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El señor COLOMA.- Señor Presidente , en nombre del Comité Partido Unión Demócrata Independiente vengo en rendir un sentido homenaje a don Ricardo Rivadeneira Monreal .
Lo hago con la íntima convicción de estar recordando a un potente servidor público, pues estoy convencido de que, ya sea en la lógica del Derecho, de la Economía o del ámbito de los partidos, él siempre buscó desde su óptica velar por el profundo interés de nuestro país.
Como abogado, don Ricardo fue extraordinariamente inteligente y acucioso, pero, sobre todo, generoso. Actuó en los juicios más recordados de las últimas décadas, casi siempre bajo la bandera del Consejo de Defensa del Estado, o sea, desde la perspectiva de los intereses de Chile por excelencia.
Algunos años después le pregunté, mientras conversábamos con mi padre (fue su amigo por 50 años), por qué le había dedicado tantos años -32, para ser exactos- y bajo gobiernos tan diferentes a esa defensa pública. Me respondió, simplemente, que no habría tenido cara para hacerlo de otro modo, y que, si existía la opción de representar los intereses del Fisco, ello constituía siempre un deber moral y un honor.
Esa misma actitud del sentido del deber la armonizó con su profunda libertad interior tanto para integrar la Comisión encargada de terminar con el exilio como para ser parte en la defensa del general Pinochet, durante su arbitrario encarcelamiento en Londres. En ambos casos respondió públicamente que era lo que su conciencia y libertad le mandaban. Y de ahí no lo movió nadie en sus 82 años.
Fue bueno para los acuerdos. Intentó muchos.
Alguna vez, frente a uno en particular, que resultó infructuoso, le pregunté si no había pecado de ingenuidad. Y recuerdo con simpatía cómo, con una sonrisa, me contestó: "De seguro que sí". Pero que prefería ese defecto como carga a no haber intentado alcanzar otros acuerdos que sí habían mejorado la convivencia entre chilenos en momentos de dispersión.
Su paso por el mundo de la economía fue breve, pero dejó mucha huella.
Alguna vez contó que, siguiendo a Jorge Prat en el Gobierno de Ibáñez y sin saber mucho cómo, había salido una mañana a trabajar a su oficina legal y había terminado en Teatinos como Jefe de Gabinete del Ministro de Hacienda , y agregó, con fina ironía, que muy poco después, con la misma velocidad y sorpresa, transitó por el camino inverso. Sin perjuicio de ello, siempre habló de su grupo Estanquero y de cómo este lo había enamorado de Chile.
Como político, palabra que nunca calzó mucho con su vocación ni con su forma de ser -según argumentaba-, a fines de la década de los ochenta le correspondió presidir el recientemente creado Partido Renovación Nacional, que hoy ocupa un lugar relevante de la representación parlamentaria chilena.
Con la misma convicción que me permite afirmar que ese período no terminó para varios de los que estamos aquí con un final feliz, puedo dar fe de que lamentó profundamente ese desenlace y de que, junto con preguntarse y preguntarnos si se pudieron haber conducido las cosas de otra manera, fue uno de los que más se alegraron cuando se consolidaron, primero, la Alianza con nuestro partido, y, después, la Coalición por el Cambio. Y cuando esta logró ganar las elecciones presidenciales luego de 20 años, él lo celebró como pocos.
Era un hombre inteligente, libre, valiente. Pero no podría quedar delineada plenamente su figura y su forma de ver la vida si no agregara a ello su profunda fe en Dios y su abnegación total por su familia.
Como hombre de mucha fe, supo vivir la enfermedad con gran entereza junto a los suyos y con la esperanza de que el Señor dispone para todos los justos un lugar en la vida eterna. De él se puede decir, con toda propiedad, que no fue un cristiano que enterrase sus talentos, sino que, por el contrario, los multiplicó y sembró en tierra fértil, como lo exige el mensaje del Evangelio.
De su apego a Dios dan fe, además, su funeral y los testimonios profundos sobre lo que él significó en su vida.
De su compromiso sin reservas por su familia, la unión con su señora Merce y sus 8 hijos es el mejor reflejo de esa impronta innegable. Y hay que entender que la alegría, el optimismo, el sentido de acompañamiento mutuo que ellos reflejan no son cualidades adquiridas, sino herencias nítidas, que muestran el hogar en que recibieron su formación.
Finalmente, valga decir que Ricardo Rivadeneira fue un hombre formado en las más profundas raíces de la chilenidad, con un cariño entrañable por el campo colchagüino. Y en esa perspectiva agrícola, a veces tan olvidada en nuestro país, supo cultivar las virtudes y tradiciones de los forjadores de la República: sobriedad; austeridad; respeto por las personas, por el derecho, por las instituciones, y un fuerte amor por la tierra.
Por eso, con cariño y amistad, rendimos homenaje a Ricardo Rivadeneira ; a su familia, en la cual tenemos grandes amigos, y a su partido, en la seguridad de que su ejemplo no cayó en vano y de que su recuerdo siempre será para nosotros un signo de búsqueda de entendimiento y de amor a Chile.
He dicho.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
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