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El señor TEILLIER (de pie).- Señor Presidente, estimados colegas; señora subdirectora del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, familiares de nuestro homenajeado:
Las ciudades son espacios no solo para ser habitados o sufridos; son también el encuadre de sentimientos, experiencias y seres que van conformando la bitácora de nuestros días con sus matices y abismos. Por eso, tal vez, León Tolstoi se atrevió a declarar: “Describe tu aldea y describirás el mundo”.
Precisamente, ahí está la fuente en la cual nutre su mirada Nicomedes Guzmán a lo largo de una fecunda obra poética y narrativa que nos incorpora en la experiencia del amor vivida desde el desencuentro, las partidas, la marginalidad, pero, sobre todo, en la humanidad asumida como posible espacio para el encuentro y la verdad.
Los espacios urbanos en que se desenvuelven los personajes en su obra también son proyecciones plásticas y dramáticas de pulsiones internas que van marcando el ritmo no solo de los acontecimientos, sino especialmente de aquello inconcluso y mágico que inunda la totalidad de las vivencias de los personajes.
En Memoria Chilena, espacio virtual de la Biblioteca Nacional, se puede leer su novela capital La sangre y la esperanza, situada históricamente en el conflicto de la huelga de los tranviarios de la década de 1930. Es una panorámica de una variada tipología social.
Su contacto directo con la miseria despertó una gran rebeldía y un genuino anhelo de justicia; hizo que su narrativa profundizara, además, en la psicología de los personajes, para buscar así las raíces de sus amores, odios, sentimientos y conductas. Escritor inaugural de una nueva visión de la marginalidad, reviste el mundo narrado bajo un prisma de esperanza y redención histórica.
El Chile de aquel entonces se vio duramente golpeado por la crisis del salitre y el consiguiente desplazamiento de ingentes masas de seres humanos, que habían visto caer su mundo y sus esperanzas, hacia la metrópolis. Acá, entonces, el paisaje cotidiano comenzaría a ser habitado y transfigurado por seres derrotados y arrojados a la marginalidad de una sociedad que, en el mejor de los casos, por medio del asistencialismo pretendía ocultar su indiferencia.
Los rostros de los conventillos, los pasajes, las filas de desempleados, las ollas comunes, fueron nutriendo la mirada de Nicomedes y lo transformaron no solo en testigo, sino, además, en protagonista de un nuevo espacio literario en la narrativa nacional, que lo ubica entre los autores referenciales de nuestra historia.
En la obra de Nicomedes Guzmán los protagonistas y su entorno están cargados de un simbolismo que trasciende la mera pretensión estética. La relación que establece entre realismo y ficción logra superar la aparente contradicción formal, para convertirse en propuesta ética que desnuda la injusticia y la inhumanidad. Sus personajes son seres que desde la más profunda precariedad económica, política y social instalan un discurso de dignidad de plena vigencia y convocante aun con la misma urgencia de entonces.
La verdadera literatura es así. Ningún creador puede estar ajeno a su tiempo, menos aún a los que comparten con él su tránsito por estas ciudades.
Nicomedes Guzmán proyectó con matices de universalidad una propuesta narrativa que ya otros habían explorado en Chile, entre ellos Baldomero Lillo , quien, junto con Nicomedes, durante la dictadura cívico-militar que asoló nuestra patria durante 17 años, fueron dos desparecidos más. Sus nombres y sus libros fueron borrados de los textos escolares, bibliotecas, reseñas bibliográficas y de todo espacio que pudiera significar incomodidad para los dueños del poder y del miedo.
Hoy, recordamos a Nicomedes Guzmán en el centenario de su nacimiento, ocurrido el 25 de junio de 1914. Al decir de todos, fue un escritor de origen proletario, considerado por la crítica como uno de los miembros más destacados de la generación del 38. Su obra es extensa y variada: novelas, poesías, antologías de hondo sentido humano y social.
En el prólogo de La ceniza y el sueño, temprana obra poética de Nicodemes , Pablo Neruda escribió lo siguiente: “Su susurrante dulzura pareciera no convivir con las cicatrices que nos imprimió La sangre y la esperanza, pero es signo de grandeza que el escritor que nos revelara el infierno de las calles de Chile tenga otro sello de errante desvarío, sueños y cenizas que le agregan la infinita dimensión de la poesía.
No hay unidad del hombre y la vida sin que se hagan presentes la realidad y el sortilegio. Por eso, este librillo olvidado por su autor lo identifica una vez más como escritor victorioso: una vez por la conciencia inapelable y otra por los sueños irrenunciables.”.
Participó Nicodemes Guzmán en la Alianza de Intelectuales de Chile, creada y dirigida por Pablo Neruda ; también con Pablo de Rokha formó parte del grupo literario Los inútiles, que dirigió Oscar Castro , en Rancagua.
En 1944 obtiene el Premio Municipal de Novela de Santiago por su obra La sangre y la esperanza. Colaboró con varios diarios: El Siglo, La Nación, El Rancagüino, Crónica , El Sur, de Concepción; El Día, de La Serena, y La Prensa Austral, de Punta Arenas.
Nicodemes Guzmán , cuyo nombre completo era Óscar Nicodemes Vásquez Guzmán , falleció el 26 de junio de 1964, al día siguiente de haber cumplido cincuenta años. Sus restos fueron velados en la Sociedad de Escritores de Chile, de la cual fue su director. Su deceso creó gran conmoción en el mundo literario chileno, en todos los medios intelectuales y de la cultura, y también en los partidos políticos, especialmente en los de Izquierda. Salvador Allende , en aquel entonces candidato a la Presidencia de la República , asistió a sus funerales.
Al terminar mis palabras, quiero hacer una sencilla reflexión en nombre de nuestro insigne homenajeado, que hago extensiva a sus hijos presentes, a sus nietos y bisnietos.
En el Chile que hoy queremos construir es necesario y urgente rescatar la memoria, la vida y la obra de aquellos artesanos de la palabra, como Nicodemes Guzmán, que no solo pueden y deben acompañar nuestros desvelos y tareas cotidianas, sino, por sobre todo, alimentar nuestra esperanza para que la sangre de nadie haya sido en vano y para que hoy nuestra tierra, nuestra Patria, sea el lugar donde cada uno de nosotros pueda soñar y crecer hasta la altura misma del ser humano.
Muchas gracias.
He dicho.
"
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