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El señor SÚNICO ( Vicepresidente ).- Tiene la palabra el diputado señor Marcelo Díaz.
El señor DÍAZ (don Marcelo).- Señor Presidente , anunció que votaré a favor del proyecto, y lo haré porque ayuda. Pero mi voto favorable no tiene mucho que ver con el descrédito del Congreso Nacional ni con esa reciente encuesta ciudadana que nos deja muy mal posicionados, sino que pasa porque quiero ser coherente conmigo mismo y con lo que propuse durante mi campaña parlamentaria, el año 2005. En ese entonces, en una conferencia de prensa anuncié, entre otras cosas, que impulsaría un proyecto de ley para establecer un límite a la reelección de los parlamentarios. Por eso digo que lo coherente y lógico, sobre todo tras confirmar la conveniencia de establecer esta medida, es votarlo a favor.
Pero además lo haré porque el proyecto tiene otros efectos positivos. Soy autor de una iniciativa que establece una sola reelección para los diputados y ninguna para los senadores. Y sigo pensando que sería el mejor régimen. Me pareció importante que hubiese simetría en la duración del período máximo de diputados y senadores.
Insisto, a la política le hace bien renovarse, y al Congreso Nacional también le hace bien renovarse; es decir, hay que oxigenar la política. Los problemas son variados; algunos los planteó en su intervención el diputado Renán Fuentealba , y yo comparto su análisis. Este sistema electoral no da para más.
Hoy, un medio de comunicación, que desde comienzos de la recuperación de la democracia defendió el sistema binominal, se refirió a la falta de competencia en el sistema electoral, y se la atribuyó a los partidos. Creo que no es así. A mi juicio, el sistema electoral imperante fomenta esta práctica anticompetitiva. Este parece ser un paliativo para un problema más estructural que está en el sistema electoral.
Pero aparte del sistema electoral, hay que considerar otro aspecto: la reelección indefinida rige para toda autoridad pública elegida popularmente, salvo para los presidentes de la República. En efecto, el Primer Mandatario es la única autoridad elegida popularmente en Chile que no puede ser reelegida de manera indefinida.
Eso expresa, a mi juicio, una anomalía mayor de este sistema político en el marco de una Constitución que no fue hecha para vivir en democracia. No es casual, no es baladí ni tampoco irrelevante que de los seis candidatos presidenciales, cinco de los que representan, según todas las encuestas, más de la mayoría del electorado, sostengan que Chile requiere una nueva Constitución. Este es un dato que da cuenta -a pesar de las sucesivas reformas y a pesar del acto de fe de 2005, de haber retirado de la Constitución la firma del dictador y haber estampado en ella la de un presidente elegido popularmente- de que seguimos teniendo desencuentros en torno de un texto constitucional que nos reconozca a todos y nos represente a todos.
De ahí se derivan un conjunto de otras dificultades: el sistema electoral, por cierto, y el régimen político. Recuerdo que la Sala de la Cámara de Diputados votó entre 10 y 15 veces -no recuerdo bien- la creación de una comisión especial para analizar el régimen político chileno. Costó mucho lograr el quórum suficiente, no porque no hubiese diputados en la Sala, sino porque muchos se oponían y otros simplemente no votaban, porque al parecer en la Cámara de Diputados, órgano habitual de la expresión de la soberanía popular, no existía voluntad ni siquiera para reflexionar sobre la materia.
Este régimen presidencial o, mejor dicho, hiperpresidencialista o monárquico, como lo han tildado algunos, está agotado. Nosotros mismos somos conscientes de la infinidad de limitaciones que tenemos para ejercer nuestra función legislativa y fiscalizadora, porque las responsabilidades de los dos poderes colegisladores, el Ejecutivo y el Congreso Nacional, están mal estibadas; la carga no está bien distribuida. El peso de la responsabilidad está en el Parlamento, pero el peso de la iniciativa está en el Ejecutivo . Ahí tenemos también un problema severo.
En ese contexto, un proyecto que establece un límite a la reelección de los parlamentarios, como el que han propuesto diputados de diversas bancadas, nos ayuda a avanzar en ese sentido.
Probablemente, no será fácil llegar a acuerdo en la necesidad de reformar la Constitución. De hecho, como señalé, casi todos los candidatos presidenciales, menos uno, han planteado que aquí hay un punto que resolver. No obstante, éste es un tema que nos ayudará a introducir variables de renovación, de oxigenación y de apertura en nuestro sistema político, particularmente en esta institución, el Congreso Nacional.
Me voy a hacer cargo de una de las críticas más recurrentes, cual es que los diputados y senadores que no irán a la reelección se desentenderán de sus distritos para dedicarse a flojear. Eso habla pésimo de nosotros. No podemos decir que eso es verdad. No veo al diputado Eluchans , autor del proyecto -quien, según entiendo, no va a la reelección y con quien comparto una de las comisiones de la Cámara-, despreocupándose de sus obligaciones legislativas o desatendiendo sus compromisos legislativos; por el contrario, lo veo aportando con dedicación en cada uno de los proyectos que corresponda estudiar.
Probablemente, el proyecto corregirá un vicio, cual es que nosotros, aparte de ser legisladores, representantes y fiscalizadores, somos una suerte de asistentes sociales territoriales, ya que dedicamos buena parte de nuestro tiempo para atender demandas de salud, de pensiones, de jubilaciones, de cuentas de casas, de deudas, de problemas de pavimentación, de viviendas o de infraestructura, que no son de responsabilidad nuestra, porque tenemos vedada la iniciativa sobre gasto fiscal. La iniciativa nos obligará a ocuparnos de lo que nos corresponde de manera prioritaria, cual es legislar y fiscalizar bien.
Reitero, a lo mejor servirá para corregir eso que nos plantea nuestra experiencia de manera tan rigurosa y brutal, cual es que, cuando a veces tenemos proyectos importantes que discutir en la semana siguiente, no hemos tenido ni un solo minuto del fin de semana para sentarnos a analizar esa iniciativa porque hemos tenido jornadas extensas, que parten en la mañana y terminan muy tarde, para celebrar, por ejemplo, el aniversario de una junta de vecinos, lo que merece mucho respeto, pero que nos impide concentrarnos en parte de nuestras funciones.
Probablemente, siguiendo la lógica que han planteado algunos diputados, puede ocurrir que un parlamentario dedique menos tiempo al trabajo territorial en el período en que no va a la reelección, por lo que la presión que hoy recibe para dedicarse a los temas territoriales se desplace a autoridades a las cuales naturalmente les corresponden esas labores, como alcaldes, concejales y personeros del Ejecutivo a nivel regional. No obstante, eso no significará -no lo creo; no puedo ni quiero creerlo-, que los parlamentarios terminarán dedicando los cuatro últimos años de su gestión a no hacer nada. No lo creo, porque no lo hemos visto acá; nadie puede decir que algún diputado que decidiera no ir a la reelección, desatendiera sus obligaciones parlamentarias; no lo creo, no es así.
Por lo tanto, ese riesgo potencial que algunos han exhibido acá como argumento para votar en contra de esta reforma me parece insuficiente. Por el contrario, son indudables las bondades y los méritos de establecer un límite a la reelección indefinida de los parlamentarios; incluso más, la sociedad demanda gestos de esta naturaleza.
Por eso, voy a votar a favor del proyecto.
He dicho.
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