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- rdf:value = " El señor GODOY URRUTIA.-
Señor Presidente, esta sesión da la impresión de hallarnos en un funeral, porque se está sepultando una institución que ya estaba decrépita y fracasada.
Da la impresión de un sepelio en que casi todas las intervenciones están despidiendo los restos de un organismo desintegrado, que no tiene razón de ser. Es justo, entonces, que cada uno de los partidos representados en la Cámara y aquellos a quienes se nos ha confiado la tarea de expresar la opinión de ellos nos veamos obligados a tomar una de las manillas del ataúd donde va ya depositado el organismo llamado bachillerato, para participar en las exequias.
Señor Presidente, con motivo de la discusión del proyecto que elimina el Bachillerato en nuestro país, se han vertido opiniones también acerca de algunos problemas de carácter educacional, que tienen atinencia con él.
Los comunistas pensamos que alrededor de la supresión del bachillerato se han cifrado más ilusiones y esperanzas de las que efectivamente corresponden. ¿Es que su supresión va a abrir, en realidad, mayores oportunidades a la juventud que hasta ahora viene quedando marginada de la educación superior? Creemos que mientras las Universidades comenzando por las del Estado, que generosa y pródigamente sostiene las particulares, cuando no es capaz de mantener el crecimiento de la propia, no dispongan de mayores recursos para satisfacer las demandas de las nuevas promociones, difícilmente podrá resolverse el problema que representa esta presión que ejercen miles de jóvenes adolescentes, la flor de una sociedad, en la cual se depositan siempre las mejores esperanzas. Sin ese requisito, éstos no podrán incorporarse a la Universidad la cual, por uno u otro capítulo, van a mantener sus puertas cerradas, porque ni siquiera tiene capacidad física para aceptar a todos los estudiantes que el propio Estado ha habilitado y a quienes les ha dado teóricamente el derecho de ingresar a la educación superior.
Nosotros apoyamos toda medida que tienda a eliminar las obstrucciones que encuentre en su camino el progreso, sea éste de carácter material, intelectual o técnico.
En ese sentido, creemos que el bachillerato ha contribuido a privar también a jóvenes de extracción modesta por falta de recursos, por falta de medios para capacitarse especialmente, como han tenido que hacerlo muchos antes de rendir esa prueba, del derecho de acceso a los estudios superiores de nuestra educación y de nuestra cultura.
Los comunistas tenemos, según me parece, alguna autoridad, todo lo modesta que se quiera, por la extracción social del partido al cual pertenecemos y por la composición misma de nuestro grupo parlamentario, donde hay obreros que apenas han tenido acceso a los primeros cursos de una escuela primaria, donde hay muchos otros que tampoco pudieron ingresar a una escuela universitaria, para enfocar este problema sin aislarlo del problema general de la educación, ni mucho menos del problema social de nuestro país.
La educación, la cultura y todo lo que tenga que ver con el arte y con el espíritu, son fenómenos de superestructura que reflejan, casi siempre, el carácter, la composición y la ideología de las clases dominantes.
Por eso, nuestra educación, que ha tenido el sello de la vieja oligarquía, ha impedido a ingentes masas de trabajadores, como son los campesinos, los hijos de los obreros y los hijos de las capas medias, cursar todo el proceso hasta adquirir un título universitario.
Quiero ser honrado, como acostumbramos serlo en nuestras opiniones. Este no es un problema sólo de Chile. Puede que en algunos aspectos la cuestión sea en Chile menos violenta que en otras partes. Es un problema incluso de viejos países europeos.
Quiero citar la opinión de un sociólogo francés, que intervino en la elaboración de la actual Declaración de los Derechos Humanos, la declaración de derechos universales, que hizo suya la Organización de las Naciones Unidas. Veamos qué decía él. Expresaba: "En Francia son tantas las generaciones que han vivido en una atmósfera de igualdad teórica, pero desigualdad de hecho, que la situación se ha aceptado por lo común en la práctica, debido a las condiciones normalmente agradables de la vida francesa. Por supuesto, las víctimas inmediatas de la desigualdad apenas son conscientes de ella, y si no lo son no sufren en modo alguno. Al hijo de un obrero o de un agricultor no se le ocurre que pueda llegar a ser gobernador de una colonia, director de un ministerio, embajador, almirante o inspector de hacienda. Sabrá que tales puestos existen, pero para él existen en un mundo más elevado, que no le está abierto. Casi siempre esta situación ni lo inspira ni lo amarga, ni tampoco suscita en él un deseo de reclamar un derecho o de exigir un cambio definitivo".
He leído, con vergüenza y con dolor de mi parte, esta opinión de un hombre que fue escuchado y cuyo pensamiento se solicitó para elaborar la llamada "Declaración universal de los derechos del hombre", la cual debió haber recogido todas las aspiraciones de la sociedad contemporánea, en un proceso de transformación y de crisis tan agudos como sucede en la época presente. Pero así son muchos de estos hombres que tienen responsabilidad para decidir las cosas.
Esto está también reflejado en unas palabras del filósofo francés y militante del Partido Comunista, camarada Roger Garaudy, quien, refiriéndose a lo que llamó "una enfermedad del Espíritu", presentó el siguiente cuadro de la sociedad francesa:
"Antes que nada, el método de selección para las carreras liberales está tan determinado por los intereses de clase, que deja sin cultivar la mayor parte de las riquezas intelectuales de la Nación.
"La mitad de los franceses carece de diplomas". (Allá los dan hasta en la escuela primaria). "Uno por cada cien franceses posee su título de bachiller. Y de este centésimo, se esterilizan a su vez, las tres cuartas partes en un funcionarismo mediocre. En el resto, una mitad retrocede, volviéndose fracasados y amargados. Y los que se mantienen a flote, investigadores científicos y artistas creadores, están tan mal equipados y tan mal armados, que el régimen hace de sus investigaciones científicas y de sus creaciones artísticas, una mercancía a merced de "trust" metalúrgico o farmacéutico, de un editor, de un comerciante de cuadros o de un empresario de espectáculos.
"Esta manera de reclutamiento, tan influida por las consideraciones sociales de fortuna, explica por sí misma las fluctuaciones morales de nuestros intelectuales. Separados, por este reclutamiento tan reducido, de las masas profundas del pueblo, pierden con facilidad, el sentido de la urgencia, de la responsabilidad, del compromiso. Hacen, de buena gana, del aislamiento una virtud y de la inutilidad un sello de aristocratismo y de belleza. Entusiasmarse y sentir pasión por las mismas cosas que apasionan a las masas populares, implica excluirse de la sociedad de los distinguidos y refinados. Si un artista trata problemas vitales, inmediatos, apasionantes para la Nación, sus colegas lo excomulgan: "¡Propaganda!"."
¿Acaso es distinto el cuadro que ofrece nuestro país con aquellos hombres que han tenido el privilegio de llegar a la Universidad y salir de ella con un título que los capacita para incorporarse en algún rango de nuestra sociedad? ¡No, señores Diputados! El cuadro nuestro es mucho más dramático. De cada cien niños que ingresan a la educación primaria, sólo la tercera parte la termina; y de esa tercera parte, sólo dos llegan a la Universidad. Del total de estudiantes de la Universidad de Chile, apenas el 2% son hijos de obreros o campesinos.
¿Querían decir estas cifras que los hijos de nuestro pueblo son, por naturaleza, más huérfanos de capacidad que los de otras clases, con mejores oportunidades y más medios? ¡De ninguna manera! Nuestro país ha hecho el peor negocio, durante muchos años, al perder y dejar malograrse los más esclarecidos talentos de los hijos de nuestro pueblo.
Por eso, la supresión del bachillerato, que en el fondo no significará otra cosa que aumentar la presión popular que golpeará más dura y firmemente las puertas de las escuelas universitarias, pueda ser que también nos permita ocuparnos no sólo en una reforma parcial, a manera de un parche que se pone al traje ya demasiado remendado de nuestra educación, sino en el conjunto del proceso educativo chileno.
Aquella noche que el señor Ministro de Educación Pública estuvo presente en esta sala, dijimos que, en principio, aceptamos la idea de prolongar la llamada educación básica hasta los 8 años, lo que, evidentemente, significa dar mayor base cultural a los hijos de nuestro pueblo, que son los que estudian en las escuelas primarias del Estado.
Aunque se nos dice todos los días que la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas dará a muchos niños y jóvenes acceso a otras ramas de la educación, nosotros, en este orden, somos bastante escépticos. Querríamos que, a través del Ministro de Educación Pública o de quien corresponda, el Gobierno nos hiciera, de una vez por todas, una exposición sobre lo que se propone hacer en el orden educacional en su conjunto, como sistema completo.
Tenemos un peso muerto, que es el analfabetismo de niños y adultos; una alta deserción escolar; y un elevado número de repitientes, que también debe considerarse como factor negativo. En nuestros campos, hay cientos y miles de niños que carecen de toda oportunidad para educarse, por la lejanía de las escuelas, por la inclemencia del clima o polla extraordinaria pobreza de sus padres. Por eso, hace falta que conozcamos lo que se propone el Ejecutivo en materia educacional.
Mientras tanto, tal como lo hemos hecho en la Comisión, daremos nuestros votos favorables al despacho de este proyecto, conscientes de que, en el fondo, aunque no lo queramos, representará una especie de espejismo, una especie de engaño para muchos jóvenes que, al saber que será eliminado el bachillerato, pensarán que, desde ese momento, se abren para ellos, sin discriminación, sin diferencia alguna, las puertas de la Universidad. En la práctica, no sucederá así. La Universidad, dentro de su autonomía, y las escuelas universitarias, en uso de sus derechos, tendrán que establecer un proceso de selección, diríamos, mejor, de eliminación, porque, aunque nuestra educación se ha orientado, fundamentalmente, a preparar a la gente para rendir exámenes, será muy difícil que, a través de un examen, se haga una selección correcta, justa y rigurosa de quienes aspiran a tener acceso a las escuelas universitarias.
Así como nuestro camarada Volodia Teitelboim, que preside la Comisión de Educación del Senado, hizo un análisis crítico, constructivo, del estado de nuestra educación y de sus perspectivas de desarrollo, esta tarde hemos querido exponer nuestro pensamiento en esta Cámara, sin repetir estadísticas o punto de vistas ya conocidos...
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