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El señor RUIZ-ESQUIDE .- Señor Presidente , igual que muchos de los presentes, llevo varios años discutiendo la materia, lo cual siempre ha llevado a un debate que ojalá en el futuro sea también como este: profundo, prolongado y lo más sensato posible, pero al mismo tiempo muy claro.
Comienzo mis palabras haciendo una reverencia muy circunstanciada al señor Presidente de la República, quien dijo que el termómetro estaba bueno, pero que la gente no estaba bien y reclamaba.
La sensación térmica a la que él se refirió es la siguiente: en Chile tenemos una diferencia de ingreso de tal magnitud que, realmente, el discutir aquí sobre si el salario mínimo para cien, doscientas o un millón de personas -cualquiera que sea la cifra- debe ser de 184 mil o de 190 mil pesos es algo que parte el alma, por lo inoficioso, triste y lamentable que resulta el debate sobre este pedazo de la economía chilena.
En nuestro país, cualesquiera que sean las cifras -nunca nadie ha negado la que voy a dar a conocer-, hace imposible que la discusión sobre el salario mínimo se lleve en esta línea.
Lo digo, señor Presidente , porque la diferencia entre lo que gana un trabajador que percibe el salario mínimo, cuyo reajuste estamos analizando, y cualquiera de los más ricos del país -todos sabemos quiénes son-, es de uno a 2.400 años.
Aquí no se trata de deciles o de quintiles ni de grupos comparables, sino de personas: ¡uno versus 2.400 años! Eso significaba, en los tiempos antiguos, en Persia, el Gobierno de Artajerjes.
En esas condiciones, señor Presidente , uno se pregunta por qué lo que constata el Presidente de la República es cierto. Y lo es por lo siguiente: porque ninguno de los trabajadores que hoy vamos a favorecer o desfavorecer entenderá que el aumento de 3 mil o 4 mil pesos resuelve su problema.
Y a eso se suma otra cosa: el hecho de que en todas las Administraciones -lo he señalado desde hace mucho tiempo, siendo de Gobierno o de Oposición- la gente no recibe bien la sola asistencialidad que se le da. Siempre hay alguien a quien se le entrega un bono más. Pero la concepción de la focalización -es cierto- debe apuntar en esa dirección.
Sin embargo, si uno escudriñara en la mente real, concreta, precisa de las personas, en sus emociones, debería reconocer que nadie se siente bien cuando se le da una migaja para que pueda tener una mejor casa o lo que sea. Las personas, fundamentalmente los hombres, por la varonía de la que siempre quieren hacer alarde, necesitan que se les pague la suma que corresponde al derecho natural de un compatriota que necesita vivir decentemente.
Cada vez que discutimos esta materia me hago la siguiente pregunta: ¿cómo podemos resolver este tema de una manera más adecuada que la que se ha utilizado durante los últimos 40 o 50 años?
Este asunto ha sido un dilema para gobiernos de distintos signos, y siempre he mantenido el mismo alegato. Por lo tanto, si algún señor Senador tiene la tentación de preguntarnos qué hicimos nosotros, le puedo responder con lo que acabo de señalar.
En consecuencia, el debate en el Senado no solo debe centrarse en lo que pasa con los números directos que hoy día hemos visto, sino también en un análisis de más largo aliento: cómo lograr que Chile cambie su estructura de poder económico, de forma tal que nadie se sienta excluido de su patria, porque con lo que tiene no puede vivirla realmente en plenitud.
Este es no solo un problema económico, sino además político y ético.
Entonces, vuelvo a la reflexión del señor Presidente de la República . La gente no quiere más migajas ni está dispuesta a tolerar el hecho de que nunca podrá aspirar al ejemplo que nos dan las grandes democracias del mundo, donde con el solo trabajo personal un ciudadano puede alcanzar hasta la primera magistratura de su país.
¡En Chile eso no es posible, señor Presidente!
En resumen, tenemos que lograr conciliar que el reajuste de los que ganan menos en Chile sea mucho más sustancial, porque no me parece conveniente la imagen que damos con una discusión sobre el aumento del salario mínimo en 3 mil pesos, cuando vemos el ejemplo de lo que pasó en La Polar -que analizamos en la sesión de la mañana-, o cuando sabemos que los bancos ganan 3 mil millones de pesos al año...
El señor NAVARRO.- ¡De dólares!
El señor RUIZ-ESQUIDE.- De dólares.
O cuando advertimos la diferencia entre aquellos que ganan distintos sueldos, o cuando vemos las manifestaciones de los agricultores, que de ninguna manera son los más pobres del país, por lo menos aquellos que se reunieron en la última concentración en el centro de Requínoa.
¡Hasta ellos entienden que no es posible seguir funcionando de esta manera, porque no resulta aceptable que un trabajador, el dueño de un predio agrícola, que debe laborar toda su vida para mejorar las condiciones de su fundo y su tierra, obtenga una utilidad de 3 o 4 por ciento anual, mientras que aquellos que operan con el dinero ganan las sumas que hemos conocido!
Debemos relacionar, entonces, la inflación pasada, la inflación esperada, la sensación de que estamos pagando lo que corresponde y no mendigando algunos bonos adicionales.
Tenemos que terminar con esta distribución del ingreso, tan inequitativa, que para nosotros, desde el punto de vista humanista-cristiano, es una bofetada. Y no lo digo ahora ni se lo enrostro a los actuales Ministros. Lo sostengo como tesis central de mi vida.
Y, en esas condiciones, debemos pensar en impulsar una reforma tributaria. Agradezco a la Senadora Allende que se haya referido a los proyectos que hemos presentado en estas materias.
¡Hay que terminar con el anatocismo, porque es una barbaridad!
¡Hay que terminar con la forma en que se fijan las tasas de interés en el país!
Tenemos que considerar lo que representa el salario mínimo, pero también un conjunto de otras formas de hacer las cosas para construir un país donde la gente no solo gane un poco más, sino que, fundamentalmente, se sienta respetada en las reglas del juego.
Los sucesos que motivaron la sesión especial de la mañana, como ya se ha dicho, no son un accidente. Tampoco me interesa recalcar las declaraciones del Ministro de Economía . No sé si fue un error descomunal. Las palabras, a veces, traicionan. Pero sí debemos comprender que lo ocurrido en La Polar no es un simple hecho grave -y tremendamente grave-, porque allí ha quedado demostrada la imposibilidad de seguir manteniendo en nuestro país, desde el punto de vista ético, un modelo económico que rompe cualquier forma de justicia y limpieza.
Las cosas no solo suceden por maldad de las personas. También ocurren cuando algunos saben que pueden hacer todas esas trampitas que se mencionaron en la mañana, porque tienen cierta certeza, cierta intuición de que no va a pasar nada.
No sé qué hubiese ocurrido con La Polar de no mediar algunos hechos muy especiales. Pero la sensación de que en nuestro país es posible hacer cualquier cosa es lo peor que nos puede pasar.
Yo entiendo que a lo mejor en materia económica el Gobierno no impulsará ningún cambio y, probablemente, no llegaremos a ningún acuerdo.
Sin embargo, debo dejar claro que las manifestaciones que se han desarrollado en las calles de Chile, con más de 70 mil personas en una concentración -cosa que jamás se había producido en el país-; lo que pasa con los agricultores, con los trabajadores, con aquellos que compran y venden en cualquier esquina, constituyen un estado de malaise, de malura interior a través del cual la gente nos pide que cambiemos el modelo.
Muchas gracias.
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