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El señor MUÑOZ ABURTO.-
Señor Presidente , el monto de 193 mil pesos está muy lejos de constituir un salario ético y justo y de las expectativas que el propio Gobierno ha creado con su propaganda exitista.
Digamos las cosas como son.
No ha sido la Oposición la que ha señalado que la economía crece viento en popa, como no ocurría desde hace años.
No ha sido la Oposición la que se ha congratulado con las cifras de empleo, sin reconocer que en gran parte se trata de trabajo precario, independiente e informal.
No ha sido la Oposición la que ha llegado a decir, incluso, que estamos cerca del pleno empleo.
No ha sido la Oposición la que ha sostenido que en Chile faltan trabajadores y que podrían ampliarse los límites para mano de obra extranjera en la agricultura.
No ha sido la Oposición la que ha manifestado que, mientras el mundo cruje, Chile sigue avanzando.
Es el Gobierno el que ha sembrado en la ciudadanía y en sus trabajadores la convicción de que esta economía puede y debe darles más a los que menos tienen.
Es este Gobierno el que alentó esperanzas, en la clase media, en torno de mejoramientos que no ha podido cumplir.
Sin embargo, ahora que se deben enfrentar esas expectativas, viene el pánico. Se argumenta que un ingreso mínimo mayor generará desempleo, que vendrá un frenazo, que habrá inestabilidad, y todo lo que escuchamos.
Se argumenta, además, lo que sucedería con las pymes. Pero resulta que muchas pequeñas y medianas empresas pagan sueldos superiores al ingreso mínimo, y que, según revelan las encuestas, a sus propietarios les parece justo que el salario se incremente a 200 mil pesos.
¿Quiénes son los que se oponen? Los grandes empresarios; aquellos que ganan millones de dólares y que se dan el lujo de construir torres faraónicas; los que se agrupan en las asociaciones gremiales para seguir defendiendo este modelo de crecimiento basado en el chorreo.
Según las estadísticas, muchas de esas grandes empresas pagan sueldos mínimos, sea directamente, sea a sus proveedores o a sociedades de servicios tercerizados.
El nudo de nuestra economía está en un empresariado acostumbrado a marginar reduciendo el costo de los recursos humanos. Y esto no lo inventé yo. Hace algunos años, el actual Ministro de Economía , Pablo Longueira , cuando era Senador, propuso un proyecto de ley para que en la información oficial de las sociedades, se difundiera la política de remuneraciones, considerando la relación entre aquellos que ganan más y los que ganan menos.
La verdadera responsabilidad social se encuentra en mantener trabajadores bien pagados.
Entonces, cuando ahora se plantea un incremento del sueldo mínimo a 200 mil pesos -suma que sigue siendo muy baja, pero que es simbólica-, autoridades y dirigentes gremiales cuestionan la oportunidad. Se señala que la situación de la Eurozona no hace aconsejable este incremento.
O sea, nunca es el tiempo de los trabajadores: si vamos bien, no hay que subir los sueldos ni los impuestos para no provocar un frenazo. Si vamos mal, tampoco se puede y debemos apretarnos el cinturón.
Señor Presidente, voy a votar en contra de la solicitud de insistencia, porque creo que este sistema, donde algunos siempre tienen la sartén por el mango y la parte ancha del embudo, no da para más.
Como le escuché decir a ese gran dirigente social que es Iván Fuentes, los poderosos deben darse cuenta de que la forma de conseguir seguridad y una mejor calidad de vida no pasa por rodearse de rejas e irse a vivir cada vez más lejos, sino por pagar bien. Si el empresario remunera bien a sus trabajadores, tendrá tranquilidad, estabilidad y mejor calidad de vida, y podrá lucir su Audi último modelo y su casa en Chicureo. Mientras eso no ocurra, esta sociedad desigual seguirá sembrando descontento y no poca rabia.
Aspiro a que el rechazo al sueldo mínimo propuesto genere un impacto social que apunte en tres sentidos.
1.- Llegar con el sueldo mínimo a 250 mil pesos en un horizonte cercano.
2.- Cambiar la legislación laboral en tres puntos claves que permitirían avanzar en el mejoramiento del nivel de remuneraciones: perfeccionar la normativa sobre el pago de gratificaciones, que hoy muchos burlan con subterfugios; terminar con el multirrut, y fortalecer las organizaciones sindicales y la negociación colectiva.
Allí está la fórmula. Es en cada empresa donde se puede avanzar hacia el objetivo de una mayor dignidad y valoración del trabajo.
3.- Como Senador por Magallanes, reclamo la necesidad de contar con un sueldo mínimo regionalizado. Es una antigua aspiración de las Regiones extremas del país. Y se la he planteado desde 1994 a cada uno de los Ministros del Trabajo.
Ello se fundamenta, esencialmente, en el mayor costo de la vida que significa habitar en dichas zonas. En general, se aprecia la existencia de un valor más alto en calefacción; en suministros domiciliarios; en servicios como salud y educación; en abarrotes, particularmente frutas y verduras. Esto último incide, además, en la calidad de la dieta y en riesgos sanitarios ostensiblemente más elevados.
Necesitamos un sueldo mínimo regionalizado, como lo he propuesto, o a lo menos separado en las macrozonas norte, central, sur y austral del país. Es hora de asumir que este territorio largo y diverso tiene realidades distintas y que igualar los indicadores y beneficios construye desigualdad. Obtener el ingreso mínimo en Magallanes implica un menor poder adquisitivo. O sea, allá la faena de un trabajador de ocho o más horas diarias vale menos. Esto es tan simple y evidente, y hay que corregirlo.
Señor Presidente , Honorables colegas, necesitamos un salario más justo para nuestros trabajadores. Por ello, votaré en contra de la solicitud de insistencia, en tanto no tengamos una proposición más convincente o un compromiso en torno a los problemas que hemos esbozado.
Hasta el momento, no ha habido ninguna oferta o nuevo planteamiento del Gobierno que nos lleve a cambiar de parecer.
He dicho.
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