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El señor COLOMA.-
Señora Presidenta, no pensaba hablar en esta parte de la discusión del proyecto.
Sin embargo, me llamó la atención la argumentación en orden a que cuando existe una opción es irrelevante crear otra y a que, por tanto, se trata de un problema de legítima opción, como lo han planteado varios parlamentarios.
A mi juicio, eso parte de un error sustancial, porque aquí no estamos hablando de opciones, sino de instituciones. Y esa es una diferencia total.
Un matrimonio tiene características. Lo señalé en otra intervención: es exigente; genera responsabilidades; conlleva beneficios.
Está ultracomprobado el efecto que se produce en una sociedad donde se fortalece el matrimonio y en otra en la que ello no ocurre.
No conozco ningún estudio que nos señale, por ejemplo, que los hijos concebidos en un matrimonio no tienen más oportunidades -no pretendo ser peyorativo con respecto a otro: es un asunto objetivo- que aquellos que nacen de una relación no matrimonial. Ello, aunque muchas veces estos últimos logran ser exitosos. O sea, no se trata de algo obligatorio, por decirlo de alguna manera.
Pero, como sociedad, hay que optar, ir hacia un modelo.
Uno tiene perfecto derecho a convivir; nadie lo objeta. De modo que se puede regular como a uno le parezca. Sin embargo, hay una diferencia: ¡eso no es una institución! Y aquí se quiere agregar un sucedáneo del matrimonio o algo lo más parecido a él, pero con menos exigencias.
A mi entender, el efecto final es debilitar la institución a la que teóricamente se quiere proteger.
Entonces, el debate no es menor. No se trata de hablar de opción A u opción B. ¡No! La idea es determinar si nos importa o no fortalecer la institución del matrimonio.
Señora Presidenta, deseo entregar un dato, porque aquí ha habido una controversia respecto de lo ocurrido en Francia.
El año 2000, al establecerse el Pacto Civil de Solidaridad (PACS) -lo más parecido al AVP-, había 22 mil 271 acuerdos de vida en pareja en aquel país. Diez años después, estos aumentaron a 205 mil. O sea, hubo un incremento de más de 921 por ciento.
Entonces, uno debe preguntarse: ¿Pasó algo respecto del matrimonio?
Aquí se ha dicho que no sucedió nada.
¡Un momento!
Los matrimonios disminuyeron de 305 mil a 251 mil. O sea, se redujeron en 20 por ciento. Ello explica, más o menos, el porcentaje importante de personas que no tomaron la decisión más exigente, la cual, en mi concepto, tiene una perspectiva valiosa y, además, puede estar imbuida de un rol religioso.
Por eso, me parece superimportante que las fuerzas morales se expresen.
--(Aplausos en tribunas).
¿Desde cuándo tenemos que acallarlas?
Yo quiero valorar ese derecho: si no se expresan en estas materias, ¿en qué lo van a hacer?
A mi juicio, ello es de la esencia del que cree, y en particular de quien cree en Dios.
Este no es un asunto de si Dios existe o no. Pero hay personas que, creyendo en Él, creen -me incluyo- en un modelo que consideran importante. En eso yo no tengo problemas.
Una vez fui objetado porque en un debate hablé de Dios. Voy a seguir hablando de Dios en mis intervenciones, ya que a mí me importa. Y reconozco que hay gente a la que puede no importarle. Pero respeten mi derecho.
Con tales antecedentes, se puede entender que aquí no estamos ante una opción de cara o sello, sino en la lógica de defender y proteger una institución valiosa como el matrimonio. Y a nadie le he oído hablar contra él. Sin embargo, no sé si este subsiste por sí solo si hay instituciones mucho menos exigentes que puedan remplazarlo.
Por tanto, señora Presidenta , nos hallamos frente a un tema superrelevante, porque se trata de una institución y no solo de una opción.
Por eso, lo esencial en esta materia es no perderse y actuar en conciencia, para no generar un sucedáneo o una alternativa.
He dicho.
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