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El señor RUIZ-ESQUIDE.- Señor Presidente; Honorables colegas; estimados amigos y familia de Juan Lobos que nos escuchan desde las tribunas:
Hablo en representación de los Senadores de la Democracia Cristiana y del Partido Por la Democracia, quienes me honraron con su confianza.
Hace muchos años -no quisiera saber cuántos-, en un tiempo difícil para varios de los que estábamos allí, coincidí en la sala 41 del tercer piso del Hospital de Concepción, durante el turno 5 del Servicio de Urgencia, con un interno cuyo nombre era Juan Lobos.
No lo conocía. No había sido ni compañero, ni alumno, ni ayudante. Lo recibí en la sala igual como se recibe a los estudiantes que van egresando de Medicina.
Era un muchacho tranquilo, con un sentido del humor extremadamente particular. Y debo señalar que coincidí en las risas que provocaban sus chistes, sus acuerdos, sus observaciones.
Era cristiano. No se definía políticamente, si bien respondía a la religión católica como rectora moral de su vida.
Era estudioso; muy sabio, pero no mateo - dijimos siempre que constituía la antítesis del intelectual-; de conductas muy sobrias, aunque tampoco exageradas, para no romper las normas tradicionales de los estudiantes de Medicina de la Universidad de Concepción, que significaban "un consumo diario de 540 centímetros cúbicos de alcohol...".
No rehuía el promedio de una fiesta tradicional cada semana, ni mucho menos rebajaba el promedio de atrasos después de las noches alegres de nuestra Escuela y Universidad, las cuales nos causan nostalgia a todos los mayores al recordar los años jóvenes.
Era la expresión de esa concepción de estudiante de medicina cuyo perfil, en nuestra Región, se arrastraba por 50 años, desde la fundación de la Facultad: radical, revolucionaria, contradictoria, manifestación de un mundo burgués que moría, pero también de un espíritu libertario, y creada además de las correspondientes a las universidades de Chile y Católica.
Era un buen alumno y un hombre responsable en la atención de sus enfermos, de una figura agradable para estos -y para otras personas que también lo encontraban simpático-, con quienes mantenía una relación humana tan propia del esfuerzo de nuestra Universidad por formar médicos humanistas y no solo sabios. Igualmente, su trato era agradable con el personal del hospital.
Era, en definitiva, un estudiante que al finalizar su carrera presagiaba un correcto ejercicio de su profesión y una conducta ética que nos enorgullecería.
Después no nos vimos por un largo tiempo. Y cuando asumí mi cargo de Senador, lo encontré en Los Ángeles. Ahí su ejercicio profesional había madurado y era un médico que se había ganado el cariño de la gente a la que atendía. Para muchos pacientes, en especial los de mayor edad, era "su doctor", y el refugio de aquellos que, por la gravedad de sus dolencias, solo esperaban la cercanía del profesional.
Juan Lobos respondía a ese viejo paradigma médico en el sentido de que en nuestra profesión debemos hacer todo lo posible por sanar a los enfermos y, en caso de no poder aliviar sus dolores al límite de lo necesario, consolarlos y amarlos.
Pasado un tiempo en ese transitar de nuestras vidas, me señaló que había ingresado a la Unión Demócrata Independiente. Le respondí que me parecía una persona inteligente y que consideraba rara, por lo tanto, su decisión... El comentario le causó una risotada.
De ahí en adelante creímos que era necesario que se incorporara a las labores de dirección del hospital, y asumió sin ni una palabra ni conversación sobre su posición política. Desde esa época, todo el mundo sabe que Juan Lobos fue un hombre que ayudó a la mejor conducción del establecimiento, en lo que puso todo su esfuerzo.
Algún tiempo después tuve que internarme por una dolencia aguda que demandaba cirugía. Entonces le dije, con mucha seriedad: "¡Nunca pensé que mi vida iba a depender de un militante de la UDI...!".
Me contestó con una de sus risotadas: "No se preocupe, maestro." -así me calificaba, entre broma y broma, con un exceso de bondad- "La UDI respeta a los que vale la pena que sigan viviendo, aunque usted esté tan equivocado y pertenezca a la Democracia Cristiana, que es una suerte de exquisitas y maravillosas confusiones".
Entramos, por primera vez, en una larga discusión política, la cual duró, con respeto y tolerancia, hasta su muerte. Él se mantuvo en su trayectoria y yo permanecí en la Democracia Cristiana.
Falleció repentinamente de una forma que solo demuestra que la muerte no tiene lógica y que a veces desaparecen los mejores, quienes todavía hacen falta en su país.
Al asistir a sus funerales, me di cuenta del verdadero cariño que le tenían sus pacientes.
Fue un gran Diputado, además de elegir el camino angosto de la vida y del Evangelio que es la política en este tiempo.
En el largo trayecto de sus funerales se desplegaron banderas y frases, carteles y pañuelos, llantos y lágrimas, vivas y recuerdos de sus enfermos, emoción entre los que éramos doblemente colegas.
Hoy, en nombre de los Senadores democratacristianos y del Partido Por la Democracia, así como en el mío propio, rindo homenaje en su memoria con mucha congoja, porque fue un hombre bueno y siempre respetamos nuestra amistad. Entrego nuestro respeto a su familia, a sus hijos, a la Unión Demócrata Independiente, a sus compañeros de Partido de la Región del Biobío y a todos los que han concurrido hoy en tanto amigos.
El doctor Juan Lobos honró la profesión médica. El militante Juan Lobos , sin renegar jamás de su Partido, sirvió a todos, aunque no pertenecieran a uno de ellos.
Fue un gran funcionario, lo que se reflejó en el pesar profundo que su muerte causó tanto en el Servicio de Salud del Biobío y en el Hospital de Los Ángeles como en toda la comunidad regional.
El ser humano encarnado en Juan Lobos nunca se traicionó a sí mismo.
Quienes creemos en la vida eterna tenemos conciencia de dónde está. Y hacia allá van nuestros saludos y nuestra esperanza de volver a encontrarnos en alguna eternidad.
He dicho.
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