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- rdf:value = " La señora LAZO.-
Señor Presidente, a continuación deseo referirme a la visita que realicé a la República Popular de China y a la República Democrática del Vietnam.
Debo manifestar que tuve la suerte de ser invitada a la República Popular de China y deseo, en esta Honorable Cámara, no sólo expresar la gratitud por la forma en que fuimos atendidas las mujeres que visitamos ese país, formando parte de una delegación, sino también la satisfacción que, como socialista, he experimentado al ver los avances de la técnica, de la agricultura y de la educación, en un país socialista.
Muchas personas, al regresar de ese país, me han preguntado si es cierto que allá existe una inmensa hambruna y una gran miseria. Pero muchos señores Diputados, pertenecientes a diversos sectores de esta Cámara, saben que una de las cosas que ha sido derrotada en China es, precisamente, la vergonzosa miseria y el hambre en que, hasta ayer, y a través de siglos, estuvo sumido el pueblo chino.
Tuve la suerte de recorrer, no sólo las ciudades importantes, sino casi toda la República Popular China, y puedo decir, sin sentirme alarmada por los diferentes planteamientos que, en materia de política internacional se puedan sustentar, porque soy una militante socialista y considero que, donde quiera que se lleve adelante la realización del socialismo, nosotros debemos aplaudirla, que he visto admirada lo que es posible que el hombre realice cuando trabaja para la sociedad y para sí mismo.
Recorrimos la industria más pesada -la gran prensa hidráulica de Shangai, de 12 mil toneladas-, y, asimismo, la más liviana, que es aquélla donde se fabrican los rubíes artificiales para relojes. Tuvimos ocasión de ver cómo se trabaja la piedra dura, el marfil y las piedras preciosas. Vimos cómo esos viejos maestros que ayer se negaban a enseñar su arte, porque un antiguo proverbio chino dice que "maestro que enseña su arte, corre el riesgo de morir de hambre", hoy lo hacen...
El señor ISLA (Vicepresidente).-
¿Me permite, Honorable Diputada? Ha terminado el tiempo del Comité Comunista.
Su Señoría puede continuar en el tiempo del Comité Socialista.
La señora LAZO.-
Muchas gracias, señor Presidente.
Decía que pudimos comprobar cómo esos maestros que antes corrían el riesgo de morir de hambre, y que por tal razón no transmitían su sabiduría, hoy lo hacen, ya que tienen asegurada su vejez.
No deseo relatar en esta Cámara otros detalles que muchos señores Diputados, que han sido invitados a China, conocieron lo mismo que yo. No obstante, debo expresar que no existe en esos países socialistas falta de libertad, como mucha gente supone. Lo que no vi fue libertinaje. Una de las cosas que más me impresionaron en la República Popular China fue la visita que hicimos a la cárcel de Pekín.
Hoy fuimos "golpeados" por la portada de la revista "Ercilla", en la cual aparece una fotografía de los pies de varias mujeres que se encuentran en el patio de castigos de la Casa Correccional. Comparé, mentalmente, ese cuadro de nuestro país, que se llama país en libertad, pero donde los hombres, mujeres y jóvenes que caen en la cárcel por delitos pequeños, salen degenerados, sexualmente, o convertidos en redomados delincuentes, con la situación existente en la China Popular. Sin embargo, en ese país, donde se supone que no hay libertad, como el señor Vicepresidente lo sabe, existe, en Pekín, ciudad con más de siete millones de habitantes, una cárcel con 1.800 presos, entre hombres y mujeres, sin patios de castigo ni celdas enrejadas y sin presos en calidad de bestias o de seres subhumanos, porque los chinos socialistas piensan que el hombre no nace delincuente, sino que es la sociedad la que, a través del vicio y la miseria, posibilita que se convierta en delincuente.
Y en esa cárcel de 1.800 personas, como digo, entre hombres y mujeres, en que no había, rejas ni patios de castigo, habidos fábricas: una de calcetines "stretch" y otra de zapatos plásticos; canchas de basquetbol, de fútbol; teatro y cine; o sea, vida digna, con libros, con cultura para esos hombres y mujeres, a quienes la sociedad socialista desea rescatar mañana para el trabajo.
Pero, si estoy feliz de haber conocido esa vida que hace honor al socialismo, siento tristeza por mi pequeño país latinoamericano, el que, como decía un colega esta mañana, está lleno de riquezas potenciales. Sin embargo, entristece ver en nuestra ciudad, en los cinturones de miseria como llama a las poblaciones "callampas", a hombres, mujeres y niños que viven y mueren en la ignorancia, en el barro, en la mugre, en el vicio y en el desamparo.
China Popular es un país de más de 700 millones de habitantes. Ya dije denantes que Pekín tiene 7 millones. Al recorrerlo no se ve gente adinerada con grandes automóviles. Hay mucho atraso todavía en la agricultura, pero no se ven campos alambrados. Si no hay una miseria denigrante, tampoco hay una riqueza opulenta y ofensiva. Como lo habrán observado los colegas que también visitaron la República Popular China, mucha gente viste de manera modesta, pero es gente que está trabajando.
Otra cosa que llama la atención es que en China nadie roba nada, y si, por casualidad, a alguien se le cae un objeto en la calle, lo recogen y lo alcanzan a uno para entregárselo, porque allá se supone que con lo que cada una gana tiene suficiente para vivir. Nadie rapiña a otro. Y en el comercio de toda China hay un solo precio para un mismo artículo. Y para los que no creen que hay libertad, en las tardes, cuando los padres salen de sus trabajos a recoger a los niños de las guarderías infantiles, se puede ver cómo están llenos los negocios que expenden dulces, golosinas, galletas y chocolates, porque los chinos son golosos y comen bien. Y en este país, que se supone tiene terrenos agrícolas cansados, en este momento, a través de la comuna popular, se están sacando tres cosechas en el año y uno puede ver la abundancia y calidad en la comida, no en la del Hotel de Pekín, donde se atiende a las visitas importantes, sino en las llamadas "chifas" que es donde comen los chinos en genera!. Ya quisiera yo que cualquiera de nuestros cora patriotas que trabajan de sol a sol en las pampas salitreras, o en la estepas magríánicas cuidando ovejas y corderos, comieran, siquiera un día a la semana, corno un modesto chino de esos que arrastraban: un carrito y que ahora manejan un triciclo, porque hasta eso ha cambiado con la revolución china. Ojalá que alguno de nuestros compatriotas, de aquéllos que comen la comida miserable que se sirve en las casas no sólo de los obreros, sino de la gente de la clase media, pudiera probar la comida que se sirven los chinos, en ese país de setecientos millones de habitantes que trabajan la tierra de una manera maravillosa.
Ahora, ¿cómo se atiende a los niños en China? En la última campaña presidencial de este país, llamada de la libertad, se decía que si salía Salvador Allende, se iban a quitar los niños a las mujeres para mandarlos a la Unión Soviética o a otros países socialistas. Me reí de eso en ese tiempo. Pero ahora que he visitado China y conozco a los niños chinos, bien quisiera que alguien recogiera a los "pelusas" nuestros, a los que andan colgados de los micros cantando una canción dolorosa según el sentir de nosotras las mujeres, a fin de que tuvieran la posibilidad de visitar un país socialista como la China, donde los niños son respetados, considerados, vestidos, alimentados y educados, porque si en China hay alguien que sea soberano ése es el niño.
Y ante la malicia de la gente que está "trabajada" por la propaganda, que ya me ha dicho: "le habrán mostrado sólo los niños gorditos", yo les digo que, fuera del horario oficial y sin andar en coche, recorrí, por mi cuenta muchas calles de los barrios chinos -verdaderos vericuetos-, y supongo que no habrán inflado a todos los niños de Pekín, Shanghai y Nanking, para que yo los viera gordos, bien vestidos y mejor abrigados.
Un país que no tiene delincuentes, ni en su calles la vergüenza de la muchacha prostituida; un país que cuida su niñez y su adolescencia, ¿es un país sin libertad? ¿Es libertad la nuestra, en que la juventud se convierte en colérica, porque después de cursar el sexto año de humanidades no tiene un objeto para su vida, una salida que sea una solución como ser humano?
En la China Popular yo vi lo que se llama la Universidad Estudio-Trabajo. ¡Qué admiración sentí por ella! ¡Cómo quisiéramos nosotros dar en nuestro país esta posibilidad a la juventud que sale del liceo o de la escuela primaria!
¿Qué ocurre con Estudio-Trabajo? Que en la República de la China Popular se va a la Universidad para ser convertido en algo mucho más que un simple intelectual. En nuestro país tenemos grandes médicos, profesionales eminentes de los que nos enorgullecemos. ¿Pero qué sacamos? Desgraciadamente, a través de la ley Nº 10.383, que modificó el Seguro Obligatorio, es poco lo que conseguimos, porque en un régimen burgués tenemos enquista-dos un sistema socialista de prestaciones. ¿Y qué ha pasado con ella? Que los imponentes muchas veces rompen sus libretas de seguros por falta de atención médica, y otras veces tienen que hacer largas esperas por un número para poder ser atendidos en las policlínicas. Entonces ¿qué sacamos con tener médicos eminentes? En la China Popular llegaría a dar risa este sistema de atención. Allá, como seguramente lo comprobó el señor Vicepresidente, Honorable señor Isla, si a uno le duele la cabeza, tiene tos o está resfriado, lo llevan al hospital para averiguar por qué le duele la cabeza, tiene tos o está resfriado, y no como aquí que le dan una aspirina. Todavía más; allá se aplican dos clases de medicina: la tradicional china y la moderna, mundialmente aceptada.
Y yo me pregunto: ¿ dónde son más libres los hombres? ¿Allá, donde se cuida su salud, donde a los profesionales se los forma no sólo intelectualmente sino en la universidad de la vida, del trabajo en el campo, donde al profesional se lo obliga a través del trabajo-estudio a convivir con los obreros, o aquí, donde muchos profesionales tienen que arrendar sus servicios en la Administración Pública para no morir de hambre? Yo sigo pensando que hay más libertad en la China Popular, porque allá el hombre puede alcanzar los más altos niveles de educación práctica, precisamente a través de las puertas que le abre la universidad y la sociedad.
Desgraciadamente, el tiempo no me alcanzará para contar todo lo que vimos.
Es verdad que algunas cosas chocan a nuestro espíritu, porque tenemos otra forma mental, porque no nacimos en Asia, porque no somos un país de tantos millones de habitantes. Pero si pesamos las cosas que nos chocaron y las comparamos con las que nos impresionaron, resulta que es mucho más importante lo bueno que aprendimos de la China Popular, que lo que podríamos criticar.
Yo he querido hablar de estas cosas, porque una persona de los modestos medios que yo poseo, no habría podido nunca hacer este viaje, si no hubiera sido por la gentileza de la Federación de Mujeres Chinas. Como lo menos que se puede ser, -y el chileno lo es- es ser agradecida mi forma y manera de expresarlo es diciendo la verdad de lo que vi en la República Popular China.
Mucha gente me ha preguntado ¿poiqué fui a la China y no a la Unión Soviética? Por una sola razón: porque no me invitaron a la Unión Soviética. Si lo hubieran hecho, también habría ido, porque no soy caballo cochero que camina por el mundo con anteojeras. Hace 32 años que soy militante del Partido Socialista y no estoy para alinearme con las pequeñas cosas, que agrietan el campo socialista y sirven de pasto al imperialismo norteamericano. Después de haber visto en Vietnam las millas que recorren los pilotos norteamericanos para ir a causar la muerte, destrozar y humillar al pueblo vietnamita, pienso que es más necesario unir el pensamiento verdaderamente libre y tomar alguna medida para atajar al imperialismo norteamericano, que en este momento no sólo está causando destrozos de vidas, sino tratando de imponerse en países pequeños por la fuerza bruta, como lo hizo el nacismo en una época que nunca podremos olvidar.
También voy a decir algunas palabras sobre Vietnam, adonde fui invitada en mi calidad de Presidenta del Instituto Chileno Vietnamita. Me alegro de haber hecho ese viaje. En verdad, era peligroso, pero siempre he pensado que entre morir de vergüenza viendo tantas cosas pequeñas, que a veces enrarecen el aire que respiramos, es mucho más interesante morir en un terreno donde los hombres, mujeres y jóvenes, y hasta los niños, mueren por defender su dignidad y autodeterminación. El pueblo vietnamita, desgraciadamente, ha tenido que luchar durante muchos años por su independencia. Tengo una idea clara de lo que ocurre en Vietnam, porque no sólo fui a la capital a conversar con sus elementos representativos, sino también, en un "jeep" y corriendo los riesgos que en ellos se corren todos los días, al noroeste, para que no me contaran cuentos, porque a la edad de una sería muy feo que la hicieran lesa, y porque, además, no estoy en la edad de creer a pie juntillas en todo lo que se dice. Ya he vivido bastante. Y en los años que me quedan para actuar en política, debo ser honesta al levantar mi voz. Fui a Vietnam para ver por qué los señores norteamericanos están lanzando bombas contra el pueblo.
En primer lugar, cuando salimos de Chile, lo hacemos pensando en lo que nos dice la prensa; sin querer o queriendo, sólo repetimos lo que los cables nos dicen. Por eso son muy agudos o inteligentes los que aprenden a leer entrelineas, porque la mayoría, al final, sólo repetimos lo que dicen los cables.
¿Qué dice el cable? Que hay un Vietnam del norte y otro del sur. También se habla del Vietcong. ¿Qué es el Vietnam? Es cero. No existe. Es lo mismo que si mañana en Chile -no voy a decir quien- a alguien se le ocurriera dividirnos por la cintura y hubiera chilenos del norte y chilenos del sur. Para los vietnamitas el Vietnam es la Patria, una sola, y no una patria que empieza en el paralelo 17 para el sur y otra del paralelo 17 para el norte. Eso lo han inventado los "amigos" norteamericanos.
¿Y qué dicen los vietnamitas? Ni siquiera tienen el espíritu revanchisia de querer perseguir a los norteamericanos. Dicen una cosa muy sencilla: que se vayan de Vietnam, y que no sigan lanzando bombas.
Personalmente recorrí los campos, las aldeas destruidas, el famoso puente Ham-Rong, donde se han lanzado miles de toneladas de bombas y que han querido destruir, porque sirve para pasar ayuda del norte hacia el sur.
A los que son católicos, a los que tienen ideas religiosas, les pregunto: ¿no les dice nada la muerte de los monjes y de las monjas budistas que se inmolan, que se queman vivos? ¿Por qué se queman? ¿Porque son comunistas ? ¡ Porque son vietnamitas! Porque allí, en el norte, donde se está construyendo el socialismo, hay monjes budistas y curas católicos, yo fui a ver con mis ojos, como lo hice en la República Popular China y como lo habrán hecho los colegas democratacristianos que han ido a esos países, fui a ver, digo, las iglesias y también los templos budistas.
Y sigo preguntándome: ¿ dónde hay más libertad? ¿Por qué lucha esa gente? Esa gente lucha por no seguir siendo atropellada. Los hospitales destruidos, las aldeas destruidas, el campo con inmensos cráteres, son una acusación para los norteamericanos.
No hablemos de que no hay libertad en Vietnam, ni hablemos tampoco de que hay razones para que los señores norteamericanos sigan lanzando bombas, día y noche, contra un pueblo indefenso y que, numéricamente y en todo sentido, está muy por debajo de su poderío.
Pero, ¿qué ha ocurrido? En un principio, hace algunos años, cuando empezaron a llegar los aviones supersónicos, los vietnamitas confiesan que tuvieron miedo. En vietnamita, avión se dice "Mai Bax", que significa máquina voladora. Les tenían miedo a estas máquinas voladoras de tanta velocidad. Pero, cuando se dieron cuenta de que podían echarlos abajo, incluso con un rifle, les perdieron el respeto a los "Mai Bai Mi", que quiere decir "aviones norteamericanos". Entonces, ahora ellos dicen: "Nosotros podemos estar veinte años echando aviones abajo: pero no vamos a concertar ningún acuerdo sobre la base de que los norteamericanos permanezcan en Vietnam".
Y ésta no es sólo la actitud del ejército vietnamita, que está bien organizado. Un día, un colega me preguntó: "¿Es verdad que allí se defienden con avisperos, con carcajes o con bambúes a los cuales les sacan punta?" Con eso también; pero tienen, además cohetes antiaéreos, y de primera. ¿Por qué? Porque han recibido, sin duda, ayuda de todo el campo socialista. Entonces, ellos no son unos pobres indiecitos inermes que sólo estén "recibiendo". La prueba está en que sobre ese famoso puente de Ham-Rong, el año pasado, el 4 ó 5 de abril, ¿cuántos aviones pasarían, si en un solo día botaron 75? Eso no lo cuentan los señores norteamericanos. Ellos cuentan sólo la parte bonita, igual que en las películas que estamos acostumbrados a ver: siempre el valiente, el buen mozo, es el jovencito, el norteamericano; el malo es el otro. Esto es lo mismo que ocurre en Vietnam.
Como decía, lo más importante es que esta actitud no es sólo del Ejército. Esta cosa, incluso épica, de combatir hasta la muerte, uno la palpa en las mujeres vietnamitas, que, dicho sea de paso, son muy bonitas. Son chiquititas, parecen muñecas y dan la impresión de fragilidad; pero, dentro de esa fragilidad, se esconde una decisión indomable y también una valentía de siglos. Los jóvenes vietnamitas son también chiquititos, no parecen ninguna cosa; pero, si el señor Presidente supiera los kilos que tienen que cargar, los kilómetros que tienen que recorrer, por selvas, ríos y montañas, para poder ser admitidos en el ejército! Yo pienso que si no sólo la milicia, no sólo los militares, sino las mujeres, los viejos, si todo un pueblo "se matricula" para defenderse, no puede ser derrotado.
Por eso, sin pretender llamarme Casandra, creo que, si en alguna parte van a ser quebrados los dientes del imperialismo norteamericano, va a ser en ese país pequeño, que antes pertenecía a la llamada Indochina y que ahora se llama República Democrática de Vietnam. Los asiáticos dicen una cosa muy sabia: "La zorra ha metido las patas en demasiadas trampas. En alguna trampa ya tiene metidas las patas y no va a poder sacarlas". ¿Qué pasa en Vietnam, señor Presidente? ¿Usted cree que el señor Johnson empezó a hablar de paz, porque, de repente, le bajó un sentimiento de caridad? El señor Johnson empezó a hablar de paz, porque la zorra no halla cómo sacar las patas de la trampa en que las tiene metidas.
Ahora, algo sobre lo que se hace en el Vietnam. Voy a empezar por una cosa que me llamó la atención. En Hanoi, que es la capital, uno ve una vida normal; uno no ve a un pueblo en alarma constante, a pesar de los aviones de todos los días, sino a un pueblo en trabajo. Uno ve gente en la agricultura, uno ve gente produciendo, uno conversa con los intelectuales, que están siempre llevando adelante la obra de su inteligencia, uno tiene ocasión de ver a los hombres que trabajan la plata, a los artistas, a los pintores. Y en provincias, un día los señores norteamericanos destruyen un puente, y estos indiecitos, que ellos creen inermes al día siguiente lo tiene repuesto. ¿Por qué? Porque usan un ingenio también secular; porque usan una capacidad de trabajo que creo que el señor Presidente habrá admirado y que es posible que sólo exista en Oriente. Porque eso de "trabajar como chino" uno lo entiende sólo cuando está en esos países. Y así como reponen el puente, también salen, muchas veces de noche, a reparar el campo que ha sido dañado por las bombas.
Y algo más, señor Presidente, sobre los "amigos" norteamericanos. Sabe Su Señoría que cuando botan un avión, al "valiente" piloto, generalmente alto, rubio y fornido, se le encuentra en su cartera un mensaje. Es una tira de "nylon", en la que, arriba, va la bandera norteamericana y, debajo de ella, escrito en más o me-
nos nueve o diez lenguas asiáticas y también en francés, inglés y alemán, un ruego: el ruego del cobarde que, después de entrar a robar en una parte, pide perdón para que no lo maten. El mensaje dice: "Si tengo la desgracia de caer en su territorio, le ruego que me proporcione comida, vestuario y techo; y también le ruego que me ponga en contacto con las autoridades de mi país, que será bien recompensado." ¡Si a mí, que debo tener dos o tres gotas de sangre india, me cayera uno de ésos, lo acuchillaba ahí mismo! Si embargo, los vietnamitas, que se supone que son más crueles, porque son asiáticos, los tienen guardados y los están alimentando. Esto incluso lo vi.
resulta que estos señores, que caen con este ruego cobarde en el bolsillo, cuando pueden, bombardean aldeas enteras. Incluso bombardearon el leprosario de una pequeña ciudad de Vietnam, en donde se estaban haciendo experimentos para combatir la terrible enfermedad de la lepra.
algo sobre la guerra psicológica. Yo vi, en el campo noroeste de Vietnam, montones de casas quemadas, muñecas plásticas; radios a pilas de este porte -digamos, dos cuartas, para la versión-; billetes de veinte dones -el don es la moneda nacional de Vietnam-; en fin, pilas de chacharachas. ¿ Qué es esto! Esto es lo que lanzan los norteamericanos sobre las aldeas, como parte de la guerra psicológica. Como dijo Lederle, ellos son "una nación de borregos" y suponen que todos son unos indiecitos que, por una piedrecita de color, por una muñequita o una radio a pilas, van a traicionar a su país. Los orgullosos vietnamitas hacen con eso una pila y la incendian. ¿Y por qué la incendian? Porque saben que el mismo avión que un día pasa sobre una aldea lanzando muñecas, al día siguiente lanza bombas sobre los hombres y las mujeres que están trabajando en el campo, o sobre los niños que están estudiando en las escuelas.
Junto con contar en esta Cámara lo que vi en esos países, deseo expresar, en nombre de mi Partido y también del pueblo chileno, nuestra solidaridad con el pueblo vietnamita, en la lucha que está librando contra un invasor que no sólo tiene doble poderío que él en todo sentido, sino que también representa a la fuerza regresiva de la humanidad y está cometiendo el atropello más grande a la dignidad y a la conciencia del mundo libre.
Nada más.
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