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El señor BIANCHI.- Señor Presidente , desde hace bastante tiempo a la fecha, he señalado que este debate, en cuanto a si el salario mínimo es de mil 500 pesos más o mil 500 pesos menos, no debiera darse todos los años, sino cada dos o tres.
Y lo digo porque nuestra economía es, afortunadamente, sana y tenemos una inflación controlada.
Por lo tanto, para asegurar el sustento económico de las familias chilenas -insisto-, este reajuste debiera fijarse cada dos o tres años, a fin de proyectar de manera mucho más apropiada la situación de los trabajadores, tanto de los que laboran en el sector privado como en el sector público. Y, en la eventualidad de que se presenten condiciones económicas distintas, obviamente deberíamos ajustarlo a las circunstancias del momento. En tal sentido, siempre daremos una señal positiva al fijar incrementos que digan relación con la realidad que viven aquellos.
La suma de las cuentas de luz, agua, gas, telefonía, alimentos, arriendo, remedios, no da para pagarlas con el salario mínimo. ¡No alcanza, señor Presidente ! Son verdaderos milagros los que nuestras mujeres y hombres deben hacer cada mes para lograr una mediana -¡mediana!- calidad de vida.
Por eso, quiero insistir en la siguiente reflexión.
Los sueldos, de una buena vez, debieran ser regionalizados. No es admisible que el salario mínimo en Santiago, donde la canasta básica es a lo menos un 20 por ciento más barata que en el resto del país, sea igual al que percibe un ciudadano que vive en Tierra del Fuego, en Puerto Williams o en otra Región.
¡No es justo, señor Presidente!
Como tampoco lo es el que ese costo tengan que asumirlo -lo dijo el propio Ministro de Hacienda- las mipymes (las micro, pequeñas y medianas empresas) que ocupan la mayor cantidad de mano de obra en el país.
En efecto, si queremos hablar en serio de respaldar y apoyar a las mipymes, los Gobiernos deberían presentar acciones concretas, con el objeto de que todo ese gasto no sea de cargo de ellas (muchas de las cuales corresponden a negocios familiares). Así se logrará incentivar a los pequeños y medianos emprendedores para que puedan pagar mejores sueldos.
Sinceramente, cuesta entender la presente discusión, señor Presidente.
Hoy día estamos entrabados en un debate de si son mil 500 pesos más, mil 500 pesos menos -¡esa es la discusión!- y no de cómo debiéramos abordar el verdadero problema que hoy día enfrentan las familias chilenas.
Y, fíjense señores Senadores, que voy a hacer un símil con la situación de La Polar, materia que abordamos en la sesión de hoy, a mediodía.
¿Por qué las personas acceden a esos créditos? Porque con 180 mil pesos mensuales están obligadas a vivir el resto de su existencia endeudadas. ¡Y esa es la verdad! Deben aceptar cualquiera que sea la tasa que se les cobre, porque no tienen otra alternativa para adquirir bienes que les permitan acceder a una mejor calidad de vida.
Y este no es un problema del actual Gobierno, ni de los anteriores ni de los que vendrán.
¡Este es un tema del Estado de Chile!
El Estado de Chile, así como debe asumir la responsabilidad en educación pública, en vivienda, en salud, también ha de empeñarse en que existan sueldos que posibiliten una mínima calidad de vida a nuestras familias.
Y eso mismo -no es peor ni mejor- ocurre con nuestros jubilados. Las pensiones que reciben nuestros adultos mayores, quienes se encuentran en las últimas fases de sus vidas, ni siquiera les alcanzan para pasar 15 días del mes.
Por lo tanto, este debate debería ser mucho más profundo, y definir de una buena vez, como Estado de Chile, con cuánto vive una persona.
En la Región que me honro en representar en el Senado -la de Magallanes- el costo de la vida es, a lo menos, 30 por ciento más caro que en la zona central.
Entonces, si un trabajador de mi Región gana el mismo salario mínimo que aquel que habita en un lugar donde la vida es 30 por ciento más barata, por supuesto que ello no es justo. Es preciso que exista una descentralización de los sueldos que dé cuenta de esa diferencia y recoja la realidad de los trabajadores, mujeres y hombres que viven a lo largo de nuestro país, fundamentalmente en las diversas Regiones.
Sin duda, no me voy a negar a votar favorablemente la idea de legislar. Me reservo el resto para luego. Además, tengo un pareo, así que probablemente ni siquiera voy a poder emitir mi voto.
No obstante, señor Presidente , debo decir que uno ve que los costos de la luz suben y suben; que con el gas y la energía en general ocurre igual cosa; que tenemos el agua más cara que muchos países del mundo; que la alimentación se encarece en más de 7 por ciento; que el valor de los arriendos sigue incrementándose, y mucha de esta gente ni siquiera puede acceder a una vivienda propia, por lo que está condenada a tener que vivir hacinada o arrendando.
¡La situación es tremendamente crítica! ¡Es dura!
Dividir 185 mil por 30 ¿cuánto da? ¿Seis mil y tantos pesos? ¡Una familia de cuatro, cinco, seis personas tiene que vivir con 6 mil pesos al día!
¿Alguno de nosotros puede lograr tamaño milagro? Obviamente que no.
Sin embargo, insisto: este no es un problema ni del Gobierno actual ni de los anteriores. Es el Estado de Chile el que no ha resuelto lo que de verdad debiera significar un salario no mínimo, ¡humano!, ¡un salario decente!, ¡un salario que brinde a nuestros trabajadores una mínima calidad de vida, para, de esa manera, proyectar mejor a las familias chilenas!
He dicho.
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