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El señor MELERO (Presidente).- Tiene la palabra el diputado señor René Saffirio.
El señor SAFFIRIO.- Señor Presidente , quiero intentar hacer un esfuerzo para que en el fragor de un debate intenso, y respecto del cual, evidentemente, no se va a generar un acuerdo en esta Sala, pudiéramos rescatar aquellos elementos que son explícitamente transversales a todos quienes han hecho uso de la palabra. Y eso tiene que ver con que, a lo menos, por mi parte, no he escuchado una sola intervención en esta Sala que no condene la violencia como método de acción política. Ninguno de nuestros distinguidos colegas diputados ha iniciado su intervención sin decir que condena los actos de violencia. ¿Por qué, entonces, escarbar, hurgar, en las profundidades de las diferencias que tienen una razón histórica en nuestro país y no rescatar aquello que es tan fácil de percibir desde la superficie? Pero, para eso se necesitan varias condiciones. Por sobre todas las cosas, generosidad. No bastan los discursos vacíos para condenar la violencia.
Hace poco más de un mes, tuvimos una reunión similar a ésta. Estaba presente, en el mismo lugar, el señor ministro del Interior , y estaba el entonces director general de Carabineros. En esa ocasión, personalmente -por su intermedio, señor Presidente - le advertí al ministro que es peligrosa la escalada en que el país se está incorporando. No es sano para nuestra democracia que Carabineros se transforme -lo dije textualmente- en un instrumento al servicio de un proyecto político específico y no en una institución de la República capaz de asegurar, por una parte, el derecho a expresarnos en libertad y, por otra, de garantizar la seguridad de la población, sobre todo si tenemos policías profesionales dotadas de los instrumentos suficientes, institucionales, legales y tecnológicos, para que puedan hacerlo.
Discúlpeme, señor Presidente , pero quiero repetir algo que me parece importante y, por lo menos, es algo a lo que recurro con frecuencia.
Recuerdo, perfectamente, el proceso que vivimos cuando reiniciamos nuestro tránsito hacia la democracia. Al cabo de algunos años, me correspondió asumir como alcalde de mi ciudad, Temuco. Asistí a la primera ceremonia de mi región para conmemorar el Día del Carabinero. Me pidieron que entregara una condecoración a un oficial y me tocó -creo que debe haberles ocurrido a muchos- condecorar a un carabinero. ¡Y, quizás, ese carabinero había sido el mismo que me encarceló, golpeó, humilló y denigró! Sin embargo, estábamos allí porque sabíamos que teníamos que recuperar la institución para la democracia, para el país, para la República. Carabineros no podía seguir siendo un instrumento al servicio del gobierno. Extraño profundamente una visión de Estado respecto de la naturaleza y funciones de Carabineros.
Quiero reiterar al señor ministro del Interior -por su intermedio, señor Presidente -, con mucha sinceridad y franqueza -es más, atrevo a poner a disposición la bancada de mi Partido para lograr tal propósito- que hagamos cualquier esfuerzo, Oposición y Gobierno, para avanzar en los acuerdos que son necesarios, de manera de poner término a este conflicto que a nadie hace bien y que daña profundamente las raíces de nuestra institucionalidad democrática. La tan manida frase, previa al golpe militar, de 1973, de que “esas cosas no ocurren en Chile”, con el tiempo fue desmentida y tuvimos que vivir una larga tragedia. No quiero que ninguna mujer, ni ningún hombre de mi país, ni mis hijos, ni mis nietos, tengan que vivir siquiera el uno por ciento de la dolorosa experiencia que nos correspondió experimentar a nuestra generación, y de la cual también somos responsables.
Señor ministro , por su intermedio, señor Presidente , es una petición que le formulo desde lo más profundo del corazón, más allá del cálculo político, del logro de ventajas temporales, ocasionales, circunstanciales, egoístas. ¡Abra una mesa! ¡Conversemos con generosidad, con respeto, con tolerancia! No existe otra forma de poner término a este conflicto. Pueden pasar muchos episodios dolorosos antes de que logremos ponerle término. La mirada del país está puesta en nosotros y, cada vez, el juicio de la sociedad es más duro, más severo; incluso, a veces, es más cruel con nosotros, porque no hemos estado a la altura de entregarle a ese país que nos observa una respuesta cualitativamente más consistente, de futuro, más de país, que la respuesta a las circunstancias inmediatas, presentes, del éxito fácil.
He dicho.
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