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El señor NÚÑEZ, don Marco Antonio (Presidente).-
Tiene la palabra el diputado Gabriel Boric .
El señor BORIC.-
Señor Presidente, qué bueno que estudiantes de enseñanza media de diferentes liceos asistan a las tribunas a presenciar este debate, que es muy interesante porque nos habla de la historia de Chile y de cuáles son las posiciones que cada uno puede tomar respecto de ella. La historia no es neutral.
No soy de las personas que utilizan los hechos acaecidos durante un pasado reciente en Chile para justificar las “incompletitudes” del presente. No soy de aquellos que recurren a la dictadura o a las violaciones a los derechos humanos para tener una superioridad moral sobre el resto.
Le pido al diputado Jorge Ulloa que, por favor, preste atención, porque este debate es relevante. Ante intervenciones como la que acabamos de escuchar, es importante responder desde la perspectiva de las nuevas generaciones, de quienes no vivimos en carne propia el golpe cívico-militar, pero de cuyos efectos sí estamos conscientes. Además, nos sentimos herederos de quienes lucharon por construir una sociedad distinta y vieron abortados sus sueños por la fuerza de las armas.
El diputado Jorge Ulloa nos propone una interesante interpretación de la historia. Sería importante saber si representa la visión de la derecha política o si se trata solo de su opinión personal. Desgraciadamente, creo que más bien representa lo primero: la visión de la mayoría de la derecha política.
Por eso, es importante valorar la valentía del diputado Ulloa por plantear de frente esa visión -que, por supuesto, no comparto-, porque es mucho más fácil arrancar cuando el barco se está hundiendo: el barco de la legitimidad y del juicio histórico respecto de los hechos acaecidos en el pasado reciente de Chile. En casos como este, el silencio, desde mi perspectiva, es cómplice. Quien no condena lo que ocurrió en Chile en 1973 con el golpe de Estado cívico-militar, lo avala.
Pretender justificar el golpe cívico-militar a partir de la declaración de la Cámara de Diputados del 23 de agosto de 1973, lo que, en algún momento, también intentaron ciertos sectores de la Democracia Cristiana, es absolutamente inaceptable. ¿Sabe por qué, diputado Ulloa ? Porque el hecho de que aquella Cámara de Diputados, representante de la soberanía popular, haya tenido la posibilidad de declarar una posición política respecto del gobierno de turno, independientemente de las mayorías circunstanciales del momento, es una oportunidad que el pueblo de Chile no tuvo durante diecisiete años. Si hubiera habido una cámara que se preciara de democrática, o algún nivel de debate deliberativo en el país, la dictadura militar habría sido declarada inconstitucional desde el primer día. Sin embargo, no solo no sucedió aquello, sino que nos legaron una constitución tremendamente autoritaria, por cuyos efectos vivimos constreñidos hasta hoy.
El señor ULLOA.-
¡Mentira! Fue cambiada en 2005.
El señor BORIC.-
Eso lo podrá afirmar el ex-Presidente Lagos . Yo no me compro eso.
El señor NÚÑEZ, don Marco Antonio (Presidente).-
Diputado Boric , diríjase a la Mesa.
El señor BORIC.-
Perdón, señor Presidente.
El diputado Ulloa habló de algo importante: el encarcelamiento de gente de edad avanzada. El problema es que, cuando no hay justicia, hay impunidad; no hay términos medios. Y la impunidad, nos guste o no, es la tierra ubérrima para el olvido. Es justamente en el olvido donde se ciernen las futuras violaciones a los derechos humanos, que en la Cámara de Diputados tenemos el deber de condenar.
Desgraciadamente, en Chile no ha habido justicia, porque lo que se entendió como “la justicia en la medida de lo posible” significó la impunidad para muchos. El hecho de que todavía tengan el carácter de secretas las declaraciones que figuran en el informe Rettig esconde la impunidad para muchos de los que perpetraron violaciones a los derechos humanos. Quienes participaron activamente en ellas o encubrieron casos de torturas siguen teniendo una impunidad política profunda y que no se limpia solo con declaraciones de buenas intenciones.
No pretendo invalidar sus posiciones, porque la derecha representa a un sector del país; pero es importante discutirlas. Es relevante que las nuevas generaciones hagamos conciencia sobre lo sucedido y que en la Cámara alcemos la voz para no permitir las interpretaciones que buscan un empate entre las violaciones a los derechos humanos después del golpe militar y lo sucedido en otras épocas de nuestra historia.
Por su intermedio, señor Presidente, le digo al diputado Ulloa que ha habido violaciones a los derechos humanos en la historia reciente de Chile. Ayer leí sobre la matanza de El Salvador, perpetrada durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, en la que murieron siete obreros y dos mujeres, y sobre la masacre de Pampa Irigoin, en Puerto Montt. También podemos recordar la muerte de Rodrigo Cisternas, en el primer gobierno de Michelle Bachelet, y de Manuel Gutiérrez , en el gobierno de Sebastián Piñera. Pero nunca antes ni después el exterminio de chilenos fue una política de Estado. El diario La Segunda dijo una vez: “Murieron como ratas”.
Por lo tanto, pretender equiparar violaciones a los derechos humanos, absolutamente condenables, cometidas en esa situación de democracia protegida, es injusto para la historia, porque, insisto, nunca en Chile hubo una decisión política institucional de exterminar a chilenos, lo cual sucedió durante 17 años. Lo recuerdan los casos de quienes murieron el 11 de septiembre en La Moneda, hasta el de Jecar Nehgme , el último asesinado por la dictadura, en 1989.
Es importante que estos debates no pasen inadvertidos. A quienes pretenden reescribir la historia y empatar moralmente las violaciones a los derechos humanos, les digo, a mis 29 años, que no se lo vamos a permitir.
He dicho.
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