrático de derecho penal y ex presidente del Consejo de Defensa del Estado, destaca la atmósfera de respeto y tolerancia que existe hacia los católicos y la Iglesia por parte del régimen revolucionario, y concluye que "ella marca la posibilidad práctica de una convivencia y una demostración de que la revolución cubana no ha llevado su repudio a. la religión hasta el punto que habría autorizado la actitud anterior de un clero y unos fieles que, en su gran mayoría, buscaron siempre la unión y el apoyo de los poderosos y de los ricos, aun cuando éstos fueran los culpables de la explotación del pueblo y la injusticia social".
No deja de ser interesante y revelador, en este mismo orden de cosas, la declaración del Nuncio Apostólico en Cuba, Monseñor Cesare Zacchi, a la revista "Latín America", según la agencia española de noticias "EFE", reproducida en el mismo número de "Mensaje" en que aparece el artículo del profesor Novoa:
"No veo ningún inconveniente" -dice Monseñor Zacchi-"en que un católico adopte la teoría económica marxista en el terreno práctico de su conducta como un miembro activo de una revolución..." "Los católicos de Cuba deberían integrarse en las organizaciones de masa de la sociedad en que viven. El católico debería unirse a la milicia en trabajos voluntarios, entrar en las organizaciones culturales y deportivas y ser activo en las instituciones profesionales".
Cuba, piedra de toque.
Hay un hecho objetivo que atestigua con nítido vigor la importancia de la revolución cubana, anticipando un juicio que la historia habrá de emitir, cuando los fundamentos del imperio norteamericano y los pequeños tronos de sus sátrapas se hayan desintegrado definitivamente en su dominio actual sobre nuestros países.
En efecto, en algunos años más, todo enfoque desapasionado de la historia del Continente americano en el período que comienza en 1959, digamos al inicio del tercer tercio del siglo XX, tendrá que partir de una realidad básica: las actitudes de los países, las opiniones de los pueblos, las iniciativas en el plano internacional, las orientaciones en el orden social, económico y político, dentro de nuestro Continente, están determinada o fuertemente influidas por un factor nuevo: la presencia del régimen cubano; la existencia de un país donde se ha construido un orden social distinto y donde se ha destruido la anacrónica estructura interna y la sofocante dependencia externa que oprime y frena el desarrollo de todos los demás países latinos de América, para elevar una nueva arquitectura más limpia, más justa y más humana.
La revolución cubana ha acometido, como es de conocimiento general, tareas
jamás cumplidas en América Latina: la erradicación del analfabetismo, la recuperación de las riquezas de manos extranjeras, la realización de una verdadera reforma agraria, la industrialización de un país antes exclusivamente agrícola y monoproductor, la diversificación de la economía, la expansión de los servicios de salud, con disminución acelerada de los índices de morbilidad más decisivos, y, sobre todo y en suma, la abolición de la explotación del hombre por el hombre, con la construcción de las bases del socialismo.
El fracaso del "gran garrote".
Tales realizaciones han sido efectuadas dentro de un cuadro que dice relación con el impacto de ese régimen en el Continente: en el marco de hierro de un bloqueo económico y político sin precedentes en el hemisferio, absolutamente antijurídico, y conforme al propósito de llevar adelante una política exterior enteramente digna, con ruptura definitiva del vasallaje ante Estados Unidos, que caracteriza a la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos.
Es así como, a partir de 1959, el rompimiento del "status" político y social de la isla de Cuba y el establecimiento, y afianzamiento en ella de un régimen socialista han venido influyendo en forma creciente en la política exterior de los países americanos. Se producen en este plano hecho nuevos, cuyos orígenes, en mayor o menor medida, se ubican como actitudes o reacciones frente al régimen cubano.
Tales hechos son variados, complejos y contradictorios. Por una parte, está la formulación de la Alianza para el Progreso por el difunto PresidenteKennedy, que, en el fondo, es una hija ilegítima de la revolución cubana, pues se planteó para contrarrestarla, representando una reacción de tipo reformista. Su núcleo central es evitar el establecimiento de nuevas Cubas, mediante la realización de algunas reformas que se estimaban suficientes como cortafuegos, para apagar la rebeldía y el ímpetu revolucionario que prendía en el corazón de los pueblos americanos.
Por otra parte, están la reacción del retroceso de Estados Unidos a la época del "big stick" y los intentos gradualmente más fuertes por influir en forma directa en las fuerzas armadas de estos países, especialmente a partir de la muerte del PresidenteKennedy, tendientes a imponer, una conducta ideológica hemisférica definida, caracterizada por la lucha contra la subversión y la preparación para aplastar el descontento legítimo, justo de los pueblos.
El itinerario de oprobio.
La historia habrá de consignar hechos vergonzosos en que los pauses latinoamericanos, o más exactamente, sus Gobiernos, abdicaron de los últimos vestigios de dignidad para expulsar de la OEA a un país hermano, como es Cuba, para cortar relaciones con él y sumarse al bloqueo impuesto por la voluntad exclusiva del poderoso amo del norte, vendiéndose algunos Gobiernos por unos cuantos dólares extras. El historiador riguroso y severo contemplará el hundimiento definitivo de la OEA en el oprobio, al aceptar ésta el bloqueo de Cuba y la invasión y ocupación de la República Dominicana. Seguirá, luego, una serie de jalones en el camino de Estados Unidos de retomar, por la fuerza militar, el control estricto de estos territorios que considera su patio trasero, su retaguardia estratégica. La invación de Bahía Cochinos, en abril de 1961, por parte de gusanos cubanos instigados y financiados por el Gobierno norteamericano, y su estela de muertos, heridos y destrucción en un país que supo defenderse con el escudo de todo su pueblo; el estrechamiento de un cerco que pretendía asesinar por hambre a una nación; la intervención en Panamá, en enero de 1964, con decenas de muchachos sacrificados; la ingerencia en el golpe "gorila" que derribó al Gobierna reformista de Goulart en Brasil, en abril del mismo año; y -vergüenza y crimen extremo- la invasión a Santo Domingo y la ocupación del país, a partir de abril de 1965, con un saldo de tres mil dominicanos, latinoamericanos, muertos, es el balance del desmán metódico y sangriento. Tal fue la respuesta que dio la política norteamericana a la voluntad liberadora de nuestros pueblos. Y, junto con esos cadáveres, Estados Unidos enterró, si no oficialmente, en el hecho, sin gloria ni majestad, los restos de la Alianza para el Progreso, reemplazándola por la doctrina Johnson de la violencia, a fin de mantener intactos los privilegios norteamericanos en nuestras naciones.
Manifestaciones de reacción frente a la existencia de una Cuba socialista y altiva son también las histéricas afirmaciones de intervencionismo' del Gobierno y del Congreso de Estados Unidos, con las que se quitaron toda careta de democratismo, todo antifaz de respeto a los principios de soberanía y autodeterminación de las naciones, que figuran en la Carta de la UN y en la Carta de la OEA, signadas por ellos. No otra cosa son la llamada doctrina Johnson y la resolución Selden, de la Cámara de Representantes, emitida en 1965, a raíz de la invasión a Santo Domingo.
Restablecer relaciones con Cuba.
En tales documentos, el imperio notifica a sus subditos que no tolerará rebeliones y que ha decidido echar por la borda todos los principios y palabras solemnes, para desnudar su intención, que es la de intervenir militarmente en cualquier país latinoamericano, cuando lo estime conveniente a sus intereses. Queda prohibido, así, por orden del mayoral de Washington, a todos los países del Continente, adoptar el socialismo como régimen futuro. Trata así de congelar la historia y de mantener
"ad aeternum" sus privilegios, negocios y derecho al despojo sobre este Continente, que sofoca.
Mientras tanto, siguen los discursos solemnes y protocolares de la OEA y también en las Naciones Unidas. Durante la semana pasada, un señor Galo Plaza, nuevo Secretario General de la Organización de Estados Americanos, elegido después de una votación sumamente laboriosa y tras haber destapado una olla de grillos y pestilencias, que demuestra que dentro de esa organización dominaba una máquina verdaderamente gangsteril, con ofrecimiento de tiros y asesinatos, a fin de continuar profitando de esa caja generosa de dólares que se pagan a cambio de vender a sus pueblos, llegó manifestando a la prensa, con ánimo ligero, que su misión consistiría en cambiar la imagen de la OEA, o sea, transformar la cara fea en una cara bonita, más bien, en pintar una fachada, sin atender a que ese edificio está podrido en sus cimientos, pues se basa en la sumisión de los Gobiernos latinoamericanos y en el mando indiscriminado y absoluto que el Departamento de Estado ejerce sobre ese organismo, que ha sido bien calificado como departamento de colonización para América Latina.
.Aquí el señor Galo Plaza fue agasajado con muchos cocteles, hizo visitas distinguidas, formuló declaraciones superficiales, se permitió decir cosas inaceptables respecto de los revolucionarios del Continente, y en el fondo, no es sino una cara nueva para una realidad vieja, absolutamente imposible de remediar.
A la OEA no puede salvarla nadie; menos aún el señor Galo Plaza.
Continúan muchos Gobiernos y Cancillerías simulando no saber de estas cosas. Siguen viviendo en el mejor de los mundos, y, entretanto, la dignidad la salvan muy pocos Gobiernos en América. En primer, término, el de Cuba, que en esta materia nos da una honda lección; y, en seguida, otros gobiernos, que, siendo capitalistas, mantienen una posición de dignidad, como es el caso de Canadá, en el norte, que no ha querido aceptar su incorporación a la farsa de la OEA y mantiene relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba; como Méjico, que también prosigue sus relaciones con el país de Martí. Por desgracia, no podemos decir lo mismo de Chile, pese a las bonitas palabras sobre política exterior independiente que pronunciara el señor Frei en su viaje a Europa y en numerosas otras ocasiones.
Doloroso es comprobar esto cuando la propia España de Franco, pese a la presión de su aliado norteamericano, mantiene relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con Cuba, en beneficio de ambos países, a pesar de sus regímenes políticos y sociales del todo antagónicos.
Sin embargo, Chile continúa con sus relaciones suspendidas con el Gobierno de la. Isla.
Quiero terminar mis palabras solicitando reiterar al señor Ministro de Relaciones Exteriores la voluntad y decisión del Comité Comunista en cuanto a la conveniencia de abrir negociaciones para conseguir el restablecimiento de relaciones con Cuba-
Creo que vivimos una época en el panorama internacional en que la guerra fría atraviesa por un período de deshielo, en que las tensiones se aflojan. Por ello, nuestro país no debe ser el último en volver a trabar vínculos con ese país hermano, cortados injustamente. Por el contrario, Chile debe tomar esta iniciativa, a fin de que pueda mirar frente a frente a sus propios hermanos y demostrar que su política es mucho más independiente de lo que se sostiene.
-Se anuncia el envío del oficio solicitando, en nombre del señor Teitelboim.
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