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En primer lugar, tiene la palabra el diputado señor Alberto Robles.
El señor ROBLES (de pie).-
“Digamos lo que fuimos
en época distante
los hombres que han surgido
de nuestro inmenso hogar,
mirando hacia el pasado
de ejemplo edificante
sabremos otras cumbres
más altas escalar”.
“Políticos ilustres,
poetas y escritores
patriotas acendrados
profetas del saber,
apóstoles caudillos
del pueblo redentores
tuvieron por orgullo
institutanos ser”.
Señor Presidente , honorables diputadas y diputados, señor rector del Instituto Nacional, estimados exinstitutanos, alumnos del Instituto, señoras y señores:
La educación promueve el desarrollo humano al proporcionar bases para actuar con autonomía y aumentar las oportunidades para ejercerla.
Para ser agentes de su propio desarrollo las personas requieren la formación de valores, pero también la información y el aprendizaje de habilidades para ampliar sus opciones de vida.
Como decía Dante : “El objeto de la educación es asegurar al hombre la eternidad”.
Como exinstitutano y diputado del Partido Radical, para mí es un honor tener la oportunidad de estar en este podio realizando un homenaje al primer foco de luz de la Nación que ha dado a la Patria ciudadanos que la han defendido, la han dirigido, la han hecho florecer y le han dado honor.
El Instituto Nacional nace junto con la historia republicana de nuestro país.
Hace 200 años, la influencia de la corona española y la visión católica predominaban en los establecimientos educacionales existentes. Las disciplinas que se estudiaban enfatizaban la condición de súbditos del Rey de España a todo aquel que recibía una formación educacional.
En este ambiente, durante el gobierno de José Miguel Carrera se funda el Instituto Nacional, colegio que debía tener una impronta humanista laica y debía proporcionar herramientas para desarrollar la intelectualidad, la cultura y las habilidades, con el objeto de abrir horizontes a muchos jóvenes que ansiaban la libertad y la independencia.
El primer edificio que cobijó al Instituto Nacional es el actual Teatro Municipal de Santiago . Posteriormente, bajo el mandato de Bernardo O’Higgins, tras un paréntesis de tres años, en que el Instituto Nacional fue cerrado por los realistas, se reabre en las instalaciones del que fuera el Colegio San Miguel, ubicado donde hoy se encuentra el ex Congreso Nacional.
Durante varios años, el Instituto formó a jóvenes en distintas disciplinas y, en el año 1842, se separan los estudios superiores de la educación secundaria, creándose de esta manera la Universidad de Chile, bastión fundamental de la formación profesional chilena. La Universidad de Chile nace como hija del Instituto Nacional y, con este hecho, el Instituto Nacional se traslada a ocupar nuevas infraestructuras en su actual ubicación de calle Arturo Prat .
Desde aquellos tiempos, hasta la actualidad, por las aulas del Instituto Nacional han pasado prestigiosos docentes: don Andrés Bello, don Ignacio Domeyko, don Pedro Aguirre Cerda y don Patricio Aylwin , por nombrar a algunos. Así, también, miles de alumnos, jóvenes que han brillado en las ciencias, las artes, la política, la literatura y el deporte de nuestro país, de los cuales dieciséis exinstitutanos han alcanzado la Primera Magistratura del país. Asimismo, dos expresidentes pasaron por sus aulas como profesores.
Entre los Presidentes de la República destacados, y de los que nuestro país guarda un especial recuerdo, encontramos a institutanos como Manuel Montt Torres y José Manuel Balmaceda , quienes ejercieron la Primera Magistratura a fines del siglo XIX; a Pedro Aguirre Cerda , a Jorge Alessandri Rodríguez y a Salvador Allende Gossens , en el siglo XX. Y, por supuesto, durante estos últimos veinte años, a los expresidentes Patricio Aylwin Azocar y Ricardo Lagos Escobar .
Un hito relevante para el Instituto Nacional y para el país entero fue la fundación del grupo scout Alcibíades Vicencio , primer grupo formado en Chile con motivo de la visita a nuestro país de Sir Robert Baden-Powell, fundador del escoutismo mundial; grupo Alcibíades Vicencio que, además, tuvo el merito de ser el segundo grupo scout fundado en el mundo, después de Inglaterra.
Un bicentenario de dedicación, de esfuerzo y de compromiso por el desarrollo de nuestra Patria son elementos que destacan la historia de nuestro Instituto Nacional. En sus pasillos se respira la responsabilidad por mantener aquel ánimo libertario y respetuoso de nuestra institucionalidad que forjó la república y en la cual este establecimiento tiene mucho que decir.
Cien años atrás, y en la celebración de su aniversario, se dio a conocer el nuevo himno de nuestro Instituto, con letra de Eduardo Moore exinstitutano, en el que se grafica evidentemente este anhelo por continuar la senda de la excelencia y de lograr un país más justo a través de la educación.
Si hoy estamos aquí, homenajeando el aniversario de esta gran Institución es porque le damos valor a la tradición, y hoy, cuando observamos el panorama de la educación nacional, nos llama la atención la distancia y hasta el desprecio que en ocasiones se manifiesta por la educación pública.
La educación pública, laica, pluralista e igualitaria, ha sido uno de los pilares históricos de nuestro desarrollo. Este fue durante muchos años el país de la educación y los radicales nos hemos encargado de fomentarlo.
La densa red de liceos fiscales fue durante mucho tiempo una garantía de equidad y de igualdad de oportunidades. No era lo público como cosa menor, sino lo público como construcción republicana, como plaza de conversación, como encuentro de personas de origen muy diverso, como real oportunidad de que las personas con talentos pudiesen tener movilidad social sobre la base de sus propias capacidades.
El Instituto es más que un centro educacional. Es un centro cultural, un lugar donde convergen ideas, ciudadanos e historia; un patrimonio de todos aquellos que pasamos por sus aulas, pero también de quienes conocen y entienden el verdadero sentido de la educación pública.
Durante estos últimos años, se ha escuchado en la calle: educación pública, gratuita y de calidad. La educación chilena no se vende, se defiende.
En estos últimos años, no ha existido otra frase más clarificadora e ilustrativa que se haya escuchado en todos los rincones de nuestro país, naciendo así la demanda social que volcó a miles de estudiantes chilenos a elevar la educación pública como un valor esencial.
Fueron los secundarios, estudiantes provenientes de liceos, escuelas, colegios y planteles educativos técnicos, procedentes de familias de diferentes recursos económicos, quienes, a través del famoso “movimiento pingüino”, se manifestaron con fuerza por la calidad de la educación y en especial por el término de la municipalización, que se iniciara a raíz de la decisión cobijada en el autoritarismo de la dictadura militar.
Este movimiento buscaba asegurar y garantizar que el Estado se hiciera cargo de profundizar la igualdad en el acceso, igualdad en su financiamiento, igualdad en la calidad y, por cierto, igualdad en brindar un futuro mejor para nuestras nuevas generaciones.
Soy un institutano del 4º D, de 1973. Soy scout de la Patrulla Nutrias, de la Tropa Hualle. Soy parte de este proyecto que hoy celebramos y brindamos un sentido reconocimiento; y, en especial, porque al igual que muchos estudiantes que han pasado por la educación pública, soy uno más de aquellos que deseamos un mejor porvenir para nuestro pueblo, con mayor equidad, con más justicia y con dignidad, porque ser institutano es ser profundamente laico y, por sobre todas las cosas, amante de nuestra patria.
Brindar reconocimiento y homenajear al Instituto Nacional es hablar de la historia de nuestro pueblo, de la construcción de la República y, desde luego, de los pasajes de nuestra historia en que hemos conocido alegrías, tristezas y hechos que esperamos que nunca se vuelvan a repetir.
Por ello, con mucha humildad, pero con gran orgullo, digo que hablar del Instituto Nacional es hablar de educación pública, es hablar de Chile.
Fray Camilo Henríquez acuñó la misión del Instituto Nacional en “El gran fin del Instituto es dar a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”, misión que nos explica el por qué el Instituto Nacional José Miguel Carrera se transforma en uno de los últimos bastiones de la educación pública chilena de calidad y uno de los más prestigiosos centros educacionales del país, a pesar de la municipalización, y así como yo, muchos actuales y pasados institutanos sienten el orgullo y también la gratitud de haberse educado en un establecimiento público que, desde su creación, ha puesto el énfasis no tan solo en aportar conocimiento a sus alumnos, sino más bien en incorporar valores como la fraternidad, la libertad y la igualdad en cada uno de sus estudiantes.
Las aulas del Instituto Nacional han cobijado, cobijan y cobijarán jóvenes líderes que, en la diversidad de sus ideales, representan diferentes visiones de la sociedad que les ha tocado vivir.
Prueba de ello son personalidades como Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende , pero no quiero dejar de mencionar al joven Benjamín González , quien en su discurso de graduación del año recién pasado nos mostró un análisis crítico de la sociedad, de la educación que recibió en este mismo establecimiento, y que grafica la capacidad de crítica que tienen nuestros jóvenes.
Gracias a ella, las nuevas generaciones nos enrostran la necesidad de cambio, de mayor dignidad para nuestros trabajadores; la necesidad de una atención de salud digna e igualitaria para todos; de entender que el desarrollo debe ir de la mano del cuidado del medio ambiente y, por cierto, reconocer que la educación pública de calidad es la única herramienta para alcanzar el desarrollo humano de un país con equidad.
Reitero entonces que la educación, aquella que para los Radicales es símbolo de nuestra ideología y visión de país, no es para lucrar, no se transa y, por sobre todo, no se vende.
Invito a todos los presentes, en especial a mis colegas, a defender la educación y a comprometernos hoy en terminar definitivamente con la desigualdad que provoca el actual sistema educacional chileno.
Para finalizar quiero compartir una invitación, destacando que el paso por el Instituto debe ser un ejemplo para quienes creen en el desarrollo integral de las personas, en una etapa de crecimiento, de formación y de fomentar una educación más participativa que tenga como eje principal el respeto a los derechos humanos, el respeto a la diferencia, a desarrollar una sociedad más fraterna, más igualitaria, más tolerante, más libertaria.
¡Que vibre, compañeros, el himno institutano, el canto del más grande colegio nacional!
He dicho.
-Aplausos.
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