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El señor TORRES (de pie).- Señor Presidente , honorable Cámara, en nombre de la bancada democratacristiana, de su mesa directiva y del Partido Regionalista e Independientes, rindo homenaje a María Rozas , una de las dirigentas más importantes en toda la historia del sindicalismo chileno.
El 6 de mayo de 2011 será recordado como uno de los días más dolorosos para los trabajadores de nuestro país. Chile se vistió de luto porque se nos fue una mujer ejemplar. Esa fría tarde, la tristeza embargó a todo el país y a la Democracia Cristiana. Días después, el asfalto de La Alameda, sobre el cual dejó su silueta, entre humo de tabaco y gritos inconformistas, por donde transitó enarbolando consignas en defensa de los más desposeídos, acogió su tranquilo cuerpo, adornado por una sonrisa en su rostro, tan propio de las almas que alcanzan el descanso eterno, en compañía de quienes siempre estuvieron con ella en el abrazo de una misma causa.
Conocí a María Rozas cuando me iniciaba en la política. Era un joven dirigente estudiantil cuando conocí su fuerza, su convicción y la entereza de una mujer a la que nunca le tembló la voz para defender a quienes más lo necesitaban. Recibí muchas veces su consejo oportuno y sabio en aquellas jornadas de tertulias entre camaradas y amigos.
María inició su lucha social mucho antes de convertirse en la combativa dirigenta gremial del Colegio de Profesores y de la CUT. Desde los 15 años fue dirigenta estudiantil, en su querido Liceo Nº 2 de Niñas, donde llegó a ser presidenta de su Centro de Alumnas . Desde allí no paró más.
No faltó ni un solo día a la lucha por la justicia social, en la cual creyó sin renuncias; tal vez, con una sola renuncia, de la que nunca se quejó. María renunció a la comodidad de una vida clásica. Eso no era para ella, primero estaban los otros. Al principio, los estudiantes, a los que representó en su liceo y en la Federación de Estudiantes Secundarios. Luego, en la calle, protestó junto a los perseguidos, durante los 17 años de dictadura.
Allí conoció el horror en carne propia. Pero selló esa herida, tal vez para tener la fuerza de luchar sin darse tregua para sus propias preocupaciones. Siempre entendió que su responsabilidad era con los demás.
Reemplazó en la Cámara de Diputados a otro luchador como ella, nuestro querido Manuel Bustos . Aquí se caracterizó porque vivió constantemente con la angustia de la urgencia. Su urgencia era la de trabajar por las grandes mayorías postergadas. Por los excluidos, por los más necesitados, por aquellos que muchas veces no son escuchados. Por los profesores de Chile, que tuvieron el privilegio de contarla como una dirigenta comprometida por mejorar las condiciones de trabajo del magisterio. Por los viejos, como llamaba con tanto cariño a los trabajadores a los cuales representaba desde la CUT.
María fue generosa con su tiempo, con todo su tiempo. Entregó su vida al servicio de los demás, restando tiempo a su familia paterna y sin formar la propia.
Tal vez era tan intensa como feliz. Intensa, porque vivió hasta el extremo por los ideales que abrazó desde tan joven. Para ella, el humanismo cristiano no era tan sólo un conjunto de principios; siempre fue la exigencia ética de entregar la vida al servicio de la causa.
Su causa también fue la de su partido. Militante de la Democracia Cristiana casi desde niña, sirvió en todos los niveles de la actividad partidaria. Estuvo en la directiva y en el Consejo Nacional; en la junta y en los congresos. Pero gozaba más en las reuniones de base, donde tantas veces reivindicó el rol de los militantes más humildes, tal vez porque allí también veía a los más excluidos, a los que ella siempre quiso representar en el ámbito sindical.
María fue así, un ejemplo de militante y de dirigente, de esos ejemplos que ya casi no nos quedan.
Por eso, tantos han querido recordarla hoy. Muchos trabajadores sentirán que con su partida se les va una líder, una amiga, una defensora.
Y nosotros, los que la conocimos, sabemos que cuando no vayamos tan rápido como ella quisiera, nos volverá a retar, como muchas veces lo hizo, y entonces la volveremos a querer, y ella reirá, como lo hacía a veces, menos de las que se merecía. Así sabremos que sigues entre nosotros. Y nosotros contigo. Y, a través de ti, con los trabajadores de la patria, que han llorado muchas lágrimas recordando a la María Rozas , a la que dio su vida por ellos y por todos los excluidos a los que quisiste con toda la fuerza de mujer chilena, valiente y luchadora.
Tu partida nos deja una herida y una gran tarea: reivindicar cada una de de las conquistas que te hicieron tan cercana a la gente.
María Rozas inspiró con sus palabras y vocación a muchos de los que hoy estamos en la Democracia Cristiana y en política.
Chile llora la partida de una gran mujer, ejemplar en la lucha de los derechos sindicales.
A su familia dirijo estas líneas: gracias por haber dado a nuestro país una noble y excepcional mujer, que nos enseñó que la verdadera vocación de servicio está en dar hasta nuestro último esfuerzo por quienes más lo necesitan.
A mis camaradas, les digo que tenemos una gran tarea por delante: ser capaces de seguir la huella de María Rozas , pero también la de Manuel Bustos , de Eduardo Frei Montalva , de Radomiro Tomic, de aquellos grandes defensores de la falange y del humanismo cristiano, que nos enseñaron que nuestros esfuerzos siempre deben estar centrados en hacer crecer nuestra patria, con profundos colores de justicia social, de solidaridad y fraternidad, en pos de un Chile con más oportunidades para todas y todos, donde crezcan nuestros hijos libres y con valores de pensamiento democrático y humano.
Querida María , diputada , sindicalista, amiga y camarada, hoy tu bancada te despide; hoy, en el seno de la Cámara, se te reconoce. ¡Descansa en paz y que Dios bendiga tu gran obra, que escribiste con tu historia en beneficio de Chile y de su gente!
Muchas gracias.
-Aplausos.
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