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La señora GIRARDI (doña Cristina).- Señor Presidente , revisé y leí el proyecto de ley del Sistema Nacional de Aseguramiento de la calidad de la Educación Parvularia, Básica y Media, y me alegro de que sólo sea eso y no una ley.
Digo esto porque a este proyecto le falta un capítulo, importantísimo, si es que es verdad que queremos asegurar la calidad de la educación.
Y es el capitulo que debiera hacer referencia precisamente a lo que nos convoca: la calidad.
¿Cómo se mejora la calidad?
¿Quién se hace responsable de mejorar la calidad?
¿Dónde se concentran entonces los capítulos que tenemos a la vista con sus títulos, párrafos y artículos?
En la afanosa tarea de medir, evaluar, orientar, clasificar, vigilar y castigar. Para esto obviamente será necesario una institucionalidad ad-hoc, una agencia y una superintendencia.
No niego la importancia de medir, de evaluar. La fiscalización y la regulación sin duda son temas importantes, sobretodo cuando impera la lógica del mercado. Pero ¿no es acaso lo mismo que ha venido haciendo el Ministerio de Educación en los últimos 20 años?
¿No es acaso el Simce un sistema de medición?
Es cierto que no es un buen sistema de medición. Frente a las muchas críticas que se le formulan lo corregimos alguna vez, pero no quedó muy bien. Además la educación no ha mejorado nada o casi nada desde el Simce, ergo hay que hacer otro sistema que mida mejor, con estándares de aprendizaje, de desempeño de los establecimientos y sostenedores, y también de los docentes y directivos. Medirlos a todos para ver si cumplen con los estándares y las normas. ¡Perdón, no todos! Los que pagan (particulares pagados) sólo se los va a medir si lo piden. Ah, y los particulares subvencionados podrán diseñar sus propios mecanismos de evaluación del desempeño, pero se medirán igual, y los clasificaremos a todos, eso sí, de la clasificación nadie quedará afuera.
Somos expertos en medir. Hacemos lo mismo con la contaminación –perdón por la comparación-, cada vez nos volvemos más sofisticados en medir la calidad del aire, instalamos más y más modernas estaciones de monitoreos en más puntos y mejores puntos, pero por mejorar la calidad del aire no hacemos nada. Sí, es verdad, hay que reconocerlo, tenemos la restricción vehicular, el Transantiago, y también las alertas que nos avisan que tenemos que estar preparados y conscientes de que estamos respirando veneno. No hicimos nada por evitarlo, no hicimos nada por mejorarlo, pero lo medimos.
Sí, insisto, no niego la importancia de la medición, pero esconde un pequeño problema. El que mide lo hace desde afuera, desde la distancia, seguramente con una mirada precisa y aguda de experto, pero siempre desde fuera. No participa, no se involucra y lo que es peor aún, no se responzabiliza. Son otros los que hacen la educación, bien o mal. Pero son los otros, yo Estado, no tengo nada que ver, yo sólo mido, evalúo, hago informes, vigilo, clasifico. Dictamino, quiénes son los buenos, los más o menos y los malos, y también castigo. Y por supuesto, estoy en mi derecho, yo Estado omnipresente, porque además les paso la plata, poca, pero plata al fin.
Pero también el Estado, la Agencia en este caso, orienta y recomienda para que los otros, esos que se dedican a la educación, mejoren. Pero siempre desde lejos, no se vaya a creer que la Agencia tiene alguna responsabilidad en los resultados, ya que lo que se espera de la evaluación es sólo un informe de las fortalezas y debilidades, orientaciones y recomendaciones (art.10, título II).
Y también se puede pedir apoyo técnico pedagógico. (artículos 23, 24, 26).
Quiero recordarle a los presentes que sin este proyecto, también el Mineduc, orientó, prestó apoyo. Más de alguna licitación se hizo para que consultores expertos llegaran a las escuelas más críticas a salvarlas de la crítica situación en que se encontraban. Sin Agencia, ya se intentó; con Simce también se intentó.
De algo debiera servir la experiencia, para algo sirve la historia.
¿Qué pasa entonces? ¿Si ya les consultamos a los expertos; si ya medimos con el Simce?
Tenemos que volver a interrogar el traspaso de los servicios, tenemos que volver al origen del problema: de los servicios traspasados o municipalización de los servicios. ¿Y qué significa traspasar? Entre los sinónimos está trasladar, ceder, entregar, vender. No creo en la inocencia ni en la neutralidad del lenguaje, el lenguaje significa, explica, hace. Y traspasar es eso, una suerte de enajenación, de desprendimiento, no sólo del servicio, sino también de la responsabilidad.
El Estado sólo da la pauta y observa. Se ubica en el borde. Traspasa y mide: Dos acciones que se complementan y se realizan desde afuera.
Bourdieu, en su libro “La miseria del mundo”, donde describe lo que ocurre en los ghettos de Estados Unidos y los suburbios en Francia, llama a este fenómeno, el abandono del Estado.
¿Cuáles son los efectos cuando el Estado se retira, cuando se vuelve ausente? ¿Qué pasa cuando el Estado abandona a aquellos que más lo necesitan?
La respuesta más clara es la exclusión o la profundización de la exclusión. La retirada del Estado y el marchitamiento de la ayuda pública son responsables en esencia de la aparición de los lugares y los espacios de relegación.
Y volviendo a nuestro caso, si el Estado ya no es el responsable, ¿quiénes son entonces los responsables?
Los sostenedores, los municipios, los dueños de los establecimientos, los que lo hacen como negocio, o los altruistas sin fines de lucro. Ellos son los que se dedican, ellos administran, a ellos se les traspasó la responsabilidad del servicio.
A los particulares, de alguna manera les preguntaron. ¿Pero quién le preguntó a los municipios si querían hacerse cargo de la responsabilidad? ¿Quién les preguntó si tenían la capacidad para hacerse cargo. ¿Quién les preguntó si tenían los recursos para hacerse cargo? No hay que olvidar que la subvención alcanza para financiar apenas el 85% de los salarios de los trabajadores de la educación.
Durante los años en que fui alcaldesa, siempre sostuve que los servicios traspasados, nada menos que la educación y salud, eran un cacho para el Gobierno. Siempre que los municipios pedían más recursos, la respuesta inevitable era “ustedes no saben administrar”. Siempre que los municipios dijeron: entonces les devolvemos los establecimientos para que el Ministerio los administre, la respuesta, también inevitable, fue “imposible, no se puede”.
Sigamos siendo expertos en medir, persistamos en nuestro empeño de evaluar lo mejor que se pueda. De todas maneras, nuestra mediocridad estriba fundamentalmente en no querer hacernos responsables de lo que nos corresponde. La calidad de la educación es responsabilidad del Estado y no de los sostenedores de la Educación, y es el Estado el que debe aparecer en esta ley como el responsable y el garante de la calidad de la Educación en nuestro país.
Tema (la calidad) que, por lo demás, y extrañamente, está ausente en este proyecto de ley.
He dicho.
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