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El señor MONCKEBERG, don Nicolás ( Presidente ).- En el tiempo de la Democracia Cristiana, rinde homenaje el diputado señor Víctor Torres.
El señor TORRES (de pie).- Señor Presidente , señoras diputadas, señores diputados, colegas de Juan de la Unión Demócrata Independiente, distinguida familia y amigos de Juan:
En nombre de la bancada de diputados de la Democracia Cristiana, me corresponde rendir este sentido homenaje a quien recordaremos como uno de los miembros más honorables de la Cámara de Diputados: el doctor Juan Lobos Krause.
Tuve la oportunidad de conocerlo desde mis inicios en la Cámara de Diputados, hace poco más de dos años, y encontré en él a un hombre de sonrisa fácil, de pensamiento profundo, de juicio justo, con el don de la palabra precisa y amigo del lenguaje, a través del cual era capaz de traducir con elocuencia sus convicciones, siempre del lado de la claridad y hasta con sentido poético.
Tenía la virtud de ser un hombre muy cercano a sus colegas, más allá, incluso, de las diferencias políticas que podríamos haber tenido en la Comisión de Salud, donde precisamente compartimos muchas horas de debate político y de pensamiento diverso, donde siempre se destacó por ser un hombre muy preocupado del bienestar de cada uno de nosotros y de quienes compartían un espacio con él.
Como médico, puedo dar fe de su gran pasión por la salud pública, la que siempre se vio reflejada en toda discusión de carácter político, privilegiando, antes que muchos otros intereses, las causas de los más débiles, lucha que llevó a cabo con alegría y coraje. Incluso, en aquellos temas donde no tenía concordancia con su partido, fue capaz de imponer su mirada, su perspectiva, su opción, esa que emana de aquellas convicciones que nacen desde la profundidad del alma.
Juan era de esos médicos que trascienden, porque más allá de los años de estudio que permitieron inscribir en un trozo de papel una profesión, él la practicó desde su esencia humana, aquella dimensión tan propia de un quehacer que se alimenta no tan solo de conocimientos, sino también de vínculos estrechos.
De allí que cada vez que se requería de él, siempre estaba dispuesto a tender una mano, a hacer de esta compleja y muchas veces deshumanizante labor, un remanso de buenas energías, un canto de esperanza sobre el deber ser de un hombre en política, aquella escrita con mayúscula, la que se practica en torno al honor de la palabra empeñada, al debate tolerante y a la conciencia despierta frente a los males a los que con urgencia la sociedad nos pide poner atención y esfuerzo, para lograr éxito en su combate.
¿Cuánto de todo lo mencionado es importante rescatar en estos días? Todos ellos son valores fundamentales que se necesitan en la política en general y, obviamente, Juan era un aporte sustantivo en eso.
Algunas veces tuvimos matices distintos, pero siempre teníamos como objetivo convergente la imperiosa necesidad de mejorar el sistema de salud en beneficio de las personas, de los pacientes, más allá de mezquinos intereses corporativos, siempre teniendo al ser humano como centro de atención en la construcción de un sistema más justo y solidario, que considerase valiosas a las personas por su sola condición de tales.
Quienes compartimos con él descubrimos a una persona tolerante y tremendamente dialogante, a un apasionado y a un amante de la vida, de esos que uno identifica y que simplemente están para grandes desafíos.
Definitivamente, su presencia, ayer, y su ausencia aparente, hoy, calan hondo en la memoria guardada en cada rincón de este republicano edificio, pero no tan solo en este frío espacio físico, sino también en la calidez de los recuerdos de quienes hoy, circunstancialmente, compartimos este espacio.
Sí, Juan , para quienes creemos en la vida eterna, desde sus diversas concepciones, tu ausencia hoy es tan solo aparente. Atravesaste el río Aqueronte junto al barquero, para los griegos; transitaste con tu alma en los verdes prados del Edén, para los cristianos, o decoraste el Oriente Eterno, para los masones. ¡Qué más dan las diferencias humanas en estos temas cuando un hombre alberga, con tanta sencillez, el resumen de las mismas por el solo hecho de vivir hoy en la memoria de gente así de diversa! Sin duda, quien logra aquello es un grande.
Sí, la grandeza de Juan Lobos se reflejó aquel triste día de abril, en su multitudinaria despedida. Llovía como si el cielo se hiciera cómplice de tanta tristeza. Las lágrimas se confundían, pero todos sabíamos que, detrás de tanto dolor colectivo, había un espacio reservado para un buen amigo en el corazón de cada uno de los que allí estábamos. Era el momento en que comenzaba a construirse su recuerdo.
A pesar de los extraños sentimientos, asistimos a una gran despedida, esas no planificadas, las que nacen espontáneas desde el amor que profesa honestamente todo un pueblo, como la quisiera cualquier político de nuestro país, pero que tan solo se puede conseguir cuando has dejado una vida entera al servicio de la gente, cuando no se la abandona, cuando logras transformarte en una salida a sus malos momentos, cuando a través de la consecuencia y la fuerza de tus hechos logras transformar, como en un acto de magia, la vida de cientos que, indefensos, recurren al auxilio de una mano amiga.
A un año de la despedida, no me queda nada más que agradecer el ejemplo y el orgullo que nos dejó Juan, y manifestar a su familia y a sus amigos que estén tranquilos, porque no lo hemos olvidado. De seguro, allende su entorno más querido, hoy está viviendo en el palpitar constante de los fervientes corazones de quienes le hemos conocido.
Muchas gracias.
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