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- rdf:value = " El señor COLOMA.- Señor Presidente , hay muchas formas de describir a don Gabriel Valdés , pero, quizás por justicia, la primera de ellas debe ser como un profundo apasionado y enamorado de Chile. Para él, no había obstáculo, tensión o riesgo que no fuera asumido si los intereses de la patria así lo exigían.
Nos tocó leer, primero, y conocer en persona, después -y en toda su amplitud-, lo que eso significaba para don Gabriel .
Pude oír en el Ministerio de Relaciones Exteriores historias, desde cómo -con esa personalidad que nadie amilanaba- fue capaz de renegociar la deuda externa del país de la época, logrando condonaciones impensadas de los italianos y una rebaja de los americanos porque habló con los Presidentes de Italia y de Estados Unidos, hasta cómo logró la organización del Departamento de Fronteras, en la comprensión preclara, ya en esos tiempos y cuando la preocupación no estaba muy extendida, de que era indispensable para nuestro país especializarse en los problemas limítrofes.
Conocimos en los anales de la historia, desde su vital participación en lo relativo a los conflictos del sur como Canciller del Presidente Frei Montalva , que derivó en el caso del Beagle, hasta su justa preocupación por dar mayor categoría a las sedes de nuestras embajadas, como señal clara de la importancia de ocupar roles en la globalización que se venía.
Quizás uno de los momentos más notables de don Gabriel fue la forma de enfrentar la demanda boliviana de salida al mar en la álgida III Conferencia de la OEA, y que lo refleja de cuerpo entero.
En un ambiente complejo, tenso -según describen los funcionarios que allí estaban-, y luego de que el Canciller de Bolivia pidiera, con elocuente argumentación, que tal instancia tratara oficialmente ese pretendido derecho marítimo, tras un profundo silencio se levantó don Gabriel y, contra la impresión de todos, contestó que aceptaba esa propuesta, siempre que Estados Unidos accediera a discutir, en ese mismo foro, su frontera con México; que México , a su vez, aclarara sus límites ahí con Venezuela y Belice; que Panamá y Colombia tuvieran otro espacio para abordar sus conflictos fronterizos. Y mientras se aprestaba a seguir con una larga lista, se levantaron todos los Cancilleres para decir "stop", "no se puede seguir", con lo que la iniciativa no prosperó.
Justo sea decir que después el mismo Canciller Valdés abogó por construir un polo de desarrollo en Arica, que beneficiaría tanto a Bolivia como a Perú, en un ánimo de integración regional que no abandonó nunca en la vida.
Desde otra perspectiva, podemos recordar a don Gabriel como una persona extremadamente culta y en sintonía plena con el mundo.
Como desafiando esa autocalificación de nuestro pueblo como más bien tímido y reservado, don Gabriel , merced a su gran cultura, personalidad, visión política, no tenía problema alguno en entenderse en forma directa con los Kennedy, los De Gaulle, los Mitterrand , el Papa, los Reyes de España, Golda Meir o con quien fuera relevante, en la comprensión de que ello era decisivo para entenderse en el mundo, sobre todo para el bien de nuestros intereses.
Pero no hacía eso por mero afán de conocimiento personal, sino por dignificar -con mayúscula- Latinoamérica, por hacer que otros ojos vieran nuestra patria, vieran nuestro Chile, vieran los sueños y esperanzas que aquí se anidaban.
Más allá de los cargos ( Embajador , Subsecretario General de Nacionales Unidas para el Desarrollo, etcétera), lo cierto es que don Gabriel fue uno de los grandes referentes chilenos en la segunda mitad del siglo XX y, por cierto, una de las figuras a la que la patria más le debe agradecer por su esfuerzo en favor del país.
Con todo, probablemente lo que más podrá remarcarse de don Gabriel Valdés en su vida pública fue su decisivo aporte a la consolidación de la democracia en Chile.
Se ha escrito mucho de su rol en los años ochenta, por su acción en el CED, en el Manifiesto Democrático o en la Alianza Democrática. Probablemente otros compañeros de ruta de esa época podrán, con mayor conocimiento, subrayar la importancia de don Gabriel en dicho período.
A quienes estamos en estas bancadas, y a mí en particular, nos correspondió conocerlo como Senador a comienzos de los 90, recién producido el triunfo de la Concertación, cuando, junto a una legítima alegría de los vencedores, se cernía sobre el país una gigantesca sombra de duda respecto de la consolidación de la transición democrática.
En ese instante decisivo, tensional y de relevancia evidente, se dio una de las acciones políticas más audaces e importantes de la nueva época, que tuvo a don Gabriel Valdés y a Jaime Guzmán como protagonistas centrales y que implicó -dicho en una frase- "restablecer las confianzas compartiendo las responsabilidades".
De ahí nació, ante el estupor del mundo político, el pacto de compartir la dirección de las Mesas del Senado y de la Cámara Baja entre la Concertación y nuestro Partido, algo completamente impensado solo algunas horas antes.
Puedo decir ahora, con propiedad, que ese fue uno de los grandes acuerdos en favor del entendimiento en Chile, y agregar, con absoluta convicción, que el cometido de don Gabriel Valdés como Presidente del Senado de la época fue uno de los más brillantes e importantes que registra la historia de nuestra patria.
¿Dónde estuvo la clave? En defender la institución; en comprender el rol inspirador de los acuerdos en nuestro país; en orientar los espíritus hacia el Chile del siglo XXI sin condicionarlo a las dramáticas disputas ideológicas de los 60 y de los 70, y en entender que el amor a la patria es la primera línea de ataque, pero también la última y la más importante de defender.
En un mundo de crispación, su serenidad fue clave. En un mundo de diques entre militares y civiles, su construcción de puentes fue decisiva. En un mundo de desconfianzas profundas, su capacidad de creer en el otro fue esencial.
Y todo ello con fuerza, con talento, con originalidad, sin dobleces ni temores, porque al final él sabía que la clave de un Chile moderno tenía que ver con la capacidad de mirar hacia el mismo objetivo y no diluir ni menos dividir.
Creo que ahí está el gran legado de don Gabriel.
Y tal vez, como le oí decir alguna vez, él no era un político-político, sino un filósofo de la política.
Quizás don Gabriel asumió, como escribió Platón , que "Hasta que los filósofos no gobiernen como reyes, o aquellos que ahora son llamados reyes o líderes puedan filosofar debidamente; es decir, hasta tanto el poder político y el filosófico no concuerden, mientras las diferentes naturalezas busquen uno solo de estos poderes exclusivamente, las ciudades no tendrán paz, ni tampoco la tendrá la raza humana en general".
¡Cuánto leyó don Gabriel ! ¡Y cuánto intentó armonizar esos desafíos profundos entre filosofía y política en torno a la humanidad!
¡Gran Presidente del Senado , gran persona, gran intelectual, gran defensor de Chile, valdiviano por adopción excluyente!
Creo que una reflexión sobre don Gabriel no puede dejar de lado quizás lo que más le importaba: su queridísima familia. Era cosa de ver cuánto admiraba de la señora Sylvia como compañera y artista de excepción; cómo se emocionaba con Max y su forma de asumir el maravilloso mundo de la estética; cómo admiraba a Juan Gabriel por los desafíos humanitarios y pol��ticos que asumía siempre sin temor, y cómo adoraba a su hija María Gracia, a quien con solo nombrar se le iluminaba su cara con una sonrisa.
Una vez me dijo -y jamás lo olvidaré-: "sin mi familia no soy nada. Yo a veces soy como una locomotora, pero por suerte ellos son el riel. Y eso hace que las cosas tengan sentido y dirección".
En nombre de la Unión Demócrata Independiente, rendimos sentido homenaje a don Gabriel Valdés Subercaseaux y a su Partido, con el corazón triste pero con la convicción de haber conocido a alguien que merece un lugar grande en la historia de nuestro Senado y en la historia justa de nuestro Chile.
He dicho.
"
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