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- rdf:value = " El señor TARUD.-
Señor Presidente, Honorable Senado:
No cumpliría con mi conciencia, si no dejara registrados aquí mis sentimiento; de profundo pesar por el deceso de nuestro colega y dilecto amigo don José García.
No son sólo su familia, su partido o el Senado quienes sufren con la pérdida de su definitiva ausencia. En su persona, de apariencia tan chilena, residía también un gran espíritu ciudadano, y ése es el que hoy debe extrañar todo nuestro país.
Yo, que conviví con él un prolongado tiempo en el seno del antiguo Partido Agrario Laborista, en cuya presidencia lo sucedí; yo, que lo enfrenté en intensas discusiones internas, puedo testimoniar que la firmeza de nuestras respectivas posiciones y la energía con que las defendíamos, nunca menguaron el mutuo respeto y la alta consideración en que siempre tuve a su persona. Porque su íntima naturaleza humana era cordial y afable, tal como tuvimos el privilegio de conocerlo en su actuación en el Senado, del cual fue su Vicepresidente hasta hace poco, en medio del general reconocimiento a una actuación ecuánime y ponderada.
Esa misma naturaleza noble le permitió asumir todas las responsabilidades que lo ofreció la vida, ninguna de las cuales -estoy cierto- buscó animado por la ambición personal, sino por un auténtico sentido de espíritu público, con plena responsabilidad, decoro y dignidad.
Su vocación de ciudadano, que lo hizo preocuparse del destino de la ciudad donde vivió, como regidor y alcalde, lo proyectó después al plano nacional en altas; jerarquías políticas y parlamentarias. En todas ellas cumplió su deber y dejó una huella de profundo respeto y simpatía hacia su naturaleza de hombre de bien. Los honores y las dignidades nunca empañaron el brillo de su limpio espíritu, nutrido de las grandes y austeras tradiciones chilenas que tienen su raíz en la vida del campo.
Parece enteramente apropiado que haya caído en su propia tierra, a la cual siempre volvía, quizá para repletarse de la bondad que da el contacto con el solar nativo, y poder luego entregarse de lleno a las tareas que lo comprometían en la ardorosa actividad capitalina, con la serenidad y la bondad que se traslucían de su sola presencia. Tenía en su carácter todos los elementos para actuar siempre como un hombre equilibrado y sensato, aun en medio de las mayores crisis y confusiones. Por eso, su ausencia es más sensible: porque esas virtudes se hacen indispensables en el seno de una comunidad política que, como la chilena, debate intensamente los caminos de su porvenir. Pienso que todos debemos extrañar hoy tanto al amigo y al colega como al gran espíritu bondadoso que animaba su conducta, el cual lo hizo apoyo y sostén de muchos amigos y jefe de una digna familia. A ella, a su partido, el Demócrata Cristiano, y a los ciudadanos de la Octava Agrupación, que él representaba en el Senado, entrego mis más sinceros sentimientos de pesar por la pérdida que ellos y el país han sufrido.
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