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    • rdf:value = " El señor TEITELBOIM.- Como representante en el Senado de la provincia de Santiago, el domingo último tuve oportunidad de asistir a un acto dedicado al planteamiento de problemas de pobladores del Primer Distrito. En dicha asamblea, efectuada en el TeatroCariola, se hicieron representar más de cien organizaciones vecinales de pequeños propietarios, arrendatarios, de familias amenazadas de lanzamiento y sin casa. Estimo un deber traer aquí los problemas que conocí y que se trataron en esa reunión, porque afectan a un sector muy grande de gente modesta, obreros, empleados y sus familias, cuya situación se ve en cierto modo encubierta o disimulada por razones de tipo externo. En efecto, además del drama de las poblaciones "callampas" con sus hacinamientos, su falta de servicios elementales, sus materiales de construcción fabricados de deshechos, sus barriales, etcétera -es algo que salta a la vista, evidente para cualquiera-, existe en pleno Santiago, en el corazón orgulloso de esta ciudad que va para los tres millones de habitantes, una tragedia un poco más escondida, un drama oculto, detrás de la fachada: la tragedia de los conventillos, de las casas viejas arrendadas o subarrendadas por piezas. El antiguo esplendor. Bajo la apariencia de un exterior ambiguo, a veces hasta respetable, de una mansión ruinosa que en el siglo pasado perteneció, en muchos casos, a una familia patricia, de desvanecido esplendor, en calles llenas de vieja prosapia que figuran en la historia como calles elegantes del siglo XIX -Lord Cochrane, Nataniel Cox, Ejército o República, y en otras como Arturo Prat, San Francisco, Santa Rosa, Lira y Castro- existen lugares donde las manidas expresiones de la "dignidad de la persona humana" o de "los valores del espíritu" se convierten en sarcasmo sangriento, pero puertas adentro. Uno pasa por la vereda y no sabe lo que ocurre adentro. Es una casa donde una vez vivió una familia de situación económica muy holgada o mediana. Y hoy se agrupan allí sin que lo sepamos o lo veamos, quince o veinte familias, una por cada pieza. Algunas viven en antiguos pasillos, cortados por débiles empalizadas. La generalidad de esas antiguas mansiones, destartaladas y venidas a menos, son muy viejas, son sobrevivientes del pretérito, están deterioradas. Son escasísimos los servicios higiénicos, porque en otros tiempos su número no tenía mucha importancia. El servicio higiénico en cantidad y calidad es una conquista relativamente moderna. Allí, donde vivía una familia patricia, eran suficientes; pero ahora, cuando viven en ellas quince o veinte familias, esos pocos servicios tienen que ser comunes. En ellos, en los corredores y, naturalmente, en las piezas, donde se apretuja un matrimonio con cinco o más hijos, la promiscuidad constituye quizás la nota más punzante y dolorosa y no es, por supuesto, el mejor ambiente para educar a los niños. Víctimas de la remodelación. Estos conventillos o casas de renta, como se las suele calificar eufónicamente, rinden un producto nada despreciable a sus dueños. Hay una descarada especulación. La ganancia no se ve afectada por gastos de reparación, considerados, en general, del todo innecesarios. En espera de la demolición de esas casas, no se efectúa ninguna refacción, y si se llega a realizar, se carga a la cuenta de los subarrendatarios. En la actualidad existe un número considerable de arrendatarios de esta clase de propiedades que se ve amenazado por la inminencia del desalojo. En algunos casos, se trata de edificios en tal estado de inseguridad o insalubridad, que los servicios respectivos han decretado su demolición forzada. En otros, es el avance de la remodelación el factor del aventamiento de sus moradores. Existe cierto número de familias, arrendatarias de casas individuales o pequeñas propietarias, que deberán hacer frente al abandono de sus moradas por efecto de los trabajos de remodelación. Sólo en la calle Castro, donde se construirá uno de los tramos de unión de la Carretera Panamericana, a través de la ciudad, las familias afectadas suman alrededor de trescientas. Por último, existe un sector numeroso de familias sin casa que habitan en hogar ajeno: los allegados, por lo común en casa de los padres de uno de los cónyuges. Las verdaderas proporciones del problema no pueden determinarse exactamente, ya que la organización de los afectados es relativamente reciente y subsisten lugares donde no se han realizado encuestas ni inscripciones. Sin embargo, datos locales recogidos por intermedio de comités de familias sin casa, permiten formarse idea de la gravedad de la situación. Así, en la cuarta comuna del Primer Distrito de Santiago, cuatro comités agrupan a ochocientos jefes de hogar que viven allegados. Es una estadística muy parcial, pequeña, pero que da una idea de la magnitud del problema. El pobre, desterrado a las afueras. Esta situación de los cuatro sectores a que he hecho referencia se va tornando angustiosa en el Primer Distrito. Para la inmensa mayoría de las familias que deben salir de sus actuales habitaciones, no hay destino cierto. Comprueban con terror que se acerca el momento en que la ciudad los lanzará de su seno sin que posean alguna perspectiva clara, no ya de recibir casa en alguna parte, sino siquiera de poder conseguir otra pieza en un lugar' distinto. Muchas de ellas han sufrido las peripecias de la Operación Sitio. Y en cuanto a casas CORVI, la posibilidad de obtener alguna no puede sino considerarse un golpe extraordinario de suerte, casi un milagro. Los jefes de hogar intuyen con desaliento que, en definitiva, se les proporcionará quizás un sitio en las afueras de la ciudad, más allá de las actuales poblaciones callampas; o que simplemente pasarán a engrosar algunas de las barriadas marginales existentes. Las condiciones de vida no variarán mucho. Los problemas subsistirán y se planteará uno nuevo: la lejanía del trabajo y sus consecuencias: mayores gastos de locomoción, prolongación de hecho de la jornada, menores posibilidades de complementar el salario con "pololos" o labores extraordinarias. Segregación social por barrios. El problema habitacional, que afecta a un número de familias modestas calculado en más de 400 mil en todo el país, presenta en el corazón de Santiago, en el Primer Distrito, características un tanto peculiares. Aquí se está produciendo una especie de segregación social. Los obreros y empleados modestos están siendo aventados de la ciudad, arrojados a la periferia, hacia el campo. Santiago, al remozarse mediante las medidas de remodelación, va expulsando a la gente humilde, la va exiliando. Poco a poco, no sólo el barrio alto será residencia casi exclusiva de familias con cierto nivel económico. También sectores considerables del Primer Distrito se habrán convertido en lugares propios sólo de personas acomodadas, prohibidos de hecho a los trabajadores. Aquí radica uno de los aspectos fundamentales del problema habitacional en lo relativo a nuestro Primer Distrito: se remodela y se entregan las nuevas áreas a capas económicas de mayores ingresos. Con fondos a los que contribuyen todos los chilenos, y en especial los trabajadores, que pagan impuestos por planillas y puntualmente, se realizan obras de mejoramiento urbano; pero éstas pasan a ser patrimonio del sector minoritario de gente pudiente. De esta manera, se va acomodando el aspecto mismo de la ciudad a las diferencias de clase. Lo mejor de ella para los ricos; lo peor para los pobres. Los sectores centrales, los edificios cómodos, las nuevas vías amplias, los parques y áreas verdes bien tenidas, para los adinerados. La distancia, las callejas de tierra, las casas ínfimas, los pedregales, para los trabajadores. El pobre y el rascacielos. Creemos que el planteamiento básico enunciado por los representantes de los pobladores en el acto del domingo es de justicia elemental y debe ser atendido por el Gobierno. Nadie se opone a la remodelación urbana. Esta y el mejoramiento urbano constituyen una necesidad indispensable, de solución urgente. Pero no pueden entenderse como un proceso de expulsión de la gente modesta de las áreas que serán sometidas a renovación. Deseo pedir que se oficie al señor Ministro de la Vivienda y Urbanismo a fin de solicitarle que acoja los planteamientos en el sentido de que los pobladores del centro permanezcan habitando en los diversos edificios que se construirán. La ciudad tiene que crecer en forma vertical, hacia arriba, y esos edificios altos no tienen por qué ser sólo para los ricos, sino también para los pobres, para los trabajadores. El número de familias que habita en las casas de calle Castro con Manuel Rodríguez es de trescientas. Con relación a los trabajos de remodelación mencionados, queremos que se tome en cuenta que también la gente modesta tiene derecho a vivir en el primer Distrito de Santiago y a no ser desterrada a los extramuros, más allá de las poblaciones callampas. El señor GARCIA (Vicepresidente).- En conformidad al Reglamento, se enviará el oficio en nombre de Su Señoría. Se levanta la sesión. "
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