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El señor GODOY (Vicepresidente).- Tiene la palabra el diputado señor Leopoldo Pérez.
El señor PÉREZ, don Leopoldo (de pie).- Señor Presidente , honorable Cámara, señor rector del Instituto Nacional, representantes del Centro de Padres y de los Centros de Alumnos y de exalumnos:
El himno del Instituto Nacional General José Miguel Carrera nos recuerda, en su majestuosa segunda estrofa: “cupo al Instituto la espléndida fortuna de ser el primer foco de luz de la nación”. Más allá de la elocuente y afectuosa carga poética tras estos versos, hay que decir que las palabras proferidas por el autor del himno, el exalumno institutano, don Eduardo Moore Montero , encierran una gran verdad.
¿Qué otra institución podría intentar siquiera llevarse el honor de haber sido el primer foco de luz de la Nación? Sin lugar a dudas, el Instituto Nacional merece este epíteto, no solo por ser una de las instituciones educacionales más antiguas del país, sino también por su prestigio, su espíritu republicano y, especialmente, por los tremendos e inagotables aportes que ha realizado al desarrollo de la Nación.
El lema del colegio puede resumir esta idea mejor que cualquier encendido discurso que podamos escuchar en este Hemiciclo: Labor omnia vincit, que traducido del latín significa “El trabajo todo lo vence”. ¿Podríamos pensar en un ideal más digno para quien comienza a despertar con inquietud intelectual y profesional, frente al mundo que nos rodea?
Desde que ingresamos al Instituto Nacional, nos enseñaron que el futuro no tiene límites, y que es nuestro deber trabajar por el progreso de nuestra nación, tal como lo señalaba el recordado Fray Camilo Henríquez : “El gran fin del Instituto es dar a la Patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”.
El carisma institutano se nota decididamente en este compromiso con el honor del país, y a partir de él, es posible encontrarlo en dos ámbitos, cada uno tan importante como el otro: el servicio público y la excelencia académica.
Si de galardones y premios académicos se trata, son pocos los establecimientos de educación que podrían hacerle eco al Instituto Nacional. Reconocido desde siempre por su alta calidad y exigencia, año tras año es nombrado como una de las instituciones, con más prestigio educacional, y como uno de los colegios con mejores cifras en el Simce y con más puntajes nacionales en la PSU. Pero al espíritu institutano le importan poco los números, y por eso le hace más sentido reconocer que por sus salas de clase han pasado lustrosos representantes de las ciencias y las artes, como los once premios nacionales de literatura que ha acumulado este colegio, en sus dos siglos de historia.
Sin perjuicio de lo anterior, los aportes que ha realizado nuestro querido Instituto en el plano de la responsabilidad y el compromiso público son aún más sorprendentes y encomiables: por sus aulas han pasado dieciocho Presidentes de la República , incluyendo a don Manuel Bulnes Prieto, don José Manuel Balmaceda y don Jorge Alessandri Rodríguez ; mientras que otros personajes importantes para la historia nacional, como don Benjamín Vicuña Mackenna o don Diego Portales , también integran la respetable galería de exalumnos. Sin duda, es un colegio cuya mística atraviesa generaciones, y prueba de ello es que muchos de sus exalumnos más notables han seguido vinculados al Instituto como docentes. Es el caso, por ejemplo, de don Manuel Montt y de don Antonio Varas, quienes no sólo fueron formados por esta institución, sino que además enseñaron en el Instituto Nacional durante años, e incluso, ambos llegaron a ser rectores de este prestigioso centro educacional.
Son muchos los legados que nos ha otorgado el Instituto Nacional en estos doscientos años de existencia, por lo que sería injusto considerar solo algunos de ellos. No obstante, por respeto al tiempo, debemos enfocarnos solo en los hitos más importantes desde su creación, en agosto de 1813.
Sabemos que debió ser clausurado al poco tiempo, en el marco de la Reconquista española. Sin embargo, con la Patria Nueva, la vida republicana de Chile renació, y con ella, el Instituto Nacional tomó nuevos bríos, para posicionarse como un establecimiento educacional de gran prestigio, ubicado en las dependencias que hoy pertenecen al Congreso Nacional en Santiago.
Posteriormente, en 1842, la rama universitaria del Instituto se independizó y formó para tal efecto la Universidad de Chile. Asimismo, nuestro colegio se trasladó al edificio de San Diego, lo que constituyó toda una hazaña arquitectónica para la época.
Con el cambio de siglo, otra institución se crearía al alero del Instituto Nacional: el Internado Nacional Barros Arana, que tuvo la misión de albergar a diversos estudiantes de provincia que llegaban a la capital con el fin de perfeccionar sus estudios y prepararse para la universidad o para la vida laboral.
Y como último hito en la historia reciente, podemos comentar que, en 1976, como reconocimiento a su fundador, ese establecimiento fue rebautizado con su actual denominación: “Instituto Nacional General José Miguel Carrera”.
En nombre de la bancada de diputados de Renovación Nacional y de toda una generación de exalumnos institutanos que, gracias a los valores y principios que nos transmitió ese colegio, llegamos a optar por el sector público y a trabajar por hacer de Chile una patria más digna y grande.
Es un honor para mí rendir este homenaje a los doscientos años de vida del Instituto Nacional y solicitar que la misma misión que alguna vez nos propuso fray Camilo Henríquez siga viviendo en el corazón de cada alumno y exalumno del Instituto: “defender la patria; dirigir la patria; hacer florecer la patria; y por supuesto, darle honor a la patria.”
He dicho.
-Aplausos
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