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El señor VARGAS (Vicepresidente).- Tiene la palabra el diputado señor Darío Paya.
El señor PAYA.- Señor Presidente , la renovación en la política es una necesidad constante.
Soy miembro de un partido joven, nuevo, que no existió sino hasta 1989. Por lo tanto, he tenido el privilegio y el orgullo de participar en su crecimiento y de apreciar la incorporación de figuras jóvenes en cargos de responsabilidad en cada una de las elecciones. Ése es uno de los signos de mayor vitalidad en un partido. Me refiero a la capacidad para convocar a gente joven no sólo para ser carne de cañón, sino para asumir responsabilidades con eficacia.
En lo personal, tomé la decisión de no presentarme a una nueva reelección. Siento que, en un proyecto que quiere crecer y dejar huellas, esa actitud es indispensable.
Pero he dicho con mucha claridad que no creo que mi partido tenga una receta en la que todos deban irse luego de servir un determinado número de períodos. Tampoco creo que sea una receta razonable para el país.
La política en Chile tiene muchos problemas; sin embargo, uno que no tiene es la eternización de sus parlamentarios. Sostener lo contrario no resiste ningún análisis. Me parece saludable que algunos parlamentarios tomen la decisión de no repostular al cargo y que los partidos políticos renueven sus cuadros dirigentes. En ambas tareas se puede avanzar mucho.
Repito, no resiste ningún análisis sostener que uno de los problemas de la política chilena es la eternización de sus parlamentarios. Lo prueba la composición de esta Sala. En los últimos veinte años se ha producido una renovación prácticamente completa de todos sus integrantes. Invito a que alguien me muestre un solo país en que ocurra lo mismo.
En otros países, los niveles de reelección son feroces: la mayoría de los parlamentarios -lo graficaré con algunos ejemplos- son reelegidos para un próximo período. Repito, eso no ocurre en Chile. Hace una década y media o dos décadas, los integrantes de la Cámara de Diputados eran otros, distintos de los actuales. Eso no tiene precedente en otros países.
Aplicar la norma que se propone significaría, por ejemplo -no voy a dar nombres porque ello siempre resulta odioso-, que dos de los diputados elegidos recientemente como los mejores representantes de sus coaliciones no tendrían la posibilidad de ser reelegidos. ¿Cuál es el problema que quiere solucionar la iniciativa?
En las últimas elecciones de un país que no nombraré, el porcentaje de parlamentarios reelegidos fue el siguiente: 94 por ciento, 94 por ciento, 98 por ciento, 96 por ciento, 98 por ciento, 98 por ciento y 94 por ciento. Y podría seguir hacia atrás. Es más, en sólo cinco de las últimas veintitrés elecciones se reeligió a menos del 90 por ciento de sus miembros. En las otras dieciocho elecciones el porcentaje de parlamentarios reelegidos superó esa cifra. Alguien preguntará si en alguna de esas cinco elecciones ocurrió alguna renovación importante: la respuesta es sí, pero es necesario retrotraerse a 1970, ocasión en que se renovó el 85 por ciento de la plantilla parlamentaria. Lo que ocurre en ese país -Estados Unidos de América- también sucede en la mayoría de los demás países. Repito, lo normal es que se reelija el 95, 96, 97 ó 98 por ciento de los parlamentarios.
¿Cuál es ese número en Chile? ¿Alguien se ha dado el trabajo de sacar la cuenta? Un tercio de la Cámara de Diputados se renueva en cada elección. En efecto, en cualquiera de ellas se puede comprobar que al menos 40 parlamentarios se renuevan en la Corporación. Se trata de un recambio que no tiene precedentes en otros lugares del mundo. En consecuencia, la eternización parlamentaria no es un problema que afecte a nuestro país.
Voy a dar otro ejemplo. Se trata de un país donde el problema está algo más acotado. En las últimas cinco elecciones el porcentaje de diputados reelegidos alcanzó a 87 por ciento, 86 por ciento, 82 por ciento, 90 por ciento y 84 por ciento, respectivamente. Ése país no es Chile, sino Inglaterra. Ese país tiene un problema, pero que no existe en el nuestro, por cuanto en Chile -repito- ese porcentaje alcanza a alrededor de 60 por ciento.
En Chile, la capacidad de renovación se ha manifestado en otras materias, por ejemplo en la composición política de la Cámara. En el transcurso de una década, al interior de ambas coaliciones se invirtieron completamente las fuerzas políticas. En 1989, en la Concertación había un partido claramente mayoritario. Una década después, pasó a ser el sector minoritario, y el bloque PS-PPD creció significativamente. Al interior de la Alianza ocurrió lo mismo: se invirtieron las fuerzas relativas entre Renovación Nacional y la UDI. Es decir, no sólo ha habido la capacidad de renovar personas y caras, sino que también se generaron espacios de renovación en cuanto a correlación de fuerzas políticas al interior de la Cámara.
En consecuencia, resulta demasiado evidente que se está copiando una idea para solucionar un problema que nos es ajeno. En Estados Unidos de América e Inglaterra, cuyos ejemplos mencioné, esta materia se dabate desde hace mucho tiempo, pero aún no se implementan limitaciones a los períodos parlamentarios. Insito, no es un problema del cual debamos hacernos cargo. Aquí se está copiando una idea que no resulta necesaria; por el contrario, tiene costos.
Existe una frase que señala que no hay nada más potente que una idea a la que le llegó su tiempo. A mi juicio, ésta es una mala idea a la que no le ha llegado su tiempo, porque Chile no tiene el problema que se pretende solucionar. De prosperar la iniciativa, podría redundar en la pérdida de personas muy destacadas. No voy a dar nombres, porque -repito- ello resulta muy odioso. Tengo una gran opinión del trabajo que realizan parlamentarios que han sido elegidos por varios períodos. Ellos deben ser mirados como una ganancia y no como una pérdida para el país. En nuestro sistema, son una excepción, no la regla.
A mi juicio, se ha exagerado mucho respecto de la supuesta existencia de un problema en nuestra realidad política para justificar el proyecto en debate. No comparto esa opinión. Por lo tanto, anuncio mi voto en contra.
He dicho.
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