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En el tiempo del Comité del Partido por la Democracia, tiene la palabra el Diputado señor Hales.
Continuará presidiendo la sesión el Diputado señor Gabriel Ascencio, porque voy a intervenir en el tiempo del Comité Socialista.
El señor HALES.-
Señor Presidente, quiero llamar la atención sobre la actual ubicación, en el centro de la ciudad de Santiago, de la Vega Central, singular actividad humana, más bien habitual en la periferia de las ciudades. En términos urbanos, está a cinco minutos del palacio presidencial y a veinte del borde urbano. Hace cien años su ubicación era natural, pero en la actualidad su funcionamiento resulta difícil; trabajan allí decenas de miles de personas.
Sin embargo, el caos de la ciudad es tan grande, está tan ausente una política que planifique lo urbano y ordene lo territorial, que la autoridad está intentando conseguir el orden sobre la base del funcionamiento de la policía y no entregar la responsabilidad a ese planificador, a ese organizador territorial.
Es así como se da el siguiente absurdo: al norte del río Mapocho, en Avenida La Paz, se encuentran instalados los comerciantes de frutos del país, autorizados para vender allí sus productos, para cargar y descargar. Pagan patente para el ingreso de sus camiones; sin embargo, les está prohibido estacionarse; están autorizados y pagan desde hace más de cien años -casi por tres generaciones- para comerciar con frutos y hortalizas, pero no hay espacio para los clientes, porque el urbanismo se está llevando a cabo con el lápiz del carabinero. Si el ordenador no quiere que la Vega esté ahí, que lo diga; no existe autoridad alguna que haya decidido que allí no debe funcionar. Sin embargo, el lápiz del carabinero reemplaza al del urbanista, al del arquitecto. Es un absurdo.
Al otro lado del río -no entre los árboles-, hace muchos años estaba la Chimba. La ciudad continuó extendiéndose y dejó funcionando lo que hoy conocemos, y nadie ha resuelto cómo debe ordenarse ese territorio al cual deben entrar camiones. Está prohibido que entren camiones, pero está permitido que circule la locomoción colectiva que contamina. La Vega está funcionando desde el siglo pasado, pero la ciudad ha crecido. Ahí mismo conviven en armonía -a veces, en conflicto- la vega antigua, la vega remodelada, la vega chica, las bodegas de frutos del país, las pérgolas de flores, la feria Tirso de Molina, los cargadores, los transportistas, los quiosqueros de las esquinas del café con leche, el patio de zapallo, y nadie asume esa realidad. Son miles de personas que viven de esa actividad y que abastecen a Santiago; sin embargo, el ordenador urbano asume que no existe.
Hay un decreto de 1994 que prohíbe que se estacionen allí camiones. Entonces, el prefecto Rubén Alarcón, del área norte de Carabineros, el mayor Castilla, los jefes de las comisarías, los carabineros de todos los días, deben decidir entre hacer la vista gorda
o aplicar el decreto. Así no se hace ciudad.
En esa parte de Santiago se encuentra la piscina escolar, hermoso monumento construido por Luciano Kulczewski y que forma parte del patrimonio histórico de Santiago. Allí se encuentra un borde del río Mapocho; borde de río en una ciudad es algo sagrado, es una oportunidad de paisaje, no sólo sus aguas, sino su cauce; borde de río y patrimonio; borde de río e historia. Ahí es posible pensar en organizar el lugar. ¿Cómo recorrerlo? ¿Cómo hacer convivir comercio? ¿Cómo pensar el día de mañana en incentivos de tipo inmobiliario, permitiendo el uso del suelo de manera que se construyan áreas verdes, espacio urbano, monumentos nacionales y que exista convivencia entre el comercio? Si, por último, la autoridad toma la decisión y dice: “No quiero el comercio hortícola instalado acá”, deberá asumir que ahí hay más de 30 mil personas viviendo de esta actividad y organizarles un plan de cinco o diez años para salir; pero la ciudad, hoy, la hace la realidad y no el pensamiento, es parte de una intención, de un gesto, de una decisión.
Quiero hablar en nombre de esa gente de la Vega, desde el modesto quiosquero, que vende pan con palta, de los cargadores hasta el más riquísimo comerciante que funciona en ese sector, que llevan allí tres generaciones: abuelos, padres e hijos, que alguna vez pensaron que la ciudad era para vivir mejor, y se trasladaron a ella. Sin embargo, hoy no existe autoridad que piense en eso.
El alcaldeRavinet, a veces, me recuerda los sueños de Vicuña Mackenna, porque en nuestras ciudades no se piensa para hacer, sino que se manda al policía que, al final, sufre los vejámenes y reclamos del habitante, que también se siente vejado porque nadie ordenó su ciudad.
He dicho.
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