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El señor QUINTANA.- Señor Presidente , en YouTube podemos ver un video de un flamante ex gerente que textualmente dice: "Hemos ido a sus casas, hemos visto cómo viven, hemos hecho estudios sociológicos, sabemos lo que piensan, sabemos qué hacen los días domingos, en qué usan su tiempo; por qué van a un centro comercial y no van a otro; qué pasa con el Transantiago, qué pasa con sus hijos, etcétera. La Polar es una opción de vida y que ha logrado la confianza de sus clientes y, cuando esto se logra, se pasa la barrera del sonido. Yo creo en La Polar y, como creo en La Polar, voy a comprar, voy a pagar, tomo mi seguro y allí se produce un vínculo casi espiritual con el cliente".
No sé si estas expresiones del ex gerente general de La Polar, Pablo Alcalde, traspasan la barrera del sonido o, más bien, la barrera de la vergüenza.
¿Por qué lo planteo? Porque lo anterior tiene mucha relación con las manifestaciones que realizan los movimientos ciudadanos.
Las cuatrocientas y tantas mil personas afectadas por La Polar, sobre todo las nueve mil que ya empezaron un proceso de reprogramación, son las mismas que, frente a la posibilidad de un incremento real del ingreso mínimo, naturalmente esperaban otra cosa, en virtud de las razones que manifestó hace un instante el ex Presidente de la República , Senador Eduardo Frei Ruiz-Tagle .
Esas familias, esos sectores sociales -estamos hablando del primer y segundo quintil, que son grupos bastante homogéneos- requieren dar respuesta a sus necesidades de calefacción, de transporte, de precios de los alimentos. En resumen, deben enfrentar el llamado "IPC de los pobres", como bien indicó el Honorable señor Andrés Zaldívar .
Entonces, este reajuste del salario mínimo es un nuevo balde de agua fría para tales segmentos. Y esto no es demagogia ni populismo, porque el propio Gobierno instaló una hiperfocalización en dichos grupos. Y son los mismos sectores sociales maltratados por La Polar los que hoy día esperaban un incremento mayor. ¿Y cuánto les damos? Un 2,5 por ciento real.
Estos segmentos sociales son los mismos que utilizamos muchas veces en el discurso para argumentar que 7 de cada 10 estudiantes chilenos conforman la primera generación que ingresa a la educación superior y nos sentimos orgullosos de ello. Sin embargo, ¿qué hacemos ahora? Los obligamos a pagar el costo de esa movilidad social.
Considero que ese es un debate interesante que no hemos realizado y que -insisto- da cuenta de un segmento de la población.
Acá se habla de un millón de trabajadores, de familias que tendrán que conformarse con este pequeño aumento.
Yo no creo -y comparto las afirmaciones del Honorable señor Cantero - que el Senado deba llevarse algo en esta negociación. Aquí podemos analizar procedimientos, discutir la arquitectura de la iniciativa, pero no necesariamente tenemos que terminar negociando un peso más o un peso menos.
Lo que pasa, señor Ministro -y me dirijo a él por intermedio de la Mesa, señor Presidente -, es que fue usted quien politizó el debate y se sentó a negociar con tres Diputados. Y ahí salió lo que todos conocimos: un reajuste de mil 500 pesos. ¡Eso desvirtuó completamente la conversación y la hizo distinta a otras que hemos sostenido en el pasado!
Por lo tanto, ¡claro!, uno podrá decir: "Mire, aquí estamos en el Senado". ¿Y cuánto conseguimos? ¡Una empanada de horno! ¡Y una malita, ni siquiera de amasandería! ¡Eso es lo que vale este Senado!
Yo no quisiera poner el debate en esa perspectiva, porque -reitero- no necesariamente debe salir de esta Corporación un peso más. Lo que sí esperamos es que de aquí salga un buen proyecto. Y esta discusión, tal como expresó el Senador Frei, la hemos tenido durante 21 años en idénticos términos. Pero -¡ojo!- por primera vez debatimos esta iniciativa sobre la base de un veto, de una observación del Gobierno.
Me parece que esa es una cuestión tremendamente peligrosa, señor Presidente . Porque no solo estamos enfrentando este tipo de dificultades en esta área, sino también a raíz de muchos otros proyectos de ley en los cuales no hay diálogo. O sea, esta práctica refleja finalmente que la clase política es incapaz de ponerse de acuerdo y muestra una miopía, una sordera respecto de lo que está ocurriendo en la calle.
Y de eso tenemos que hacernos una autocrítica.
Se habla mucho de los grandes acuerdos. Pero los consensos que pudiéramos llegar a alcanzar en el futuro cercano -por ejemplo, en educación- nada tienen que ver con aquellos que, en su oportunidad, lideró el Senador Longueira con otros Gobiernos, porque eran coaliciones con espaldas más robustas, más anchas, de mayor solidez. Hoy día, nuestros conglomerados juntos no representan ni al 50 por ciento de la población. ¡Seamos claros! ¡Hagámonos cargo de esa realidad!
En consecuencia, pienso que una vez más hemos ignorado el ruido de la calle. Por eso, el Gobierno entra en contradicción con las recomendaciones de sus propios técnicos cuando nos presenta este miserable incremento de salario mínimo. Los fines de semana leo o escucho a Luis Larraín , Hernán Büchi , el Instituto Libertad y Desarrollo sostener que el Presidente Piñera está gobernando con ideas ajenas. Y lo único en que se sienten identificados estos destacados economistas es precisamente en el tema económico.
Es por eso que -y termino con esto, señor Presidente - este bajo incremento del salario mínimo resulta altamente contradictorio cuando la gran fortaleza del Gobierno es mostrar un país que crece al 7 por ciento, independientemente de que gran parte de Latinoamérica y las economías emergentes registran igual índice.
Por ello, este reajuste del salario mínimo no se ve bien y claramente se halla muy por debajo de las expectativas.
Opino que el Ejecutivo planteó incorrectamente esta negociación. Desde un comienzo la estamos terminando mal y no hubiéramos querido llegar a la situación por la que ahora atravesamos.
Por las razones que manifesté, señor Presidente, no voto.
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